lunes, 6 de mayo de 2024

El tamaño sí que importa

(este artículo se publicó originalmente en el Periódico de Cataluña el 6 de mayo de 2024)

Enrico Letta fue primer ministro en Italia hace una década. Comenzó su carrera política en la democracia cristiana para acabar cercano al socialismo. Quizás por esa capacidad para entender a las dos grandes familias políticas, desde la Comisión Europea se le encargó un informe sobre el mercado único. El estudio del italiano fue entregado hace unos días y la principal conclusión es que el tamaño importa.

En economía y me temo que también en sexología el tamaño es un debate recurrente y nunca resuelto del todo. A los lectores de esta columna les gustará que me centré en la primera disciplina. Desde el siglo XVIII los economistas han estudiado las economías de escala. Algunas industrias son capaces de producir cada vez más productos con un menor coste. En esas compañías, cuando alcanzan un tamaño muy grande, los costes unitarios decrecen conforme aumenta la producción. Un chollo. La clave para los directivos es saber cuándo se alcanza ese nivel de fabricación en el que obra el milagro de la reducción de los costes unitarios que hace que se disparen los beneficios y los rivales desaparezcan de un plumazo incapaces de competir. El ingeniero americano Taylor, en la frontera entre el siglo XIX y el XX, propuso una organización racional del trabajo que dividía sistemáticamente tareas y procesos para así ganar productividad. El taylorismo instauró la era de la mecanización de la industria que hizo posible la creación de las grandes corporaciones empresariales.

Henry Ford fue el primero que hizo fortuna en 1908 con la aplicación práctica de los dos principios anteriores. La producción a gran escala del famoso Ford T, permitió no solo la creación de la primera industria global americana sino también la implementación del sistema de producción en cadena o en serie conocida por ello como fordismo. El éxito de esta fórmula basada en el gran tamaño rápidamente se extiende consagrando a mediados del siglo XX la figura de las multinacionales en sectores más allá de los industriales como el gran consumo o la energía. Galbraith llega a proclamar el triunfo inapelable de las grandes empresas frente a las pymes en el momento del inicio de la masiva globalización.

En nuestros días, la abundancia de mittelstand o empresas medianas es la explicación de la innovación y competitividad germana. Un estudio del Circulo de Empresarios estimó que, si España tuviera una distribución de empresas con el tamaño de las alemanas, la productividad agregada de nuestra economía sería un 13% superior. En ese país, pero también en el Reino Unido la proporción de empresas medianas es cuatro veces superior que aquí, donde la inmensa mayoría son micropymes.

No solo las empresas se han beneficiado del tamaño. China, Estados Unidos y ahora India, son naciones inmensas que precisamente por ello son también las principales economías del planeta. Con un mercado interior potente y una oferta imbatible de mano de obra han sido capaces de liderar la producción mundial.  Pero en este ranking podría estar Europa, según Letta, si el gran tamaño geográfico del continente no tuviese fronteras para la economía y sus empresas. Unir mercados, eliminar burocracia y garantizar la efectiva libertad de circulación de mercancías, servicios, personas y capitales que consagran los sucesivos tratados europeos. El ejemplo de la fragmentación del mercado de las finanzas europeo es usado como argumento en el informe para demostrar la debilidad de nuestra economía frente a la americana porque aquí los capitales, en forma de ahorros o empresas, huyen a Estados Unidos. Reteniendo con un mercado financiero único esos capitales podrían financiarse nuevas industrias medioambientales o de defensa. Pero el italiano va más lejos aún y pide una libertad de circulación más: la libertad de movimiento para la innovación y el conocimiento que incluiría los datos para no perder la carrera de la inteligencia artificial. Grandes universidades europeas y grandes proyectos de innovación transnacionales que nos permitirían competir con los gigantes de América y Asía.

Europa es un continente, del tamaño de China o Estados Unidos. Pero, ahora, somos iguales a ellos únicamente en metros cuadrados, para serlo en millones de dólares de producción e innovación, necesitamos eliminar trabas y barreras que persisten a pesar de lo que rezan los tratados. Un mercado único en el que el talento y el conocimiento fluya en la era de la tecnología de la mano de estados y leyes amistosas con las empresas. De otra manera, y que me perdonen por volver a una materia que no es la mía ni la de estas páginas, sufriremos un gatillazo. Europa querrá, pero no podrá. Su historia le dirá que sí y su realidad que no.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC


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