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domingo, 11 de febrero de 2024

Lo que viene

(este artículo se publicó originalmente en El Periódico de Cataluña el día 27 de enero de 2024


En 2024 las preocupaciones corporativas girarán en torno a una cuestión unánime: la incertidumbre. La época de las certezas ha desaparecido a juzgar por las encuestas a directivos que hemos conocido estas semanas de inicio del año, coincidiendo además con la celebración del Foro de Davos. Los informes de tendencias de los principales analistas del mundo que hemos ido conociendo mencionan las siguientes siete tendencias:

1.       La geopolítica transfigurada en geoeconomía

El conflicto en la franja de Gaza continuará impactando en el precio del petróleo. La Guerra en Ucrania cumplirá este mes de febrero dos años distorsionando el mercado de los alimentos, sin visos de que esto cambie. Y los ataques desde Yemen contra barcos mercantes en el Mar Rojo amenazan con estrangular el comercio internacional. Además, todas las previsiones macroeconómicas indican una desaceleración de las principales economías avanzadas, especialmente preocupantes son la situación de Alemania y China. Este riesgo de coyuntura se une a la vuelta de la disciplina fiscal que lesionará la demanda agregada. Por ello, en la mente de los directivos se ha instalado que 2024 será un periodo de debilidad que lastrará beneficios.

2.       La inteligencia artificial (IA) incrustada en la agenda

La IA seguirá dando que hablar por sus potenciales amenazas, ya que empieza a ser prácticamente imposible diferenciar lo que es real de lo que no. Pero también por los empleos que se esfumarán o las empresas que cerrarán por ineficientes al no adaptarse a esta tecnología en tiempo y forma. 2024 será el año también de la ratificación de la nueva normativa europea sobre los usos de la IA. Por ello, los cargos públicos de Europa tendrán sus siglas en la agenda. Las preocupaciones versarán sobre si los derechos de los humanos se verán lesionados o la posibilidad de que un algoritmo altere la conciencia de los votantes. La alta dirección no será una excepción. Las empresas que no apliquen la IA en este nuevo año serán muertos vivientes.                                                                              

      3.  La polarización se colará en todas las sociedades

El estudio The Hidden Drug ha puesto de manifiesto que el fenómeno de la polarización, que genera división, enfado y enfrentamiento en la sociedad, ha crecido hasta un 40% en los últimos meses y el calendario político de 2024 no dejará a nadie sin caer en una trinchera. Cerca dr la mitad de la población mundial pasará por las urnas con elecciones en Rusia, Ucrania, India, Reino Unido y Estados Unidos. La maquinaria de la polarización se alimentará con estas contiendas y este contexto exigirá no solo seguimiento por parte de las corporaciones sino implicarse en complejas cuestiones sociales para seguir identificándose con sus grupos de interés.

     4. La batalla por el talento se recrudecerá

En un año de guerras, las empresas tendrán que gestionar otra batalla que se antoja la más compleja: la batalla por el talento. Vacantes por ausencia de candidatos cualificados, fuga de los perfiles más demandados en el mercado, la desconexión de muchos empleados con sus empresas, el aumento del absentismo y el recrudecimiento de las políticas migratorias que intensificarán el problema del déficit de trabajadores que tenemos en esta parte del mundo. La gestión del talento será en 2024 una incómoda piedra en el zapato de los CEOs que hará tambalear el resto de prioridades. En estos tiempos de prisas y aplicaciones para ganar eficiencia, disponer de tiempo para las personas será el gran reto que debería regalar la tecnología a los directivos.

   5. El cliente volverá a estar en el centro de todo

Aunque suene a manido, las empresas son plenamente conscientes de la importancia de poner al cliente en el centro de todas sus decisiones. Según una reciente encuesta 3 de cada 4 directivos consideran una prioridad este año, poner foco en el cliente. Además, se trata del desafío ante el que más preparación se asegura tener por parte de la empresa: el 63% de los entrevistados dicen estar muy preparados para afrontar este reto. Será fundamental, contar con un conocimiento profundo del consumidor que permita tomar decisiones basadas en datos (el 85% así lo cree). Este conocimiento exhaustivo de la singularidad de cada consumidor será la base que permita ofrecer una experiencia plenamente satisfactoria, un aspecto que el 80% de la muestra considera de alta importancia de cara a 2024.

   6. La emergencia climática exigirá algo más que palabras

La profesora Paloma Baena no se cansa de repetir que la naturaleza humana tiende a postergar todo aquello que no es inmediato. Las consecuencias de la inacción climática son, incompatibles con la vida tal y como la conocemos. Al incremento de fenómenos climáticos adversos, ya presentes en los últimos años, podríamos sumar este año cambios irreversibles en biodiversidad, cultivos o exposición a enfermedades infecciosas, profundizando las desigualdades sociales existentes y motivando, inevitablemente, un aumento de conflictos por razones de mera supervivencia. A pesar del reciente cuestionamiento de las siglas ESG, la responsabilidad corporativa en esta materia no dejará de aumentar en 2024 impulsada por tres vectores: capturar el jugoso mercado de las renovables, la regulación del greenwashing y el activismo climático.

  7. La resiliencia será el atributo más buscado

2024 no será un año más para las empresas. Ya casi ninguno lo es. Las tendencias descritas exigirán líderes con capacidad no solo para afrontar los desafíos de la agenda sino para beneficiar de ello a su compañía. Siguiendo con la encuesta ya mencionada, el 95% de los CEOs y altos ejecutivos afirmaron dar importancia a la resiliencia empresarial como uno de los desafíos que afrontarán las empresas este ejercicio. Para 2024 el 90% de los encuestados cree necesario ser flexible y adaptarse al cambio. El profesor Nassim Taleb lleva años defendiendo un atributo para estos tiempos, no se trata de ser robusto sino aprovechar ese desorden para mejorar y estar preparado para la siguiente disrupción.  

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 30 de enero de 2023

Policrisis en España

(este artículo se publicó originalmente en el periódico La Información el día 29 de enero de 2023)

Las palabras se ponen de moda. Un día te encuentras en un informe un término que no recuerdas haber oído nunca y a partir de ahí empieza a aparecer en todo lo que lees. Los economistas devoramos análisis de coyuntura y mucha prospectiva. Artículos, estudios, notas técnicas de universidades, analistas o think tanks y en todos se repite estos días un neologismo: policrisis.

En otoño del pasado año, el que fue secretario del Tesoro en la administración Clinton, Larry Summers preguntado por la situación económica afirmó que no podía recordar un momento con tantas crisis superpuestas. La galopante inflación, el endurecimiento de la política monetaria, el shock energético, la invasión rusa de Ucrania, el enfriamiento de la economía china y las tensiones geopolíticas. Y suscribió la tesis del profesor de la Universidad de Columbia, Adam Tooze que en un artículo en Financial Times en octubre de 2022 hablaba de policrisis, como el concepto que mejor resume el momento que vivimos.

La sucesión de una serie de riesgos interrelacionados que pueden llegar a retroalimentarse provoca una crisis inédita o policrisis, cuyas consecuencias son además impredecibles. En esta edición de Davos ha sido la palabra más repetida en los discursos, en concreto, un informe firmado por el Foro Económico Mundial habla de una “policrisis inminente” que afectará a todo el planeta y que se producirá por la combinación de factores como el cambio climático, la inflación subyacente, la polarización, las tensiones geoeconómicas y la crisis de materias primas. La lista de riesgos interrelacionados incluye la guerra de Ucrania y el cibercrimen.

Una aplicación del buscador Google te permite conocer la popularidad que tiene una palabra o lo que es lo mismo cuánta gente la teclea para encontrarla en la red. En el caso de policrisis hoy su popularidad en el mundo tiene 100 puntos, la máxima. Lo curioso es que a lo largo de los últimos años ha estado en cero o como mucho en diez puntos, salvo los 40 puntos que alcanzó el pasado año coincidiendo con su aparición en la conocida como biblia del periodismo económico. La página web también permite obtener la información por países. En España, según Google, no hay datos porque a nadie le interesa este término.  Es decir que en todo el planeta estamos preocupados por saber qué significa policrisis, por conocer porqué vivimos un tiempo caracterizado por múltiples crisis globales que se desarrollan al mismo tiempo en una escala sin precedentes, pero en España a nadie le interesa.

Aquí vivimos una realidad paralela. Una suerte de alucinación colectiva auspiciada por el gobierno que ha trasladado que estamos en una situación económica muy favorable. Los medios oficiales lo cuentan, los ministros lo repiten y el presidente Pedro Sánchez en su intensa agenda internacional lo recita de carrerilla. Disfrutamos de los mejores precios de la energía, somos los que más energía verde tenemos, al mismo gozamos de la menor tasa de inflación de Europa, crecemos más que nadie y el empleo no deja de darnos alegrías, bien sea con los datos de la EPA o de la afiliación a la Seguridad Social.

Parecería como si un inhibidor de frecuencia situado en los Pirineos estuviera evitando que a nuestro país llegasen las malas noticias ante la cercanía de las elecciones. Pero que nadie busque policrisis en el ordenador no significa que no tengamos una policrisis española.

El encarecimiento en casi un 50% en dos años de la cesta de la compra; la factura de la luz y de la gasolina enquistada en precios inasumibles; el desempleo que no baja de los tres millones de hogares; la creación de empleo solo para puestos a tiempo parcial y fijos discontinuos; las hipotecas que han subido de media casi 200 euros al mes; la presión fiscal a los creadores de empleo en máximos; el gasto público por encima del de países ricos como Alemania o Suecia; los alquileres inalcanzables por no hablar de los cientos de miles de jóvenes y seniors que han tirado la toalla de poder trabajar algún día fuera de la economía sumergida o el medio millón de pluriempleados por la emergencia económica.

Pero los economistas no han sido los que acuñaron la palabra policrisis. Parece ser que fue usada por primera vez a fines de la década de 1990 por dos sociólogos franceses Morin y Kern, quienes lo emplearon para describir crisis sociales entrelazadas y superpuestas. Y en España algunas de esas situaciones sociales tambien tenemos aunque no se hable de ellas en los medios oficiales. La inmigración, el nacionalismo radical, la pobreza sistémica, el fracaso escolar, la deslegitimación del empresario, el populismo o la cultura del subsidio. Crisis sociales y económicas muy españolas, pero mal que le pese a alguno, también son policrisis.

Iñaki Ortega es doctor en economía en la Universidad de Internet (UNIR) y LLYC

lunes, 31 de enero de 2022

Mayores (o no) pero no idiotas

(este artículo se publicó originalmente como post en la web del centro de investigación ageingnomics de la Fundación MAPFRE el día 28 de enero de 2022)


La denuncia de Carlos San Juan -médico valenciano de 78 años- ha conseguido centrar la atención en la falta de adecuación del servicio prestado al colectivo de seniors que -conviene recordarlo- suponen más de 16 millones de españoles. Los bancos con su atención telemática han dejado “indefensos” a millones de clientes que no se desenvuelven correctamente en internet. Esta campaña con cientos de miles de adhesiones en change.org reclama a los bancos “un trato más humano” con las personas mayores porque casi todas las gestiones son con una maquina. Su título ‘Soy mayor pero no idiota’” no deja lugar a ninguna duda.

Casi al mismo tiempo el gobierno -con un anteproyecto de ley sobre el particular- ha reclamado la inclusión financiera. Pero, como si de un boomerang se tratase este asunto en breve golpeará al sector público que tendrá que aplicar sus propias normas para ser amistoso con colectivos analógicos, ya que la pandemia ha derivado gran parte de los trámites administrativos a la red de redes.

Que un septuagenario use una plataforma digital para denunciar que con su edad no se desenvuelve bien en lo digital, parece una ironía. Pero no lo es tanto si profundizamos en algunos datos. El reciente II Barómetro de Consumo Senior del centro de investigación ageingnomics de la Fundación MAPFRE ha puesto de manifiesto que seis de cada diez seniors españoles están en internet. O lo que es lo mismo, diez millones de mayores de 55 años se les puede considerar población digital. En concreto más de nueve millones gestionan sus cuentas bancarias online, siete millones compran por internet y más de nueve están en Facebook y se comunican por Whastapp. ¿Cómo es posible entonces que tenga razón esa denuncia? La respuesta no es solo por lo heterogéneo de esta cohorte sino también reside en que gracias a que una mayoría son digitales saben lo que es sufrir una mala atención telemática. Por eso conviene poner el foco -no solo en la población que queda excluida de la atención presencial- sino también en la pésima calidad de algunas aplicaciones informáticas que no están pensadas para hacer la vida fácil al usuario, con independencia de su edad. ¿Acaso si no has llegado a los 55 años, hacer trámites en internet es una cosa placentera? No. Se sufre con muchas herramientas informáticas, no solo por la edad sino porque están mal diseñadas o por lo menos no facilitan la vida al que las usa.

Esta denuncia que sufren ahora los bancos, llegará a otros sectores y a la propia administración y hemos de alegrarnos por ello ya que supondrá una mejor atención a los ciudadanos (sean mayores o no). Pero aun así no puede eliminarse el foco de otra cuestión muy importante. Cuando el jubilado valenciano habla de que los mayores no son idiotas, puede referirse a la primera acepción de la RAE “corto de entendimiento” pero igual también a la quinta, a saber, “que carece de instrucción”. Y aquí también hay una batalla por luchar.

En un reciente seminario de la Fundación Edad y Vida se dieron algunos datos para reflexionar por boca del entonces director de economía del Banco de España, Oscar Arce. Los trabajadores españoles mayores  de 55 años dedican menos horas a su formación que sus pares europeos. Al mismo tiempo el porcentaje de españoles de esa edad que reciben formación no reglada es el más bajo comparado con cualquier otra cohorte patria. Son datos de Eurostat e INE. Qué contrasentido, cuando debería ser justo lo contrario, al ser los que más riesgo tienen de obsolescencia, aunque sea solo por los años que han pasado desde su educación formal.  

No conviene lamentarse, sino recordar lo que el foro de Davos ha afirmado respecto a España y la necesidad de recualificar a miles de personas. El World Economic Forum ha tasado en un aumento del PIB español de 6,7% de aquí al 2030 y una nada despreciable cifra de 230.000 nuevos trabajos si se mejorasen las competencias digitales.

Otra oportunidad, estas necesidades educativas, para la economía plateada y un nicho de actividad para emprendedores que ayuden a formar a los seniors pero también a capacitar a profesionales para que atiendan mejor la diversidad.

Si quieres leer el II Barómetro del Consumo Senior pulsa aquí

Si quieres leer el informe del World Economic Forum sobre reskilling pulsa aquí

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)

jueves, 30 de septiembre de 2021

Una nueva era (New Age)

Este artículo se publicó originalmente en el blog del centro de investigación ageingnomics de la Fundación MAPFRE el día 23 de septiembre de 2021


Recuerda el filósofo francés Pascal Bruckner en su libro “Un Instante Eterno” que una persona de 50 años hoy está en la misma situación que un recién nacido en el Renacimiento, la esperanza de vida de ambos es de unos 30 años. Esto es exactamente lo que ocurre en España donde los varones pueden esperar vivir al nacer 81 años y las mujeres algo más de 86. El envejecimiento es imparable y la cohorte entre los 55 y 70 años, representa ya un 19,4% de la población total española frente al 8,8% de los jóvenes de entre 16 y 24 años, esa brecha seguirá aumentando sin freno en las próximas décadas.

Esta nueva longevidad, al mismo tiempo nos lleva a situaciones inéditas e insostenibles. El intervalo entre la esperanza de vida media -83 años- y la edad legal de jubilación es de 16 años que se convierten prácticamente en 20 años si se tienen en cuenta los años reales de salida del trabajo -63- y en muchos más en el caso de aquellos que se ven sometidos a una prejubilación o salida temprana por diferentes motivos. El abandono del trabajo puede llegar a producirse, en estos últimos casos, a una edad tan anticipada como los cincuenta y pocos años, lo cual alarga el periodo sin trabajar desde entonces hasta el fallecimiento a más de 30 años, un tiempo equivalente o incluso más largo al de toda la actividad a lo largo de una vida.

Pero además de un complejo reto para cualquier sistema público de pensiones, como recuerda FEDEA en su informe de junio de este año, lo anterior supone una demostración de poca inteligencia ya que las empresas del mercado laboral desprecian la capacidad de producir de millones de personas, solamente en España más de 15 millones de personas mayores de 55 años que representan uno de cada tres españoles. Esto es un sinsentido desde todos los puntos de vista: personal, económico y social. Hoy la mayoría de las personas de entre 50 y 70 años tienen unas condiciones físicas y mentales buenas. Junto a la esperanza de vida, crece la llamada esperanza de vida con buena salud que hace aptas para la actividad a más personas que nunca. El envejecimiento demográfico es en realidad un rejuvenecimiento porque permite a más personas vivir más años en unas condiciones mejores.

Estos años ganados a la vida no han hecho más que empezar. Y avanzamos hacia una nueva era que nos permitirá vivir más y mejor gracias a la tecnología. Este mes de septiembre el Word Economic Forum (WEF) ha publicado el informe “Diseñando tecnologías de inteligencia artificial para adultos mayores” en el que se afirma que la inteligencia artificial (IA) probablemente sea una de las tecnologías más transformadoras para el ser humano en un futuro próximo. Gracias a la IA, afirman desde el WEF, podremos vivir una vida plena y robusta, aunque seamos adultos mayores. Pero las aplicaciones de la IA no deben circunscribirse a la dependencia o la salud, fruto de una visión paternalista del envejecimiento, sino apoyar que los mayores puedan seguir trabajando o manteniendo un ocio activo. Inteligencia artificial en forma de robots para ayudar en el trabajo, coches autónomos para facilitar la movilidad y luchar contra la soledad o casas inteligentes para no abandonar el hogar, son algunos ejemplos. Rafael Yuste, catedrático español de la Universidad de Columbia defiende que por cada uno de los escenarios distópicos sobre la tecnología que tanto oímos hay diez beneficiosos. Por ejemplo, aplicar la neurotecnología en pacientes con la enfermedad de Parkinson o con depresión a través de estimulación cerebral; en personas sordas con implantes cocleares en el nervio auditivo que incorporan un micrófono que recoge sonidos del exterior y estimulan zonas del cerebro para que puedan oír. Son algunos ejemplos como también que en el futuro se espera que este tipo de tecnología también se aplique a personas ciegas, así como otras con Alzheimer a través del refuerzo de los circuitos neuronales de la memoria. “Va a ser un cambio de la especie humana a mejor” según Yuste.

A mediados del siglo pasado surgió un movimiento conocido como New Age que consideraba que habíamos entrado en una nueva época de paz, bienestar y armonía mundial. El New Age se extendió a la música, la literatura y hasta surgieron tribus urbanas que seguían ese optimismo. La unión de la madurez de tecnologías disruptivas como la IA junto a la revolución de la longevidad que vivimos desde hace unas décadas, nos lleva a pensar que igual ahora sí es posible el ideal de bienestar del New Age con esta nueva edad que vivirán las personas mayores.

 

Para leer el informe completo del WEF 

Para leer el informecompleto de FEDEA

Para leer el libro de Pascal Bruckner 


Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de la Rioja


lunes, 27 de enero de 2020

Davos

(este artículo se publicó originalmente el día 27 de enero de 2020 en el periódico 20 Minutos)

Davos

Igual no sabes qué es eso de Davos. Algo habrás escuchado o leído estos días pero de ahí a saber que es una localidad alpina, hay un trecho. Davos, en los Alpes,  fue durante los dos últimos siglos una afamada ciudad-balneario gracias a un clima propicio para curar enfermedades como la tuberculosis. Hoy la comuna de Davos situada en la parte oriental de Suiza acoge durante todo el año a miles montañeros y esquiadores y dispone para ello de unas soberbias infraestructuras turísticas.

Igual tampoco sabes, aunque te puede sonar, que en enero, todos los años desde hace cinco décadas, se celebra un foro de empresarios e intelectuales propiciado por un profesor alemán, economista e ingeniero, de nombre Klaus Schwab. El encuentro ha alcanzado tal fama que las personalidades más poderosas del mundo, sin excepción, sean políticos, directivos o pensadores, han sido ponentes del foro de Davos que ha pasado a llamarse Foro Económico Mundial, WEF por sus siglas en inglés. Los informes que surgen del Foro marcan ese año la agenda mundial  por no hablar de la relevancia de los acuerdos, muchos no públicos, que se pergeñan esos días en Davos. 

Igual has estado despistado y no sabes que este año, la semana pasada, han asistido al Foro de Davos personas muy diversas y aparentemente irreconcialibles. El presidente de Estados Unidos, DonaldTrump y la niña sueca, la activista del clima más famosa del mundo, Greta Thunberg pero también los máximos ejecutivos de empresas que compiten sin miramientos como Google, Apple o MIcrosoft. Y hasta nuestro presidente Pedro Sanchez no quiso perderse la tribuna más codiciada del mundo, compartiéndola -esta vez sí- con el presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó, 

Igual, aunque es perdonable, no sepas que en esta edición del foro de Davos no se ha hablado de otra cosa que no sea de la llamada reinvención del capitalismo. Hace unos meses la asociación americana de empresarios (American Business Roundtable)  abogó por ua nueva forma de entender la gestión empresarial: menos afán por contentar a los accionistas con el dividendo y más por pensar en otros agentes de interés como son los trabajadores y las comunidades en las que actúan las grandes corporaciones. Aunque las estadísticas oficiales de las últimas décadas nos demuestran que la economía de mercado ha traído a los países que la han acogido, grandes avances en términos de riqueza, empleo y bienestar social, ahora se antoja imprescindible dar un paso más. La crisis del 2008 trajo una brecha social que no se cierra por más que pasen los años y los asistentes al Foro Económico Mundial han concluido que urge una actividad concertada de empresas e instituciones para evitar que nadie se quede atrás. Bajo las siglas ESG (enviroment, social and gobernance) se resume una nueva gestión empresarial que piensa en el clima, apuesta por la diversidad, lucha contra la corrupción, defiende los derechos de los trabajadores y garantizará que las empresas sigan siendo herramientas para el bien común.

Y eso aunque igual no lo sabes todavía, lo hablado en ese recóndito lugar de Suiza será bueno para ti.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR (Universidad Internacional de La Rioja)

lunes, 28 de enero de 2019

Davos pide a gritos una nueva educación

(este artículo se publicó originalmente el día 28 de enero de 2019 en el diario La Información en la columna #serendipias)

Un enero más Davos se ha convertido por unos días en la capital del mundo. La reunión anual del Foro Económico Mundial - y ya van 28 años- ha convocado a jefes de estado, presidentes de grandes corporaciones y los expertos con las mentes más privilegiadas. El tema más comentado este año ha sido como luchar contra las crecientes desigualdades en el mundo; los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU han estado en boca de todos los ponentes, pero también la propia organización ha querido darle todo el protagonismo con paneles y stands dedicados a los ODS en los diferentes espacios del foro. Además, los informes presentados estos días también han coincidido en señalar que la cuarta revolución industrial -tan pregonada por el fundador del WEF, el profesor Klaus Schwab- ha de venir acompañada de actuaciones para que no solo las grandes corporaciones se beneficien de ella sino también trabajadores de todo el mundo que ven amenazados sus empleos y por ende las sociedades en las que viven que asisten impertérritas al crecimiento del populismo fruto de ese descontento.

Uno de esos objetivos de Naciones Unidas es la educación de calidad que en uno de esos estudios presentados en Suiza ha sido rebautizada como re-training. Volver a educarse o formación continua será una de las claves para conseguir frenar las desigualdades y socializar las externalidades positivas de la cuarta revolución industrial.

Para el filósofo José Antonio Marina vivimos en una «sociedad del aprendizaje» regida por una ley impecable: «Para sobrevivir, las personas, las empresas y las instituciones deben aprender al menos a la misma velocidad con la que cambia el entorno; además, si quieren progresar, habrán de hacerlo a más velocidad». Es por ello por lo que muchos autores, entre ellos Jeffrey Selingo, defienden que estamos viviendo la tercera revolución de la educación. La primera ola, a principios del siglo pasado, tuvo que ver con la llegada de la enseñanza obligatoria que propició una educación masiva que brindó una capacitación para la vida a millones de personas en todo el mundo. Por ejemplo, en 1910, sólo el 9 por ciento de los jóvenes estadounidenses obtuvieron un diploma de escuela secundaria, en 1935 eran ya el 40 por ciento. La segunda revolución surgió en el último tercio del siglo XX en Estados Unidos, pero también en otros países como España (en este caso a raíz de la llegada de la democracia y la «universidad para todos»). En el año 1965 se matricularon en primer curso 75.000 personas en España, que han pasado a ser 1,5 millones en la actualidad. En 1970, en Estados Unidos había sólo 8 millones de universitarios matriculados y hoy día superan los 20 millones.

Ahora, debido al fenómeno de la longevidad, pero también a las exigencias de la evolución tecnológica y su impacto en el mundo del trabajo, estamos en la tercera gran revolución de la educación. El nivel de preparación que funcionó en las dos primeras oleadas no parece suficiente en la economía del siglo XXI. En cambio, esta tercera ola estará marcada por la formación a lo largo de la vida para poder mantenerse al día en una profesión y adquirir habilidades para los nuevos trabajos que llegarán. Gartner pronostica, por ejemplo, que la inteligencia artificial destruirá en los próximos cuatro años 1,8 millones de empleos a nivel global, pero generará 2,3 millones de nuevos puestos de trabajo. Es probable que los trabajadores consuman este aprendizaje de por vida cuando lo necesiten y a corto plazo, en lugar de durante largos períodos como lo hacen ahora, que cuesta meses o años completar certificados y títulos. También, con esta tercera ola, vendrá un cambio en cómo los trabajadores perciben la formación, que es como una maldición por la que hay que pasar por exigencias de la empresa o, peor aún, algo a lo que se recurre tras un despido. Estamos entrando en una etapa en la que el re-entrenamiento será parte de la vida cotidiana puesto que con vidas laborales tan largas y variadas, reinventarse y volver a capacitarse será muy normal. Por ello nos tenemos que ir quitando de la cabeza la idea de que la formación y el mundo del trabajo son etapas de la vida o espejos de nuestra identidad.

Hasta ahora, uno no sólo estudiaba, sino que era un estudiante. Concluir la formación superior significaba acceder a la identidad adulta, marcada por la independencia económica. En los próximos lustros, será habitual volver con cuarenta, cincuenta o sesenta años a la universidad para estudiar un grado, programa o curso completamente diferente de la primera carrera. En general, el mundo laboral y el formativo estarán mucho más conectados: cruzar del uno al otro será bastante habitual. A su vez, la incertidumbre y la velocidad de los cambios tecnológicos exigirán planes de estudios flexibles, ya que lo que podría parecer un trabajo o habilidades de gran demanda hoy día podría no serlo para cuando alguien termine de capacitarse para un nuevo trabajo. Uno de los rasgos característicos de nuestra época es la aceleración del tiempo histórico. Todo sucede tan deprisa que, a menudo, cuando aún se está desarrollando una tecnología, ya ha aparecido la siguiente, que convierte la anterior en obsoleta. En este contexto de inmediatez, la educación, que por su propia naturaleza requiere planificación y tiempo, asume un gran reto. Los grados dobles, las titulaciones mixtas, los programas executive, blended, cursos de foco y experienciales, son algunas de las herramientas para obtener una formación de calidad, muy especializada y situar a los estudiantes de todas las edades ante problemas reales para que aprendan a tomar decisiones y solucionar problemas. Al respecto de estas nuevas habilidades que se requerirán, no todo será tecnología. La capacitación laboral deberá centrarse en varias disciplinas técnicas, pero también en las habilidades clave que la complementan, como la resolución de problemas, el trabajo en equipo, la comunicación y sobre todo la empatía. En definitiva, como afirmó esta semana pasada el astrónomo español Rafael Bachiller, solo será útil Davos (y nuestros gobiernos, digo yo) en cuanto se centren en lograr que la tecnología mediante la educación nos haga más humanos.

martes, 30 de octubre de 2018

De Madrid a Davos en Cabify

(este artículo se publicó originalemente el 29 de octubre de 2018 en el periódico La Información en la columna #serendipias)


Klaus Martin Schwab es un octogenario alemán desconocido para el gran público. El 2 de octubre visitó Madrid y los más importantes líderes de nuestro país le recibieron a pesar de que nadie le reconociese en el aeropuerto ni un sus paseos madrileños. Pero hasta el presidente del Gobierno Pedro Sánchez y los presidentes del PP y Ciudadanos, Pablo Casado y Albert Rivera se entrevistaron con él además de los más altos responsables de las principales empresas españolas. Schwab es tratado como un alto mandatario cada vez que visita un país aunque solamente sea un profesor basado en Suiza. La explicación reside en que este anciano a finales de los años sesenta, entonces recién doctorado como economista, promovió una serie de encuentros empresariales que dieron lugar, en 1971, a la creación del Foro Económico Mundial, WEF (World Economic Forum), por sus siglas en inglés. Desde entonces todos los años en la localidad suiza de Davos convocados por el viejo profesor acuden los personajes más poderosos pero también los más inspiradores del planeta. Schwab no solo creó un evento anual sino una organización que es capaz de atraer el mejor talento para producir documentos informes e índices de alta calidad sobre la economía, la empresa y las instituciones. El propio profesor ha dejado por escrito trascendentes reflexiones en el libro “La cuarta revolución industrial” (Editorial debate, 2016) que conviene releer estos días que tanto nos preocupa la coyuntura económica y el impacto de la tecnología en el futuro de nuestro país.

El profesor Schwab aprovechó su visita a Madrid para reunirse en la sede de Deusto Business School en Madrid con un grupo de jóvenes talentos que él mismo apadrina y que son conocidos en el WEF como global shapers. Tuve el honor de saludarle y escuchar cómo contaba a estos emprendedores millennials la historia del nacimiento del foro de Davos. Después de graduarse como ingeniero en Zúrich y economista en Friburgo fue contratado por la asociación de empresas alemanas de maquinaria e instalaciones para elaborar un informe. Los industriales alemanes querían saber en aquellos años sesenta qué estrategias debían acometer para mejorar su competitividad. El profesor puso negro sobre blanco en aquel informe que la respuesta no se la daría él sino los “agentes interesados” en sus empresas. Con ese concepto de agentes involucrados o interesados se refería a que los empresarios debían pensar más allá de sus intereses y los de sus accionistas para tener en cuenta la opinión de sus clientes, proveedores, competidores, trabajadores, medios de comunicación e instituciones públicas. La conclusión de su estudio para ese cluster alemán fue que era preciso organizar unas jornadas para juntar a todos esos “interesados”. Años más tarde este concepto se popularizó por el americano Freeman con el vocablo anglosajón stakeholders. Precisamente porque Schwab no buscó un interés académico sino uno más práctico optó por volcar todo su talento no en escribir la teoría de los “agentes interesados” sino en conseguir que los más importantes agentes pudiesen encontrarse y compartir experiencias una vez al año.

La tesis del fundador del Foro Económico Mundial sobre la trascendencia del momento actual se apoya en la conocida como cuarta revolución industrial que no se define solamente por un conjunto de tecnologías emergentes como el big data, la inteligencia artificial o el internet de las cosas. Va más allá porque impone una velocidad de cambio, alcance e impacto inédito en la historia de la civilización que modificará nuestra forma de vivir, trabajar y relacionarnos. Pero nada de esto sería posible si no hubiera habido una primera revolución industrial entre 1760 y 1830 con la introducción de las máquinas en la cadena de montaje. O una segunda, a
mediados del siglo XIX que con la electricidad hizo posible la manufactura en masa. Finalmente la tercera, ya avanzado el siglo XX, permitió con las tecnologías de la información y comunicación, la llamada globalización. Schwab cree que esta revolución es radicalmente
diferente a cualquiera sucedida hasta ahora por tres razones. La primera es la exponencialidad frente al crecimiento lineal de las anteriores. La segunda por su alcance global “weltangchauung” en alemán y por último por las tensiones cada vez mayores que aparecerán causadas por los populistas nacionalistas. Poco halagüeño el panorama que nos espera sino seguimos los consejos que periódicamente el WEF nos traslada en sus informes y que se pueden resumir en más libertad y democracia para que la innovación y el emprendimiento aporten todo su potencial a los territorios que los promuevan.

El fundador de Davos invitó a su reunión aquella tarde del 2 de octubre en Madrid a la empresa Cabify presente en más de 14 países y primer “unicornio” español, con una valoración que supera los 1.400 millones de dólares. El economista alemán se congratuló que desde España surgiesen iniciativas de este tipo que aprovechan las nuevas tendencias de la movilidad y los puso como ejemplo del camino a seguir. Nunca pudo imaginarse que el mismo presidente del Gobierno que unas horas antes le había recibido tan calurosamente en el Palacio de la Moncloa, unos pocos días antes había firmado un decreto para impedir la libre competencia, que tanto defiende Schwab e impedirá que otros Cabify surjan en nuestro país. Pero quedémonos con la buena noticia de que todavía hoy puede viajarse de Madrid a Davos en Cabify.

Iñaki Ortega es profesor de Duesto Business School y la UNIR