(este artículo se publicó originalmente en el periódico El Correo el 19 de agosto de 2021)
El término ha triunfado y por eso
en esta reflexión veraniega me permito adaptarlo a una realidad que vengo
estudiando desde hace años como es la teoría generacional y su impacto en la
economía. Las generaciones son aquellas cohortes de edad que por nacer en un
determinado contexto histórico se educan y socializan de una manera que les
hace comportarse de un modo especial. La generación de los niños de la
posguerra en España llevó a los nacidos esos años a forjar una personalidad
austera, donde el esfuerzo era la norma. La generación del baby boom la
conforman aquellos que se jubilarán en breve después de larguísimos años
cotizados porque nacieron con el viento a favor del desarrollismo español de
los años 50 y 60. De los millennials y la generación z se ha hablado mucho. Son
los jóvenes educados en la era digital. Los primeros, de ahí su nombre, son los
que cumplieron la mayoría de edad con el cambio del milenio, y a pesar de ser
hijos de la tecnología, han sufrido como ninguno las precariedades de dos
crisis económicas. Los segundos, la generación z, nacen después de 1997 con
internet en sus casas y son los verdaderos nativos digitales, irreverentes e
inmediatos. En el medio, los miembros de generación x o de la EGB nacimos en
los setenta y estamos cambiando de trabajo más veces de lo que nos gustaría.
Cinco generaciones que representan
la pluralidad de la sociedad española pero que conforme a los datos oficiales
de estos días no se reflejan en la población ocupada española. El desempleo de
los mayores de 55 años casi se ha triplicado desde el año 2008 en España y
cerca de la mitad de los seniors parados llevan más de dos años en esa
situación. Para una persona que está en la cincuentena prácticamente la única
posibilidad de seguir activo si pierde su trabajo es autoemplearse, así lo
demuestra el dato que uno de cada tres autónomos en España son seniors. Qué
decir del empleo de los jóvenes. La tasa de paro entre los menores de 25 años
en España es del 37,1%, la mayor de toda la Unión Europea, superando a Grecia,
tradicional farolillo rojo, que nos saca varios puntos de ventaja con un 30,4%.
Pocas son las empresas que tienen
cinco generaciones entre sus empleados. Paradójicamente, al mismo tiempo que la
diversidad de edad se ha instalado en los discursos de los directivos, es rara
avis en las plantillas, que se han vaciado de jóvenes y seniors. Lo normal es
que una aplastante mayoría de los trabajadores de las grandes empresas estén en
la cohorte de los cuarenta a los cincuenta años. Al mismo tiempo, si repasamos
la edad de las personas que toman las principales decisiones en el sector público
-que hay que recordar que moviliza cerca de la mitad del PIB español- nos
encontraremos con idéntica situación.
¿Quién entiende que la mitad de la población quede fuera de la lógica de la economía y de las prioridades de las autoridades? No se explica pero así es. Más de 25 millones de españoles no están en esa franja de edad central, de entre los 25 y los 55 años, y por tanto no deciden el gasto público, no elaboran los portafolios de bienes y servicios ni tampoco las campañas de publicidad y por supuesto no participan de las estrategias empresariales.
Los científicos de datos, como
los profesores vascos David Ruiz y Carlos Arciniega, aseguran que el futuro
puede predecirse simplemente analizando los datos masivos que generamos. A la
vista de la completa y extensa información que disponemos de nuestro mercado
laboral me atrevo a defender la generación fluida como fórmula para la
subsistencia de muchas instituciones. Solamente entendiendo que los clientes,
los votantes y en general los usuarios son diversos, podrá servir eficazmente a
la sociedad. Por ello además de incorporar jóvenes y seniors a las plantillas,
cada uno de nosotros tenemos que adoptar y asumir esa fluidez generacional.
Acaso no somos cada vez más, como los nativos digitales, muy impacientes. O
quién no aspira a tener la resiliencia de los seniors que acumulan crisis en
sus espaldas sin rendirse. Dejarnos contagiar de la corriente intergeneracional
será una herramienta de progreso.
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja
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