(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 13 de mayo de 2024)
El festival europeo de la canción es considerado el programa de televisión más antiguo del mundo ya que se celebra desde 1956. Todos los años supone una auténtica batalla musical entre los cantantes que representan a sus respectivos países. Una encarnizada lucha por lograr los puntos otorgados por el público y por los respectivos jurados nacionales de expertos. Lo que no es tan conocido es que esos términos de batalla y lucha no son metafóricos, sino que Eurovisión ha estado, está y estará muy vinculado a las guerras.
El concurso nació precisamente en plena guerra fría para generar una conciencia europea e influir con la música en la Europa comunista del telón de acero. El espectáculo del festival creado en plena posguerra logró infundir alegría a los europeos al mismo tiempo que traspasó fronteras para exhibir la alegría y libertad de los países de esta parte del mundo. Eurovisión con sus luces, bailes y ritmos desenfrenados era la expresión de las democracias liberales a las que todos los países de la órbita soviética deberían aspirar. Y así fue, casi al mismo tiempo que caía el muro de Berlín a finales de los ochenta, el festival se fue ampliando por el Este hasta nuestros días.
La guerra fría terminó, sí, pero la guerra siguió muy presente en el concurso. En los noventa con la contienda de los Balcanes, en los 2000 con la guerra de Irak y los conflictos en Gaza y Ucrania que tuvieron sus precuelas hace diez años. De hecho, en el año 2022 la ganadora de Eurovisión fue la representante ucraniana, aupada por el masivo voto popular de rechazo a la invasión rusa. Este año Israel ha dado la campanada al lograr un ingente e inopinado voto del público, a pesar de las numerosas llamadas lanzadas para boicotear a la artista hebrea. La opinión pública hoy no necesita solamente las urnas para expresarse, sino que la soñada democracia directa cada día está más cerca y Eurovisión nos lo está demostrado
Y es que las guerras ya no son solo tanques y misiles, cada vez son más culturales y han llegado para no irse, también de Eurovisión. La batalla cultural es un viejo término que nació en la Alemania de Bismarck pero que cuajó a finales del siglo pasado en Estados Unidos y se ha extendido por todo el planeta a la vez que la polarización. Es una guerra por defender unos valores frente a los contrarios. Una batalla de propaganda en la que se manosean derechos universales para desprestigiar al rival -casi siempre- político. Cualquier asunto sirve para esta guerra si ayuda a dividir la sociedad, bien sea el clima, la religión o la sexualidad. Por supuesto que en esta guerra no hay posibilidad de ser neutral y te abocan a participar en la batalla a riesgo de parecer un colaboracionista. Da igual que no apoyes a un régimen terrorista que prohíbe la libertad política, religiosa y sexual como es Hamas, si estás con la paz del mundo tenías que ponerte un pañuelo palestino este año en Eurovisión. Hasta que llegó el televoto.
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC
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