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lunes, 8 de enero de 2024

Se acabó el turrón duro

(este artículo se publicó originalmente el día 8 de enero de 2024 en el periódico 20 Minutos)

El turrón forma parte de la Navidad. Además el de toda la vida, el duro. Recientemente he tenido que analizar la presencia digital de los directivos en redes sociales y me he acordado del dulce navideño típico. Mi sorpresa ha sido comprobar que aquí los líderes empresariales tienen una menor presencia digital que en otras partes del mundo. En Brasil y Argentina prácticamente todos los primeros ejecutivos de las empresas importantes están en redes sociales de carácter profesional, en España únicamente uno de cada tres.  

Hoy la opinión pública ya no se moldea, como antaño, exclusivamente en los medios de comunicación convencionales como televisión, prensa y radio, sino que es líquida. Este concepto fue acuñado hace unos años por el filósofo polaco Bauman para describir cómo las sociedades estaban dejando de tener principios rígidos y por tanto inmutables para evolucionar hacia un mundo sin certezas, dónde todo es susceptible de cambio. Lo sólido pasa a ser líquido.

En el pasado todo era más fácil para un directivo de una empresa. Se sabía que había que rendir cuentas por unos resultados ante una junta general y un consejo de administración. Una pléyade de empresarios vivió, así, tiempos felices, pero llego la modernidad líquida de Bauman con internet y las redes sociales. Y todo se complicó. Ya no basta con contentar a accionistas, sino que el prestigio de la empresa y por tanto su futuro, depende de lo que opinen clientes, proveedores, trabajadores, administraciones y cualquier paisano sin relación aparente. Y conforman su opinión de mil maneras. Nadie, por muy presidente que sea de una gran empresa, puede pretender aprehender algo líquido, como la nueva opinión pública, porque se te desparrama entre las manos.

Dicho eso, no se puede colegir que hay que rendirse ante la complejidad del momento. Más bien al contrario. La investigación de la que estoy hablando ha conseguido demostrar que cuando los directivos están en redes sociales con una presencia genuina y honesta, aumenta el prestigio de la empresa a la que representan. Largo camino por recorrer porque el análisis también ha detectado que no solo la presencia de los directivos, sino que el volumen de conversación es mucho menor que el de sus empresas.

Ahora que empieza un nuevo año y todos nos ponemos propósitos, no estaría mal que los que tienen altas responsabilidades en empresas piensen más allá de ratios económicos y saquen tiempo para abrir perfiles en redes sociales. No es una frivolidad invertir parte de la agenda en interactuar con cientos de miles de internautas, es una exigencia social. Un directivo que aspire a la excelencia ha de tener una huella digital sólida y ha de implicarse en el devenir de la comunidad a la que sirve. La conversación social no puede ir disociada de las preocupaciones empresariales. Un buen test para que hagan estos días muchos primeros ejecutivos sería esta simple cuestión ¿se habla lo mismo en mi comité de dirección que en la calle? Hoy la calle son las redes sociales y me temo la respuesta, a la vista de los datos que disponemos.

Pero volvamos al turrón duro. Seguro que nuestros padres no concebían la Navidad sin el. Pero todo cambia y también los gustos. Hoy otros dulces lo han sustituido. Una diversificada oferta de postres nos permite seguir disfrutando de estos días. Cambiar para seguir igual. Pues eso.


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

martes, 24 de enero de 2023

Miopías económicas

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 23 de enero de 2023)


Estas primeras semanas de enero son propicias para los balances. Las contabilidades anuales se cierran y los datos calentitos aparecen en la mesa de los gerifaltes.  Al gobierno le ha faltado tiempo para sacar pecho por los datos de empleo e inflación del año pasado. Pedro Sánchez desde los valles nevados de Davos ha exhibido musculatura: “tenemos el mayor nivel de empleo de nuestra historia, crecemos por encima de la media de la eurozona y registramos la menor inflación de la UE”. Pero no ha sido el único, las grandes empresas han aprovechado también para presumir de todo tipo de indicadores de sostenibilidad, con logros impresionantes en materia de transición energética pero también en diversidad y buen gobierno:  menos huella de carbono, más mujeres en los consejos y mucho impacto social en colectivos desfavorecidos.

La miopía es una anomalía del ojo que produce una visión borrosa o poco clara de los objetos lejanos pero que permite ver muy bien de cerca. Me temo que algo así les está pasando a tanto dirigente con la economía real. Leen muy bien los cercanos datos estadísticos ya sean de la contabilidad nacional o de sofisticadas ratios corporativos, pero lo lejano lo perciben muy borroso. Es lejano, a la vista de tanto triunfalista balance, la realidad de millones de españoles que siguen en el desempleo o con precarios contratos que les permite solamente mal vivir. O les pilla también muy lejos una mayoría de la población que sufre el encarecimiento del 30% -en apenas dos años- de la cesta de la compra. Por no hablar de los cientos de miles de hipotecados y pymes endeudadas que han entrado en pánico con inopinadas subidas de las cuotas de sus créditos. También quedan muy lejos para muchas empresas y sus índices de sostenibilidad los mayores de 50 años condenados al desempleo, las mujeres que no sueñan con un consejo sino con una promoción o los jóvenes titulados que han perdido la ilusión de emanciparse con los sueldos ofrecidos por el mercado, por no hablar de tanto agricultor que no había visto tanta sequía en su vida o esos ganaderos que no pueden pagar el pienso.

La miopía se corrige con gafas que permiten ver de lejos y así poder llevar una vida normal. Estas anomalías económicas también pueden tratarse de una manera sencilla, hay que adaptar la visión de los dirigentes para que no solo vean lo cercano, sino que estén en contacto con una realidad lejana que no es cotidiana para ellos. Por eso las miopías económicas se curan escuchando las conversaciones en el autobús o en el metro. En la cola del supermercado y en las oficinas de empleo. En los pasillos de los últimos cursos de la universidad y en los másteres del sábado a las 9 de la mañana. En la mesa de los empleados de banca cuando la gente llega llorando porque no entiende la subida de la hipoteca. Más calle y menos obtusos indicadores.

Iñaki Ortega es doctor en economía en la Universidad de Internet (UNIR) y LLYC

lunes, 2 de agosto de 2021

La ética de la letra pequeña

 Este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 29 de julio de 2021)


Los prospectos de los medicamentos son una lectura entretenida comparados con las cláusulas de cualquier contrato promovido por una multinacional. No tengo dudas de que el lector ha podido comprobar qué difícil es leer completo el papel que acompaña a las medicinas en el que se indica composición, posología y efectos secundarios. La letra tan pequeña y los términos complejos no lo hacen precisamente sencillo, por no hablar del mal cuerpo que se le pone a cualquiera con tantos eventuales riesgos. Nada comparable al clausulado mercantil para ser proveedor de una gran empresa. Confidencialidad de los datos, propiedad industrial, normativa de seguridad, tribunales competentes, derecho aplicable, prevención de la corrupción, cumplimiento de los derechos humanos y responsabilidad ambiental. A pesar de lo tedioso de su lectura es una gran noticia que podemos situar su origen en el acrónimo corporativo de moda, la ESG. Sin duda el mundo puede ser mejor gracias a esos interminables párrafos de letra pequeña.

Las siglas en inglés ESG pueden traducirse como sostenibilidad de las empresas en materia medioambiental, social y de gobierno. Las corporaciones han de ser transparentes en sus emisiones de carbono, pero también en cómo tratan a sus empleados, clientes y proveedores, sin olvidar si respetan a sus accionistas y no aplican liderazgos tóxicos. Hoy estos ejemplos de buenas prácticas de ESG se han convertido en una obligación para grandes empresas. Algunas porque al ser cotizadas, los códigos de buen gobierno de los supervisores se lo exigen,; otras puesto que las leyes de sus países de origen ya lo recogen; una gran mayoría porque sus accionistas lo han incorporado como demanda en los últimos años y finalmente porque cada vez más compañías han abrazado un propósito que da sentido a su desempeño, solamente si cumplen esos estándares éticos.

Esa letra pequeña garantiza por tanto que las grandes empresas no aprovechen los contratos con proveedores para incumplir las prerrogativas éticas de la ESG. No puede, quien contrate con esas grandes empresas, discriminar por edad, sexo, raza o ideología, tampoco pueden contaminar, aunque esté en un país con laxas legislaciones medio ambientales y ni mucho menos incumplir los derechos humanos al implementar su oferta de bienes o servicios. ¡Bendita letra pequeña!

Pero, y también lo sabe el que ha contratado con una pequeña empresa, que eso no pasa en todas las compañías. Y conforme el tamaño empresarial se reduce, salvo honrosas excepciones, los términos como la ESG o el propósito son lujos que ni pueden permitirse. De estas palabras no puede desprenderse que las pymes obvian la ética, sino que simplemente la han aplicado sin necesidad de letra pequeña. En la gran mayoría de los casos los pequeños empresarios, especialmente en estas latitudes, han demostrado un alto compromiso con su entorno, lo que incluye las comunidades en las que actúan. La pandemia nos ha puesto en el espejo de cómo esas microempresas patrias han dado lecciones de moralidad en la peor situación inimaginable.

Esta irrupción de nuevos estándares éticos en la economía capitalista ha empezado por arriba, por las grandes corporaciones, quizás porque las unidades empresariales más pequeñas no tenían la sombra de la sospecha por la cercanía de los empleadores a clientes, proveedores y trabajadores. Pero la economía de mercado tiene otros agentes que actúan a pesar de no tener naturaleza mercantil. Las administraciones públicas se han convertido en un jugador clave de cualquier mercado del planeta. Más allá de su responsabilidad a la hora de marcar las reglas de juego de la actividad económica, el sector público contrata, emplea y tiene clientes y usuarios. En España, miles de millones de facturación, millones de empleados y otros tantos de ciudadanos que contratan servicios bien sea a administraciones o a empresas públicas.

Por ello este movimiento ético ha de arribar también en los gobiernos y su sector público empresarial. Algunos defenderán que los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas están en sus planes de gobierno y que sus altos cargos llevan todos el pin de colores de los ODS. Otros dirán que la normativa vigente ya prevé estos supuestos, pero la realidad es que en muchos concursos públicos pesa más el precio que los derechos humanos. El reciente escándalo del rescate de una línea aérea vinculada a un régimen antidemocrático no puede considerarse una anécdota sino un fallo del sistema que obvia la ética. Porque se sigue contratando desde el sector público empresarial a empresas basadas en países que no respetan los derechos humanos y prohíben la libertad de expresión, no existen garantías procesales o persiguen al diferente. Competencia desleal, alguien lo ha llamado. Nosotros desde esta parte del mundo firmando interminables cláusulas, mientras los que ganan los concursos violan sistemáticamente derechos como el de libertad sexual, reunión o explotación infantil. El precio parece que vale más en muchos pliegos públicos de licitación que la propia moralidad.

Por eso y aunque suponga más BOE, esta nueva ética de la letra pequeña no entiende de público o privado.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)


miércoles, 24 de marzo de 2021

Pandenomics

(este artículo se publicó originalmente en el periódico La Información el día 23 de marzo de 2021)

El cambio del milenio trajo la vana ilusión de conseguir alinear empresa y sociedad. En la agenda, súbitamente, en 1999, apareció la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) y los objetivos del milenio (ODM) de Naciones Unidas. También, ese año, nació el índice Dow Jones Sustainability y Global Compact, el pacto mundial por la sostenibilidad. Michael Porter comienza entonces a formular desde lo que llamó filantropía corporativa, su teoría del valor compartido. Básicamente el profesor de la Universidad de Harvard defendía alinear el éxito de la empresa con el éxito de la comunidad en la que se opera, para ello hay que retribuir a la sociedad con parte de los beneficios de la compañía. La realidad es más tozuda y este intento de socializar el capitalismo se quedó en estético y la RSC en una cortina de humo. La brecha entre empresa y sociedad lejos de reducirse se agrandó. No es fácil. Son muchos siglos en los que la economía y el humanismo han sido dos ríos que nunca llegaban a juntarse.

La economía, desde que existe como tal, defiende la existencia de ventajas competitivas. Adam Smith en el siglo XVIII matizó en su libro “La Riqueza de las Naciones” esa ventaja por la existencia de una mano invisible (el mercado) que llevaba al bien común. En el siglo XX, para Schumpèter, esa ventaja reside en la fuerza creativa de los emprendedores y para Keynes es el Estado en que garantiza que el ventajismo no genere desigualdad. Pero Milton Friedman en 1970 acuña su célebre frase que aún permanece en la mente de muchos directivos, “la única responsabilidad social de los empresarios es incrementar sus ganancias”. Aunque en 1993 el nobel Douglas North postuló la importancia de las instituciones, entre ellas las empresas, para evitar las injusticias económicas, la corriente de la escuela de Chicago de Friedman siguió ganando adeptos en las corporaciones durante todo el siglo XX. 

Ya desde Aristóteles, la filosofía ha reflexionado sobre el humanismo. Tomás de Aquino postulando por la dignidad del ser humano; Rousseau con su “contrato social “que inspiró la Revolución Francesa frente al absolutismo o la defensa de las libertades civiles en el nacimiento de los Estados Unidos de América frente al dogmatismo de la metrópoli, permitieron el surgimiento en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1948 de Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero por más que en 1999 se intentó seguir esa línea con los objetivos de desarrollo del milenio y en 2015 los ODS (objetivos de desarrollo sostenible), todavía la economía y la sociedad seguían caminos diferentes.

Pasaron los años y el tercer milenio avanzó inexorablemente hasta la crisis del 2008 que agrandó la brecha entre la empresa y la gente. El mejor caldo de cultivo para un populismo que comenzó a hacerse notar en el mundo y también en nuestro país. El Brexit, la era Trump o el auge de los movimientos antisistema como los chalecos amarillos en Francia o el 15-M en España alertó a muchos directivos a retomar una agenda del cambio. De modo y manera que en 2019 la patronal American Business Round Table pide redefinir las reglas del capitalismo; el periódico Financial Times exige al mismo tiempo reinventar el capitalismo y en el foro de Davos de ese año solo se habla de un nuevo capitalismo del propósito. Los acontecimientos se precipitan y el primer ejecutivo del mayor fondo de inversión del mundo, BlackRock, amenaza con dejar de invertir en empresas que no sean sociales y en España se traspone la directiva comunitaria que exige, por ley, dar información sobre la labor social de las empresas (ley 11/18 de información no financiera y diversidad). Nace el acrónimo ESG (sostenibilidad en materia medio ambiental, social y de gobierno corporativo) como mantra que han de seguir las empresas que quieran sobrevivir en la nueva economía. Hasta la CNMV en la modificación de su código de buen gobierno en 2020 decide sustituir la RSC por la sostenibilidad de la ESG. 

Y de repente la pandemia. La economía de la pandemia o pandenomics ha venido para quedarse. En Argentina el catedrático Javier Milei idéntica pandenomics con mega recesión, inflación y crisis global. En España, la economista jefe de Singular Bank, Alicia Coronil usa pandenomics como sinónimo de inestabilidad ante el auge de China y la desaparición de Abe en Japón y Merkel en Alemania. Yo prefiero una visión más optimista. La economía de la pandemia permitirá el milagro de que los dos ríos condenados a no juntarse nunca -la economía y la sociedad- finalmente lo hagan. La emergencia sanitaria logró que en la fábrica de SEAT de Martorell los motores de los parabrisas se convirtieran en respiradores. El confinamiento permitió comprobar lo sencillo que era tener ciudades con el aire respirable, si conducimos menos. Los fondos públicos bien usados, como en España con los ERTEs y los ICOs salvan a empresas que así mantienen los empleos. Los tenedores de grandes locales comerciales rebajaron los alquileres a los comercios sin actividad. Al mismo tiempo, sin trabas públicas ni organizativas, pudo diseñarse en tiempo récord una vacuna que salva millones de vidas todos los días. Se concilió vida profesional y laboral, con los niños y padres en videoconferencias. Nadie se quedó sin luz o conexión telefónica y de datos. 

Pero lo mejor está por llegar en pandenomics. Europa con el plan de su presidenta Úrsula Von der Leyen, Green New Deal o pacto verde, para hacer que Europa sea climáticamente neutral en 2050. O los fondos Next Generation que ayudarán a que empresas de la mano de la administración modernicen nuestra economía. El capital privado de todo el mundo movilizado para invertir en tecnologías que frenen el cibercrimen, mejoren la salud global o eliminen la huella de carbono. Tecnológicas y startups con nuevos marcos amistosos promovidos por los gobiernos, conseguirán una economía competitiva que genere empleo de calidad y no deje a nadie atrás. Llámenme iluso. Pero la economía de la pandemia puede obrar el milagro. El dolor de este año nos ha hecho descubrir que solo desde la unión de lo público y lo privado, lo económico y los social, se conseguirá vencer al coronavirus pero sobre todo construir un mundo mejor.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

viernes, 8 de marzo de 2019

Ambidiestro


(este artículo se publicó originalmente el día 5 de marzo de 2019 en el diario La Información en la columna #serendipia)

El antiguo dios Jano ha llegado a nuestros días en el lenguaje, el mes de enero tiene su etimología en la Roma Clásica ya que se dedicaban los primeros días del año a su invocación, de ahí que del latín Ianuariaius evolucionásemos al primer mes de año en castellano o al vocablo January en inglés. Pero hay algo más que las empresas de todo el planeta llevan un tiempo practicando que tiene su origen en el culto a Jano. En la mitología romana a este dios se le representaba con dos caras, ambas de perfil una mirando hacia delante y otra hacia atrás. De hecho Jano es el dios de las transiciones, de los comienzos y de los finales. En las puertas y los portales romanos era habitual una efigie de Jano delante de la puerta (para entrar) pero también una representación del mismo dios en la parte de dentro de la puerta (donde se sale). Jano protege, por tanto, en las dos acciones precisamente porque tiene dos caras y cada una de ella sirve para una función.

Desde hace décadas las organizaciones más dinámicas han previsto la incertidumbre del momento actual. Cabe recordar que el concepto de sociedades líquidas fue acuñado por el filósofo polaco Bauman ya en los 80 del siglo pasado o el recurrido acrónimo VUCA (volátil, incierto, completo y ambiguo) se utiliza por la inteligencia americana desde finales del milenio pasado.  Por ello para adaptarse a los continuos cambios que cada vez son más rápidos e imprevistos, las empresas globales han pergeñado nuevos perfiles para sus empleados que les permitan gestionar estas situaciones. Profesionales que gestionen una empresa con estructuras eficientes y optimizadas para servir al negocio actual pero a la vez abiertos al ingente reto de manejar cambios exponenciales y superar cualquier estructura pasada. Directivos que cumplan con las demandas de sus accionistas haciendo crecer la facturación y el beneficio pero que no dejen de monitorizar las innovaciones disruptivas que hoy ya surgen en cualquier lado. Altos cargos empresariales que sean exploradores para descubrir oportunidades en las tecnologías exponenciales pero también guerreros que defiendan el modelo de negocio de su compañía ante agresiones externas. Ejecutivos que soporten rígidos mandatos pero promuevan liderazgos ligeros. Dos caras de una misma moneda, como la representación del dios Jano. Un líder incumbente que a la vez sea un líder insurgente que solamente puede lograrse en las llamadas organizaciones ambidiestras. Ambidiestras como esas personas que tienen la capacidad de usar aparentemente con la misma habilidad la mano izquierda la derecha. Un deportista ambidiestro, como Rafa Nadal, es diestro con ambas manos, maneja por tanto las dos extremidades con la misma soltura, y a la vista están las consecuencias de esa pericia. Las empresas del futuro serán aquellas que tengan la misma soltura en innovar que en facturar, la misma habilidad en contentar a los accionistas que a la sociedad, la misma pericia en servir con eficacia a sus clientes que a sus empleados.

Por eso han visto ustedes estos días a los mismos presidentes de grandes compañías quitarse la corbata para pasear casi en camiseta y vaqueros por el Mobile de Barcelona como enfundarse en sus más oscuros trajes para comunicar sus resultados y previsiones de dividendos. En esta lógica la presidenta del Banco Santander se declara un día feminista para otro apostar por los emprendedores o las promociones comerciales más agresivas. Por no mencionar a otras grandes corporaciones que se pelean no por estar en la cabeza de los rankings de beneficios sino en los índices de sostenibilidad. Solamente desde la “ambidestreza” se entiende también la carta abierta de este año del Consejero Delegado  de uno de los mayor fondos de inversión del mundo, Blackrock. Larry Fink conocido por ser uno de los mejores gestores del planeta no escribe a sus participadas para comentar ratios u otros indicadores sino para pedir diversidad e incorporar “la mentalidad millennial” en las viejas estructuras empresarial. Otro ambidiestro en el panorama de las organizaciones.

Pero la novedad es que este fenómeno se está capilarizando a otras disciplinas y la política española la va a necesitar en buenas dosis y bien aplicadas. Partidos políticos que sean coherentes con su programa electoral pero a la vez tengan capacidad para pactar. Líderes que sean atractivos pero con solidez intelectual. Candidatos que busquen el bien común sin traicionar a su electorado. Coaliciones que permitan la gobernanza pero no a costa del erario público y el bienestar de las siguientes generaciones.

Por eso un aviso final para los aprendices de esta nueva destreza. Un ambidiestro no aparenta simplemente el dominio de ambas manos porque, por ejemplo en el tenis, al cabo de unos intercambios de bolas se deshace el engaño. Las organizaciones y los líderes ambidiestros no se consiguen simplemente con gestos a la galería sino que detrás de esa destreza lo que hay es horas y horas de esfuerzo, lo que hay es coherencia. Prueben sino a escribir con su mano izquierda si son diestros, a al revés en el caso de los zurdos, el partido al que van a votar estas elecciones generales. El resultado les ayudará a pensar en lo difícil que es ser ambidiestro sin mucho entrenamiento detrás.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

domingo, 22 de noviembre de 2015

La cuadratura del círculo

(este artículo fue publicado originalmente en el periódico ABC  el día 22 de noviembre de 2015)


El problema geométrico conocido como “la cuadratura del círculo” es uno de los mayores misterios sin resolver de la matemática. La cuestión reside en hallar un cuadrado que posea un área que sea igual a la de un círculo dado. ‎Desde la Grecia clásica y con especial ímpetu en el siglo XIX se ha intentado resolver sin éxito, así hasta nuestros días. De hecho, el asunto ha sobrepasado la matemática para incorporarse a nuestro lenguaje como una expresión muy habitual para referirse a un problema imposible o muy difícil de solucionar.

Igualmente de irresolubles han sido durante muchos años otros problemas, ya no matemáticos, sino sociales y económicos y que hoy, gracias sobre todo a la tecnología y a una creciente concienciación, están empezando a dejar de s‎erlo.
‎En 1965 un joven científico, en California, formuló un ley que no ha dejado de cumplirse desde entonces. Gordon Moore ‎vaticinó que cada año la capacidad de los microprocesadores se doblaría, a su vez cada año el precio de esos chips sería la mitad. La llamada “ley de Moore” explica, que hoy, en nuestros bolsillos con nuestro móvil, tenemos más capacidad de procesamiento que todos los ordenadores que tenía la NASA cuando el hombre llegó a la Luna. Por ello vivimos una revolución tecnológica, de una velocidad tal, que está permitiendo universalizar el acceso al conocimiento y al capital como nunca antes. Por primera vez en la historia los emprendedores tienen en sus manos las armas para cambiar el mundo.

En 1982 el arquitecto suizo Walter R. Stahel‎ formuló la teoría de la economía circular en un informe, junto a otros colegas, para la Comisión Europea. Una economía lineal que ‎produce, consume y finalmente tira a la basura, es insostenible. Ha de ser sustituida por un sistema circular coherente, como lo que ha hecho siempre la naturaleza, que convierte los residuos en recursos. Stahel nunca pudo imaginar que en un país como España, más de 30 años después, el 74% de los envases se reciclan o que disponemos de un sistema integrado de gestión a la altura de los más avanzados de Europa y que hace posible que desde 1998 se han reciclado más de 15,3 millones de toneladas de envases domésticos en España, cifra que equivale a llenar más de 1.100 estadios de fútbol de envases.

Pero por todo lo anterior conviene que levantamos un poco la vista de lo que consideramos estrategias verdes o políticas medioambientales para darnos cuenta que lo imposible se está dando, de hecho se está empezando a formular una nueva economía circular, donde conceptos enfrentados empiezan a ser conciliables. 

Por ejemplo, la colección de moda del joven diseñador español Moisés Nieto realizada íntegramente con tejidos provenientes de botellas recicladas, premiada recientemente en el primer certamen El Laboratorio, demuestra que la ética no está reñida con la estética‎. O que la primera y única encíclica escrita por el Papa Francisco “Laudato si”, dedicada a la ecología, nos indica que el Poder también puede ir acompañado de la Razón, y que además esas causas, siempre, merecen la pena. Otro caso es la propia actividad a favor del medio ambiente desarrollada por una empresa privada como Ecoembes que desde su creación en 1998 permite que ya no sean antagónicos conceptos como activismo y empresa‎. Por último, hoy, con las plataformas colaborativas que hacen posible compartir coche y por tanto no contaminar tanto, el colectivismo puede tener sentido en una economía de mercado.

Pero si nuestra cabeza se eleva y miramos más allá todavía de la economía circular lo imposible también está empezando a pasar en otros campos. La innovación ha abandonado el paradigma del secreto industrial para zambullirse de lleno en la inteligencia colectiva y colaborativa; es difícil encontrar una gran corporación que no tenga como vector, la innovación abierta en sus laboratorios. ‎Por no hablar del cambio de escala que está dándose en la economía actual donde los emprendedores se han convertido en una especie de insurgentes, como nos recordaba hace unas semanas The Economist, que están poniendo patas arriba industrias tan diferentes como el turismo, el transporte, la financiera o la automoción...y además consiguiendo mejores y más baratos productos y servicios.

A Pitágoras se le considera el primer matemático de la historia y aunque tampoco resolvió el asunto de la cuadratura del círculo‎, pasó a la posteridad por su afirmación de que nuestro planeta era redondo, que la Tierra era un círculo. Hoy sin temor a equivocarnos podemos decir algo más, que la economía empieza a ser circular y que gracias a ello el mundo puede aspirar a ser circular. La cuadratura del círculo empieza a ser posible.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School en Madrid


NOTA: Este artículo es un resumen de la conferencia que pronuncié en el congreso Talking Pack de la Plataforma Envase y Sociedad. En este link un resumen de las conferencias de ese día: youtube