(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 4 de abril de 2022)
Lo sabemos porque todos hemos
tenido fiebre alguna vez. No es una enfermedad, pero sí el síntoma de que algo
no va bien en tu organismo. Generalmente una infección o incluso algo más grave
contra lo que lucha el cuerpo. Los médicos nos dicen que al aumentar la
temperatura el sistema inmunitario funciona mejor, a los virus y bacterias no
les gusta ese calor. Y también el dolor de cabeza y la sensación de cansancio
de la febrícula contribuyen a que permanezcamos en reposo y se dediquen esas
energías ahorradas a luchar contra la enfermedad.
Esta semana hemos conocido que en
España la inflación ha alcanzado el 9,8%, o lo que es lo mismo el IPC, el
índice que mide lo que suben los precios de la cesta de la compra, ha subido en
el mes de marzo hasta alcanzar casi diez puntos en el acumulado, el más alto en
cuarenta años. Con este guarismo han saltado todas las alarmas, los precios de
la energía y alimentos se han disparado. La escalada de precios se ha colado en
todos los sectores y agentes de la economía española, ya que devalúa los
ahorros, reduce el consumo privado, eleva los costes industriales y hace menos
competitivos nuestros productos. Los cierres y despidos son cuestión de tiempo.
Los humanos mantenemos la
temperatura constante gracias al hipotálamo, localizado en una parte del
cerebro que funciona como un termostato. Cuando algo sucede, ese organo mandata
la fiebre y se pone en marcha este proceso corporal para luchar contra la infección.
La farmacología ha diseñado medicinas para bajar esa fiebre, pero de nada
sirven los antitérmicos si la enfermedad sigue y es entonces cuando hay que
probar soluciones más radicales como los antibióticos.
En la economía el surgimiento de
una elevada inflación puede estar causado por factores exógenos puntuales, como
alguien puede pensar que sucede ahora con la invasión rusa de Ucrania. Pero si
antes de la guerra estábamos ya en un 7% y además a países con estructuras
similares a la nuestra no les ha afectado igual la contienda, está claro que
esto no es sólo un catarro estacional, sino que padecemos algo más grave. Hasta
ahora el hipotálamo de la economía española podía actuar con la política fiscal
(los impuestos) y con la monetaria (los tipos de interés), pero ahora eso
depende de Europa. Y parece que no están dispuestos a un nuevo rescate de la
economía patria sin que se acometan las reformas necesarias.
El gobierno español quiere,
vencer esta fiebre solo con analgésicos como subvencionar la gasolina, prohibir
las subidas de alquileres o presionar a las eléctricas y esperar que pase el
tiempo. Sin embargo, los principales indicadores son implacables y todas las
previsiones son más paro y menos crecimiento.
Urge huir de la pildorita mágica
y poner de acuerdo al país con el gobierno, empresarios y sindicatos en un
tratamiento que nos haga ser más competitivos. Reformas para una mejor
educación, menos trabas a la actividad, más ayudas solo para quien de verdad
las necesite, más corresponsabilidad…en definitiva más mérito y capacidad
pueden ser nuestro antibiótico.
Iñaki Ortega es doctor en
economía en La Universidad de Internet UNIR y LLYC
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