(este artículo se publicó originalmente el día 26 de febrero de 2018, su versión corta, en el periódico lainformacion.com dentro de la columna semanal #serendipias)
Un arenero es un espacio lleno de arena que suele situarse en
parques y patios de colegios para que los niños jueguen. La arena de
estos espacios mantiene a los niños entretenidos haciendo carreteras
y castillos pero también les evita consecuencias mayores ante golpes
o accidentes y protege a los más pequeños de los juegos más
violentos de los mayores.
En la pirotecnia las cajas de arena se usan para explotar fuegos
artificiales que ya no pueden lanzarse y de ese modo amortiguar el
sonido y otras consecuencias de la deflagración.
Por último, en el
ámbito de los desarrollos informáticos, el término se utiliza para
referirse a un entorno de pruebas aislado que evita la eventual
afección a las partes claves del sistema en funcionamiento. En
ciberseguridad es habitual usar estas cajas de arena o sandbox para
estudiar la evolución de un software potencialmente malicioso sin que
afecte de manera real a los sistemas.
Aunque como directivo de una empresa no te ocupen los virus
informáticos, no tengas niños pequeños y lo más cerca que hayas
visto fuegos artificiales sea en las fiestas de tu ciudad, me temo que
cada día más a menudo oirás hablar de las sandbox.
El nuevo uso del término sigue manteniendo el significado original, un
lugar donde jugar, hacer pruebas o experimentar sin consecuencias
irreparables. En el ámbito legal anglosajón se utiliza la expresión
sandbox cuando un regulador o supervisor público permite desarrollar
una determinada actividad al amparo de una autorización
administrativa sin aplicar la regulación vigente en ese ámbito. Es,
como recuerda el abogado Francisco Uría, un espacio de prueba en el
que un determinado producto, servicio o tecnología puede chequearse
en relación con un número determinado de clientes, con la seguridad
de que no existirán consecuencias sancionadoras por parte de los
supervisores.
Un sandbox está concebido por tanto, para promover las
mejores condiciones que favorezcan el desarrollo de nuevos modelos
de negocio en el contexto de mercados regulados que se encuentran
sometidos a la irrupción de la tecnología. Su objetivo es evitar que
ideas innovadoras, susceptibles de repercutir en un beneficio para los
consumidores, sean desechadas por las complicaciones regulatorias
que impiden ponerlas en marcha.
Esta técnica regulatoria se está utilizando ya en Reino Unido,
Singapur, Malasia o Australia para facilitar la innovación tecnológica y
la trasformación digital en ámbitos de los servicios financieros como
son el fintech o el insurtech. Según Lupicinio Abogados hasta veinte
países han anunciado al día de hoy la implantación de alguna forma
de regulatory sandbox, dentro de una estrategia más amplia para
atraer el talento internacional emprendedor. En España la CNMV ha
incluido en su plan de actividades de 2018 el estudio de este
fenómeno y no son pocas las voces que reclamaban su implantación
inmediata de cara a mejorar el ecosistema de innovación en el sector
financiero español.
Es tal su utilidad, que los sandbox están desbordando el ámbito
regulatorio para introducirse en el corazón de las grandes
corporaciones coincidiendo con la disrupción tecnológica. Ante un
escenario cada vez más cambiante y competitivo, las organizaciones
han visto en el emprendimiento corporativo una vía para adoptar los
exitosos modelos de innovación disruptiva de las startups, ya sea
tendiendo puentes de colaboración con estas mediante fórmulas de
innovación abierta o promoviendo el espíritu emprendedor de sus
propios trabajadores. Pero es sabido que los procesos y
procedimientos matan muchas nuevas ideas en las grandes
empresas, más aún si hablamos de emprendimiento corporativo
donde habitualmente el elefante -la multinacional- acaba pisando a la
gacela -el intraemprendedor-. Por eso para evitar que la burocracia, el
status quo o las jerarquías puedan convertirse en un freno para la
innovación tecnológica, las empresas pioneras en innovación abierta
implantaron en su día fast tracks, inspirados en esos servicios de las
compañías aéreas que permiten que los clientes VIPS no esperen
largas colas y embarquen directamente. De modo y manera que los
emprendedores disponían de un camino expedito para innovar en las
compañías. El siguiente paso en esta estrategia facilitadora, son los
sandbox. Esta caja de arena garantiza el mejor ambiente para
emprender dentro de una organización. Un ambiente que es algo más
que espacios abiertos de trabajo o financiación para crecer, es un
ecosistema dentro de la corporación que blinde a las startups y que
les permita trascender los procedimientos corporativos y hasta las
políticas basadas en la tradición y la cultura de la empresa, que lastran
su velocidad de crecimiento.
¿Se nos ocurre otra forma de promover en las empresas el uso de una
tecnología como el blockchain, con sus derivadas en criptomonedas,
ICOs o smart contracts, que no sea aislándola en nuestro “arenero”?
¿Acaso alguien cree que pasaría el estricto control de la asesoría
jurídica de turno? La otra opción es dejar escapar el tren de las
innovaciones disruptivas. Un sandbox es el único camino para
compatibilizar la velocidad de los emprendedores con los objetivos
corporativos al facilitar un ambiente controlado de prueba y error.
Además, permite una estrecha colaboración entre startups y
corporaciones donde ambos aprenden y puede funcionar la innovación
abierta. Es una herramienta indispensable para que los
intraemprendedores, muchas veces directivos, no lastren ellos mismos
sus proyectos por miedo a traicionar el legacy de sus empresas.
Todo sea por proteger el emprendimiento de la tediosa e improductiva
lentitud de las multinacionales. El último libro del ideólogo de la
filosofía lean startup, Eric Ries "The Startup Way: How Entrepreneurial
Management Transforms Culture and Drives Growth" nos avisa de que
la única forma de sobrevivir a los cambios que se avecinan es que
“todos los empleados tendrán que tener la oportunidad de ser
emprendedores y sus ideas serán respetadas e impulsadas”. Los
sandbox van en esa dirección.
Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR
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