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sábado, 3 de diciembre de 2022

Pan y circo

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 28 de noviembre de 2022)

La semana pasada han sido aprobados por amplia mayoría los Presupuestos Generales del Estado y al mismo tiempo ha comenzado el Mundial de Futbol de Catar. La política y el balompié han opacado cualquier otro asunto. Unos presupuestos repletos de ayudas, subsidios, subvenciones y privilegios para funcionarios, jubilados, desempleados y otros colectivos “vulnerables” que suponen cerca de diez millones de españoles.  Y la televisión pública, la misma que en verano estuvo una semana con el logo del orgullo, ha transmitido la copa del mundo catarí sin sonrojarse, eso sí con audiencias que superaban los nueve millones en nuestro país. “Pan y circo” dos milenios después.

Allá por el año 100 antes de Cristo, un afamado poeta latino de nombre Juvenal acuñó la frase panem et circenses para describir la estrategia de Roma de regalar trigo y organizar fastuosos juegos circenses con carreras de cuadrigas y gladiadores. El pueblo -sin hambre y entretenido- caía rendido ante la generosidad de sus gobernantes. “Pan y circo”, por tanto, fue la vía para mantenerse en el poder haciendo desaparecer el histórico espíritu crítico de los romanos. Una forma como otra cualquiera de populismo. Hoy, aunque parezca mentira por el tiempo que ha pasado, parece que sigue vigente.

En Roma, las hogazas de pan repartidas en las casas y el acceso libre al Circo Máximo, silenciaron los muertos en las legiones y la miseria de las calles. En España -no iré tan lejos- los presupuestos y el Mundial permitirán llegar al gobierno hasta las elecciones municipales de mayo sin grandes sobresaltos. Aumentos del salario mínimo interprofesional, cheques gasolina por doquier, empleados sin trabajar y cobrando al estar en ERTE, nuevas ofertas públicas de empleo, funcionarios y pensionistas con subidas de rentas garantizadas por el BOE, generosas subvenciones a los amigos y campañas de publicidad, todas las habidas y por haber, hasta convertir al Gobierno en el primer anunciante de España. Y fútbol, mucho fútbol.

La economía, como esos atletas dopados que aguantan la carrera gracias a la química, resistirá unos meses, pero llegará un momento que no soportará más inyecciones de deuda y se parará. Al igual que el mundial de fútbol terminará, las empresas y las familias no podrán soportar más meses de presión fiscal, aumento de precios y caída de pedidos del resto del mundo. Por supuesto habrá intentos de seguir con el circo, algunos políticos lo intentarán desde la Carrera de San Jerónimo y otros desempolvarán pancartas en vano. Pax Romana era la expresión latina que resumía todos esos años de estabilidad y prosperidad que vivió esta ciudad. Pero no duró siempre. Y tras este periodo llegó la caída del imperio romano…

Pero aquí no hemos venido a hablar de historia clásica,  así que las palomitas que no falten para seguir viendo en las pantallas el mundial de futbol o los pactos y los exabruptos en el parlamento. Que ya no se sabe qué es más espectáculo, si lo uno o lo otro.

Iñaki Ortega es doctor en economía en la Universidad de Internet (UNIR) y LLYC


lunes, 23 de agosto de 2021

Generación fluida

(este artículo se publicó originalmente en el periódico El Correo el 19 de agosto de 2021)


El mundo anglosajón sigue generando tendencias y una de ellas es la denominada como «gender fluid». En el año en el que el Gobierno de España ha promovido una legislación dirigida a las personas trans y LGTBI, conviene explicar el término. Para la Universidad de Harvard, la fluidez del género, en su traducción al español, se refiere al cambio a lo largo del tiempo que una persona adopta en su expresión o identidad de género. Es decir que algunas personas se sienten y comportan como hombres en unas fases de su vida y en otras como mujeres.

El término ha triunfado y por eso en esta reflexión veraniega me permito adaptarlo a una realidad que vengo estudiando desde hace años como es la teoría generacional y su impacto en la economía. Las generaciones son aquellas cohortes de edad que por nacer en un determinado contexto histórico se educan y socializan de una manera que les hace comportarse de un modo especial. La generación de los niños de la posguerra en España llevó a los nacidos esos años a forjar una personalidad austera, donde el esfuerzo era la norma. La generación del baby boom la conforman aquellos que se jubilarán en breve después de larguísimos años cotizados porque nacieron con el viento a favor del desarrollismo español de los años 50 y 60. De los millennials y la generación z se ha hablado mucho. Son los jóvenes educados en la era digital. Los primeros, de ahí su nombre, son los que cumplieron la mayoría de edad con el cambio del milenio, y a pesar de ser hijos de la tecnología, han sufrido como ninguno las precariedades de dos crisis económicas. Los segundos, la generación z, nacen después de 1997 con internet en sus casas y son los verdaderos nativos digitales, irreverentes e inmediatos. En el medio, los miembros de generación x o de la EGB nacimos en los setenta y estamos cambiando de trabajo más veces de lo que nos gustaría.

Cinco generaciones que representan la pluralidad de la sociedad española pero que conforme a los datos oficiales de estos días no se reflejan en la población ocupada española. El desempleo de los mayores de 55 años casi se ha triplicado desde el año 2008 en España y cerca de la mitad de los seniors parados llevan más de dos años en esa situación. Para una persona que está en la cincuentena prácticamente la única posibilidad de seguir activo si pierde su trabajo es autoemplearse, así lo demuestra el dato que uno de cada tres autónomos en España son seniors. Qué decir del empleo de los jóvenes. La tasa de paro entre los menores de 25 años en España es del 37,1%, la mayor de toda la Unión Europea, superando a Grecia, tradicional farolillo rojo, que nos saca varios puntos de ventaja con un 30,4%.

Pocas son las empresas que tienen cinco generaciones entre sus empleados. Paradójicamente, al mismo tiempo que la diversidad de edad se ha instalado en los discursos de los directivos, es rara avis en las plantillas, que se han vaciado de jóvenes y seniors. Lo normal es que una aplastante mayoría de los trabajadores de las grandes empresas estén en la cohorte de los cuarenta a los cincuenta años. Al mismo tiempo, si repasamos la edad de las personas que toman las principales decisiones en el sector público -que hay que recordar que moviliza cerca de la mitad del PIB español- nos encontraremos con idéntica situación.


¿Quién entiende que la mitad de la población quede fuera de la lógica de la economía y de las prioridades de las autoridades? No se explica pero así es. Más de 25 millones de españoles no están en esa franja de edad central, de entre los 25 y los 55 años, y por tanto no deciden el gasto público, no elaboran los portafolios de bienes y servicios ni tampoco las campañas de publicidad y por supuesto no participan de las estrategias empresariales.

Los científicos de datos, como los profesores vascos David Ruiz y Carlos Arciniega, aseguran que el futuro puede predecirse simplemente analizando los datos masivos que generamos. A la vista de la completa y extensa información que disponemos de nuestro mercado laboral me atrevo a defender la generación fluida como fórmula para la subsistencia de muchas instituciones. Solamente entendiendo que los clientes, los votantes y en general los usuarios son diversos, podrá servir eficazmente a la sociedad. Por ello además de incorporar jóvenes y seniors a las plantillas, cada uno de nosotros tenemos que adoptar y asumir esa fluidez generacional. Acaso no somos cada vez más, como los nativos digitales, muy impacientes. O quién no aspira a tener la resiliencia de los seniors que acumulan crisis en sus espaldas sin rendirse. Dejarnos contagiar de la corriente intergeneracional será una herramienta de progreso.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Para gustos, los colores

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 minutos el 4 de noviembre de 2019)

¿No te recuerdas usando esta frase? Seguro que en tu casa, de pequeño, también la escuchaste en muchas ocasiones. Incluso, si te esfuerzas, te acordarás de cómo en el colegio algún profesor zanjaba así las discusiones. «Para gustos, los colores» es una expresión del idioma español que proviene del adagio latino “gustibus non disputadum” que subrayaba la inutilidad de pelearse sobre las preferencias de cada uno.

La tradición oral nos ha regalado esta sabía frase que usamos para poner de manifiesto que no todos tenemos los mismos gustos y que nadie puede imponer los suyos. Hay tantas opiniones como colores existen. Y ¿cuántos colores hay? Según Newton, eran siete, que son exactamente los que forman parte de un arcoiris. Pero la ciencia nos ha demostrado que son cientos de miles los que pueden surgir de las diferentes combinaciones de los llamados colores primarios: azul, rojo y verde. Por tanto si como algunos defienden hay hasta billones de colores diferentes, también hay miles de millones de opiniones sobre
el mejor color. 

Ahora que en las empresas el fenómeno de la diversidad se ha convertido en un mantra, me he acordado de esta frase para así convencer (inspirar) a los más recalcitrantes (rígidos) para que superen sus recelos.

No todos somos iguales a pesar de que nuestra mente nos lleve a pensar así equivocadamente. En psicología estas trampas han sido bautizadas como sesgos cognitivos. Nuestro cerebro ha recibido tantas veces información sobre lo que es «normal» que acaba construyendo una realidad paralela asociada a esa información, que no siempre es un fiel reflejo. 

Para superar estas jugarretas de la mente simplemente hay que poner luz sobre el mundo,sobre todo el mundo, no sólo sobre  muestro mundo. Si así lo hacemos nos daremos cuenta que no todos tenemos la misma edad, no todos los directivos son hombres, no todos tenemos las mismas capacidades, la misma raza, la misma ideología. No todos tenemos la misma sexualidad, no hemos estudiado en la misma universidad o ni siquiera todos tenemos educación superior. Tampoco será unánime la forma de entender la familia, ni nuestro credo ni tampoco las capacidades, el lugar de nacimiento o la lengua materna.

Para esos que aún en tu oficina siguen sin tenerlo claro puedes decirles que la diversidad ha de respetarse no solamente por humanidad sino también porque es fuente de competitividad. Es la única vía de poder seguir operando como empresa en el mundo incierto y sin fronteras (físicas ni mentales) que nos ha tocado vivir. Tener equipos diversos garantiza diferentes formas de pensar y nuevas soluciones para nuevos problemas. Permite ofrecer nuevos bienes y servicios para públicos hasta ahora escondidos pero que han emergido con fuerza. Hace posible que aparezcan nuevos prismas culturales, alejados de la supuesta normalidad, que sean tenidos en cuenta.

Si aún así no les convences, prueba a explicarles que diversidad tiene la misma raíz que la palabra divertirse. Que intenten ser diversos porque por lo menos se divertirán.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR.

jueves, 4 de julio de 2019

Diversidad para competir (pero para todos)

(El articulo se publicó originalemente el 1 de julio de 2019 en la sección #serendipia del diario La Información)
    

Esta semana, casualmente, ha llegado a mis manos el informe de APD sobre la diversidad en las grandes corporaciones españolas. Algunos datos para recordar son que el 77% de las empresas carece de un presupuesto dedicado a fomentar la diversidad en la empresa o que el 69% no tiene en plantilla ningún miembro de nacionalidad que no sea española. La diversidad es algo más que la cuestión de género, sino que incluye la discapacidad, la religión, la cultura o la pluralidad política. Pero no puede olvidarse tampoco la diversidad generacional o la formativa; diferentes edades dentro de una empresa o variadas capacitaciones no solo técnicas sino también humanistas.

Es un tema que me ocupa especialmente desde que su vinculación con la competitividad de las empresas ha tomado fuerza superando la aproximación meramente reputacional. Este fenómeno se ha acelerado últimamente con la ley 11/2018 de información no financiera y diversidad que traspone una directiva europea de 2014 y exige a las grandes empresas cotizadas comunicar (con la firma de sus consejeros) el porcentaje de mujeres directivas o el número de discapacitados en plantilla entre otras muchas consideraciones.

Hasta la ONU con sus objetivos de desarrollo sostenibles (ODS) para 2030 -en el número 10- habla de igualdad de oportunidades. De hecho, hace unos días visitó Madrid la directora ejecutiva del Foro Económico Mundial invitada por Deusto Business School y Atrevia, Martina Larkin explicó que para los investigadores del World Economic Forum la diversidad es clave y por ello han cambiado las variables de su ranking de empresas para incluirla. Para sorpresa de los directivos asistentes a su conferencia contó que el tema más repetido este año en el foro de Davos que ella organiza, habían sido los ODS.

Alguien pensará que tanta norma de obligado cumplimiento o planes de organismos internacionales no es lo más deseable para la competitividad, pero en este caso estos impulsos institucionales ayudarán sin duda a alcanzar antes la diversidad. Y es que más allá de razones éticas la lógica económica lo exige. Me explicaré. Este mes de enero en su carta anual el CEO de Blackrock, uno de los principales fondos de inversión del planeta con posiciones en una gran parte de las empresas del IBEX35, afirmó que o sus participadas se adoptan a la mentalidad millennial o dejará de invertir en ellas. Larry Fink argumentó su recomendación porque no puede servirse a este mundo desde mentalidades del antiguo mundo. Si una empresa es diversa estará en mejores condiciones de ofrecer productos y servicios a una sociedad que cada vez no solo es más variada, sino que además está más orgullosa de serlo. 

En el estudio de APD realizado junto a Talengo, se habla de diversidad inclusiva lo que me ha llevado a recordar el mítico libro de Acemoglu y Robinson en el que vincula el progreso de las naciones a tener instituciones inclusivas frente a las extractivas. Recordarán que para los autores del bestseller «Por qué fracasan los países» las naciones con mayor nivel de bienestar tienen leyes, gobiernos o empresas inclusivas, es decir que promueven la igualdad de oportunidades y la libertad económica. Pero los países que tienen instituciones extractivas que no quieren que cambie el statu quo y no respetan la propiedad o los derechos humanos, están abocados al retraso secular.

Por eso, pero también por hacer caso al título de esta cita mensual con La Información, serendipia, me gustaría aplicar el argumento de Acemoglu a la diversidad y calificarla de inclusiva o en su caso de extractiva. Propongo, por tanto, una sencilla prueba para que cada uno lo aplique en su organización:


1. ¿Se cumple el equilibro de género en su empresa?


2. ¿Existen trabajadores con discapacidad integrados en su organización?


3. ¿Hay personas de cinco generaciones (generación z, millennials, generación x, baby boomers y seniors) trabajando en su compañía?


4. ¿Las nuevas contrataciones además de perfiles STEM incluyen especialidades en humanidades?


5. ¿La perspectiva LGTBI se tiene en cuenta en tu institución? ¿Se respeta la libertad religiosa? ¿y la pluralidad política?


6. ¿Hay colegas de varias regiones españolas y de varios países del mundo?


Prueba a sumar las contestaciones con SÍ, porque en el caso de que estés cerca de seis respuestas tu empresa está preparada para afrontar el futuro gracias a la diversidad que APD en su informe cataloga como inclusiva. Pero si analizando tu institución has obtenido 3 o menos respuestas lo mejor que puedes hacer es tomarte en serio este asunto porque tarde o temprano el mercado (o la opinión pública) te dará la espalda. Y si aun así crees que suspendiendo este test tu empresa cumple con la diversidad porque hay un programa para ello y cada vez hay más mujeres en puestos directivas, estás equivocado. Esa diversidad no es inclusiva sino extractiva, porque no se puede llamar de otro modo a obviar otras realidades tan o más importantes. No se puede firmar con una mano planes de diversidad y con la otra prejubilaciones; promover campañas para apoyar los ODS y discriminar por razones ideológicas a trabajadores con talento o viajar a Davos para pontificar sobre la contaminación de los plásticos en los mares y al mismo tiempo prohibir las contrataciones de los mayores de 50 años. 


Para los más testarudos que sigan negando la vinculación de la diversidad con la competitividad solo me queda animarlos a que busquen la etimología del término que titula este artículo y verán que es la palabra latina diversitas, cuyo significado es diferente pero también abundancia. En la diferencia estará por tanto la abundancia.


Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR