miércoles, 24 de marzo de 2021

Pandenomics

(este artículo se publicó originalmente en el periódico La Información el día 23 de marzo de 2021)

El cambio del milenio trajo la vana ilusión de conseguir alinear empresa y sociedad. En la agenda, súbitamente, en 1999, apareció la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) y los objetivos del milenio (ODM) de Naciones Unidas. También, ese año, nació el índice Dow Jones Sustainability y Global Compact, el pacto mundial por la sostenibilidad. Michael Porter comienza entonces a formular desde lo que llamó filantropía corporativa, su teoría del valor compartido. Básicamente el profesor de la Universidad de Harvard defendía alinear el éxito de la empresa con el éxito de la comunidad en la que se opera, para ello hay que retribuir a la sociedad con parte de los beneficios de la compañía. La realidad es más tozuda y este intento de socializar el capitalismo se quedó en estético y la RSC en una cortina de humo. La brecha entre empresa y sociedad lejos de reducirse se agrandó. No es fácil. Son muchos siglos en los que la economía y el humanismo han sido dos ríos que nunca llegaban a juntarse.

La economía, desde que existe como tal, defiende la existencia de ventajas competitivas. Adam Smith en el siglo XVIII matizó en su libro “La Riqueza de las Naciones” esa ventaja por la existencia de una mano invisible (el mercado) que llevaba al bien común. En el siglo XX, para Schumpèter, esa ventaja reside en la fuerza creativa de los emprendedores y para Keynes es el Estado en que garantiza que el ventajismo no genere desigualdad. Pero Milton Friedman en 1970 acuña su célebre frase que aún permanece en la mente de muchos directivos, “la única responsabilidad social de los empresarios es incrementar sus ganancias”. Aunque en 1993 el nobel Douglas North postuló la importancia de las instituciones, entre ellas las empresas, para evitar las injusticias económicas, la corriente de la escuela de Chicago de Friedman siguió ganando adeptos en las corporaciones durante todo el siglo XX. 

Ya desde Aristóteles, la filosofía ha reflexionado sobre el humanismo. Tomás de Aquino postulando por la dignidad del ser humano; Rousseau con su “contrato social “que inspiró la Revolución Francesa frente al absolutismo o la defensa de las libertades civiles en el nacimiento de los Estados Unidos de América frente al dogmatismo de la metrópoli, permitieron el surgimiento en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1948 de Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero por más que en 1999 se intentó seguir esa línea con los objetivos de desarrollo del milenio y en 2015 los ODS (objetivos de desarrollo sostenible), todavía la economía y la sociedad seguían caminos diferentes.

Pasaron los años y el tercer milenio avanzó inexorablemente hasta la crisis del 2008 que agrandó la brecha entre la empresa y la gente. El mejor caldo de cultivo para un populismo que comenzó a hacerse notar en el mundo y también en nuestro país. El Brexit, la era Trump o el auge de los movimientos antisistema como los chalecos amarillos en Francia o el 15-M en España alertó a muchos directivos a retomar una agenda del cambio. De modo y manera que en 2019 la patronal American Business Round Table pide redefinir las reglas del capitalismo; el periódico Financial Times exige al mismo tiempo reinventar el capitalismo y en el foro de Davos de ese año solo se habla de un nuevo capitalismo del propósito. Los acontecimientos se precipitan y el primer ejecutivo del mayor fondo de inversión del mundo, BlackRock, amenaza con dejar de invertir en empresas que no sean sociales y en España se traspone la directiva comunitaria que exige, por ley, dar información sobre la labor social de las empresas (ley 11/18 de información no financiera y diversidad). Nace el acrónimo ESG (sostenibilidad en materia medio ambiental, social y de gobierno corporativo) como mantra que han de seguir las empresas que quieran sobrevivir en la nueva economía. Hasta la CNMV en la modificación de su código de buen gobierno en 2020 decide sustituir la RSC por la sostenibilidad de la ESG. 

Y de repente la pandemia. La economía de la pandemia o pandenomics ha venido para quedarse. En Argentina el catedrático Javier Milei idéntica pandenomics con mega recesión, inflación y crisis global. En España, la economista jefe de Singular Bank, Alicia Coronil usa pandenomics como sinónimo de inestabilidad ante el auge de China y la desaparición de Abe en Japón y Merkel en Alemania. Yo prefiero una visión más optimista. La economía de la pandemia permitirá el milagro de que los dos ríos condenados a no juntarse nunca -la economía y la sociedad- finalmente lo hagan. La emergencia sanitaria logró que en la fábrica de SEAT de Martorell los motores de los parabrisas se convirtieran en respiradores. El confinamiento permitió comprobar lo sencillo que era tener ciudades con el aire respirable, si conducimos menos. Los fondos públicos bien usados, como en España con los ERTEs y los ICOs salvan a empresas que así mantienen los empleos. Los tenedores de grandes locales comerciales rebajaron los alquileres a los comercios sin actividad. Al mismo tiempo, sin trabas públicas ni organizativas, pudo diseñarse en tiempo récord una vacuna que salva millones de vidas todos los días. Se concilió vida profesional y laboral, con los niños y padres en videoconferencias. Nadie se quedó sin luz o conexión telefónica y de datos. 

Pero lo mejor está por llegar en pandenomics. Europa con el plan de su presidenta Úrsula Von der Leyen, Green New Deal o pacto verde, para hacer que Europa sea climáticamente neutral en 2050. O los fondos Next Generation que ayudarán a que empresas de la mano de la administración modernicen nuestra economía. El capital privado de todo el mundo movilizado para invertir en tecnologías que frenen el cibercrimen, mejoren la salud global o eliminen la huella de carbono. Tecnológicas y startups con nuevos marcos amistosos promovidos por los gobiernos, conseguirán una economía competitiva que genere empleo de calidad y no deje a nadie atrás. Llámenme iluso. Pero la economía de la pandemia puede obrar el milagro. El dolor de este año nos ha hecho descubrir que solo desde la unión de lo público y lo privado, lo económico y los social, se conseguirá vencer al coronavirus pero sobre todo construir un mundo mejor.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

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