(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 29 de mayo de 2023)
Para empezar, tuve que descargarme la aplicación de moda, luego registrarme en ella y a continuación leerme un rápido manual de instrucciones. Ahí es dónde me di cuenta de que sólo me daría datos hasta 2021, lo cual me dejó bastante chafado porque a mis lectores les gustan los temas de actualidad. Trasteando en la red descubrí que hay un buscador de una famosa compañía tecnológica que sí tiene datos actualizados hasta 2023. Me pongo con ello. Llevo ya una hora invertida. Ahora me toca descargar este buscador, no sin problemas porque no me lo hace fácil mi ordenador que tiene otro por defecto. De nuevo, he de dar mis datos personales para registrarme y finalmente invertir unos minutos para descubrir dónde está el famoso chat y cómo narices funciona. Mi reloj dice que he invertido casi dos horas y no tengo ni una palabra del artículo. En casa todos duermen.
Ya estoy dentro del chatbot. Le pido que escriba mi artículo y le doy el tema y la extensión. Tras unos segundos de espera viene el chafe porque me responde que no es capaz de hacer eso. Le escribo que cómo es posible cuando me consta que mis alumnos lo están haciendo. Se lo piensa y me responde que en otras aplicaciones se puede pero que tenga cuidado porque puede tener errores. Me voy a la otra aplicación, que era la que tenía datos antiguos, y esta vez sí obtengo mi artículo de opinión. Pero, aunque no está mal escrito, es una fría sucesión de datos. A base de recomendaciones el artículo va cogiendo alma. Aparecen fallos y hasta falsedades, pero cuando le alertó de ello se disculpa y lo arregla. El tiempo pasa volando y me estoy divirtiendo porque siempre me responde con educación y a la vez me sorprende. Tres horas de trabajo y el artículo está hecho. Me voy a dormir.
A la mañana siguiente antes de mandar el artículo a publicar, lo releo por última vez. Ni con dos cafés bien cargados nadie aguantaría su lectura. Vaya tostón. El artículo es impecable, pero es más aburrido que una ostra. No puedo mandarlo así. A la papelera con él y a por doble dosis de cafeína para mí porque las horas robadas al sueño por la Inteligencia Artificial se empezaban a notar. Cuando los expresos empiezan a surgir efecto, el folio en blanco sigue ahí delante y vuelvo a mi método tradicional de escritura hasta obtener las líneas que estás leyendo. El título surge del comentario de un colega en una comida que me aseguró que la palabra robot tenía origen eslavo porque significa trabajo forzado. El resto es ir tejiendo un texto con palabras, datos, anécdotas personales y mis propias palabras. Oficio frente a la máquina.
La tecnología será buena o mala en función de lo que hagamos con ella. Y eso es algo que dejó escrito hace ya ochenta años Isaac Asimov en sus leyes de la robótica. Pero lo que está claro es que la etimología de robot es cierta, y los nuevos chatbots nos dan trabajo, mucho trabajo. Ahora esperemos que también creen puestos de trabajo y no solo los destruyan como parece.
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor en UNIR y LLYC
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