(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 28 de junio de 2021)
Ahora que comienzan las vacaciones escolares, si tienes cerca un
adolescente (y conexión wifi) es muy probable que le oigas gritar, reír y hasta
patalear a solas encerrado en su cuarto. No te alarmes, no está poseído por el
demonio. Tampoco te enfades pensando que ha montado una fiesta en tu casa.
Simplemente está jugando.
Jugar es consustancial a la edad infantil.
Y menos mal. Los psicólogos aseguran que los juegos infantiles facilitan la
creatividad y el aprendizaje. Además, fomentan la autoestima, hacen sonreír,
focalizan la atención y segregan endorfinas, la hormona de la felicidad. Pero a
pesar de todo eso, algunos adultos nos hemos empeñado desde hace unas décadas
en que jugar es malo. Me explico. Todo comenzó a mediados de los ochenta del
siglo pasado cuando, gracias a la tecnología, los videojuegos llegaron a los
hogares. Los videojuegos se habían inventado un poco antes, pero el paso de
jugar al Comecocos en los salones recreativos a hacerlo en
casa con la irrupción de los ordenadores portátiles marcó todo un hito. La
generación de la EGB se acostumbró a videojuegos como Super Mario Bros con
las famosas consolas de Nintendo o los Spectrum. Y jugar que había sido una
sana costumbre para los niños a lo largo de la civilización, comenzó a ser
vista como una amenaza para su futuro. Los padres de entonces (y los de ahora)
despotricaban de esos chismes que distraían a los chavales de estudiar y
labrarse un buen futuro. Nada más lejos de la realidad. Me cuenta el profesor
madrileño José Cuesta que hoy la tecnología que soporta los videojuegos es una
herramienta clave para la competitividad de las empresas ya que les ayuda en su
transformación digital. Por ejemplo, usando la realidad virtual de los
videojuegos se posibilita la monitorización de una planta industrial. Pero si
agrupamos el uso de tecnología de los videojuegos en las empresas aparecen tres
grandes campos: la selección de personal, el entrenamiento de habilidades y las
simulaciones virtuales. Y esto no ha hecho más que empezar porque gracias a que
millones de jugadores se divierten, se ha creado una industria que no deja de
crecer e invertir en mejorar hasta límites insospechados los videojuegos. Esa sofisticación
de los juegos digitales tiene aplicaciones en la salud, con las cirugías en
remoto o en la seguridad del mundo, usando la realidad virtual para evitar
catástrofes o atentados terroristas. El cine y las nuevas plataformas de
televisión actuales tampoco se entenderían sin la calidad técnica de los
videojuegos.
Esta afición exige destrezas como la
rapidez de respuesta, la memoria visual o la concentración. Y por si fuera poco
la tecnología de hoy permite jugar con tus amigos, aunque cada uno esté en su
casa, fomentando el trabajo en equipo. Hay quien se ha atrevido a bautizar como
“juegos serios” este fenómeno porque mezcla aprendizaje y diversión. Por eso
cuando oigas ese jaleo en la habitación del adolescente, alégrate porque está
preparándose para la economía digital y el nuevo mercado laboral.
Iñaki Ortega es doctor en
economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
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