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lunes, 8 de enero de 2024

Se acabó el turrón duro

(este artículo se publicó originalmente el día 8 de enero de 2024 en el periódico 20 Minutos)

El turrón forma parte de la Navidad. Además el de toda la vida, el duro. Recientemente he tenido que analizar la presencia digital de los directivos en redes sociales y me he acordado del dulce navideño típico. Mi sorpresa ha sido comprobar que aquí los líderes empresariales tienen una menor presencia digital que en otras partes del mundo. En Brasil y Argentina prácticamente todos los primeros ejecutivos de las empresas importantes están en redes sociales de carácter profesional, en España únicamente uno de cada tres.  

Hoy la opinión pública ya no se moldea, como antaño, exclusivamente en los medios de comunicación convencionales como televisión, prensa y radio, sino que es líquida. Este concepto fue acuñado hace unos años por el filósofo polaco Bauman para describir cómo las sociedades estaban dejando de tener principios rígidos y por tanto inmutables para evolucionar hacia un mundo sin certezas, dónde todo es susceptible de cambio. Lo sólido pasa a ser líquido.

En el pasado todo era más fácil para un directivo de una empresa. Se sabía que había que rendir cuentas por unos resultados ante una junta general y un consejo de administración. Una pléyade de empresarios vivió, así, tiempos felices, pero llego la modernidad líquida de Bauman con internet y las redes sociales. Y todo se complicó. Ya no basta con contentar a accionistas, sino que el prestigio de la empresa y por tanto su futuro, depende de lo que opinen clientes, proveedores, trabajadores, administraciones y cualquier paisano sin relación aparente. Y conforman su opinión de mil maneras. Nadie, por muy presidente que sea de una gran empresa, puede pretender aprehender algo líquido, como la nueva opinión pública, porque se te desparrama entre las manos.

Dicho eso, no se puede colegir que hay que rendirse ante la complejidad del momento. Más bien al contrario. La investigación de la que estoy hablando ha conseguido demostrar que cuando los directivos están en redes sociales con una presencia genuina y honesta, aumenta el prestigio de la empresa a la que representan. Largo camino por recorrer porque el análisis también ha detectado que no solo la presencia de los directivos, sino que el volumen de conversación es mucho menor que el de sus empresas.

Ahora que empieza un nuevo año y todos nos ponemos propósitos, no estaría mal que los que tienen altas responsabilidades en empresas piensen más allá de ratios económicos y saquen tiempo para abrir perfiles en redes sociales. No es una frivolidad invertir parte de la agenda en interactuar con cientos de miles de internautas, es una exigencia social. Un directivo que aspire a la excelencia ha de tener una huella digital sólida y ha de implicarse en el devenir de la comunidad a la que sirve. La conversación social no puede ir disociada de las preocupaciones empresariales. Un buen test para que hagan estos días muchos primeros ejecutivos sería esta simple cuestión ¿se habla lo mismo en mi comité de dirección que en la calle? Hoy la calle son las redes sociales y me temo la respuesta, a la vista de los datos que disponemos.

Pero volvamos al turrón duro. Seguro que nuestros padres no concebían la Navidad sin el. Pero todo cambia y también los gustos. Hoy otros dulces lo han sustituido. Una diversificada oferta de postres nos permite seguir disfrutando de estos días. Cambiar para seguir igual. Pues eso.


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

martes, 15 de marzo de 2022

Morituri te salutant

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 7 día de marzo de 2022)


Se cuenta que los gladiadores justo antes de luchar en el circo romano saludaban al Cesar con la expresión latina “los que van a morir, te saludan”. Han tenido que pasar mas de dos mil años para que otro luchador, esta vez ucraniano y presidente de su país, salude al mundo con el mismo mensaje.

Los rudimentarios discursos de Zelesnky grabados con su propio teléfono son un ataque al ejército ruso, mucho más contundente que cualquier misil. El presidente ucraniano, objetivo número uno de Putin, con su supervivencia insufla ánimos a sus compatriotas y pone en evidencia el poderío militar de sus vecinos. Esos videos caseros, cada día desde un diferente escondrijo, son esperados por todo el planeta, como prueba de que sigue vivo. Cada nueva imagen del mandatario en camiseta kaki, no es solo un día más de vida de Zelensky, sino una bofetada en la cara de Vladimir Putin. Cada pieza es una obra maestra de cómo comunicar “mensajes de la verdad”. Esta expresión que fue acuñada en un homónimo libro hace 30 años, se refería a aquellas situaciones en las que te juegas el futuro y es preciso decir la verdad con todas las consecuencias. Es difícil encontrar más verdades por segundo que en cualquier video del ucraniano. Sin escenarios grandiosos, ni trucos efectistas, desde la autenticidad y la honestidad ha conseguido ser el maestro de la comunicación de nuestros días. 

Los gladiadores, no sin cinismo, saludaban cortésmente al emperador que los llevaba a la muerte en los juegos romanos. Hoy Zelensky recuerda al mundo que puede morir sin que hagamos nada por defender su vida y la de su patria masacrada por un tirano. Rusia ataca a Ucrania y todos pegados al televisor. Dos mil años de distancia. pero todo es igual.

Un Cesar que se entretiene con guerreros y fieras. Esta vez es un oligarca ruso, que juega desde su palacio con las piezas de la guerra; un día masacra una ciudad, al otro amenaza la seguridad nuclear o bombardea corredores humanitarios.

El público que abarrota el circo. Esta vez todo el planeta en sus casas, siguiendo desde sus dispositivos el espectáculo de luces, sirenas, sangre y llantos de la contienda.

Los luchadores que mueren en la arena, esclavos y presos de la peor calaña. Esta vez son ciudadanos libres cuya única culpa fue nacer en la latitud equivocada en el peor momento de tiempo, pero que morirán igual de injustamente.

En Roma los gladiadores se convirtieron en ídolos, las personas con más honor de su civilización adorados por todos los romanos. Por mucho poder que acumulase el Cesar y a pesar de que el emperador sobrevivía y los guerreros morían en el circo cada día de los juegos, el pueblo consagró a los gladiadores como sus héroes y no a los emperadores. Ojalá no tengamos que esperar a que muera Zelensky para convertirlo en un referente. Ojalá no sobreviva Putin a Zelenski. Ojalá no llegué el día en el que la ausencia del video del presidente ucraniano sea la noticia. Ojalá no lamentemos haber hecho caso omiso de sus agónicas peticiones porque estábamos muy ocupados poniendo la bandera de Ucrania en nuestro perfil de Twitter.

Iñaki Ortega es doctor en economía en la Universidad en Internet UNIR y LLYC

viernes, 13 de agosto de 2021

Un nuevo juramento

 

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 8 de agosto de 2021)


La medicina nace hace más de dos mil años en la Antigua Grecia cuando se evoluciona de la curación basada en la magia y la religión a lo clínico, a lo científico. Hipócrates es considerado el padre de esta medicina moderna pero también ha pasado a la historia por haber dejado escrito el primer código ético de conducta en una profesión que se mantiene en nuestros días. Es el juramento hipocrático, un compromiso que asume el médico para actuar siempre en beneficio del ser humano y nunca perjudicarlo. Del compromiso moral del médico griego en forma de promesa, se evolucionó el siglo pasado a los códigos deontológicos. Periodistas, abogados, médicos y otras profesiones tienen en esos códigos, negro sobre blanco, una serie de compromisos éticos a seguir en el ejercicio de su actividad. Fue el filósofo alemán Kant quien popularizó la deontología para referirse a aquella parte de la ética que trata deberes y principios que afectan a una profesión

Las noticias falsas nos llevan a tomar decisiones injustas y conforme a un reciente informe dos de cada tres ciudadanos (68%) se ve incapaz de diferenciar lo que es real de una manipulación deliberada o un bulo. La automatización destruye los empleos de los más vulnerables, de hecho, McKinsey ha pronosticado que entre 400 y 800 millones de personas serán desplazadas de sus puestos de trabajo antes de 2030 debido a la automatización. La ciberdelincuencia campa por sus respetos empobreciendo a los atacados y haciendo más fuertes a los criminales; en España un 24% de las grandes empresas han sufrido algún ataque, pero el 31,5% de los usuarios particulares de Internet han sido hackeados.

Acabamos de citar tres ámbitos en los que la digitalización está lesionando la dignidad del ser humano. Solamente tres expresiones de esta era digital en los que la ética profesional defendida por Hipócrates y Kant ni está ni se le espera. Podríamos citar muchas más como la “uberización” de la economía o lo que es lo mismo la precarización de muchos empleos vinculados a plataformas tecnológicas o la habitual utilización de los datos personales para usos mercantiles sin permiso alguno, pero la gota que ha colmado el vaso ha sido la noticia esta semana de que el nuevo iPhone podrá saber las fotos que ves y denunciarte a la policía. El profesor Anderson de la Universidad de Cambridge ha alertado de que con esa decisión de Apple estaríamos en la antesala de la vigilancia permanente de nuestra intimidad.

Detrás de todas estas expresiones que atentan contra la ética hay profesionales, muchas veces directivos que deberían ser conscientes de que sus decisiones en el ejercicio de su actividad lesionan derechos y pueden llegar a ser inmorales. Una suerte de nuevo juramento hipocrático para los tecnólogos podría ser la solución y no son pocas las instituciones que ya lo han propuesto. Mi amigo Ignacio Pascual que trabaja seleccionando directivos en la firma Alexander Hughes me ha dado otra solución este verano. La autorregulación. Su argumento es que cada vez más los criterios de búsqueda de los mejores ejecutivos incluyen además de experiencia y capacitación técnica, exigencias de estándares éticos. Las empresas empiezan a darse cuenta de que tan importante como ganar dinero es hacerlo sin dejar a nadie atrás. Ojalá estemos a tiempo. 


Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la UNIR


martes, 30 de abril de 2019

Hackear el ser humano

(este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días el día 30 de abril de 2019)

«Entramos en la era de hackear humanos. A lo largo de la historia nadie tuvo suficiente conocimiento y poder para hacerlo, pero muy pronto, empresas y gobiernos hackearán a personas» No es ciencia ficción, es la premonición de uno de los autores más leídos en el mundo, el profesor de historia Yuval Noah Harari. 

Cualquier usuario de Internet ya ve como normal la irrupción de publicidad absolutamente personalizada gracias a los datos que se recolectan de las páginas que visitamos. Pero también cualquier lector informado sabe que las más importantes agencias de inteligencia tienen como prioridad luchar contra las noticias falsas emitidas desde el exterior que buscan tensionar y desestabilizar nuestras democracias. Quizás no es tan conocido que los tribunales de justicia de este parte del mundo ya dedican más tiempo y recursos a los delitos en la red que a los convencionales o que el cibercrimen mueve más dinero que cualquier industria del mundo, exactamente un 1% del PIB mundial. Además, las noticias sobre el uso perverso de Internet se acumulan: hace unos meses el caso Cambridge Analytica puso de manifiesto que Facebook vendía los datos personales de sus usuarios o recientemente la investigación de la fiscalía de EE. UU. concluyó que Rusia espió, usando Internet, al partido demócrata para beneficiar al entonces candidato Trump. Pero no olvidemos otros casos como Falciani que filtró datos personales bancarios o Weakileaks que hizo lo mismo, pero con agentes secretos, por no mencionar los famosos Papeles de Panamá o los virus informáticos que todos los días se crean como el famoso Wannacry.

Por tanto, si gobiernos y empresas sin escrúpulos ya pueden hackear las elecciones de la primera potencia del mundo; nuestros datos personales (incluso médicos) o el 90% de las empresas españolas ha sido ya atacadas (según un reciente informe de Panda) cuánto tiempo falta para que se creen algoritmos que nos conocerán mejor que nosotros mismos. Con esa tecnología y con todos nuestros datos, insistimos no solo económicos sino también biométricos, será muy fácil manipular, pero también controlar a cualquier ciudadano o empresa.

Las tecnologías de la información son el presente y no deben alarmarnos. Sin embargo, es preocupante que la masiva recolección de grandes conjuntos de datos personales unido al desarrollo de tecnologías como la inteligencia artificial pueda dar lugar a maquinas que nos conozcan mejor que nosotros mismos y que usadas perversamente acaben lesionando la privacidad, la reputación e incluso la dignidad del ser humano.  En este contexto un grupo multidisciplinar de profesores de la Universidad de Deusto, entre los que nos encontramos, proponemos que el derecho actúe como límite a la explotación abusiva de las tecnologías de la información. El ser humano ha de ser capaz de disfrutar de los beneficios de estas tecnologías, pero al mismo tiempo, debe articular instrumentos que le permitan evolucionar en su uso y desarrollo. Los usuarios de la tecnología hemos perdido ya el control de nuestros datos ahora toca retomar esa potestad.

A lo largo de la historia, cada impulso relevante en la defensa de los derechos humanos ha surgido como respuesta de la sociedad civil a manifiestos abusos del poder. Ante el auge exponencial de tantas violaciones de derechos en el mundo digital, no parece razonable demorar la proclamación y afirmación de nuevos derechos fundamentales, surgidos a partir del avance y desarrollo tecnológico. La catedrática valenciana Adela Cortina resume perfectamente la tarea a encarar “todos, sin esperar a la política, tenemos que ser activistas para frenar las noticias falsas, el auge de los populismos, las intromisiones en la intimidad o la falta de seguridad y neutralidad en la red”.

La transformación digital ha traído indudables ventajas, algunas irrenunciables. Pero la respuesta no puede articularse a partir de la frontal oposición a la tecnología, sino mediante su humanización. De modo y manera que prevalezca el bien común sobre los intereses particulares, por mayoritarios y legítimos que éstos sean; así como la prioridad del ser humano sobre todas sus creaciones, como la tecnología, que está a su servicio. Humanizar internet es priorizar la integridad de la persona, más allá del reduccionismo de los datos que pretenden cosificarlo, pero también reivindicar la autonomía y responsabilidad personales frente a las tendencias paternalistas y desresponsabilizadoras. Por último también urge en este campo defender la equidad y justicia universal en el acceso, protección y disfrute de los bienes y derechos que posibilitan una vida digna del ser humano
Por eso concluimos con el profesor Harari que, si los nuevos algoritmos que gestionan nuestra intimidad no son regulados, el resultado puede ser el mayor régimen totalitarista que jamás ha existido que dejará pequeño al nazismo o al estalinismo. Quién será ese nuevo “Gran Dictador” nadie lo sabe, igual es un país o por qué no una empresa o incluso una red de piratas informáticos desde el anonimato de sus hogares. No es el nuevo argumento de un videojuego, es simplemente la constatación de un hecho que por desgracia no tiene el protagonismo que debiera en la opinión pública.  Ojalá que el nuevo tiempo político que ahora se abre ponga el foco en estas cuestiones porque si no quizás será demasiado tarde para reaccionar.

Eloy Velasco es juez de la Audiencia Nacional e Iñaki Ortega es director de Deusto Business School

lunes, 26 de noviembre de 2018

Azorín versus Rufián en la era de Google.


(este artículo se publicó originalmente el día 26 de noviembre de 2018 en el diario La Información en la columna #serendipia)


Las Cortes Generales siempre han sido fuente de noticias. De hecho ser cronista parlamentario es una vieja profesión que no ha desaparecido ni lo hará por la irrupción de la digitalización. Larra en el siglo XIX, Azorín en el XX o Luis Carandell en la transición nos deleitaron con sus artículos escritos en sede parlamentaria. Siempre se necesitará el buen oficio de profesionales que separen la paja del grano y nos cuenten lo relevante de esas prolijas y tediosas sesiones plenarias. Pero eso no quiere decir que de ahora en adelante los periodistas adscritos al Congreso y Senado lo vayan a tener fácil. Para muestra un botón. La semana pasada los medios nos contaron la enésima bufonada del parlamentario Rufián que esta vez desbordó la paciencia de la Presidenta del Congreso y finalmente fue expulsado no sin antes protagonizar, un conmilitón, la noticia de la semana, con un amago de esputo al ministro Borrell. Muy difícil es no llevar a portada este incidente pero más todavía es categorizarlo como menor frente a otras decisiones tomadas en la misma institución precisamente el mismo día.

Sin pena ni gloria llegó a los medios de comunicación que el Senado había aprobado la nueva Ley Orgánica de Protección de Datos y de Garantía de los Derechos Digitales (LOPD). Quizás porque esta pasada primavera acabamos todos hartos de recibir correos electrónicos que nos alternaban de la inminencia de una nueva norma de protección de datos en la que Europa nos exigía más rigor a empresas y ciudadanos a la hora de manejar datos personales. Tantos mensajes que como una espada de Damocles amenazaban con el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) si no dábamos nuestro consentimiento a cientos de empresas -la mayoría de veces desconocidas para nosotros- dio como resultado el contrario al deseado, nos hicimos insensibles, por hartazgo, a estar atentos al uso de nuestros datos.

Es aquí donde el noble oficio del informador parlamentario ha de seguir teniendo sentido. Porque entre múltiples comisiones y largos ordenes del día hay que encontrar que casi a la vez que Rufián era expulsado, el pleno de la Cámara Alta del día 21 de noviembre aprobó, con muchos retraso -6 meses frente la obligación europea- y con una amplia mayoría, 220 votos a favor y 21 en contra. 

Únicamente algunos medios especializados dedicaron un breve para alertar de que la nueva norma permitiría a los partidos políticos rastrear datos y realizar perfiles ideológicos de los ciudadanos. A partir de ahí tirando de ese hilo las redes sociales se hicieron eco, con cierto alarmismo y muchas críticas a los partidos políticos por usar datos privados para su beneficio. Indignación es la palabra que mejor resume el estado de ánimo de los que opinaron sobre este asunto. Como si el uso de nuestros datos para intereses espurios fuese algo nuevo y los partidos políticos los únicos ideólogos de esta funesta práctica. 

Los lectores de esta columna recordarán el dataísmo, este fenómeno se describe como una ideología emergente casi una “religión” en la que se adoran los datos como el bien supremo. El término se acuña sarcásticamente como expresión de un mundo que nos ha tocado vivir en el que las grandes empresas tecnológicas convertidas en plataformas usan los datos de sus usuarios como mercancía con la que ganas pingues beneficios sin que la indignación anteriormente mencionada incendie twitter. Es más fácil obtener eco digital atacando a los políticos que a las plataformas que sostienen las redes sociales.

En cambio -a pesar de lo poco que se ha hablado de ello estos días- la ley aprobada en el Senado, sí pone el dedo en la llaga y regula -casi como una suerte de nueva carta de derechos- realidades nacidas con la irrupción de internet. La neutralidad de la red y su acceso universal, los derechos a la educación y seguridad digital así como el derecho al olvido, la portabilidad y el testamento virtual. También el derecho a la desconexión digital, la libertad de expresión, la rectificación y la protección de los menores en interna tienen su espacio en esta norma.

Una buena noticia que ha de ser conocida y que desde numerosas instituciones venía tiempo reclamándose. Sin ir más lejos el mismo día que se aprueba la norma en cuestión, el Rey Felipe VI pero también el prestigioso jurista Antonio Garrigues Walker manifestaron respectivamente su preocupación por respetar la privacidad de las comunicaciones digitales y luchar por la verdad en las redes sociales. Por último la Universidad de Deusto ha presentado un valiente manifiesto a favor de una actualización de los derechos humanos en los entornos digitales que les animo a ojear. Ya que además de lo regulado en la LOPD se habla del derecho a la propiedad intelectual en la red, la igualdad de oportunidades en la economía digital o el derecho a la alfabetización digital, todo desde una perspectiva legal, empresarial, técnica y ética.

Estoy seguro que  algún medio se hará eco de esta declaración universitaria porque todavía hoy quedan, espero que por mucho tiempo, profesionales en las redacciones que saben que hay noticias que no aparecen en los sofisticados motores de búsqueda implementados por los feligreses del dataísmo. 


Iñaki Ortega es profesor de la Universidad de Deusto y ha formado parte del equipo redactor de la Declaración sobre los Derechos Humanos en los entornos digitales.