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martes, 21 de febrero de 2023

El espectáculo debe continuar

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 14 de febrero de 2023)


Este año en la ceremonia de los premios del cine español, el busto de Goya que se entregó a los ganadores era de bronce reciclado, y así lo repitió dos veces la organización, al mismo tiempo el director de la academia se comprometió a plantar un bosque en Cantabria para “compensar la huella de carbono que deja esta gala”. Nada debía estropear el espectáculo del cine patrio, ni la ley fallida del “sí es sí” que nadie mencionó, ni tampoco las conciencias de los espectadores al respecto de la contaminación de los aviones, trenes y taxis de los más 3000 asistentes y organizadores que se desplazaron a Sevilla.

“El show debe continuar” es una expresión muy usada en inglés que se hizo conocida por estos lares en los años 90 gracias a la canción de Quenn “The show must go on”. Fue escrita por el guitarrista de la banda británica, Brian May, en homenaje al cantante del grupo, Freddie Mercury, quien se encontraba gravemente enfermo desde hace años. La canción rápidamente se convirtió en un éxito mundial y es considerada uno de los iconos del rock ya que fue premonitoria de la muerte por SIDA, apenas unas semanas después de su lanzamiento, de la estrella del mítico grupo.

Pero, aunque la frase en cuestión fue utilizada por Shakespeare en el siglo XVI, parece ser que comienza a usarse masivamente hacia 1800 gracias al Circo ya que si un animal se escapaba o un artista resultaba herido, el espectáculo no se detenía. No podía permitírselo la familia circense. Más tarde el uso se amplió al mundo del espectáculo en general, y actualmente se utiliza para referirse a cualquier evento que debe continuar a pesar de los problemas que puedan surgir.

Estos días se ha presentado el libro “Contra la sostenibilidad” de Andreu Escrivá. La tesis del ambientólogo valenciano que se ha atrevido a plasmar en esas páginas es la desconfianza social sobre eso de que el desarrollo sostenible nos va a salvar de todos los males. Así es, de unos años a esta parte es difícil que una empresa o una administración no hable de sostenibilidad; las corporaciones han abrazado el concepto de la ESG y el sector público los ODS. El autor hace de portavoz de un cada vez mayor número de personas que comienzan a pensar que detrás de esas pomposas siglas no hay nada o si lo hay, solo es marketing. Los anglosajones le han llamado “greenwashing” y el libro lo bautiza como “ecopostureo”.

Ha pasado un tiempo desde que en 2019 la patronal American Business Round Table pidió redefinir las reglas del capitalismo; el periódico Financial Times reinventar el capitalismo a lo que se unió el foro de Davos con el famoso propósito. Es entonces cuando nace el acrónimo ESG (sostenibilidad en materia medio ambiental, social y de gobierno corporativo) como mantra que han de seguir las empresas que quieran sobrevivir en la nueva economía. Pronto el concepto triunfa entre los inversores en especial desde que el mayor fondo de inversión del mundo, BlackRock, amenaza con dejar de invertir en empresas que no sean sociales. Hoy el desempeño de cualquier gran compañía ha de medirse en base a esa ESG y se ha convertido en un frio indicador más, casi sin rastro de lo que se supone que deben llevar detrás esas letras o por lo menos poca gente recuerda que lo importa no es que sirva para la cotización de la compañía sino que mida el auténtico impacto social de la misma.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) tienen más años. Esos 17 objetivos surgen en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, celebrada en 2015, en Nueva York. Pero ya a finales del siglo pasado la ONU había hablado de una agenda, la Agenda 21, para abordar los problemas urgentes del siglo XXI debido al aumento de las desigualdades. Los gobiernos de todo el mundo, con sus políticos a la cabeza, abrazaron los ODS como parte de sus estrategias políticas y durante un tiempo no hubo solapa de mandatario sin la chapa de estos objetivos. Pero con la llegada de la desglobalización, la inflación y el trabajo precario, pocos electores ya creen que los ODS salvarán el mundo, de hecho, no son pocos los que como Andreu Escrivá, consideran que esto de la sostenibilidad es un gran fraude. Ni el coche eléctrico, ni la lucha contra el plástico, ni los molinos de viento han traído un mundo con mejores sueldos y menos desigualdad.

Pero las empresas y las administraciones quieren que el espectáculo continúe. No importa que nadie entienda nada y que cada día sea más complejo saber lo que hacen esas instituciones por un mundo con menos problemas, aunque se reproduzcan los informes obligatorios de sostenibilidad. El guión está ya escrito y parece que funciona. La ESG con sus rankings e indicadores mejora la valoración de las compañías. Los ODS embellecen cualquier programa electoral y permiten un discurso político aplaudido en las mejores tribunas del mundo.  Hasta sirve para la gala de los Goya. Que nadie pueda decir que no somos sostenibles, por eso los cineastas han copiado las estrategias de sus odiados capitalistas. Acaso ese reciclaje y esos nuevos bosques no fueron ideas puestas en marcha hace ya mucho por las grandes empresas de la banca o la energía que tanto critican en sus películas…

En el circo si moría el domador no podía suspenderse el espectáculo. Tampoco en la lidia cuando un torero es cogido. Ahora empresas, administraciones y también los del cine corren el peligro de seguir con su show, como si no pasase nada, sin darse cuenta de que o cambian o nadie les estará escuchando ya.

Iñaki Ortega es doctor en economía en la Universidad de Internet (UNIR) y LLYC


martes, 24 de enero de 2023

Miopías económicas

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 23 de enero de 2023)


Estas primeras semanas de enero son propicias para los balances. Las contabilidades anuales se cierran y los datos calentitos aparecen en la mesa de los gerifaltes.  Al gobierno le ha faltado tiempo para sacar pecho por los datos de empleo e inflación del año pasado. Pedro Sánchez desde los valles nevados de Davos ha exhibido musculatura: “tenemos el mayor nivel de empleo de nuestra historia, crecemos por encima de la media de la eurozona y registramos la menor inflación de la UE”. Pero no ha sido el único, las grandes empresas han aprovechado también para presumir de todo tipo de indicadores de sostenibilidad, con logros impresionantes en materia de transición energética pero también en diversidad y buen gobierno:  menos huella de carbono, más mujeres en los consejos y mucho impacto social en colectivos desfavorecidos.

La miopía es una anomalía del ojo que produce una visión borrosa o poco clara de los objetos lejanos pero que permite ver muy bien de cerca. Me temo que algo así les está pasando a tanto dirigente con la economía real. Leen muy bien los cercanos datos estadísticos ya sean de la contabilidad nacional o de sofisticadas ratios corporativos, pero lo lejano lo perciben muy borroso. Es lejano, a la vista de tanto triunfalista balance, la realidad de millones de españoles que siguen en el desempleo o con precarios contratos que les permite solamente mal vivir. O les pilla también muy lejos una mayoría de la población que sufre el encarecimiento del 30% -en apenas dos años- de la cesta de la compra. Por no hablar de los cientos de miles de hipotecados y pymes endeudadas que han entrado en pánico con inopinadas subidas de las cuotas de sus créditos. También quedan muy lejos para muchas empresas y sus índices de sostenibilidad los mayores de 50 años condenados al desempleo, las mujeres que no sueñan con un consejo sino con una promoción o los jóvenes titulados que han perdido la ilusión de emanciparse con los sueldos ofrecidos por el mercado, por no hablar de tanto agricultor que no había visto tanta sequía en su vida o esos ganaderos que no pueden pagar el pienso.

La miopía se corrige con gafas que permiten ver de lejos y así poder llevar una vida normal. Estas anomalías económicas también pueden tratarse de una manera sencilla, hay que adaptar la visión de los dirigentes para que no solo vean lo cercano, sino que estén en contacto con una realidad lejana que no es cotidiana para ellos. Por eso las miopías económicas se curan escuchando las conversaciones en el autobús o en el metro. En la cola del supermercado y en las oficinas de empleo. En los pasillos de los últimos cursos de la universidad y en los másteres del sábado a las 9 de la mañana. En la mesa de los empleados de banca cuando la gente llega llorando porque no entiende la subida de la hipoteca. Más calle y menos obtusos indicadores.

Iñaki Ortega es doctor en economía en la Universidad de Internet (UNIR) y LLYC

domingo, 2 de octubre de 2022

El poder para las trabajadoras

(este artículo se publicó originalmente en el periódico La Información el día 1 de octubre de 2022)

Las niñas españolas tienen una ratio de fracaso escolar mucho menor que sus compañeros de clase, lo ha certificado un informe de ESADE que hemos conocido estos días. Llueve sobre mojado porque desde hace años las universitarias superan en número y en expediente académico a los hombres. Inopinadamente la cosa cambia cuando las chicas empiezan a trabajar. Hay menos mujeres que hombres trabajando en números absolutos, su tasa ocupación y actividad también es menor. El trabajo autónomo y el emprendimiento femenino se comportan, por desgracia, de la misma manera.


Esta brecha de género no solo es padecida en todas las cohortes de edad, sino que aumenta conforme cumplen años las mujeres. Al mismo tiempo el agujero crece conforme la responsabilidad profesional es mayor, hasta alcanzar un diferencial máximo en la alta dirección, como nos recuerdan los informes promovidos por la directiva española Mirian Izquierdo desde la Fundación Woman Forward.


No hay un techo de cristal, esa expresión tantas veces utilizada para referirse a la ausencia de mujeres en las posiciones de alta responsabilidad en las empresas. Son muchos techos y no uno único en los consejos de administración. Porque, como acabamos de ver, no es una situación que afecta exclusivamente a las mujeres directivas, sino que la sufren todas las mujeres, de todas las edades y en todo el nivel jerárquico. Por ello, desde hace un tiempo se habla de “peldaños rotos” en la escalera de la igualdad. Esa escalera social funciona en la enseñanza obligatoria y en la superior, los datos lo certifican, pero una vez que se inicia el tramo profesional, comienzan los escalones rotos que dificultan que las mujeres sigan ascendiendo hacia la igualdad plena.


Algunos de esos peldaños en los que no pueden apoyarse las mujeres, son conocidos, otros no tanto. Por eso te animo a que subamos juntos -en este artículo- esa escalinata para darte cuenta que el problema del talento desaprovechado no reside en el consejo de administración o en los comités ejecutivos, sino que comienza aguas abajo.

 
Efecto flip se le ha llegado a bautizar, por la drástica reversión de las cifras, desde una mayoría de mujeres que entran a trabajar en la parte baja del escalafón hasta que se convierten en clara minoría en la alta dirección. En concreto, el estudio elaborado por McKinsey descubrió para Estados Unidos que de cada 100 hombres que promocionan a mandos intermedios, únicamente son 72 mujeres las que lo hacen. Y esta tendencia se acentúa al ascender en el organigrama; según Gender Diversity Index en 2022, las mujeres ocupaban únicamente el 27,3% de los puestos directivos. Si miramos a España, este dato -para la CNMV- es más bajo todavía, únicamente un 19% de directivas mujeres.


Estamos ya en la escalera y nos encontramos un primer peldaño roto, el de la ambición. Las profesionales no pueden apoyarse en este escalón porque la sociedad ha comprado la idea contraria: las mujeres son menos ambiciosas. Por eso si no alcanzan funciones de máximo poder no es porque no se les presente la oportunidad, sino porque no quieren desempeñarlas.  Pronto llega el peldaño roto del trabajo no remunerado. No por conocido deja de ser lacerante un escalón en el que lejos de impulsar, ancla a las mujeres evitando promocionar. La cantidad de tiempo que las mujeres dedican a las tareas no remuneradas -cuidados de la familia y atención al hogar- es muy superior al que dedican los hombres. El de los sesgos es otro escalón estropeado. La sociedad atribuye a la mujer atributos teóricamente opuestos a los que debe reunir un buen líder; por eso se les exige demostrar un rendimiento superior para poder ascender. De modo y manera que no únicamente tienen las mujeres escalones rotos sino la meta más lejana que los hombres.


Y quedan más trampas en este viaje por la escalinata que estamos haciendo, por ejemplo, el del salario. Aunque parezca increíble sigue siendo así. Por el mismo trabajo, los hombres cobran más que las mujeres. Funcas lo ha analizado para nuestro país y aunque la buena noticia es que se redujo a la mitad en la década previa a la pandemia, la retribución media por hora trabajada de los hombres sigue superando en un 8,5% a la de las mujeres en 2020. También tropezaremos con el peldaño roto de la autoestima. Resumido perfectamente en el conocido “síndrome de la impostora” que afecta a las mujeres, pero no a los hombres. Un estudio publicado en Harvard Business Review demostró que ellos optan a un puesto si cumplen el 60% de las habilidades requeridas, pero las mujeres no lo hacen si no cuentan con el 100%. Y finalmente el peldaño roto de la visibilidad. Luisa García de LLYC lleva tiempo analizando este lastre del diferencial de notoriedad que la sociedad -medios de comunicación y redes sociales- les otorga. Estudiando conversaciones en Twitter ha demostrado la escasa visibilidad de las mujeres en el ámbito empresarial que ha acabado provocando un vacío importante de referentes.

 
Así está nuestra escalera de la igualdad en España, a pesar de los avances en la educación de las mujeres, en el mundo laboral la velocidad es lenta. Como si hablásemos de un embudo, en la base son mayoría las mujeres tituladas y que ingresan en el mercado laboral, pero al final solo una minoría alcanza las máximas responsabilidades.
Así que cuando te cuenten eso del techo de cristal recuerda que no vale con mirar los datos del final de la escalera, el consejo, y con eso quedarnos satisfechos por el avance. La realidad es que ocultan lo importante, los nefastos datos desde las primeras promociones en el escalafón hasta las últimas. De hecho, el esperanzador dato que aporta la CNMV, de un 29% mujeres consejeras en las cotizadas españolas, no puede ocultar que la brecha salarial no existe cuando las mujeres tienen menos de 35 años, pero luego se agranda hasta dispararse cuando se alcanzan los sesenta. El impacto en nuestra economía de esta pérdida de talento es un drama que no nos podemos permitir. Si la herramienta de la educación ha funcionado para alcanzar la igualdad entre las profesionales menores de la treintena, consigamos que haga ese mismo efecto en las mayores de esa edad. Educación a lo largo de la vida o upskilling -como se dice ahora- es una de las fórmulas mágicas para tener mejores y más empleos. Es el verdadero poder para las trabajadoras.


Pero seguro que no verás nada de esto en las campañas de las ministras que tienen esta responsabilidad en el gobierno.  Esto de esforzarse está mal visto y es mejor hablar de hombres blandengues y niños sexualizados. Así nos va.

Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet (UNIR) y LLYC

jueves, 30 de diciembre de 2021

2022 y los prosumidores

(este artículo se publicó originalmente en el diario económico La Información el día 28 de diciembre de 2021)


El año que empieza, si la covid19 no lo impide, puede ser el inicio de la era de los prosumidores. Aunque se le atribuye a Jeremy Rifkin, este término fue acuñado en 1980 por el futurólogo Alvin Toffler en su libro “La tercera ola”. La tesis de Toffer es que la civilización está en una tercera ola que deja atrás la primera o agrícola en la que se vivió hasta la revolución industrial que es la segunda. Esta ola permitirá pasar del autoabastecimiento preindustrial y el consumo masivo de las últimas décadas a uno nuevo posindustrial en el que se podrá producir y consumir al mismo tiempo.

Hace apenas dos años Rifkin explicaba este fenómeno en una conferencia en la Fundación Rafael del Pino de Madrid. Para este profesor de Wharton College, la economía colaborativa, es el primer sistema económico que se consolida desde el surgimiento del capitalismo y el socialismo, de hecho, ya coexiste con la economía de mercado. Este nuevo paradigma está llamado a transformar radicalmente la vida económica porque -según este sociólogo de Denver- permite el coste marginal cero, es decir que no habrá costes añadidos si se aumenta la producción de un bien o servicio. Es el sueño que siempre han perseguido las empresas y no es ciencia ficción porque es lo que está empezando a suceder. Y es en este escenario de economía colaborativa, en el que la figura del consumidor desaparece y aparece una inédita: el prosumidor. Son aquellas personas que han empezado a producir o compartir a través de internet. Desde su propia música, a sus videos en YouTube, sus conocimientos en Wikipedia o sus propias noticias en redes sociales. Todo esto comenzó hace más de un lustro, pero ya ha tenido su impacto en sectores económicos como el turismo, el transporte en las ciudades, pero también en la industria del entretenimiento con periódicos, discográficas y hasta productoras de cine quebradas.

Hasta aquí nada nuevo, pensará el lector, pero lo disruptivo viene ahora con la economía de la energía. La tecnología ya permite a millones de prosumidores producir y compartir su propia energía renovable, con un coste marginal casi nulo. Rifkin defiende que no es algo residual y que son decenas de millones los americanos que ya participan de forma activa en esta tendencia, bien compartiendo automóvil o vivienda y ahora produciendo energía.

Si las búsquedas en internet anticipan tendencias de futuro, Google España ha confirmado en un informe de la Fundación MAPFRE que casi la mitad de los mayores de 55 años en España están muy cerca de ser prosumidores porque forman parte del movimiento conocido como Do It Yourself. Son los que quieren hacer las cosas por ellos mismos, generalmente aficionados al bricolaje que tienden a construir, modificar o reparar cosas que poseen sin contar con la ayuda de un profesional. Sus actividades abarcan desde mejoras para el hogar hasta proyectos de jardinería y mantenimiento de vehículos. Están en internet viendo tutoriales o buscando herramientas para el hogar o su coche. Y crecen a ritmo de dos dígitos.

Esta nueva forma de autoconsumo al mismo tiempo que la economía circular del reciclaje, se ha acelerado con el confinamiento de la pandemia formando un cóctel que diferentes analistas han llamado neoecología. Un nuevo activismo orientado hacia una forma de consumir diferente protagonizado por el uso inteligente y sostenible de los recursos. Esta neoecología es mucho más que la mera protección de la naturaleza o la oposición contra el consumismo desaforado. Cada vez más consumidores eligen empresas que no sólo ofrecen un mero producto, sino el compromiso de hacer una contribución a la vida de sus clientes, empleados y de la sociedad en su conjunto. En el mundo anglosajón las multinacionales con propósito se han unido a este movimiento bautizado como Tech4Good y que por estos lares me he atrevido a resumir como “La Buena tecnología” título de mi último libro escrito junto al presidente del Sur de Europa de Hewlett Packard Enterprise, José María de la Torre.

La organización ecologista, WWF, habla incluso de un futuro energético descentralizado gracias a lo anterior. La generación de energía a partir del viento y el sol, pero también de otras fuentes de energía renovable, estará descentralizada. En lugar de unas pocas grandes centrales eléctricas, en el sistema energético del futuro, millones de pequeñas centrales generarán energía. Y, aquí viene lo mejor, muchas de las partes involucradas -incluso en países pobres- en este proceso serán al mismo tiempo productores como consumidores de energía, es decir prosumidores.  La empresa francesa Schneider en boca de su directivo Jordi García, defiende que la descentralización no se limitará a las fuentes de energía sino al propio control de esa red. En este sentido, los consumidores se están empezando a empoderar, convirtiéndose en prosumidores activos, capaces de generar, almacenar y redistribuir energía cuando sea necesario, es decir, capaces de gestionar activamente sus propios recursos energéticos, no solo consumir la energía que les llega de la red. Evolucionaremos de consumidores energéticos unilaterales a prosumidores energéticos multidireccionales.

Pero esto no ha hecho más que empezar. Según otro estudio de PwC y Siemens hasta los edificios de la España 5.0 serían prosumidores de energía, mucho más activos y con potestad para generar electricidad, usarla, venderla, almacenarla o distribuirla a las redes inteligentes, formando así un ecosistema integrado. En la multinacional española, Soltec, han dado un paso más con un nuevo concepto, la ecovoltaica. La generación de energía fotovoltaica y la agricultura pueden coexistir en el mismo terreno. Basándose en estudios de la Universidad de Oregón la convivencia de las dos actividades aporta beneficios recíprocos a los prosumidores. Por ejemplo, la sombra de los paneles solares ayuda a producir hasta un 12% más de cultivo que en los campos tradicionales, otra consecuencia es la reducción de la evaporación del suelo, que así mantiene el ambiente más húmedo y, por lo tanto, genera un menor consumo de agua para el riego. Finalmente, el gobierno de España se ha sumado a esa tendencia de la mano de una nueva regulación, la Orden TED/1247/2021 de 15 de noviembre regula los coeficientes de reparto variables en autoconsumo colectivo, y va a facilitar que muchos pequeños industriales y hasta agricultores pasen a ser prosumidores, en un contexto en que cualquier ahorro de la factura eléctrica será bien recibido.

Buenas noticias para cientos de miles de españoles que podrán beneficiarse y a la vez ayudar al planeta siendo prosumidores. Ahora solo necesitamos, crucemos los dedos, que la cadena de suministro global se normalice incluidos los chips y el acero chino para que florezca esta nueva industria de los prosumidores energéticos. Pero eso es otro cantar. Feliz 2022.

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de dirección de empresas en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)

miércoles, 24 de marzo de 2021

Pandenomics

(este artículo se publicó originalmente en el periódico La Información el día 23 de marzo de 2021)

El cambio del milenio trajo la vana ilusión de conseguir alinear empresa y sociedad. En la agenda, súbitamente, en 1999, apareció la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) y los objetivos del milenio (ODM) de Naciones Unidas. También, ese año, nació el índice Dow Jones Sustainability y Global Compact, el pacto mundial por la sostenibilidad. Michael Porter comienza entonces a formular desde lo que llamó filantropía corporativa, su teoría del valor compartido. Básicamente el profesor de la Universidad de Harvard defendía alinear el éxito de la empresa con el éxito de la comunidad en la que se opera, para ello hay que retribuir a la sociedad con parte de los beneficios de la compañía. La realidad es más tozuda y este intento de socializar el capitalismo se quedó en estético y la RSC en una cortina de humo. La brecha entre empresa y sociedad lejos de reducirse se agrandó. No es fácil. Son muchos siglos en los que la economía y el humanismo han sido dos ríos que nunca llegaban a juntarse.

La economía, desde que existe como tal, defiende la existencia de ventajas competitivas. Adam Smith en el siglo XVIII matizó en su libro “La Riqueza de las Naciones” esa ventaja por la existencia de una mano invisible (el mercado) que llevaba al bien común. En el siglo XX, para Schumpèter, esa ventaja reside en la fuerza creativa de los emprendedores y para Keynes es el Estado en que garantiza que el ventajismo no genere desigualdad. Pero Milton Friedman en 1970 acuña su célebre frase que aún permanece en la mente de muchos directivos, “la única responsabilidad social de los empresarios es incrementar sus ganancias”. Aunque en 1993 el nobel Douglas North postuló la importancia de las instituciones, entre ellas las empresas, para evitar las injusticias económicas, la corriente de la escuela de Chicago de Friedman siguió ganando adeptos en las corporaciones durante todo el siglo XX. 

Ya desde Aristóteles, la filosofía ha reflexionado sobre el humanismo. Tomás de Aquino postulando por la dignidad del ser humano; Rousseau con su “contrato social “que inspiró la Revolución Francesa frente al absolutismo o la defensa de las libertades civiles en el nacimiento de los Estados Unidos de América frente al dogmatismo de la metrópoli, permitieron el surgimiento en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1948 de Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero por más que en 1999 se intentó seguir esa línea con los objetivos de desarrollo del milenio y en 2015 los ODS (objetivos de desarrollo sostenible), todavía la economía y la sociedad seguían caminos diferentes.

Pasaron los años y el tercer milenio avanzó inexorablemente hasta la crisis del 2008 que agrandó la brecha entre la empresa y la gente. El mejor caldo de cultivo para un populismo que comenzó a hacerse notar en el mundo y también en nuestro país. El Brexit, la era Trump o el auge de los movimientos antisistema como los chalecos amarillos en Francia o el 15-M en España alertó a muchos directivos a retomar una agenda del cambio. De modo y manera que en 2019 la patronal American Business Round Table pide redefinir las reglas del capitalismo; el periódico Financial Times exige al mismo tiempo reinventar el capitalismo y en el foro de Davos de ese año solo se habla de un nuevo capitalismo del propósito. Los acontecimientos se precipitan y el primer ejecutivo del mayor fondo de inversión del mundo, BlackRock, amenaza con dejar de invertir en empresas que no sean sociales y en España se traspone la directiva comunitaria que exige, por ley, dar información sobre la labor social de las empresas (ley 11/18 de información no financiera y diversidad). Nace el acrónimo ESG (sostenibilidad en materia medio ambiental, social y de gobierno corporativo) como mantra que han de seguir las empresas que quieran sobrevivir en la nueva economía. Hasta la CNMV en la modificación de su código de buen gobierno en 2020 decide sustituir la RSC por la sostenibilidad de la ESG. 

Y de repente la pandemia. La economía de la pandemia o pandenomics ha venido para quedarse. En Argentina el catedrático Javier Milei idéntica pandenomics con mega recesión, inflación y crisis global. En España, la economista jefe de Singular Bank, Alicia Coronil usa pandenomics como sinónimo de inestabilidad ante el auge de China y la desaparición de Abe en Japón y Merkel en Alemania. Yo prefiero una visión más optimista. La economía de la pandemia permitirá el milagro de que los dos ríos condenados a no juntarse nunca -la economía y la sociedad- finalmente lo hagan. La emergencia sanitaria logró que en la fábrica de SEAT de Martorell los motores de los parabrisas se convirtieran en respiradores. El confinamiento permitió comprobar lo sencillo que era tener ciudades con el aire respirable, si conducimos menos. Los fondos públicos bien usados, como en España con los ERTEs y los ICOs salvan a empresas que así mantienen los empleos. Los tenedores de grandes locales comerciales rebajaron los alquileres a los comercios sin actividad. Al mismo tiempo, sin trabas públicas ni organizativas, pudo diseñarse en tiempo récord una vacuna que salva millones de vidas todos los días. Se concilió vida profesional y laboral, con los niños y padres en videoconferencias. Nadie se quedó sin luz o conexión telefónica y de datos. 

Pero lo mejor está por llegar en pandenomics. Europa con el plan de su presidenta Úrsula Von der Leyen, Green New Deal o pacto verde, para hacer que Europa sea climáticamente neutral en 2050. O los fondos Next Generation que ayudarán a que empresas de la mano de la administración modernicen nuestra economía. El capital privado de todo el mundo movilizado para invertir en tecnologías que frenen el cibercrimen, mejoren la salud global o eliminen la huella de carbono. Tecnológicas y startups con nuevos marcos amistosos promovidos por los gobiernos, conseguirán una economía competitiva que genere empleo de calidad y no deje a nadie atrás. Llámenme iluso. Pero la economía de la pandemia puede obrar el milagro. El dolor de este año nos ha hecho descubrir que solo desde la unión de lo público y lo privado, lo económico y los social, se conseguirá vencer al coronavirus pero sobre todo construir un mundo mejor.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

miércoles, 16 de diciembre de 2015

COP21. Empezar es la mitad del camino

(este artículo se publicó en el Diario Cinco Días el día 16 de diciembre de 2015)

‎Horacio, es considerado el principal poeta de la Roma clásica. Su influencia desde el año 35 a.C. ha llegado hasta nuestros días, de modo y manera, que una de las expresiones que este lírico latino acuñó, puede resumir las conclusiones de la conferencia del cambio climático de París. «Empezar es la mitad del camino».

El acuerdo que han firmado este sábado 195 países de todo el mundo, sitúa en el 2020 el inicio de los compromisos para frenar la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Pero gracias a la atención generada en los meses previos y a los debates celebrados en la capital francesa desde el 30 de noviembre, en la llamada conferencia de participes (COP21), gran parte del camino está ya andado, aunque todavía falten cuatro años para la fecha de implementación  del nuevo pacto climático.

París nos ha hecho abrir los ojos ‎y ya nadie duda, ni en la ciencia ni en la ciudadanía, de que tenemos un problema, causado por la propia acción humana. La eyección de dióxido de carbono fruto de los combustibles fósiles captan la radiación infrarroja produciendo calentamiento global. Si no hacemos nada por parar este uso, cuando termine el siglo XXI la temperatura del planeta habrá aumentado cuatro grados con efectos devastadores para la humanidad. Aun ejecutando planes como el de París, bajar a dos grados el aumento del calentamiento global, traería desequilibrios que harían desaparecer miles de poblaciones costeras y bosques en medio mundo.

Ahora, parar esa tendencia esta en nuestra mano y ya no podemos escudarnos en la falta de acuerdo de los Estados, la inoperancia de los políticos o la codicia del capitalismo de las multinacionales. El acuerdo de la cumbre de París junto con las oportunidades que hoy ofrece la tecnología, son las palancas sobre las que impulsar un nuevo activismo ciudadano, que no responde a ideologías, y que empieza por nosotros mismos, en nuestras casas y en nuestras ciudades.

El cambio climático no está causado solo por las chimeneas de grandes industrias en China o India, sino que tiene su base en nuestro desaforado consumismo, nuestra indolencia para reciclar o nuestro complejo cuando no egoísmo para usar más el transporte público‎. De hecho el 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero se producen en nuestra actividad diaria.  Tenemos al alcance de nuestra mano el poder de contribuir a su freno a través de pequeños gestos cotidianos pero a la vez poderosos como, por ejemplo, los 15 millones de toneladas de CO2 no emitidas gracias al reciclado de los envases del contenedor amarillo y azul en España. En 2030 seremos nueve mil millones de habitantes en el planeta, por ello es imprescindible repensar, como nos recuerda el Papa Francisco en su encíclica “Laudato si” sobre el cuidado de la casa común, la forma que tenemos de producir y consumir cuando los recursos serán cada vez más escasos. El ecodiseño, la economía circular, el reciclado y el consumo responsable sin olvidar la acción de los emprendedores, en un momento en el que se ha democratizado el acceso al capital y al conocimiento, son las heramientas que tendremos que usar. El ya mítico emprendedor en serie, Elon Musk, con Tesla, está acercando, por fin, el coche eléctrico a los consumidores gracias a sus nuevas baterías que harán posible también un menor consumo en nuestros hogares. También, desde España, estamos ayudando con los disruptivos contadores eléctricos de los emprendedores de Green Momit, catalogados como una de las 50 startups de mayor impacto en Europa, puesto que con sus dispositivos smart, alineamos compromiso mediombiental y ahorro en la factura de la luz.

Es también el momento de las energías limpias y la movilidad sostenible. En París unos de los temas recurrentes en las sesiones ha sido el papel de las ciudades como agentes del cambio para alcanzar una economía baja en carbono. Ya existen buenas prácticas para seguir, el caso de Islandia, por ejemplo, con el 100% de su energía de origen renovable a través de la geotermia. Adelaida desde Australia explicó cómo una ciudad puede apostar por las energías limpias y por la innovación para conseguir que el 40% de su energía proceda de fuentes renovables, recortando sus emisiones un 20% mientras que ha incrementado su PIB en un 28% y todo ello con un incremento de población de un 27%. Bristol en el Reino Unido ha pasado de ser una de las ciudades más industrializadas del planeta a convertirse en un modelo de sostenibilidad como ha puesto de manifiesto su titulo este año de European Green Capital, cogiendo el testigo de las modélicas Vitoria en España y Copenhague en Dinamarca. 

Convivimos con alertas por contaminación que pensábamos que  no nos afectaban porque estábamos lejos de Beijing, Delhi o México DF pero ya no sólo Madrid sino hasta Oviedo sufren protocolos anti-polución. El problema está aquí pero la solución también está en nuestras manos. En el MIT hablaron hace unos años del Gran Desacople, una coyuntura diabólica en la cual los problemas crecían rápidamente y en cambio las soluciones iban muchísimo más despacio. Hoy, en cambio, conocemos bien los problemas que causa el cambio climático pero también, con una economía digital en que los ciudadanos en todo el mundo se están empoderando frente a las injusticias, tenemos las soluciones en nuestras casas y en nuestros propios hábitos. Por ello, comencemos  a cambiar, porque si lo hacemos, ya sabemos desde hace 2000 años, que «empezar es la mitad del camino».


Iñaki Ortega es director de Deusto Business School.
Oscar Martin es consejero delegado de Ecoembes.


domingo, 22 de noviembre de 2015

La cuadratura del círculo

(este artículo fue publicado originalmente en el periódico ABC  el día 22 de noviembre de 2015)


El problema geométrico conocido como “la cuadratura del círculo” es uno de los mayores misterios sin resolver de la matemática. La cuestión reside en hallar un cuadrado que posea un área que sea igual a la de un círculo dado. ‎Desde la Grecia clásica y con especial ímpetu en el siglo XIX se ha intentado resolver sin éxito, así hasta nuestros días. De hecho, el asunto ha sobrepasado la matemática para incorporarse a nuestro lenguaje como una expresión muy habitual para referirse a un problema imposible o muy difícil de solucionar.

Igualmente de irresolubles han sido durante muchos años otros problemas, ya no matemáticos, sino sociales y económicos y que hoy, gracias sobre todo a la tecnología y a una creciente concienciación, están empezando a dejar de s‎erlo.
‎En 1965 un joven científico, en California, formuló un ley que no ha dejado de cumplirse desde entonces. Gordon Moore ‎vaticinó que cada año la capacidad de los microprocesadores se doblaría, a su vez cada año el precio de esos chips sería la mitad. La llamada “ley de Moore” explica, que hoy, en nuestros bolsillos con nuestro móvil, tenemos más capacidad de procesamiento que todos los ordenadores que tenía la NASA cuando el hombre llegó a la Luna. Por ello vivimos una revolución tecnológica, de una velocidad tal, que está permitiendo universalizar el acceso al conocimiento y al capital como nunca antes. Por primera vez en la historia los emprendedores tienen en sus manos las armas para cambiar el mundo.

En 1982 el arquitecto suizo Walter R. Stahel‎ formuló la teoría de la economía circular en un informe, junto a otros colegas, para la Comisión Europea. Una economía lineal que ‎produce, consume y finalmente tira a la basura, es insostenible. Ha de ser sustituida por un sistema circular coherente, como lo que ha hecho siempre la naturaleza, que convierte los residuos en recursos. Stahel nunca pudo imaginar que en un país como España, más de 30 años después, el 74% de los envases se reciclan o que disponemos de un sistema integrado de gestión a la altura de los más avanzados de Europa y que hace posible que desde 1998 se han reciclado más de 15,3 millones de toneladas de envases domésticos en España, cifra que equivale a llenar más de 1.100 estadios de fútbol de envases.

Pero por todo lo anterior conviene que levantamos un poco la vista de lo que consideramos estrategias verdes o políticas medioambientales para darnos cuenta que lo imposible se está dando, de hecho se está empezando a formular una nueva economía circular, donde conceptos enfrentados empiezan a ser conciliables. 

Por ejemplo, la colección de moda del joven diseñador español Moisés Nieto realizada íntegramente con tejidos provenientes de botellas recicladas, premiada recientemente en el primer certamen El Laboratorio, demuestra que la ética no está reñida con la estética‎. O que la primera y única encíclica escrita por el Papa Francisco “Laudato si”, dedicada a la ecología, nos indica que el Poder también puede ir acompañado de la Razón, y que además esas causas, siempre, merecen la pena. Otro caso es la propia actividad a favor del medio ambiente desarrollada por una empresa privada como Ecoembes que desde su creación en 1998 permite que ya no sean antagónicos conceptos como activismo y empresa‎. Por último, hoy, con las plataformas colaborativas que hacen posible compartir coche y por tanto no contaminar tanto, el colectivismo puede tener sentido en una economía de mercado.

Pero si nuestra cabeza se eleva y miramos más allá todavía de la economía circular lo imposible también está empezando a pasar en otros campos. La innovación ha abandonado el paradigma del secreto industrial para zambullirse de lleno en la inteligencia colectiva y colaborativa; es difícil encontrar una gran corporación que no tenga como vector, la innovación abierta en sus laboratorios. ‎Por no hablar del cambio de escala que está dándose en la economía actual donde los emprendedores se han convertido en una especie de insurgentes, como nos recordaba hace unas semanas The Economist, que están poniendo patas arriba industrias tan diferentes como el turismo, el transporte, la financiera o la automoción...y además consiguiendo mejores y más baratos productos y servicios.

A Pitágoras se le considera el primer matemático de la historia y aunque tampoco resolvió el asunto de la cuadratura del círculo‎, pasó a la posteridad por su afirmación de que nuestro planeta era redondo, que la Tierra era un círculo. Hoy sin temor a equivocarnos podemos decir algo más, que la economía empieza a ser circular y que gracias a ello el mundo puede aspirar a ser circular. La cuadratura del círculo empieza a ser posible.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School en Madrid


NOTA: Este artículo es un resumen de la conferencia que pronuncié en el congreso Talking Pack de la Plataforma Envase y Sociedad. En este link un resumen de las conferencias de ese día: youtube

martes, 23 de junio de 2015

Más allá de la economía circular

(este artículo se publicó en el Diario Cinco Días el día 23 de junio de 2015)

A principios de los años 80 la Comisión Europea encargó a un grupo de economistas estudiar las consecuencias de la crisis energética y sugerir propuestas para la recuperación. En su informe acuñaron el término de economía circular como respuesta a una economía lineal que consumía recursos como si fuesen inagotables. Romper la tendencia insostenible de energía-producir-consumir-‎residuos-energía para producir más... a favor de un ciclo que convertía los residuos en energía o en materias primas a través del reciclaje, abrió las puertas también a las renovables y en definitiva a la hoy admitida por todos sostenibilidad.


Una década después, en Estados Unidos, la multinacional DuPont, conocida por su capacidad para generar nuevos materiales como el nylon, la licra o el neopreno, se enfrentó a una ‎situación inédita en sus 200 años de historia, las ventas estaban bajando y afectando a la continuidad de la compañía. El entonces consejero delegado Chad Holliday hizo famoso un lema para conseguir que la empresa se reinventase mirando hacia afuera. “Beyond the molecules, más allá de las moléculas” espoleó a la multinacional a no vivir de los éxitos pasados, a levantar la vista del microscopio y a implantar un modelo de innovación abierta que le permitió remontar y aun hoy se mantiene.

Hoy también hay que levantar la vista de lo “green” para darse cuenta que la economía circular está siendo practicada también por los emprendedores de la economía colaborativa. Priorizar el uso frente a la propiedad como el car sharing, las plataformas que permiten compartir casas o el auge de la segunda mano son ejemplos de ello. Por supuesto los innovadores sociales ‎que están solucionando problemas en medio mundo como Tarifas Blancas en Sevilla con su empresa de descuentos para parados, son pura economía circular. Las empresas como Danone que contratan mujeres víctimas de violencia doméstica se sitúan también en lo circular.

Dinamarca y su capital Copenhague, este año capital verde en Europa, aparecen frecuentemente como modelo de sostenibilidad. Pero más allá de los huertos urbanos o la movilidad urbana en bicicleta, los daneses con su cultura de pactos políticos entre diferentes o con su liderazgo mundial en una agricultura tecnificada y supercompetitiva demuestran, como el párrafo anterior, que la economía circular está superando lo meramente ecológico. 

La nueva economía circular es aquella que busca integrar en las estrategias corporativas, institucionales o incluso personales no sólo el medio ambiente sino a clientes, proveedores, administrados o simplemente a los vecinos. Emprendimiento corporativo, innovación social y activismo son los conceptos a seguir. Ya hay pioneros que lo están practicando como ENGIE (GDF SUEZ) ​con su estrategia de innovación abierta ​que hace posible que jóvenes con talento en todo el mundo puedan poner en marcha su idea de negocio. También ASHOKA con su red mundial de innovadores sociales que dan soluciones a los problemas del mundo a través de la creación de empresas sostenibles y sociales. ‎, o CHANGE.ORG, que canaliza en una suerte de nuevo activismo las quejas de la ciudadanía para conseguir luchar y vencer a las injusticias.

El periodista de New York Times, Thomas Friedman, postuló durante muchos años que “El mundo es plano” para poner el acento en la globalización y las posibilidades que la tecnología ofrecía para trabajar desde cualquier lugar.‎ Hoy, sin temor a equivocarnos podemos decir como Pitágoras que la tierra es redonda, que el mundo es circular. El mundo ha de ser circular, no sólo la economía. Para ello hay que conjugar cuatro conceptos que casualmente empiezan por la letra i. Intraemprendededores, innovación, inclusivo e instituciones. Intraemprender es actuar desde tu empresa u organización por cambiar las cosas. Innovar es hacerlo de un modo diferente y buscando ser inclusivo. Pero sin el apoyo de las instituciones ese reto será inalcanzable para lo cual habrá que ser capaces de alinear a lo público y lo privado.

Hace unos días y con motivo de la cumbre del clima de París el paleontólogo español Juan Luis Arsuaga, que tanto ha estudiado las consecuencias del clima a lo largo de la historia del hombre, respondió a una pregunta sobre el calentamiento global diciendo “solo el pasado está escrito, aún se puede cambiar el futuro”. La inédita combinación de la disrupción tecnológica con nuestro activismo es la nueva economía circular que cambiará el mundo para bien.

Iñaki Ortega es Director de Deusto Business School
Loreto Ordoñez es Consejera Delegada de ENGIE (GDF SUEZ) en España