(este artículo se publicó originalmente el 9 de marzo de 2010 en el periódico 20 Minutos)
Me cuentan mis hijos que una
serpiente se dio un atracón de murciélago y ahí empezó todo, con una sopa del
reptil que gusta mucho en China. Mi amiga Margarita tiene una niña que no puede
dormir porque nota que le sube el coronavirus todas las noches por su pierna.
Miriam está embarazada y tiene ya heridas de tanto lavarse las manos. A María
la hija de los dueños de una tienda de conveniencia de Toledo, un chino de toda
la vida, le han dejado de hablar en el Instituto. Marzo de 2020, la coronafobia
ha llegado a España.
La obsesión por el covid19 no
dejará de crecer en las próximas semanas en nuestro país y tenemos que estar preparados
casi más para gestionar esta fobia que para las consecuencias de una eventual
pandemia. Porque una cosa es prevenir y otra es desabastecer los supermercados.
Hay un trecho entre ser prudentes y acumular cientos de mascarillas además de
geles en casa. Y el sentido común dicta que si estornudas en el metro en
primavera puede ser por la alergia y no es necesario que se presente un
escuadrón de Chernóbil. El coronavirus puede sacar lo de peor de nosotros y
esto no ha hecho más que empezar. Esta semana un alto responsable sanitario no
vio problemas en la manifestación feminista de ayer porque eran sólo españolas
(¿y si aparecen chinas o italianas hay que prohibirles la asistencia?). Las crónicas
en los medios de comunicación sobre las víctimas relativizan las consecuencias
del virus en nuestro país porque sólo mueren ancianos (¿edadismo?). Y las
empresas cierran sus sedes centrales para evitar más contagios, pero esos
mismos trabajadores se agolpan al atardecer en las terrazas para disfrutar de
bulliciosas cervezas y vinos (¿doble moral?). Los sindicatos en breve pedirán teletrabajo,
pero a ver quién le dice a la gente que deje de ir a ver su deporte favorito o
a las fiestas de su pueblo (¿relativismo?).
Para la psiquiatría las fobias
son un temor angustioso e incontrolable ante ciertas situaciones que se saben
absurdas y se aproxima a la obsesión. Dudo que no pienses como yo que mucho de
lo que estamos viviendo estos días se ajusta como anillo al dedo a esta
definición. Coronafobia que además será alimentada por las noticias falsas. Mis
amigos de Vitoria y La Rioja no dejan de escribirme para decirme que, por
ahora, no es verdad que en Haro se ha impuesto el toque de queda a pesar de que
la historia de que en un funeral se contagiaron cientos de vecinos corre como
la pólvora por Internet. Pero apriétate el cinturón porque viene curva. Italia
ha suspendido las clases en colegios y universidades, partidos de fútbol sin público,
pero también museos cerrados y bodas que no podrán celebrarse. Por eso me
atrevo a pedir a los investigadores que además de la vacuna para el virus
busquen también un tratamiento urgente para esta nueva fobia social.
Iñaki Ortega es director de
Deusto Business School y profesor de la UNIR
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