martes, 21 de febrero de 2023

El espectáculo debe continuar

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 14 de febrero de 2023)


Este año en la ceremonia de los premios del cine español, el busto de Goya que se entregó a los ganadores era de bronce reciclado, y así lo repitió dos veces la organización, al mismo tiempo el director de la academia se comprometió a plantar un bosque en Cantabria para “compensar la huella de carbono que deja esta gala”. Nada debía estropear el espectáculo del cine patrio, ni la ley fallida del “sí es sí” que nadie mencionó, ni tampoco las conciencias de los espectadores al respecto de la contaminación de los aviones, trenes y taxis de los más 3000 asistentes y organizadores que se desplazaron a Sevilla.

“El show debe continuar” es una expresión muy usada en inglés que se hizo conocida por estos lares en los años 90 gracias a la canción de Quenn “The show must go on”. Fue escrita por el guitarrista de la banda británica, Brian May, en homenaje al cantante del grupo, Freddie Mercury, quien se encontraba gravemente enfermo desde hace años. La canción rápidamente se convirtió en un éxito mundial y es considerada uno de los iconos del rock ya que fue premonitoria de la muerte por SIDA, apenas unas semanas después de su lanzamiento, de la estrella del mítico grupo.

Pero, aunque la frase en cuestión fue utilizada por Shakespeare en el siglo XVI, parece ser que comienza a usarse masivamente hacia 1800 gracias al Circo ya que si un animal se escapaba o un artista resultaba herido, el espectáculo no se detenía. No podía permitírselo la familia circense. Más tarde el uso se amplió al mundo del espectáculo en general, y actualmente se utiliza para referirse a cualquier evento que debe continuar a pesar de los problemas que puedan surgir.

Estos días se ha presentado el libro “Contra la sostenibilidad” de Andreu Escrivá. La tesis del ambientólogo valenciano que se ha atrevido a plasmar en esas páginas es la desconfianza social sobre eso de que el desarrollo sostenible nos va a salvar de todos los males. Así es, de unos años a esta parte es difícil que una empresa o una administración no hable de sostenibilidad; las corporaciones han abrazado el concepto de la ESG y el sector público los ODS. El autor hace de portavoz de un cada vez mayor número de personas que comienzan a pensar que detrás de esas pomposas siglas no hay nada o si lo hay, solo es marketing. Los anglosajones le han llamado “greenwashing” y el libro lo bautiza como “ecopostureo”.

Ha pasado un tiempo desde que en 2019 la patronal American Business Round Table pidió redefinir las reglas del capitalismo; el periódico Financial Times reinventar el capitalismo a lo que se unió el foro de Davos con el famoso propósito. Es entonces cuando nace el acrónimo ESG (sostenibilidad en materia medio ambiental, social y de gobierno corporativo) como mantra que han de seguir las empresas que quieran sobrevivir en la nueva economía. Pronto el concepto triunfa entre los inversores en especial desde que el mayor fondo de inversión del mundo, BlackRock, amenaza con dejar de invertir en empresas que no sean sociales. Hoy el desempeño de cualquier gran compañía ha de medirse en base a esa ESG y se ha convertido en un frio indicador más, casi sin rastro de lo que se supone que deben llevar detrás esas letras o por lo menos poca gente recuerda que lo importa no es que sirva para la cotización de la compañía sino que mida el auténtico impacto social de la misma.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) tienen más años. Esos 17 objetivos surgen en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, celebrada en 2015, en Nueva York. Pero ya a finales del siglo pasado la ONU había hablado de una agenda, la Agenda 21, para abordar los problemas urgentes del siglo XXI debido al aumento de las desigualdades. Los gobiernos de todo el mundo, con sus políticos a la cabeza, abrazaron los ODS como parte de sus estrategias políticas y durante un tiempo no hubo solapa de mandatario sin la chapa de estos objetivos. Pero con la llegada de la desglobalización, la inflación y el trabajo precario, pocos electores ya creen que los ODS salvarán el mundo, de hecho, no son pocos los que como Andreu Escrivá, consideran que esto de la sostenibilidad es un gran fraude. Ni el coche eléctrico, ni la lucha contra el plástico, ni los molinos de viento han traído un mundo con mejores sueldos y menos desigualdad.

Pero las empresas y las administraciones quieren que el espectáculo continúe. No importa que nadie entienda nada y que cada día sea más complejo saber lo que hacen esas instituciones por un mundo con menos problemas, aunque se reproduzcan los informes obligatorios de sostenibilidad. El guión está ya escrito y parece que funciona. La ESG con sus rankings e indicadores mejora la valoración de las compañías. Los ODS embellecen cualquier programa electoral y permiten un discurso político aplaudido en las mejores tribunas del mundo.  Hasta sirve para la gala de los Goya. Que nadie pueda decir que no somos sostenibles, por eso los cineastas han copiado las estrategias de sus odiados capitalistas. Acaso ese reciclaje y esos nuevos bosques no fueron ideas puestas en marcha hace ya mucho por las grandes empresas de la banca o la energía que tanto critican en sus películas…

En el circo si moría el domador no podía suspenderse el espectáculo. Tampoco en la lidia cuando un torero es cogido. Ahora empresas, administraciones y también los del cine corren el peligro de seguir con su show, como si no pasase nada, sin darse cuenta de que o cambian o nadie les estará escuchando ya.

Iñaki Ortega es doctor en economía en la Universidad de Internet (UNIR) y LLYC


No hay comentarios:

Publicar un comentario