(Este artículo se publicó originalmente el día 22 de marzo de 2021 en el diario 20 Minutos)
La noticia
saltó a la opinión pública esta semana. Un grupo de jóvenes analistas del banco
americano Goldman Sachs había demandado a su empleador por largas jornadas
laborales de hasta 95 horas semanales.
Todos los días, incluidos viernes y domingos salían de la oficina más
allá de la media noche. Históricamente los jóvenes más brillantes tras estudiar
en las mejores universidades comienzan su carrera profesional en este tipo de
entidades: grandes consultoras o banca privada. Era y sigue siendo el primer
escalón hacia el éxito, pero a cambio -como si vendieran su alma al diablo-
tienen que soportar dos o tres años de jornadas interminables, presión salvaje
por los resultados y niveles de desempeño más que exigentes. Bajo la
supervisión de profesionales del sector “dopados” por estratosféricas nóminas
que se multiplican en función de los éxitos anuales, aprenden que la mera
presencialidad y la total disponibilidad es tan importante como su capacitación.
Tres generaciones llevan soportando esta presión sin aparentes quejas, de
hecho, pasan los años y los directivos que en su día fueron analistas de primer
año explotados, acaban por reproducir esos mismos hábitos.
De vez en
cuando aparece un renglón torcido, nos escandalizamos, pero pronto se olvida y
todo vuelve a ser igual. En 2013, en Londres, un becario de Bank of America con
21 años perdió la vida tras trabajar 72 horas sin descanso. Clientes exigentes,
directivos implacables, jóvenes hipermotivados e incentivo económico
desorbitados han persistido hasta nuestros días. Este modelo de negocio
enfermizo no se ha debilitado por la covid19 sino al contrario, ya que las
peores perspectivas para el empleo juvenil han cebado la competencia entre los
recién egresados por llegar a estas posiciones.
Pero detrás
de esos jóvenes de Nueva York que han documentado las enfermizas prácticas
laborales de la banca de inversión, no solo está su valentía sino una
irreverencia que caracteriza a la generación nacida a partir de 1994. La
conocida como generación z (porque son el grupo etario posterior a los
millennials o generación y), son la primera generación en la historia que se ha
educado y socializado con internet en sus casas. Algo más de ocho millones de jóvenes
en España y 2.000 millones de personas en el mundo que han forjado su
personalidad con acceso libre de modo inmediato a un conocimiento casi
infinito. Precisamente por eso los z son
irreverentes por naturaleza y se lo cuestionan todo. El mayor reto que tienen
las empresas y las universidades es saber escucharlos. Un directivo no los
escuchó y hoy gracias a twitter pero también a Financial Times, este banco de
inversión tiene un problema. “Hasta aquí hemos llegado” han gritado esos
brillantes jóvenes desde sus oficinas en Manhattan.
Pero esto
no ha hecho más que empezar y como ha recordado el filósofo coreano Byung-Chul
Han en el teletrabajo y “zoom” está una de las más potentes explotaciones
contemporáneas. Esa es la siguiente batalla de los z. Al tiempo.
Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR
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