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lunes, 6 de mayo de 2024

El tamaño sí que importa

(este artículo se publicó originalmente en el Periódico de Cataluña el 6 de mayo de 2024)

Enrico Letta fue primer ministro en Italia hace una década. Comenzó su carrera política en la democracia cristiana para acabar cercano al socialismo. Quizás por esa capacidad para entender a las dos grandes familias políticas, desde la Comisión Europea se le encargó un informe sobre el mercado único. El estudio del italiano fue entregado hace unos días y la principal conclusión es que el tamaño importa.

En economía y me temo que también en sexología el tamaño es un debate recurrente y nunca resuelto del todo. A los lectores de esta columna les gustará que me centré en la primera disciplina. Desde el siglo XVIII los economistas han estudiado las economías de escala. Algunas industrias son capaces de producir cada vez más productos con un menor coste. En esas compañías, cuando alcanzan un tamaño muy grande, los costes unitarios decrecen conforme aumenta la producción. Un chollo. La clave para los directivos es saber cuándo se alcanza ese nivel de fabricación en el que obra el milagro de la reducción de los costes unitarios que hace que se disparen los beneficios y los rivales desaparezcan de un plumazo incapaces de competir. El ingeniero americano Taylor, en la frontera entre el siglo XIX y el XX, propuso una organización racional del trabajo que dividía sistemáticamente tareas y procesos para así ganar productividad. El taylorismo instauró la era de la mecanización de la industria que hizo posible la creación de las grandes corporaciones empresariales.

Henry Ford fue el primero que hizo fortuna en 1908 con la aplicación práctica de los dos principios anteriores. La producción a gran escala del famoso Ford T, permitió no solo la creación de la primera industria global americana sino también la implementación del sistema de producción en cadena o en serie conocida por ello como fordismo. El éxito de esta fórmula basada en el gran tamaño rápidamente se extiende consagrando a mediados del siglo XX la figura de las multinacionales en sectores más allá de los industriales como el gran consumo o la energía. Galbraith llega a proclamar el triunfo inapelable de las grandes empresas frente a las pymes en el momento del inicio de la masiva globalización.

En nuestros días, la abundancia de mittelstand o empresas medianas es la explicación de la innovación y competitividad germana. Un estudio del Circulo de Empresarios estimó que, si España tuviera una distribución de empresas con el tamaño de las alemanas, la productividad agregada de nuestra economía sería un 13% superior. En ese país, pero también en el Reino Unido la proporción de empresas medianas es cuatro veces superior que aquí, donde la inmensa mayoría son micropymes.

No solo las empresas se han beneficiado del tamaño. China, Estados Unidos y ahora India, son naciones inmensas que precisamente por ello son también las principales economías del planeta. Con un mercado interior potente y una oferta imbatible de mano de obra han sido capaces de liderar la producción mundial.  Pero en este ranking podría estar Europa, según Letta, si el gran tamaño geográfico del continente no tuviese fronteras para la economía y sus empresas. Unir mercados, eliminar burocracia y garantizar la efectiva libertad de circulación de mercancías, servicios, personas y capitales que consagran los sucesivos tratados europeos. El ejemplo de la fragmentación del mercado de las finanzas europeo es usado como argumento en el informe para demostrar la debilidad de nuestra economía frente a la americana porque aquí los capitales, en forma de ahorros o empresas, huyen a Estados Unidos. Reteniendo con un mercado financiero único esos capitales podrían financiarse nuevas industrias medioambientales o de defensa. Pero el italiano va más lejos aún y pide una libertad de circulación más: la libertad de movimiento para la innovación y el conocimiento que incluiría los datos para no perder la carrera de la inteligencia artificial. Grandes universidades europeas y grandes proyectos de innovación transnacionales que nos permitirían competir con los gigantes de América y Asía.

Europa es un continente, del tamaño de China o Estados Unidos. Pero, ahora, somos iguales a ellos únicamente en metros cuadrados, para serlo en millones de dólares de producción e innovación, necesitamos eliminar trabas y barreras que persisten a pesar de lo que rezan los tratados. Un mercado único en el que el talento y el conocimiento fluya en la era de la tecnología de la mano de estados y leyes amistosas con las empresas. De otra manera, y que me perdonen por volver a una materia que no es la mía ni la de estas páginas, sufriremos un gatillazo. Europa querrá, pero no podrá. Su historia le dirá que sí y su realidad que no.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC


martes, 26 de diciembre de 2023

London Calling

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 25 de diciembre de 2023)


El título de esta canción del grupo The Clash escrita en 1979 hacía referencia a la manera en la que los locutores de la BBC durante la Segunda Guerra Mundial comenzaban los boletines informativos “aquí Londres llamando al mundo”. Una especie de alerta, de SOS al resto del planeta desde un país bombardeado por los nazis.  El guitarrista de la banda británica cuenta que el mismo año que sacaron la canción, un periódico  había alertado sobre la posibilidad de que el río Támesis se desbordara e inundara Londres. El miedo a esta distopía inspiró la letra de esta melodía que en 2024 muchos millones de ciudadanos del mundo tendrán muy presente ante tanta guerra y despropósito.

El profesor sueco Rudolf Kjellén acuñó en 1899 el término geopolítica para explicar la influencia sobre la política de los estados de las cuestiones geográficas. Una disputa por una frontera, la lucha por acceder al mar o el dominio de una ruta, son ejemplos que en el 2024 seguirán muy vivos y marcarán la agenda de las corporaciones. El conflicto en la franja de Gaza continuará impactando en el precio del petróleo, la Guerra en Ucrania cumplirá en febrero de 2024 dos años distorsionando el mercado de los alimentos; por último los ataques de los hutíes contra barcos mercantes en el Mar Rojo amenazan con estrangular el comercio internacional.  La geopolítica para las empresas de todo el mundo es geoeconomía y será una de las grandes preocupaciones en 2024.

En una encuesta realizada estos días por LLYC a los primeros ejecutivos de un centenar de empresas, el contexto económico internacional es el principal desafío que afrontar en el nuevo año que empieza. Las derivadas de este escenario tan volátil se traducen para las empresas en que en opinión de un 75% el auge de los precios en 2024 afectará negativamente a sus márgenes y ventas; un 58% cree que la hiper regulación fruto de la inestabilidad del mundo impactará en su actividad mercantil y para el 57% ante tanta incertidumbre habrá muchas más dificultades para financiar las inversiones y por tanto para el crecimiento de su actividad empresarial.

Parece mentira que hace muy pocos años pensáramos con Fukuyama que la historia había llegado a buen puerto y que nos esperaba una época de abundancia y paz. Ahora nos frotamos los ojos al releer las crónicas de hace nafa del triunfo de la globalización y el auge de la liberalización del comercio internacional. Porque estamos en el proceso contrario desde que la pandemia nos encerró en casa. Vivimos si no en una desglobalización en una ralentización de la globalización (slowbalitation) que ha despertado en todas las naciones un proteccionismo inédito en este siglo que recuerda a los peores momentos de nuestra historia económica. Ahora le llamamos de una manera eufemística como soberanía industrial (homeland economics), pero no es otra cosa que volver a la autarquía, a no depender de los de fuera en tus necesidades básicas. A las empresas europeas acostumbradas a exportar la mayor parte de sus producciones, esto les suena como la distopía de la canción que titula este artículo.

Y mientras tanto zombis del pasado vuelven a ocupar la escena internacional con la Rusia de la guerra fría, la China de la república popular o el Irán que atacaba embajadas; también viejos sátrapas como Maduro en Venezuela o Ortega en Nicaragua ciscándose diariamente en los derechos humanos. Una alerta para las empresas y por tanto para todos nosotros.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 15 de noviembre de 2021

Greta Thunberg se ha hecho mayor

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 15 de noviembre de 2021)


La activista medioambiental atrapada en un cuerpo de niña ha alcanzado la mayoría de edad este año, pero sigue enfadada. La hemos visto regañar a empresas, organismos internacionales y políticos estos días en Escocia con motivo de la cumbre del clima. Ha dejado su Suecia natal por unos días para “cantar las cuarenta” a los asistentes a la COP26 de Glasgow. Greta se hizo conocida en 2018 en su país por su huelga -novillos le llamábamos en mi época- en protesta por la inacción de su gobierno para parar el cambio climático, a partir de ahí se convirtió en un fenómeno mundial que arrastra donde va a multitudes de jóvenes ecologistas, pero también colas de mandatarios occidentales que quieren una foto con ella.

Greta, protegida y animada por las autoridades escocesas, ha congregado a decenas de miles de jóvenes para proclamar el fracaso de la cumbre climática de Glasgow acusando a sus organizadores de cómplices de la destrucción del planeta. Para Greta, esta COP ha sido la reunión de los quieren lavar sus conciencias mientras siguen contaminando el mundo. Duras palabras que sin embargo no le han supuesto ningún problema con las autoridades británicas ni del resto de países desarrollados que siguen deseando una cita con la joven sueca.

Cuánta ironía con la jovencita nórdica. Enfadada con los países que más la quieren; insultando a los dirigentes que suspiran por subir una foto en redes sociales con ella; despotricando de las empresas de la COP26 que son de las que más se esfuerzan en la transición energética, hablando mal de Europa que es el continente que más está haciendo por el medio ambiente como se está poniendo de manifiesto en la interesante iniciativa comunitaria de la Conferencia sobre el Futuro de Europa… Y mientras tanto China y sus empresas siguen contaminando el planeta sin ninguna Greta que les moleste. El profesor Manuel Arias explica magistralmente que de nada sirve que los europeos cambiemos el coche por la bicicleta, si los chinos están cambiando la bicicleta por el coche. China es responsable de un tercio de la emisión de dióxido de carbono y por tanto el país que más contribuye al calentamiento global y al resto de problemas asociados al conocido como Antropoceno o una nueva era geológica‎. Los científicos se han puesto de acuerdo en que hemos conseguido alterar el ciclo vital del planeta y de ahí el calentamiento, la acidificación de los mares o la desaparición de cientos de especies naturales que para el CSIC están trayendo nuevas enfermedades infecciosas. 234 científicos de 60 países creen que en 2040 el mundo alcanzará un calentamiento de dos grados de temperatura lo que provocará inundaciones, olas de calor y el aumento del nivel del mar. Greta tiene razón en estar enfadada, pero debería mirar hacia Oriente. Es contra China donde su enfado de verdad estaría justificado, pero me temo que en Pekín ni las televisiones, ni las calles, ni las autoridades se rendirían a sus mensajes como por aquí. Pero quién dijo que las causas justas sean fáciles. Ánimo con ello, querida Greta, que ya tienes 18 años.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja


lunes, 2 de agosto de 2021

La ética de la letra pequeña

 Este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 29 de julio de 2021)


Los prospectos de los medicamentos son una lectura entretenida comparados con las cláusulas de cualquier contrato promovido por una multinacional. No tengo dudas de que el lector ha podido comprobar qué difícil es leer completo el papel que acompaña a las medicinas en el que se indica composición, posología y efectos secundarios. La letra tan pequeña y los términos complejos no lo hacen precisamente sencillo, por no hablar del mal cuerpo que se le pone a cualquiera con tantos eventuales riesgos. Nada comparable al clausulado mercantil para ser proveedor de una gran empresa. Confidencialidad de los datos, propiedad industrial, normativa de seguridad, tribunales competentes, derecho aplicable, prevención de la corrupción, cumplimiento de los derechos humanos y responsabilidad ambiental. A pesar de lo tedioso de su lectura es una gran noticia que podemos situar su origen en el acrónimo corporativo de moda, la ESG. Sin duda el mundo puede ser mejor gracias a esos interminables párrafos de letra pequeña.

Las siglas en inglés ESG pueden traducirse como sostenibilidad de las empresas en materia medioambiental, social y de gobierno. Las corporaciones han de ser transparentes en sus emisiones de carbono, pero también en cómo tratan a sus empleados, clientes y proveedores, sin olvidar si respetan a sus accionistas y no aplican liderazgos tóxicos. Hoy estos ejemplos de buenas prácticas de ESG se han convertido en una obligación para grandes empresas. Algunas porque al ser cotizadas, los códigos de buen gobierno de los supervisores se lo exigen,; otras puesto que las leyes de sus países de origen ya lo recogen; una gran mayoría porque sus accionistas lo han incorporado como demanda en los últimos años y finalmente porque cada vez más compañías han abrazado un propósito que da sentido a su desempeño, solamente si cumplen esos estándares éticos.

Esa letra pequeña garantiza por tanto que las grandes empresas no aprovechen los contratos con proveedores para incumplir las prerrogativas éticas de la ESG. No puede, quien contrate con esas grandes empresas, discriminar por edad, sexo, raza o ideología, tampoco pueden contaminar, aunque esté en un país con laxas legislaciones medio ambientales y ni mucho menos incumplir los derechos humanos al implementar su oferta de bienes o servicios. ¡Bendita letra pequeña!

Pero, y también lo sabe el que ha contratado con una pequeña empresa, que eso no pasa en todas las compañías. Y conforme el tamaño empresarial se reduce, salvo honrosas excepciones, los términos como la ESG o el propósito son lujos que ni pueden permitirse. De estas palabras no puede desprenderse que las pymes obvian la ética, sino que simplemente la han aplicado sin necesidad de letra pequeña. En la gran mayoría de los casos los pequeños empresarios, especialmente en estas latitudes, han demostrado un alto compromiso con su entorno, lo que incluye las comunidades en las que actúan. La pandemia nos ha puesto en el espejo de cómo esas microempresas patrias han dado lecciones de moralidad en la peor situación inimaginable.

Esta irrupción de nuevos estándares éticos en la economía capitalista ha empezado por arriba, por las grandes corporaciones, quizás porque las unidades empresariales más pequeñas no tenían la sombra de la sospecha por la cercanía de los empleadores a clientes, proveedores y trabajadores. Pero la economía de mercado tiene otros agentes que actúan a pesar de no tener naturaleza mercantil. Las administraciones públicas se han convertido en un jugador clave de cualquier mercado del planeta. Más allá de su responsabilidad a la hora de marcar las reglas de juego de la actividad económica, el sector público contrata, emplea y tiene clientes y usuarios. En España, miles de millones de facturación, millones de empleados y otros tantos de ciudadanos que contratan servicios bien sea a administraciones o a empresas públicas.

Por ello este movimiento ético ha de arribar también en los gobiernos y su sector público empresarial. Algunos defenderán que los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas están en sus planes de gobierno y que sus altos cargos llevan todos el pin de colores de los ODS. Otros dirán que la normativa vigente ya prevé estos supuestos, pero la realidad es que en muchos concursos públicos pesa más el precio que los derechos humanos. El reciente escándalo del rescate de una línea aérea vinculada a un régimen antidemocrático no puede considerarse una anécdota sino un fallo del sistema que obvia la ética. Porque se sigue contratando desde el sector público empresarial a empresas basadas en países que no respetan los derechos humanos y prohíben la libertad de expresión, no existen garantías procesales o persiguen al diferente. Competencia desleal, alguien lo ha llamado. Nosotros desde esta parte del mundo firmando interminables cláusulas, mientras los que ganan los concursos violan sistemáticamente derechos como el de libertad sexual, reunión o explotación infantil. El precio parece que vale más en muchos pliegos públicos de licitación que la propia moralidad.

Por eso y aunque suponga más BOE, esta nueva ética de la letra pequeña no entiende de público o privado.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)


jueves, 1 de julio de 2021

El G7 se olvidó de la corrupción

(este artículo se publicó originalmete el día 29 de junio de 2021 en el diario La Información)


Allá por el año 1973, un secretario del tesoro de Estados Unidos preocupado por el derrumbe de las instituciones monetarias de la posguerra (Bretton Woods) convocó a sus homólogos alemanes, franceses, japones y británicos. Las reuniones se institucionalizaron anualmente y antes de que terminase la década se había unido al grupo los responsables de las finanzas de Italia y Canadá. Al mismo tiempo adquirieron categoría de cumbres internacionales al asistir no solo los ministros sino los presidentes de esas siete naciones. Así nació lo que se conoce como el grupo de los siete (G7) que se ha vuelto a reunir este mes de junio en la localidad inglesa de Cornualles.

Conviene recordar que la caída del muro de Berlín a la vez que la unión política europea ganaba peso llevó a invitar a estas citas a los altos representantes de Rusia y de la Comisión Europea. Si la participación de los segundos se ha consolidado, la de Rusia ha corrido otra suerte. Unas veces por las injerencias militares de los rusos en sus vecinos, otras por las sospechas de espionaje del resto de socios, pero siempre por la negativa a firmar los pactos de libre comercio, Rusia no ha consolidado su asiento en el selecto club de los países más ricos del planeta.

La cumbre de Cornualles de este año tenía un guion preestablecido más allá de la curiosidad por el estreno del presidente Biden en el G7 o por la despedida de la canciller Merkel. Coronavirus, Clima y Comercio. Las tres C estaban marcadas en todos los prontuarios de los estadistas. No puede olvidarse que la cita del año 2020 fue suspendida por la pandemia y que la Covid19 ha sumido al mundo en la mayor crisis desde la recesión financiera de 2008. En no pocos países del mundo no se recordaban caídas de la actividad económica desde la parálisis de las guerras mundiales del siglo pasado. Una epidemia ha tenido que demostrar las fragilidades de las democracias liberales que supuestamente, citando a Fukuyama, resolvían todas las necesidades del hombre para siempre. La realidad es que los sistemas sanitarios de estos países no han podido parar la tragedia de millones de infectados. Pero en una suerte de deja vu de la primera cumbre de 1973 cuando se consiguió salvar la desaparición del patrón oro, los ministros de finanzas del G7 se pusieron de acuerdo (virtualmente) el año pasado en rescatar la economía con un potente escudo de gasto público.

Clima, es la segunda palabra de los dosieres preparados para los mandatorios. Clima o ESG como ahora prefieren referenciar los inversores. El nuevo grial que perseguir se resume en ese acrónimo: sostenibilidad en materia medio ambiental, social y de gobierno corporativo. No se trata solamente de parar la degradación del medio ambiente sino también evitar el alejamiento de la sociedad con la economía de mercado, que ha dado sentido al G7. Economías y empresas con alma social es la forma de reinventar el capitalismo hacia uno que se base en el propósito. Otra palabra mágica para frenar el descontento creciente en las clases populares ante tanta desigualdad.

Y el tercer vocablo con la letra c, es el comercio. Término que no ha dejado de estar presente en todas y cada una de las 47 cumbres celebradas.  El fallido acuerdo de la posguerra para reducir aranceles aduaneros, GATT, dio paso en la década de los noventa a la OMC (organización mundial del comercio) pero los países del G7 han sufrido los cambios de rumbo de potencias como Rusia o China en esta materia. Por no mencionar a Estados Unidos, ora Trump ora Nixon, defendiendo en cumbres del G7 el proteccionismo en función de su agenda doméstica. Ahora los vientos soplan a favor y en la “Declaración de Carbis Bay” que cerró la cumbre se coló un recado para la política comercial china.

Sin embargo, el fuerte viento que de vez en cuando azota la costa sur de Inglaterra se llevó una palabra de los apuntes de los jefes de estado. No eran tres las letras c, sino cuatro. Corrupción es la palabra que un vendaval marino o la miopía de los grandes estados, hizo desaparecer de la cumbre. Es verdad que en las conclusiones que tomaron por nombre la bahía de Cornualles, se hablaba de la protección del planeta, la solidaridad ante la pandemia, la reconstrucción y los valores…pero nada de luchar contra la corrupción. Pero la realidad es tozuda y apenas unos días después el ministro de sanidad del Reino Unido ha tenido que dimitir por saltarse la ley. Al mismo tiempo la justicia francesa ha pedido seis meses de cárcel para el expresidente Sarkozy; dos diputados alemanes son investigados por comerciar ilegalmente con mascarillas y un ministro japonés admite que compró votos para que su esposa fuese legisladora. Por no hablar del primer ejecutivo de la empresa americana Pfizer que, a pesar de sofisticadas legislaciones de control, vende el 62% de sus acciones por valor de 5,6 millones de dólares el mismo día que anuncia los resultados de eficacia de la vacuna. Podríamos seguir levantando alfombras en cada país del G7, pero quizás es mejor empezar desde ya a reclamar que el año que viene en Alemania, donde se volverán a reunir los mandatarios, la corrupción no se vuele de las conclusiones. Nos conviene a todos.

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja


domingo, 27 de junio de 2021

3, …, 1, 0 ¿la cuenta atrás para las empresas españolas?

(este artículo se publicó originalmente el día 19 de junio en el diario El Economista)


No hay equivocación en el título de este artículo. No se ha borrado el número “2” de esta particular cuenta. Lo entenderán si se animan a seguir leyendo y de paso para conocerán la mayor startup de finanzas en el planeta.

Ant Group es su nombre. Y ha llegado a esta posición gracias a ser la plataforma de pago y de servicios de Alibaba, el gigante chino del comercio electrónico. Sus resultados del año 2020 impresionan, unos ingresos de 71.985 millones de dólares que suponen un crecimiento del 62% frente al ejercicio anterior y un beneficio neto de 21.080 millones de dólares que mejora en un 85% el de 2019. Ant Group, con sede en Hangzhou, conocida como el Silicon Valley chino, controla el 70% del mercado de pagos móviles en su país China y da servicio a un total de 960 millones de clientes, en el que dos de cada diez ya están fuera de China.

La ambición de convertirse en un supermercado financiero le ha llevado a abrirse camino internacionalmente a golpe de talonario. En 2018 pagó 880 millones de euros por MoneyGram, el líder americano de las remesas. También ha invertido en la india Paytm, la tailandesa Ascent Money y la surcoreana Kakao Pay. La guinda de esta estrategia corporativa iba a ser la salida a Bolsa a finales del pasado año, la más grande de la historia con un importe total de 270.000 millones de euros, pero se canceló por el gobierno chino que no veía con buenos ojos tanto poder en una única empresa. Abrumadoras cifras e intervenciones estatales aparte, es evidente que Ant Group es un buen ejemplo de la innovación que está sufriendo las finanzas con las conocidas como fintech, empresas de nueva creación en este sector que se apalancan sobre la tecnología.

Los pagos a través de Alipay son el negocio fundamental de Ant Group, sin embargo, la empresa está creciendo rápidamente con nuevos servicios que van desde la gestión de activos hasta los préstamos y seguros. Servicios como Ant Fortune (plataforma de gestión de patrimonio), Zhima Credit (sistema de calificación de riesgos o scoring financiero además de un programa de fidelización) o Ant Forest (aplicación que busca concienciar a los ciudadanos de llevar una vida más saludable y respetuosa con el medio ambiente) son una muestra de esta diversificación.

Pero para lo que nos ocupa aquí tenemos que destacar su servicio MyBank, un banco exclusivamente digital, muy enfocado a los autónomos y a las PYMES chinas que desde su creación en 2015 ha concedido más de 290 billones de dólares en préstamos bajo el modelo 3-1-0. Una oferta imbatible que se resumen en “3 minutos para solicitar el préstamo, 1 segundo para su aprobación y 0 intervención humana”. En todo el proceso no precisan de personal alguno pues el big data y la inteligencia artificial hacen todo el trabajo. Además, lLa cantidad de información que Ant Group posee de sus clientes hace además posible tenerle permite además hacer gala del el menor nivel de impagados del sector, un 1%. Por eso nos preguntamos si el slogan 3-1-0 puede ser la cuenta atrás para la desaparición de las entidades que no sean capaces de digitalizarse a la velocidad china.

A principios de este año Jack Ma, el fundador de este grupo, aseguró que los bancos tradicionales son dirigidos como “viejas casas de empeño”. Más allá del exabrupto contra uno de sus competidores, es una realidad la debilidad de las empresas europeas de finanzas pero también del retail, y lo que es peor el desplome de sus valores bursátiles. Si las empresas incumbentes de esta parte del mundo quieren defender su cuota de mercado están obligados a innovar y prestar una atención excelente al cliente, dos áreas en las que destacan las fintech exitosas,

Por todo lo anterior se requiere una transformación completa y “enseñar a bailar a los elefantes como gacelas” que así como resumieron los investigadores de CISE en su reciente informe sobre intraemprendimiento. En la búsqueda de mantener vivo el espíritu de innovación las grandes empresas se sienten torpes, su estructura paquidérmica les impide ser ágiles como las fintechs. Pero la música está sonando, y la pista de baile se está poblando con infinidad de gacelas bailonas, de hecho, se estima que actualmente hay ya más de 20.000 fintechs operando en los mercados financieros.

Este momento recuerda a un agujero negro, donde las leyes convencionales de espacio y tiempo no resultan aplicables. Las corporaciones tienen que “desaprender” la cultura de gran empresa para volver a sentir el ansia de innovación. Esperemos que la amenaza china del “3, …, 1, 0” junto con la oportunidad del emprendimiento corporativo lleven a muchas grandes empresas a aprender a bailar como estas gacelas fintech y así salvarse.

Por todo lo anterior se requiere una transformación completa y “enseñar a bailar a los elefantes como gacelas” que así como resumieron los investigadores de CISE en su reciente informe sobre intraemprendimiento. En la búsqueda de mantener vivo el espíritu de innovación las grandes empresas se sienten torpes, su estructura paquidérmica les impide ser ágiles como las fintechs. Pero la música está sonando, y la pista de baile se está poblando con infinidad de gacelas bailonas, de hecho, se estima que actualmente hay ya más de 20.000 fintechs operando en los mercados financieros.

Este momento recuerda a un agujero negro, donde las leyes convencionales de espacio y tiempo no resultan aplicables. Las corporaciones tienen que “desaprender” la cultura de gran empresa para volver a sentir el ansia de innovación. Esperemos que la amenaza china del “3, …, 1, 0” junto con la oportunidad del emprendimiento corporativo lleven a muchas grandes empresas a aprender a bailar como estas gacelas fintech y así salvarse.

 

IÑAKI ORTEGA CACHÓN, PhD. Profesor en Universidad Internacional de la Rioja UNIR

JOAQUIN SANZ BERRIOATEGORTUA, PhD. Socio en Kereon venture capital

domingo, 6 de junio de 2021

Castillos de arena frente a tsunamis

 

(este artículo se publicó originalmente el día 6 de junio de 2021 en el suplemento Actualidad Económica del periódico El Mundo)

Alipay es la plataforma de pagos de Alibaba, el gigante chino del comercio electrónico, pero también es la punta de lanza de más de 20.000 fintechs que están poniendo en jaque a las entidades financieras. Un auténtico tsunami en el que las finanzas occidentales han de optar entre quedarse en sus “playas” jugando a castillos de arena con los famosos sandboxes o surfear la “ola gigante” de la disrupción.

Siguiendo al especialista en venture capital, Joaquín Sanz-Berrioategortúa, los resultados anuales de Alibaba en el año fiscal 2020 impresionan. Obtuvo 71.985 millones de dólares de ingresos y un beneficio neto de 21.080 millones de dólares, con un aumento anual del 62% en el primer caso y del 86% en el segundo. Su plataforma de pagos, Alipay controla el 70% del mercado de pagos móviles en China. Su ambición de convertirse en un gigante financiero le ha llevado a abrirse camino internacionalmente a golpe de talonario. En enero del 2018 pagó 880 millones de euros por MoneyGram, el líder de las remesas en Estados Unidos. También ha invertido en la fintech india Paytm, la tailandesa Ascent Money y la surcoreana Kakao Pay. La guinda de toda esta estrategia corporativa iba a ser la salida a bolsa, la más grande de la historia, con un importe total de 270.000 millones de euros, pero el estado chino ha paralizado esta operación además de propiciar un relevo del CEO. La decisión sólo se explica por el temor del gobierno chino a perder el control ante el gigante.

Alibaba junto a Baidu, Tencent, conocidas como las BAT por sus siglas, son un buen ejemplo de la innovación financiera con origen en China. Estamos acostumbrados a tener a Occidente como referente mundial, pero para entender esta revolución hemos de comenzar mirando hacia el Este. Su laxa regulación favorece la incursión de las grandes tecnológicas chinas en los servicios financieros mientras que en Europa celebramos que hemos empezado a jugar a “castillos de arena” con los sandboxes promovidos por las autoridades nacionales.

Volviendo a Alibaba, los pagos a través de Alipay son su negocio fundamental en esta industria, pero al mismo tiempo está creciendo rápidamente en áreas que van desde la gestión de activos hasta los préstamos pasando por los seguros puesto que conforme afirma el doctor en economía Sanz-Berrioategortúa cuenta con una base inmejorable de 960 millones de usuarios y 225 millones de operaciones que realiza diariamente. De hecho, hoy en el grupo financiero de Alibaba nos encontramos plataformas de servicios a través de la cual sus usuarios pueden desde pedir un taxi o gestionar su patrimonio pero también servicios de inversión personalizados y hasta sistemas de calificación de riesgos, seguros médicos, bancos digitales para autónomos que conceden préstamos en tres minutos o créditos sin intereses para jóvenes.

Resulta apabullante el vendaval de servicios de Alibabá, sin embargo, este gigante chino no es más que la punta del iceberg de la nueva industria fintech. El término fintech procede de las palabras en inglés finance y technology, y hace referencia a todas aquellas actividades que implican el empleo de la innovación y los desarrollos tecnológicos para el diseño, oferta y prestación de productos y servicios financieros. Las fintechs han llegado para quedarse. Actualmente representan alrededor del 5% del negocio bancario, pero su crecimiento está siendo muy rápido (49% anual según Morgan Stanley). Estas nuevas empresas aportan innovación, movilidad y una mejor experiencia de usuario.  Son muchas las expresiones de este nuevo sector desde el asesoramiento y gestión patrimonial, pasando por las finanzas personales y por supuesto las criptomonedas.

A principios de 2021 Jack Ma, el fundador de Alibaba tachó las normativas financieras de obsoletas y demasiado reacias a tomar riesgos. Se atrevió a tildar los acuerdos de supervisión bancaria de Basilea como “obra de un club de viejos”. El primer aviso de un tsunami con origen chino. No es la primera alerta, hace diez años Bill Gates definió la banca de consumo como un “dinosaurio” que iba a sufrir indefectiblemente ante las soluciones nativas. Hasta Harvard en una reciente encuesta a directivos ha constatado que el 65% de éstos consideran que las fintechs pasarán a ser un muy serio competidor en el cercano 2022. 

Para hacer frente a este tsunami, las instituciones financieras tradicionales se han puesto manos a la obra con nuevos CEOs tecnólogos, fusiones y cierres de oficinas para adelgazar. También con sofisticadas herramientas de inversión e incubación de emprendedores. Al mismo tiempo promoviendo espacios libres de regulación para innovar de la mano de sus reguladores: “areneros» se les ha llamado por su nombre en inglés sandboxes. Toda una ironía jugar con la arena en las “playas” de la regulación europea mientras el tsunami financiero avanza sin que nadie le pare.

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR)

lunes, 17 de mayo de 2021

No hay chips

 

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 17 de mayo de 2021)


Los economistas, como todas las profesiones, tenemos nuestro mundo paralelo. Desvelos que no siempre coinciden con el resto de los mortales; un lenguaje que solo nosotros entendemos o aficiones que cualquiera en su sano juicio definiría como friqui. La diferencia con otras ocupaciones es que lo nuestro al impactar sobre el bolsillo de las personas nos empeñamos en que se conozca, aunque en demasiadas ocasiones nadie entienda nada.

Por eso, hoy te quiero hablar de los chips. No de las patatas fritas de bolsa, sino de las diminutas placas de semiconductores que están detrás de la mayoría de los aparatos. Coches, ordenadores, lavadoras, móviles los usan, pero sobre todo las fábricas que producen bienes de consumo dependen de ellos. Los chips se patentaron por la empresa alemana Siemens en los años 50 pero la americana Intel fue quién los popularizó con la famosa ley de su fundador, Gordon Moore. Este científico convertido a empresario se atrevió a predecir en 1965 que cada año los microprocesadores doblarían su capacidad y en cambio serían la mitad de caros. Esta ley se ha ido cumpliendo y permite entender porque los baratos microchips han democratizado el acceso a la tecnología, con internet como su mayor logro. Por si no lo sabes, el principal componente de estas plaquitas es el silicio. Un mineral que además es el elemento más abundante en la Tierra después del oxígeno. De ahí que en California en los años 70 se bautizó como Silicon Valley al territorio cercano a la Universidad de Stanford, dónde siguen estando las empresas basadas en chips más importantes del mundo: Google o Apple, pero también Hewlett Packard Enterprise o Tesla.

Hoy quiero contarte que a pesar de que hay tanto silicio en el mundo, debido a que los productores de los semiconductores se han ido deslocalizando a Asia, periódicamente hay desabastecimiento. Y nunca ha sido tan grave como ahora. La conjunción de la guerra comercial chino-americana, la crisis de los contenedores de Suez y la reactivación tras el parón pandémico, han colapsado el mercado de semiconductores. Empresas como Renault o Ford han tenido que parar por ello su producción y aumentado pérdidas. Las consolas de Nintendo y PlayStation han previsto fuertes caídas de sus ventas y hasta se ha retrasado el lanzamiento del nuevo iPhone; no porque no tengan clientes, sino porque no hay chips.

Pero no siempre fue así. En los años 70, el 90% de la producción de semiconductores estaba en Europa y Estados Unidos. El presidente Joe Biden ha promovido Chips of América para lograr una industria local de semiconductores que evite estar en manos de terceros. En Europa a pesar de los esfuerzos de Macron seguimos sin entender que sin industrias nacionales no hay soberanía. Invertir en ciencia, financiar a nuestros emprendedores o promover ayudas para los productores locales son las recetas que aquí no aplicamos. Por eso del “no hay respiradores” o “no hay mascarillas” pasamos al “no hay vacunas” de este año. Condenados de por vida a la escasez, por no actuar.

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)


miércoles, 11 de marzo de 2020

Coronafobia


(este artículo se publicó originalmente el 9 de marzo de 2010 en el periódico 20 Minutos)

Me cuentan mis hijos que una serpiente se dio un atracón de murciélago y ahí empezó todo, con una sopa del reptil que gusta mucho en China. Mi amiga Margarita tiene una niña que no puede dormir porque nota que le sube el coronavirus todas las noches por su pierna. Miriam está embarazada y tiene ya heridas de tanto lavarse las manos. A María la hija de los dueños de una tienda de conveniencia de Toledo, un chino de toda la vida, le han dejado de hablar en el Instituto. Marzo de 2020, la coronafobia ha llegado a España.

La obsesión por el covid19 no dejará de crecer en las próximas semanas en nuestro país y tenemos que estar preparados casi más para gestionar esta fobia que para las consecuencias de una eventual pandemia. Porque una cosa es prevenir y otra es desabastecer los supermercados. Hay un trecho entre ser prudentes y acumular cientos de mascarillas además de geles en casa. Y el sentido común dicta que si estornudas en el metro en primavera puede ser por la alergia y no es necesario que se presente un escuadrón de Chernóbil. El coronavirus puede sacar lo de peor de nosotros y esto no ha hecho más que empezar. Esta semana un alto responsable sanitario no vio problemas en la manifestación feminista de ayer porque eran sólo españolas (¿y si aparecen chinas o italianas hay que prohibirles la asistencia?). Las crónicas en los medios de comunicación sobre las víctimas relativizan las consecuencias del virus en nuestro país porque sólo mueren ancianos (¿edadismo?). Y las empresas cierran sus sedes centrales para evitar más contagios, pero esos mismos trabajadores se agolpan al atardecer en las terrazas para disfrutar de bulliciosas cervezas y vinos (¿doble moral?). Los sindicatos en breve pedirán teletrabajo, pero a ver quién le dice a la gente que deje de ir a ver su deporte favorito o a las fiestas de su pueblo (¿relativismo?).

Para la psiquiatría las fobias son un temor angustioso e incontrolable ante ciertas situaciones que se saben absurdas y se aproxima a la obsesión. Dudo que no pienses como yo que mucho de lo que estamos viviendo estos días se ajusta como anillo al dedo a esta definición. Coronafobia que además será alimentada por las noticias falsas. Mis amigos de Vitoria y La Rioja no dejan de escribirme para decirme que, por ahora, no es verdad que en Haro se ha impuesto el toque de queda a pesar de que la historia de que en un funeral se contagiaron cientos de vecinos corre como la pólvora por Internet. Pero apriétate el cinturón porque viene curva. Italia ha suspendido las clases en colegios y universidades, partidos de fútbol sin público, pero también museos cerrados y bodas que no podrán celebrarse. Por eso me atrevo a pedir a los investigadores que además de la vacuna para el virus busquen también un tratamiento urgente para esta nueva fobia social.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


martes, 2 de abril de 2019

¿El fin de la economía española?


(este artículo se publicó originalmente el día 1 de abril de 2019 en el diario La Información en la sección #serendipia)

El profesor americano Francis Fukuyama ha pasado a la historia de la ciencia política con su célebre artículo titulado ¿El fin de la historia? Este politólogo de origen japonés defendía la tesis de que la historia había llegado a su estación destino porque no era posible una perfección mayor que la democracia liberal. Corría el año 1989 y las democracias occidentales habían vencido a los totalitarismos, especialmente al comunismo de la Guerra Fría y Fukuyama preconizó que se iniciaban años de prosperidad porque la mayoría de los países adaptarían los principios de la democracia liberal. 

Han pasado 30 años y muchas cosas han pasado desde aquel «fin de la historia». No todas buenas contradiciendo el pronóstico de Fukuyama, lo que le ha llevado publicar recientemente «Identidad. La demanda de identidad y las políticas de resentimiento». Este ensayo, ante el auge de los extremismos de nuevo cuño, hace un alegato urgente en defensa de la recuperación de la política en su sentido más elevado. Para ello se antoja imprescindible conformar una idea de identidad que profundice en la democracia en lugar de destruirla. Frente al resentimiento nacionalista que ha protagonizado las últimas citas con las urnas en USA, Reino Unido y otras democracias, hay que construir una nueva identidad que en lugar de separar nos una.  Una identidad que no se base en la raza o la religión sino en principios democráticos como la igualdad que ayude a incluir a toda la ciudadanía.

La intromisión de China y Rusia en nuestras democracias impulsando ideas extremas y nacionalistas están erosionando las democracias liberales. Por ello estos debates ocupan a las mentes más brillantes en todo el mundo. Algunas de estas discusiones se han escuchado esta pasada semana en Oxford o en el norte de Italia auspiciadas respectivamente por la Fundación Rafael del Pino y la Rockefeller. Todavía resuenan los ecos de la necesidad de diseñar un nuevo contrato social que incluya a más gente en nuestras democracias. 

Mientras tanto en España, nada de esto ocupa nuestros debates. Nadie habla de las investigaciones que han constatado que Rusia derribó hace cinco años un avión de pasajeros holandés, ni que China pisotea derechos humanos en su país y ahora sus grandes empresas usan la tecnología para debilitar a sus rivales comerciales, pero también a nuestras democracias. Aquí, en cambio, todos son juegos florales.

Recordará el lector el origen de los juegos florales. Aquellas competiciones que se celebraban en la Antigüedad clásica, menos conocidas y también menos violentas que el Circo Romano; tuvieron un resurgimiento hace un par de siglos en Europa como certámenes poéticos con rapsodas aficionados en el que el mejor ganaba una flor.  De eso modo la expresión que evoca a los juegos florales ha llegado a nuestros días para referirse a debates ligeros e incluso frívolos como su romano origen.

Es inevitable al leer a Fukuyama o cuando me cuentan las intervenciones de los profesores Muniz o Moscoso del Prado en Oxford y Bellagio, identificar las discusiones políticas españolas con juegos florales. 

Juegos florales porque todas las propuestas son facilonas y populistas. Estarán de acuerdos conmigo en que es muy fácil proponer aumentos de gasto público o rebajas inasumibles de impuestos sin pensar en sus consecuencias. O que frívolo es volver abrir antiguos enfrentamientos entre españoles obviando las lecciones que hemos aprendido. Que torpe es extremar las diferencias en lugar de poner el foco en lo que nos une. Que absurdo situar en Europa todos nuestros males a la vez que nos tapamos los ojos antes el crecimiento del nacionalismo xenófobo. O qué naif es pedir cambiar la Constitución española sin recordar lo que costó conseguirla. Parece como si los políticos españoles pensasen que nuestra economía soporta cualquier propuesta.

España ha disfrutado del mayor periodo de bienestar de su historia gracias a una economía que a la luz de la Estadística Nacional sí ha sido inclusiva. Y solo ha podido ser así porque fue impulsada por buenas reformas económicas, por la apertura internacional y por una necesaria estabilidad política. Justo lo que ahora en esta precampaña electoral de juegos florales echo de menos. Me pregunto, siguiendo a Fukuyama si ha llegado el final de nuestra economía.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR