lunes, 29 de junio de 2020

El nuevo FOMO

(este artículo se publicó originalmente el día 29 de junio de 2020 en el periódico 20 Minutos)

Los psicólogos dicen que siempre ha existido, pero con la irrupción de las redes sociales se ha convertido en una de las aprensiones más comunes de nuestro tiempo. El FOMO. Si te inquieta pensar que puedes estar perdiéndote algo que tus amigos están disfrutando y tú no, puedes tener el llamado síndrome FOMO. El nombre proviene del acrónimo inglés, fear of missing out, o lo que es lo mismo, un temor infundado a perderse algo.
Cuando el ocio no estaba vinculada a internet -hace apenas 20 años- el FOMO lo sentían los jóvenes castigados sin salir un fin de semana o los adultos convalecientes tras una enfermedad. Ese tiempo sin compartir experiencias con tus amigos, colegas o familia nunca se recuperaba y los que por un tiempo eran “aislados sociales” sufrían pensando que se habían perdido para siempre lo no vivido. Pero era excepcional, hoy gracias a internet empieza a ser demasiado normal sufrir esa ansiedad por los “momentos digitales” perdidos. El video en tik tok que todos tus amigos comentan, el meme que arrasa en whastapp, la historia de instagram que ha emocionado a tu familia o el hilo de twitter que hasta sale en las noticias. Si te has perdido esas experiencias no tienes de qué hablar, o por lo menos eso piensan muchos de los candidatos al FOMO. Este nuevo síndrome aparece también cuando no funciona el WIFI o has perdido la cobertura en un viaje. Pero se convierte en patología cuando te angustia estar haciendo otra cosa que no sea seguir tus redes sociales, de modo y manera que esa ansiedad te impide trabajar, hacer deporte o incluso descansar. Ese tiempo sin chequear tus dispositivos móviles te impide estar al día de todo lo que pasa virtualmente y comienza un círculo vicioso de adicción y falta de descanso que lleva a situaciones límite. Algunos estudios dicen que dos tercios de los usuarios de las redes lo padecen de alguna manera, otros hablan de sus consecuencias como la falta de concentración ya que dedicamos como máximo nueve segundos de atención a lo que vemos en internet.
No creas que por no ser adolescente esto no te afecta. O que si eres un profesional sensato estás libre. Ni mucho menos. Acaso no tenemos síntomas de FOMO quienes no podemos empezar el día sin leer varios periódicos, ojear varias webs de información o comprobar tu resumen de prensa favorito. Miedo a perderte algo es lo que sentimos también muchos economistas estos días. El informe del FMI que eleva la caída del PIB español, la comparecencia del gobernador del Banco de España con nuevos datos sobre la crisis, las nuevas previsiones de la OCDE confirmando el desplome de nuestro país por no hablar de los editoriales de Financial Times o The Economist. En realidad, creo que mi miedo no es por perderme su lectura, sino por leer lo que pueden decir sobre el negro futuro de nuestro país. Ese es mi nuevo FOMO.
Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

domingo, 21 de junio de 2020

La economía plateada, una nueva industria nacional

(este artículo se publicó originalmente el día 21 de junio de 2020 en el diario ABC)

La esperanza de vida en España en 1959 era de 62 años; hoy de media una persona en nuestro país vive hasta los 82. En muy poco tiempo le hemos ganado a la vida 20 años. Esto ha sucedido tan deprisa que no hemos sido capaces de asimilarlo como sociedad. En 1919, solo alcanzaban los 65 años uno de cada cien españoles; hoy 95 de cada 100 cumplen esa edad. Pero no siempre fue así. De hecho, lo normal en la historia de la humanidad ha sido morir joven. Si estudiamos la demografía comprobaremos que durante miles de años la edad media se situó en el entorno de los cuarenta años, en el Paleolítico, en la Grecia clásica o en el Renacimiento y solo hasta la irrupción de los avances médicos e higiénicos en el siglo XIX se superaron los cincuenta años.
Eso no quiere decir que no hubiera personas que llegasen a los setenta u ochenta años. Por supuesto, pero eran una minoría. Hoy, en cambio, son mayoría. En España cerca del 20% de la población, en concreto más de ocho millones, tienen más de 65 años. Y además la ciencia nos confirma que les quedan por delante, como mínimo, más de 20 años.
El resumen de lo anterior es que sin darnos cuenta la vida humana ha cambiado mucho. Disponemos de 20 años extra de vida que no esperábamos y que las instituciones han sido incapaces de asimilar. Todo ha sido tan rápido que éstas no se han adaptado a los cambios. Douglass North Premio Nobel de economía definía las instituciones como las organizaciones -públicas y privadas- pero también incluía las reglas del juego (formales o informales) y los medios disponibles para su aplicación. La pandemia ha demostrado que nuestras instituciones, en ese sentido de North, no estaban preparadas ni habían comprendido la profundidad del cambio demográfico descrito hasta ahora.
Hoy el foco está puesto en las residencias y ha irrumpido, por desgracia, en la lucha partidista, pero no podemos olvidar que nueve de cada diez fallecidos por la covid19 eran adultos mayores, que muchos fallecieron solos en sus casas o que nuestro sistema sanitario, del que estamos tan orgullosos, aplicó el triaje en perjuicio de muchos septuagenarios. Son ejemplos que demuestran la debilidad de las instituciones que han de servir a la longevidad. Alojamientos para mayores, pero también en términos más amplios los sistemas de cuidados y por supuesto el sistema sanitario.
Las residencias son solamente la punta del iceberg de los cambios que no hemos sido capaces de afrontar. No puede olvidarse que en nuestro país apenas tienen una cobertura del 4%. Pero con el 100 % de los casi 9 millones de personas mayores tenemos una deuda pendiente: adecuar nuestra sociedad a la longevidad. Profesionales y empresas cualificadas para ofrecer cuidados que no estén en la informalidad y que soporten con solidez circunstancias adversas. Nuevas opciones para elegir cómo y con quién vivir a partir de los 60 años, es decir fórmulas que hagan posible vivir en comunidad o en casa con apoyo o alternando lo asistencial y el hogar. Tecnologías que democraticen los cuidados y garanticen mayor calidad de vida. Recursos públicos suficientes para la atención a la dependencia, a la que inexorablemente la edad nos conducirá a todos. 
La envergadura de los retos incapacita su ejecución desde el unilateralismo. Solamente desde la colaboración público-privada se conseguirá una oferta de calidad para atender con garantías la longevidad. Pero además, como país tenemos una oportunidad para convertir lo que la pandemia ha demostrado que es una debilidad, en una gran industria nacional. La economía plateada o silver economy resume las nuevas actividades empresariales para servir a una cohorte de edad cada vez más numerosa que está claramente desatendida. España es uno de los países más visitados del mundo, pero también el más longevo después de Japón, uno de los mejores para retirarse y de los más saludables del planeta. ¿Por qué no dar los pasos para ser el mejor país para envejecer en el mundo?
Iñaki Ortega es profesor de Deusto Business School

lunes, 15 de junio de 2020

Anestesia para la economía

(este artículo se publicó originalmente el día 15 de junio de 2020 en el diario 20 minutos)


Piensa en la última vez que fuiste al dentista. Imagina por un momento que de nuevo estás tumbado en la camilla con la boca abierta a la espera de que se pongan a funcionar las maquinitas infernales que se ocupan de los empastes. El ruido de esos chismes comienza a sonar porque el dentista ya está hurgando en tus muelas. En ese momento notas un pinchazo de dolor como un latigazo. Te quejas al doctor y dice “no te he puesto anestesia, no sabía si querías usarla”. Absurdo, ¿verdad? Todos necesitamos anestesia. No queremos que el dentista nos haga daño, queremos que nos cure sin dolor.
Algo parecido es lo que ha pasado esta semana pasada en el Congreso con la aprobación, sin votos en contra, del ingreso mínimo vital. También sucedió cuando al principio del estado de alarma hubo que convalidar los ERTEs y el programa del ICO a las pymes. Las ayudas son necesarias y sin ellas el impacto social de la crisis económica causada por la covid19 sería devastador. Todos queremos no sufrir innecesariamente. Necesitamos la anestesia de los ERTEs muchos meses más; los millones de empleados que se han quedado sin poder trabajar por el impacto del parón de actividad necesitan seguir cobrando una parte de su sueldo gracias al Estado y de paso mantener la esperanza de que volverán a sus puestos de trabajo. Hay que seguir con la anestesia de la financiación de la banca pública; el Instituto de Crédito Oficial, ha de continuar prestando dinero a muchísimas empresas que tienen que responder a sus pagos sin apenas ventas y así evitar que entren en quiebra. El ingreso mínimo vital es una buena noticia; son cientos de miles los españoles que necesitarán ese alivio para sacar adelante a sus familias en este momento en el que no habrá un mercado laboral que contrate a los más vulnerables y de otro modo los llevaría inexorablemente a la exclusión.
Los primeros dentistas usaban un lingotazo de licor para que sus pacientes se aletargaran y no sintieran dolor, incluso recuerdo a mi abuela poniéndome un poco de algodón mojado en coñac en la muela que me dolía. En el siglo pasado llegó la anestesia con el éter y de ahí a nuestros días con las sofisticadas jeringas de finísimas agujas que inyectan lidocaína en los tejidos blancos de la boca.
Queremos que el doctor nos cure, ha quedado escrito al principio de este artículo. Pero la anestesia al cabo de unas horas se pasa. La anestesia, solo provoca insensibilidad como su etimología griega nos recuerda, pero no cura. De hecho, si el diente que te han empastado está infectado seguirá doliendo al cabo de unas horas. Por ello, nuestra economía, debe tener anestesia ahora, en el peor momento y cuando más gente sufre. Pero, poco a poco, tendremos que atacar las causas del dolor de nuestra crisis -para curarnos- y sustituir la anestesia por otras soluciones que hagan posible unas nuevas y sanas bases de la actividad productiva española.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

jueves, 11 de junio de 2020

La economía plateada como solución tras la pandemia


(una versión de este artículo se publicó originalmente el día 10 de junio de 2020 en el periódico El Mundo)

Cada día conocemos nuevos datos de la devastación que ha provocado la crisis sanitaria de la covid19. Más de 6 millones de personas contagiadas en el mundo de las que 383.000 han muerto, solamente en España casi 50.000 fallecidos según el INE. Además, el empleo de los jóvenes reducido en un 50% en el mundo, caídas de hasta un 10% del PIB en Europa y tasas de desempleo en España multiplicadas por dos. A esta desolación en nuestro país se ha unido las noticias sobre el efecto de la pandemia en las residencias para mayores.

Conocíamos que el virus era especialmente letal con los adultos mayores y que esa vulnerabilidad desde el principio de la pandemia explicaba que nueve de cada diez fallecidos eran mayores de 65 años, pero los adjetivos se quedan cortos con lo sucedido en las residencias. Los datos elaborados conforme a informes de las comunidades autónomas y el Instituto de Salud Carlos III infieren que una gran parte de los fallecidos han sido en residencias, con el detalle por territorios de la tabla adjunta.
Estos datos unidos a los testimonios de portavoces autorizados en el Congreso revelan que en nuestro país las residencias fueron abandonadas a su suerte en los peores momentos de la pandemia. Mayores conviviendo con cadáveres, la negativa a atender en hospitales a los enfermos octogenarios, cuidados paliativos como único tratamiento, absentismo del personal por la ausencia de medidas de protección son alguna de las razones que explican que en algunas comunidades autónomas el 90% de todos los adultos mayores fallecidos por coronavirus vivían en residencias.

Nada más lejos de nuestra intención que estigmatizar las residencias de mayores. Muy al contrario, ante tanto ruido urge poner luz sobre el fenómeno de los cuidados de larga duración en nuestro país y evitar actuaciones “en caliente” que poco ayudarán a la cada vez más necesaria oferta de calidad para atender los cuidados de las personas mayores. La desinstitucionalización en favor de los cuidados no formales o la conversión de las residencias en hospitales son alertas para lo anterior.

En España más de nueve millones de personas superan la edad de 65 años, y el parque de plazas en residencias de mayores es algo más de 370.000, es decir, una ratio de 4.1 plazas por cada 100 habitantes de dicho rango de edad, lejos de las 5 plazas recomendada por la OMS. Dicho de otra forma, en España solamente una minoría de personas cuya edad supera los 65 años reside en residencias de mayores. Teniendo en cuenta las perspectivas demográficas de España, en 2030 aún manteniendo la actual ratio de cobertura serán necesarias 93.000 nuevas plazas. Si España aspirase a alcanzar en estos próximos diez años la ratio recomendada, habría que aumentar la oferta en más de 200.000 plazas. Los servicios residenciales seguirán siendo necesarios, con o sin pandemia, porque la población mayor dependiente aumentará y la oferta de cuidados actual es incapaz de responder sin estas instituciones.

Pero es verdad que lo sucedido por la crisis de la covid19 exigirá una revisión en torno al modelo institucional de las residencias, su funcionamiento, planes de contingencia e integración con el sistema sanitario. Y sería conveniente que esa revisión del modelo se hiciera sin perder de vista la oportunidad de atraer inversión, tanto pública como privada, generación de empleo de calidad y reconocimiento del papel que juegan en la sociedad dichos centros, sus profesionales y sus residentes. FEDEA nos recuerda que la atención residencial a la dependencia sigue siendo un campo en el que apenas hay una metodología de indicadores, auditoría y control de estos centros y urge dar pasos en ese sentido.

Pero no solo el modelo institucional de las residencias requiere una reflexión. Conforme a los datos anteriores puede concluirse que más de 11.000 personas mayores han fallecido fuera de las residencias, en sus hogares o en centros sanitarios.  España, según la ONU, será en breve uno de los países más longevos del planeta. Nuevos modelos de vivienda para mayores (senior housing) diferentes al institucional de las residencias tendrán hueco en un mercado que será cada vez más amplio y consciente de la necesidad de contar con servicios asistenciales en un formato adaptable a las necesidades de cada momento vital. A su vez el sector de la atención a la dependencia generará un gran número de puestos de trabajo, y es una industria que no se puede deslocalizar. Las generaciones del baby boom que ahora están llegando a la jubilación exigirán modelos novedosos de atención centrados en el hogar y cuidados más personalizados, y dispondrán de mejores pensiones para poder pagarlos. Una oportunidad estratégica de creación de riqueza y empleo que la OCDE han bautizado como economía plateada. Más de la mitad del patrimonio y del gasto nacional proceden de los mayores, hagamos posible ahora que además sean atendidos de la mejor manera por nuevos servicios, nuevos empleos y administraciones públicas cómplices con esta silver economy.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School

lunes, 1 de junio de 2020

F en el chat


(este artículo de publicó originalmente el 1 de junio de 2020 en el diario 20 Minutos)

Si no entiendes el título de este artículo empieza a considerarte una antigualla. Así por lo menos me lo han transmitido mis hijos adolescentes. Nos separan no sólo un puñado de años sino otros códigos. Cuando en mis clases de Dirección de Empresas llegamos al tema de la función de la comunicación, les cuento a mis alumnos que para que los mensajes sean efectivos el emisor y el receptor han de compartir un código. Comunicar en una empresa no es solo transmitir un mensaje, sino que ha de entenderse y para eso hay que hablar el mismo idioma sino el que lo recibe no entenderá nada porque será incapaz de descodificar el mensaje del emisor. Así me siento con mis hijos.

Hoy la mayor parte del tiempo libre de los menores de veinte años transcurre en internet. Internet tiene unos códigos que igual no conoces.  Que estén solos delante de una pantalla no quiere decir que estén aislados. Encerrados en su cuarto están más socializados que ninguna otra generación a su edad porque la tecnología les permite divertirse con sus amigos sin salir de casa. Jugar a las aventuras con Fortnite, a las guerras con Call of Duty, pero también chismorrear con Meet y hacer el gamberro con TikTok. Además, esos nuevos códigos han traído nuevos referentes a los que seguir, los youtuber, tan despreciados por nuestra generación. Chicos y chicas de su edad que acumulan cientos de miles de seguidores, sin trampa ni cartón, simplemente porque hacen o dicen cosas para ellos. Estos nuevos líderes juveniles interactúan con su público a través de mensajes cortos por escrito, mientras juegan con una consola o se inventan un baile. Y si las cosas no salen bien aparece una sola letra, la F, en el repositorio de mensajes. Una F de fallo -fail en inglés- que hace que todos se mueran de risa por el error del youtuber, bien porque el chiste no ha tenido gracia o porque la ha pifiado en el videojuego. En su código “F en el chat”, es fallar estrepitosamente y no hay miedo a decirlo.

Seguro que te reconoces gruñendo porque hoy los niños están todo el día delante de una pantalla, pero, aunque te cueste entenderlo también es una escuela de valores. Prudencia, responsabilidad y pragmatismo pueden aprenderse usando internet y la expresión “F en el chat” nos lleva a la asunción de responsabilidades y la tolerancia a la crítica. Aprender a reconocer el fallo y no tener miedo a denunciar los errores hacen a las personas y a los países mejores. Estarás de acuerdo conmigo que mejor nos iría, si los que somos mayores hubiéramos puesto un “F en el chat” a los que minusvaloraron la pandemia o a los que compraron test falsos, también a los que se ocupan de generar división en lugar de unión en el peor momento de la historia reciente de nuestro país.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR