(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el 14 de junio de 2021)
Hay expresiones que pertenecen a otra
época y me temo que la que titula este artículo es una de ellas. No sólo ha
dejado de usarse eso del “qué le debo” (acabo de comprobarlo con mis hijos
adolescentes) sino que ya ni siquiera nos lo preguntamos quizás porque pensamos
que nos merecemos todo, creemos que hemos alcanzado la sociedad del gratis
total.
Todas estas ideas me vinieron a
la cabeza la semana pasada en la cola para vacunarme contra la covid19. Viendo
todo tan organizado, celadores esperándote para aclarar dudas, instalaciones
impolutas, carteles indicativos novísimos, sistemas informáticos con diligentes
funcionarios comprobando tus datos, enfermeros pinchándote un vial y salas de
espera con médicos de retén, era difícil no pensar que tenía un coste.
Pero ni mi vacunación ni nada es
gratis. Todo tiene un precio y ese precio muchas veces es económico, tiene un
valor monetario. Pero incluso cuando no somos capaces de calcularlo en euros, posee
un valor en esfuerzo personal o en el coste de dejar de haber hecho otras cosas
por ello. Los economistas lo llamamos "coste de oportunidad", Samuelson,
premio nobel de economía decía que "toda elección implica un costo" y
por ello nada en la vida es gratis.
Por supuesto que se podría
calcular el precio de los apenas tres minutos que estuve en el hospital vacunándome.
Tendríamos que sumar lo que la administración ha pagado a los laboratorios por
las vacunas, pero también agujas, vendas y esparadrapo, añadir los sueldos de
todo el personal, los costes de las instalaciones sanitarias incluyendo construcción
y mantenimiento, no obstante, sería incompleto. De justicia parece sumar también
el valor de todas las actuaciones públicas estos meses para frenar la expansión
del coronavirus incluyendo nuevos hospitales; la factura de todo un sistema
sanitario volcado en atender a cientos de miles de contagiados y por supuesto
las personas que se han dejado la vida por llegar a esta situación, me refiero
a funcionarios como médicos o policías y los miles de ciudadanos que murieron
durante la pandemia por la ausencia de protección o por decisiones que
minusvaloraron la amenaza vírica.
Y aún más. Siguiendo a Samuelson habría
que incluir en esta imaginaria cuenta a satisfacer el coste de oportunidad de
no tener una industria farmacológica en España o la ausencia de políticas de
apoyo a la investigación que nos hubiera permitido tener antes a muchas más
personas inmunizadas y por tanto haber salvado de la muerte a miles de
españoles. Pero no se acaba la lista aquí porque no puede obviarse el coste que
sufren y sufrirán las personas que han perdido su empleo por la crisis pandémica
o los enfermos que han debido retrasar sus tratamientos por la alarma
sanitaria. Por no hablar del brutal impacto emocional que tendrá consecuencias
que se trasladarán a la sociedad y a la economía en términos de absentismo,
bajas laborales o atenciones médicas.
Pero, a pesar de todo ello, me
fui del hospital con mi brazo dolorido y sin decirle a nadie ¿qué le debo por
la vacuna?
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor en la
Universidad Internacional de La Rioja UNIR
No hay comentarios:
Publicar un comentario