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lunes, 26 de noviembre de 2018

Azorín versus Rufián en la era de Google.


(este artículo se publicó originalmente el día 26 de noviembre de 2018 en el diario La Información en la columna #serendipia)


Las Cortes Generales siempre han sido fuente de noticias. De hecho ser cronista parlamentario es una vieja profesión que no ha desaparecido ni lo hará por la irrupción de la digitalización. Larra en el siglo XIX, Azorín en el XX o Luis Carandell en la transición nos deleitaron con sus artículos escritos en sede parlamentaria. Siempre se necesitará el buen oficio de profesionales que separen la paja del grano y nos cuenten lo relevante de esas prolijas y tediosas sesiones plenarias. Pero eso no quiere decir que de ahora en adelante los periodistas adscritos al Congreso y Senado lo vayan a tener fácil. Para muestra un botón. La semana pasada los medios nos contaron la enésima bufonada del parlamentario Rufián que esta vez desbordó la paciencia de la Presidenta del Congreso y finalmente fue expulsado no sin antes protagonizar, un conmilitón, la noticia de la semana, con un amago de esputo al ministro Borrell. Muy difícil es no llevar a portada este incidente pero más todavía es categorizarlo como menor frente a otras decisiones tomadas en la misma institución precisamente el mismo día.

Sin pena ni gloria llegó a los medios de comunicación que el Senado había aprobado la nueva Ley Orgánica de Protección de Datos y de Garantía de los Derechos Digitales (LOPD). Quizás porque esta pasada primavera acabamos todos hartos de recibir correos electrónicos que nos alternaban de la inminencia de una nueva norma de protección de datos en la que Europa nos exigía más rigor a empresas y ciudadanos a la hora de manejar datos personales. Tantos mensajes que como una espada de Damocles amenazaban con el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) si no dábamos nuestro consentimiento a cientos de empresas -la mayoría de veces desconocidas para nosotros- dio como resultado el contrario al deseado, nos hicimos insensibles, por hartazgo, a estar atentos al uso de nuestros datos.

Es aquí donde el noble oficio del informador parlamentario ha de seguir teniendo sentido. Porque entre múltiples comisiones y largos ordenes del día hay que encontrar que casi a la vez que Rufián era expulsado, el pleno de la Cámara Alta del día 21 de noviembre aprobó, con muchos retraso -6 meses frente la obligación europea- y con una amplia mayoría, 220 votos a favor y 21 en contra. 

Únicamente algunos medios especializados dedicaron un breve para alertar de que la nueva norma permitiría a los partidos políticos rastrear datos y realizar perfiles ideológicos de los ciudadanos. A partir de ahí tirando de ese hilo las redes sociales se hicieron eco, con cierto alarmismo y muchas críticas a los partidos políticos por usar datos privados para su beneficio. Indignación es la palabra que mejor resume el estado de ánimo de los que opinaron sobre este asunto. Como si el uso de nuestros datos para intereses espurios fuese algo nuevo y los partidos políticos los únicos ideólogos de esta funesta práctica. 

Los lectores de esta columna recordarán el dataísmo, este fenómeno se describe como una ideología emergente casi una “religión” en la que se adoran los datos como el bien supremo. El término se acuña sarcásticamente como expresión de un mundo que nos ha tocado vivir en el que las grandes empresas tecnológicas convertidas en plataformas usan los datos de sus usuarios como mercancía con la que ganas pingues beneficios sin que la indignación anteriormente mencionada incendie twitter. Es más fácil obtener eco digital atacando a los políticos que a las plataformas que sostienen las redes sociales.

En cambio -a pesar de lo poco que se ha hablado de ello estos días- la ley aprobada en el Senado, sí pone el dedo en la llaga y regula -casi como una suerte de nueva carta de derechos- realidades nacidas con la irrupción de internet. La neutralidad de la red y su acceso universal, los derechos a la educación y seguridad digital así como el derecho al olvido, la portabilidad y el testamento virtual. También el derecho a la desconexión digital, la libertad de expresión, la rectificación y la protección de los menores en interna tienen su espacio en esta norma.

Una buena noticia que ha de ser conocida y que desde numerosas instituciones venía tiempo reclamándose. Sin ir más lejos el mismo día que se aprueba la norma en cuestión, el Rey Felipe VI pero también el prestigioso jurista Antonio Garrigues Walker manifestaron respectivamente su preocupación por respetar la privacidad de las comunicaciones digitales y luchar por la verdad en las redes sociales. Por último la Universidad de Deusto ha presentado un valiente manifiesto a favor de una actualización de los derechos humanos en los entornos digitales que les animo a ojear. Ya que además de lo regulado en la LOPD se habla del derecho a la propiedad intelectual en la red, la igualdad de oportunidades en la economía digital o el derecho a la alfabetización digital, todo desde una perspectiva legal, empresarial, técnica y ética.

Estoy seguro que  algún medio se hará eco de esta declaración universitaria porque todavía hoy quedan, espero que por mucho tiempo, profesionales en las redacciones que saben que hay noticias que no aparecen en los sofisticados motores de búsqueda implementados por los feligreses del dataísmo. 


Iñaki Ortega es profesor de la Universidad de Deusto y ha formado parte del equipo redactor de la Declaración sobre los Derechos Humanos en los entornos digitales.


miércoles, 29 de julio de 2015

Hackea tu empresa

(este artículo fue publicado originalmente en el suplemento Innovadores del periódico El Mundo el día 29 de julio de 2015)

Los pueblos antiguos recurrían habitualmente a los oráculos como sistema de predicción del futuro. Antes de cualquier gran evento, reyes y líderes consultaban las previsiones de las pitonisas en esos oráculos. Una de los más conocidos fue, en la Grecia Clásica, el llamado oráculo de Delfos que inspiró muchos siglos después “el método delphi” de predicción, a través de expertos, en las investigaciones sociales

Hoy sin necesidad de convocar a expertos o recurrir a sacerdotisas podemos augurar que las grandes empresas de todo el mundo correrán el mismo destino que compañías también  míticas como Nokia, Kodak o Motorola, es decir, poco a poco ir muriendo.

Clayton Christensen en su libro “El dilema del innovador” explicó  que las empresas diseñadas para triunfar en el siglo XX estaban abocadas a fracasar en el siglo XXI.  Para el profesor de Harvard , solamente inoculando el virus del emprendimiento en las grandes organizaciones y convirtiéndolas en startups se salvarán de una muerte segura. Son muchas las empresas en todo el mundo que practican el emprendimiento corporativo y en nuestro país además de los conocidos casos de Telefónica o el Banco Santander se están incorporando con mucha fuerza empresas de sectores tan alejados, aparentemente, de los emprendedores tecnológicos como Enagas, Ecoembes o el grupo Correos.

Por paradójico que parezca para muchas grandes organizaciones la única forma de sobrevivir será que sus propios empleados les hackeen. El término hackear, del inglés to hack –piratear o dar hachazos- se hizo popular a finales del siglo pasado cuando las líneas telefónicas de Harvard y el MIT fueren saboteadas por los propios investigadores para demostrar la vulnerabilidad de dichos sistemas. Desde entonces, estos nuevos piratas, han puesto en jaque  a muchísimas corporaciones y a los servicios secretos de las grandes potencias del mundo. Hoy la ciberseguridad ocupa prioritariamente  la agenda  de todas esas instituciones.
Pero los hackers también son los inventores de conceptos como los hackatones o el growth hacking sin olvidarnos de los llamados hackers buenos que son demandados por todas las empresas para proteger sus infraestructuras críticas de ataques cibernéticos.

Los hackatones son encuentros de programadores de un par de días para mediante la colaboración y la inteligencia colectiva conseguir resultados increíbles. El concepto es una mezcla de los términos maratón y hacker;  es ya una herramienta que utilizan instituciones tan solventes como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para mejorar sus procesos internos.

Growth hacking es la técnica de marketing que  está revolucionando el posicionamiento web de las compañías usando herramientas alternativas a la publicidad y buscando la viralidad. Facebook, Twitter o Linkedin practican habitualmente con estas nuevas técnicas de mercadotecnia que además están permitiendo que emprendedores compitan de igual a igual con grandes empresas.

Son solo algunos ejemplos para ponernos en la pista de que las empresas necesitan de estos piratas del nuevo milenio como empleados, precisan intraemprendedores que quieran emprender desde dentro con el descaro de estos hackers. Porque el principal objetivo de los trabajadores de una gran corporación debería ser retarla, probarla, es decir hackearla, que  no es más que la aplicación del método científico en el que se formula una hipótesis, se ejecuta un test y se valida o invalida el mismo. Ese es el nuevo perfil de trabajador que les salvará: sagaz, atrevido, que observa y analiza la vulnerabilidad de su propio entorno, de su organización y utiliza las estrategias legales para ser capaz de crear un valor que hará crecer rápido a las empresas.

Esa irreverencia de los trabajadores millennials hará innecesario recurrir a los oráculos y que sus fatalistas previsiones no se cumplan porque desde dentro cambiarán sus organizaciones.

Iñaki Ortega es doctor en economía y  profesor de Deusto Business School


Daniel Martin trabaja en el departamento de innovación del grupo Correos

jueves, 30 de abril de 2015

La lucha contra el cibercrimen

(este artículo fue publicado originalmente en el suplemento Innovadores del periódico El Mundo el día 30 de abril de 2015)

Hace unas semanas el Presidente Obama se desplazó al corazón de Silicon Valley, a la Universidad de Stanford. La recomendación partía nada menos que de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), además de la propia CIA. El objetivo era lograr apoyos entre los emprendedores tecnológicos a favor de la ciberseguridad. La preocupación de ambas agencias nos demuestra que la cuestión no es baladí. El Presidente aseguró en su visita que desde que es inquilino de la Casa Blanca los ataques informáticos se han quintuplicado. De hecho, recientemente gigantes empresariales han sufrido las consecuencias, como es el caso de Target, Home Depot o Sony con la polémica película sobre Corea del Norte. También en España, la editora de este periódico, Unidad Editorial y entidades bancarias como el Santander han elevado la prioridad de control de los riesgos cibernéticos y actuado en consecuencia, destinando cada día más recursos a la ciberseguridad. Somos ya el tercer país del mundo con  más ataques. En 20014  sufrimos alrededor de 70.000 agresiones cibernéticas. 


Con su visita a Silicon Valley el presidente de EE UU  buscaba  sensibilizar a los emprendedores y lograr llamar su atención con el argumento de que si ayer esas otras empresas fueron atacadas, mañana cualquiera puede sufrirlo en sus propias carnes, embistiendo contra su privacidad o sus finanzas.

Los expertos en riesgos son menos laxos en sus planteamientos que el Presidente Obama y consideran que hay muchas industrias que no han invertido lo suficiente en este terreno y de hecho al día de hoy están desprotegidas ante acciones de piratas informáticos y de sus programas maliciosos (badwares).  

Es por esto que a los conocidos nichos de negocio para las nuevas empresas de base tecnológica, como son el internet de las cosas, la movilidad o la robótica, hemos de incluir ahora todo lo relativo a la ciberseguridad. 

La nueva generación del milenio, los millennials, es la primera generación nativa digital y al igual que con sus innovaciones disruptivas están dando soluciones en sectores tan variopintos como el turismo, la música, la energía o las telecomunicaciones, han de afrontar necesariamente el reto de la seguridad dentro de ésta nueva era cibernética.


Iñaki Ortega es  doctor en economía y profesor de la Universidad de Deusto

Rafael Chelala es abogado y  codirector del PIC (programa de innovación en ciberseguridad)  de Deusto Business School