martes, 2 de abril de 2019

¿El fin de la economía española?


(este artículo se publicó originalmente el día 1 de abril de 2019 en el diario La Información en la sección #serendipia)

El profesor americano Francis Fukuyama ha pasado a la historia de la ciencia política con su célebre artículo titulado ¿El fin de la historia? Este politólogo de origen japonés defendía la tesis de que la historia había llegado a su estación destino porque no era posible una perfección mayor que la democracia liberal. Corría el año 1989 y las democracias occidentales habían vencido a los totalitarismos, especialmente al comunismo de la Guerra Fría y Fukuyama preconizó que se iniciaban años de prosperidad porque la mayoría de los países adaptarían los principios de la democracia liberal. 

Han pasado 30 años y muchas cosas han pasado desde aquel «fin de la historia». No todas buenas contradiciendo el pronóstico de Fukuyama, lo que le ha llevado publicar recientemente «Identidad. La demanda de identidad y las políticas de resentimiento». Este ensayo, ante el auge de los extremismos de nuevo cuño, hace un alegato urgente en defensa de la recuperación de la política en su sentido más elevado. Para ello se antoja imprescindible conformar una idea de identidad que profundice en la democracia en lugar de destruirla. Frente al resentimiento nacionalista que ha protagonizado las últimas citas con las urnas en USA, Reino Unido y otras democracias, hay que construir una nueva identidad que en lugar de separar nos una.  Una identidad que no se base en la raza o la religión sino en principios democráticos como la igualdad que ayude a incluir a toda la ciudadanía.

La intromisión de China y Rusia en nuestras democracias impulsando ideas extremas y nacionalistas están erosionando las democracias liberales. Por ello estos debates ocupan a las mentes más brillantes en todo el mundo. Algunas de estas discusiones se han escuchado esta pasada semana en Oxford o en el norte de Italia auspiciadas respectivamente por la Fundación Rafael del Pino y la Rockefeller. Todavía resuenan los ecos de la necesidad de diseñar un nuevo contrato social que incluya a más gente en nuestras democracias. 

Mientras tanto en España, nada de esto ocupa nuestros debates. Nadie habla de las investigaciones que han constatado que Rusia derribó hace cinco años un avión de pasajeros holandés, ni que China pisotea derechos humanos en su país y ahora sus grandes empresas usan la tecnología para debilitar a sus rivales comerciales, pero también a nuestras democracias. Aquí, en cambio, todos son juegos florales.

Recordará el lector el origen de los juegos florales. Aquellas competiciones que se celebraban en la Antigüedad clásica, menos conocidas y también menos violentas que el Circo Romano; tuvieron un resurgimiento hace un par de siglos en Europa como certámenes poéticos con rapsodas aficionados en el que el mejor ganaba una flor.  De eso modo la expresión que evoca a los juegos florales ha llegado a nuestros días para referirse a debates ligeros e incluso frívolos como su romano origen.

Es inevitable al leer a Fukuyama o cuando me cuentan las intervenciones de los profesores Muniz o Moscoso del Prado en Oxford y Bellagio, identificar las discusiones políticas españolas con juegos florales. 

Juegos florales porque todas las propuestas son facilonas y populistas. Estarán de acuerdos conmigo en que es muy fácil proponer aumentos de gasto público o rebajas inasumibles de impuestos sin pensar en sus consecuencias. O que frívolo es volver abrir antiguos enfrentamientos entre españoles obviando las lecciones que hemos aprendido. Que torpe es extremar las diferencias en lugar de poner el foco en lo que nos une. Que absurdo situar en Europa todos nuestros males a la vez que nos tapamos los ojos antes el crecimiento del nacionalismo xenófobo. O qué naif es pedir cambiar la Constitución española sin recordar lo que costó conseguirla. Parece como si los políticos españoles pensasen que nuestra economía soporta cualquier propuesta.

España ha disfrutado del mayor periodo de bienestar de su historia gracias a una economía que a la luz de la Estadística Nacional sí ha sido inclusiva. Y solo ha podido ser así porque fue impulsada por buenas reformas económicas, por la apertura internacional y por una necesaria estabilidad política. Justo lo que ahora en esta precampaña electoral de juegos florales echo de menos. Me pregunto, siguiendo a Fukuyama si ha llegado el final de nuestra economía.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


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