domingo, 3 de abril de 2022

El nuevo polonio ruso son los datos

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 29 de marzo de 2022)


Hace pocos días se supo la noticia de la muerte en Kiev de la periodista rusa Oksana Baulina fruto de un misil de precisión lanzado por sus compatriotas. Oksana, conocida por sus críticas al régimen de Putin, no estaba en una “zona caliente” de la guerra sino en un enclave seguro junto a informadores internacionales.  Falleció mientras visitaba, en una caravana de periodistas, un arrasado centro comercial de la capital ucraniana. Cuando grababa imágenes de la destrucción provocada por la invasión rusa, su coche fue alcanzado por un proyectil que acabó con su vida al instante. Ningún otro vehículo de la expedición resultó dañado. Oksana, era corresponsal en Ucrania de un medio digital americano, pero antes trabajó para la Fundación Anticorrupción del opositor ruso Alexei Navalni. Después de que la organización fuera catalogada como una organización extremista, tuvo que abandonar Rusia para poder seguir informando sobre la corrupción del gobierno ruso.

Navalny, con este atentado, habrá vuelto a recordar desde su cárcel rusa aquel 20 de agosto de 2020 en Siberia en el que fue hospitalizado en estado grave. Su familia denunció que había sido envenenado, pero los médicos rusos se negaron a aceptar esa hipótesis y por tanto a iniciar un tratamiento. Entonces, Alemanía movilizó un avión medicalizado que logró trasladarle a Berlín. Unos días después el gobierno germano confirmó que las pruebas de toxicología eran «inequívocas» respecto del envenenamiento con Novichok, un veneno diluido en un té que Navalny tomó en el aeropuerto siberiano.

En noviembre de 2006, Alexander Litvinenko, pide también un té en un hotel de Londres. Tres semanas después, este antiguo espía ruso arrepentido, muere en un hospital británico. Dos días antes de fallecer, científicos atómicos confirmaron que dio positivo en envenenamiento por la radiación de polonio.

Oksana ha sido la penúltima víctima del Kremlin, pero esta vez no ha hecho falta un veneno en la taza de té. Ha bastado, probablemente, que la periodista rusa aceptase las cookies de alguna web para que su teléfono fuese rastreado por el ejercito ruso. Sea por eso, o por uno de los miles virus informáticos que pueden alojarse en cualquier móvil, Oksana fue localizada y el resto lo hizo un cohete de alta precisión. Hoy tus datos personales se pueden convertir, por tanto, en tan malignos como ese polonio que usa la KGB.

Hace un par de años Jim Balsillie, el que fue CEO de la matriz de los míticos teléfonos BlackBerry, testificó ante el comité canadiense de privacidad y democracia internacional y dejó para los anales esta frase “los datos no son el nuevo petróleo, son el nuevo plutonio”. En la declaración más extensa explica que los datos de carácter personal gestionados inadecuadamente tienen el potencial de causar un tremendo daño. Por supuesto que Jim no sabía lo que iba a suceder años después en Kiev con el asesinato de la periodista, pero sí conocía la historia de la segunda guerra mundial. Como explicó Adolfo Corujo en un recomendable podcast, el exterminio judío, puede explicarse también por el uso de datos personales. Holanda fue el país donde fueron asesinados un mayor porcentaje de judíos, 74%, pero en cambio en Francia esa cifra no llegó al 25% ¿Dónde reside fue la diferencia? Los nazis cuando invadían un país acudían a los registros municipales, para localizar a los judíos y otras víctimas. Holanda, antes de la invasión, había aprobado una norma para recopilar todo tipo de datos que ayudasen en sus políticas públicas. Uno de esos datos que disponían y tenían actualizado era la religión de las personas. Cuando, en mayo del 1940 el ejército nacional socialista invade el país de los tulipanes, solo tuvieron que ir al censo para encontrarse una exacta base de datos del número de judíos con sus direcciones. En el caso de Francia esa información no se almacenaba por cuestiones de privacidad. El ejército alemán no encontró en Francia esa información y gracias a ello, cientos de miles salvaron sus vidas.

No es nuevo, por tanto, que los datos de carácter personal son plutonio. Lo que sí es nuevo es que la tecnología ha permitido generar sistemas que recolectan estos datos con una eficiencia y a una escala astronómica a nivel global. Y esos datos, en malas manos, puede provocar un asesinato, un ataque a una infraestructura crítica o llevar a la bancarrota a una empresa. Sí, todo por un dato personal.

El plutonio es un material tóxico y radiactivo. El principal tipo de radiación que emite es la “radiación alfa” que ingerida o inhalada puede causar cáncer de pulmón o envenenamiento mortal. También el plutonio es un elemento que se utiliza en la fabricación de armas nucleares. Por eso este elemento químico está sujeto a todo tipo de restricciones en su uso, transporte y almacenamiento. Pero al mismo tiempo, el plutonio se utiliza en marcapasos que evitan infartos de miocardio y en los combustibles de los reactores de las centrales nucleares que están salvando, por ejemplo, a Francia, de la crisis energética que vivimos actualmente

Hay datos que son plutonio. Para bien y para mal. Por ello el debate no es prohibir su uso sino regularlo. Cada vez se habla más de una cuarta generación de derechos humanos ante los abusos de la mala tecnología. Los primeros derechos humanos, con la libertad y la igualdad, nos protegieron frente al poder absolutista gracias a la Revolución francesa. La segunda generación, con el derecho al empleo y la sanidad, permitió que hubiese un Estado que nos defendiese. La tercera oleada de derechos fundamentales fue coherente con la globalización y consagró el pacifismo Se necesita, por tanto, una cuarta, la de los derechos fundamentales en la era digital. El derecho a ser olvidados, el derecho a la identidad digital, la imparcialidad de la red y por supuesto el control de nuestros datos personales para evitar usos tan perversos ahora y en el futuro.

Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet (UNIR) y LLYC

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