lunes, 23 de agosto de 2021

Generación fluida

(este artículo se publicó originalmente en el periódico El Correo el 19 de agosto de 2021)


El mundo anglosajón sigue generando tendencias y una de ellas es la denominada como «gender fluid». En el año en el que el Gobierno de España ha promovido una legislación dirigida a las personas trans y LGTBI, conviene explicar el término. Para la Universidad de Harvard, la fluidez del género, en su traducción al español, se refiere al cambio a lo largo del tiempo que una persona adopta en su expresión o identidad de género. Es decir que algunas personas se sienten y comportan como hombres en unas fases de su vida y en otras como mujeres.

El término ha triunfado y por eso en esta reflexión veraniega me permito adaptarlo a una realidad que vengo estudiando desde hace años como es la teoría generacional y su impacto en la economía. Las generaciones son aquellas cohortes de edad que por nacer en un determinado contexto histórico se educan y socializan de una manera que les hace comportarse de un modo especial. La generación de los niños de la posguerra en España llevó a los nacidos esos años a forjar una personalidad austera, donde el esfuerzo era la norma. La generación del baby boom la conforman aquellos que se jubilarán en breve después de larguísimos años cotizados porque nacieron con el viento a favor del desarrollismo español de los años 50 y 60. De los millennials y la generación z se ha hablado mucho. Son los jóvenes educados en la era digital. Los primeros, de ahí su nombre, son los que cumplieron la mayoría de edad con el cambio del milenio, y a pesar de ser hijos de la tecnología, han sufrido como ninguno las precariedades de dos crisis económicas. Los segundos, la generación z, nacen después de 1997 con internet en sus casas y son los verdaderos nativos digitales, irreverentes e inmediatos. En el medio, los miembros de generación x o de la EGB nacimos en los setenta y estamos cambiando de trabajo más veces de lo que nos gustaría.

Cinco generaciones que representan la pluralidad de la sociedad española pero que conforme a los datos oficiales de estos días no se reflejan en la población ocupada española. El desempleo de los mayores de 55 años casi se ha triplicado desde el año 2008 en España y cerca de la mitad de los seniors parados llevan más de dos años en esa situación. Para una persona que está en la cincuentena prácticamente la única posibilidad de seguir activo si pierde su trabajo es autoemplearse, así lo demuestra el dato que uno de cada tres autónomos en España son seniors. Qué decir del empleo de los jóvenes. La tasa de paro entre los menores de 25 años en España es del 37,1%, la mayor de toda la Unión Europea, superando a Grecia, tradicional farolillo rojo, que nos saca varios puntos de ventaja con un 30,4%.

Pocas son las empresas que tienen cinco generaciones entre sus empleados. Paradójicamente, al mismo tiempo que la diversidad de edad se ha instalado en los discursos de los directivos, es rara avis en las plantillas, que se han vaciado de jóvenes y seniors. Lo normal es que una aplastante mayoría de los trabajadores de las grandes empresas estén en la cohorte de los cuarenta a los cincuenta años. Al mismo tiempo, si repasamos la edad de las personas que toman las principales decisiones en el sector público -que hay que recordar que moviliza cerca de la mitad del PIB español- nos encontraremos con idéntica situación.


¿Quién entiende que la mitad de la población quede fuera de la lógica de la economía y de las prioridades de las autoridades? No se explica pero así es. Más de 25 millones de españoles no están en esa franja de edad central, de entre los 25 y los 55 años, y por tanto no deciden el gasto público, no elaboran los portafolios de bienes y servicios ni tampoco las campañas de publicidad y por supuesto no participan de las estrategias empresariales.

Los científicos de datos, como los profesores vascos David Ruiz y Carlos Arciniega, aseguran que el futuro puede predecirse simplemente analizando los datos masivos que generamos. A la vista de la completa y extensa información que disponemos de nuestro mercado laboral me atrevo a defender la generación fluida como fórmula para la subsistencia de muchas instituciones. Solamente entendiendo que los clientes, los votantes y en general los usuarios son diversos, podrá servir eficazmente a la sociedad. Por ello además de incorporar jóvenes y seniors a las plantillas, cada uno de nosotros tenemos que adoptar y asumir esa fluidez generacional. Acaso no somos cada vez más, como los nativos digitales, muy impacientes. O quién no aspira a tener la resiliencia de los seniors que acumulan crisis en sus espaldas sin rendirse. Dejarnos contagiar de la corriente intergeneracional será una herramienta de progreso.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja

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