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martes, 26 de diciembre de 2023

London Calling

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 25 de diciembre de 2023)


El título de esta canción del grupo The Clash escrita en 1979 hacía referencia a la manera en la que los locutores de la BBC durante la Segunda Guerra Mundial comenzaban los boletines informativos “aquí Londres llamando al mundo”. Una especie de alerta, de SOS al resto del planeta desde un país bombardeado por los nazis.  El guitarrista de la banda británica cuenta que el mismo año que sacaron la canción, un periódico  había alertado sobre la posibilidad de que el río Támesis se desbordara e inundara Londres. El miedo a esta distopía inspiró la letra de esta melodía que en 2024 muchos millones de ciudadanos del mundo tendrán muy presente ante tanta guerra y despropósito.

El profesor sueco Rudolf Kjellén acuñó en 1899 el término geopolítica para explicar la influencia sobre la política de los estados de las cuestiones geográficas. Una disputa por una frontera, la lucha por acceder al mar o el dominio de una ruta, son ejemplos que en el 2024 seguirán muy vivos y marcarán la agenda de las corporaciones. El conflicto en la franja de Gaza continuará impactando en el precio del petróleo, la Guerra en Ucrania cumplirá en febrero de 2024 dos años distorsionando el mercado de los alimentos; por último los ataques de los hutíes contra barcos mercantes en el Mar Rojo amenazan con estrangular el comercio internacional.  La geopolítica para las empresas de todo el mundo es geoeconomía y será una de las grandes preocupaciones en 2024.

En una encuesta realizada estos días por LLYC a los primeros ejecutivos de un centenar de empresas, el contexto económico internacional es el principal desafío que afrontar en el nuevo año que empieza. Las derivadas de este escenario tan volátil se traducen para las empresas en que en opinión de un 75% el auge de los precios en 2024 afectará negativamente a sus márgenes y ventas; un 58% cree que la hiper regulación fruto de la inestabilidad del mundo impactará en su actividad mercantil y para el 57% ante tanta incertidumbre habrá muchas más dificultades para financiar las inversiones y por tanto para el crecimiento de su actividad empresarial.

Parece mentira que hace muy pocos años pensáramos con Fukuyama que la historia había llegado a buen puerto y que nos esperaba una época de abundancia y paz. Ahora nos frotamos los ojos al releer las crónicas de hace nafa del triunfo de la globalización y el auge de la liberalización del comercio internacional. Porque estamos en el proceso contrario desde que la pandemia nos encerró en casa. Vivimos si no en una desglobalización en una ralentización de la globalización (slowbalitation) que ha despertado en todas las naciones un proteccionismo inédito en este siglo que recuerda a los peores momentos de nuestra historia económica. Ahora le llamamos de una manera eufemística como soberanía industrial (homeland economics), pero no es otra cosa que volver a la autarquía, a no depender de los de fuera en tus necesidades básicas. A las empresas europeas acostumbradas a exportar la mayor parte de sus producciones, esto les suena como la distopía de la canción que titula este artículo.

Y mientras tanto zombis del pasado vuelven a ocupar la escena internacional con la Rusia de la guerra fría, la China de la república popular o el Irán que atacaba embajadas; también viejos sátrapas como Maduro en Venezuela o Ortega en Nicaragua ciscándose diariamente en los derechos humanos. Una alerta para las empresas y por tanto para todos nosotros.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

domingo, 19 de junio de 2022

La religión de los datos

(este artículo se publicó originalmente en el periódico Cinco Días el día 16 de junio de 2022

El gobierno del Reino Unido ha acusado a Rusia de tener una fábrica de trols (usuarios de internet que publican mensajes ofensivos) para llenar las redes sociales con propaganda del Kremlin. Los rusos están “difundiendo mentiras en las redes sociales” a través de personas contratadas por la empresa Cyber Front Z con sede en San Petersburgo. Un salario de 600 euros al mes por poner 200 comentarios diarios en Instagram y YouTube a favor de Putin y así engañar al mundo sobre la tragedia de Ucrania. Esta vez han sido activistas, pero en otras ocasiones son algoritmos en Internet que llevan a cabo tareas repetitivas de desinformación (bots). Esta guerra en internet busca debilitar la estabilidad de las democracias occidentales. De hecho, datos pagados por el Kremlin han sido difundidos masivamente en las últimas elecciones que enfrentaron a Biden y Trump, en el Brexit o en la consulta ilegal de Cataluña. 

La digitalización de la economía también ha hecho que la realidad empresarial sea un lugar donde en ocasiones campen por sus respetos la desinformación o la manipulación. El caso de Cambridge Analytica en 2018 en el que Facebook hizo un uso indebido de la información personal de aproximadamente 50 millones de usuarios, abrió la puerta a lo que Harari ha llamado el dataísmo. Yuval Noah Harari es un historiador que ha arrasado con sus libros en todo el mundo con títulos como ‘Sapiens’ u ‘Homo Deus’. En su obra alerta de que hemos llegado a creer que somos dioses y que podemos resolver cualquier problema, pero la realidad es otra. Harari explica que hemos sustituido a Dios por una suerte de nueva religión conocida como dataísmo. Una especie de ideología emergente que «no venera ni a dioses ni al hombre: adora los datos». El nuevo término ha sido utilizado para describir la importancia absoluta que tiene ahora disponer e interpretar los datos.

En estos momentos, las cinco empresas que se sitúan a la cabeza de la facturación mundial ya no son petroleras, sino plataformas que están relacionadas con la tecnología. Es un consenso que el petróleo del siglo XXI son los datos. Para el presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, la explosión de los datos y la consiguiente posibilidad de generar conocimiento se va a multiplicar. Todos los productos y sistemas de transporte, incluso la ropa, van a estar conectados a internet emitiendo información. Las previsiones de la consultora IDC nos indican que, en menos de cinco años desde la fecha de publicación de estas líneas, se multiplicarán por cinco los datos almacenados.

Esas empresas obtienen datos masivamente de sus usuarios, y en ocasiones los proporcionan de manera inconsciente. Es cierto que todas estas compañías piden formalmente permiso a los usuarios, pero necesitaríamos más de media hora para leer esas condiciones y como no queremos quedarnos aislados prestamos nuestro consentimiento inmediatamente. Mucha de la información que queda en manos de estas empresas son datos personales que incluyen salud, ocio, ideario político o religioso del presente, del pasado e incluso de futuro, a través de nuestra agenda. Así, al final, algunas de esas plataformas, que ya son más poderosas que los gobiernos de algunas de las grandes naciones del mundo, saben más de nuestra vida que nosotros mismos. De nuevo Harari alerta de que la inteligencia artificial puede ser capaz de saber la orientación sexual de un adolescente antes que él mismo, simplemente por los datos acumulados de su navegación en internet o redes sociales.

No solo las personas sino también empresas y gobiernos hemos ido generando cantidades ingentes de datos, pero -por desgracia- no se han sabido aprovechar para un buen uso. Gartner ha estimado que el 65 por ciento de los datos almacenados están desorganizados y, por tanto, con uso muy limitado. Es verdad que la pandemia ha permitido dar un salto de gigante y según diferentes analistas hemos avanzado en apenas unos meses lo que nos hubiera costado por lo menos un lustro. La rapidez en el diseño de la vacuna del coronavirus es un buen ejemplo de lo anterior.

Las tecnologías de la información son el presente y no deben alarmarnos. Sin embargo, es preocupante que un uso indebido de los grandes conjuntos de datos personales recolectados gracias a ellas pueda lesionar la privacidad, la reputación e incluso la dignidad del ser humano. Los usuarios en ocasiones tenemos la sensación de que hemos perdido el control de nuestros datos, por ello es importante retomarlo. 

Más de la mitad del tráfico de datos no se realiza entre humanos sino con máquinas (bots). Y, de estos, la mitad están dedicados al cibercrimen. Se necesita la misma transparencia en el mundo digital que la que hay en el mundo real. Las fake news prorrusas son el síntoma que ha de servir para que empecemos a preocuparnos y ocuparnos. Es el momento por ello de la regulación, pero también del autocontrol, de una suerte de juramento hipocrático para los tecnólogos que trabajan en las empresas Esta década que iba a ser una reedición de los felices años 20 del siglo pasado, nos está demostrado que no somos dioses sino seres frágiles que necesitamos de buenos datos gestionados desde el humanismo para que nos protejan, nos den salud y hagan mejor el mundo. 


Iñaki Ortega es doctor en Economía y director senior de Educación Directiva en LLYC

David Ruiz es sociólogo industrial y profesor en The Valley