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viernes, 15 de julio de 2022

Quién fue y qué significó Miguel Ángel Blanco

(este artículo se publicó originalmente el día 14 de julio de 2022 en los periódicos del grupo Prensa Ibérica como El Levante, La Opinión, El Faro de Vigo y El Periódico entre otros)



Piensa en tu compañero de pupitre en el colegio, en el vecino del tercero o en esos primos que nunca ves. Quizás en la chica que va contigo en el metro a la universidad, en el nuevo colega que ha entrado en la oficina o por qué no en ti mismo. Alguien así era Miguel Ángel, un chico de veintitantos que vivió en España hace 25 años.

Miguel Ángel Blanco era hijo de un albañil y una ama de casa gallegos que se fueron al País Vaso en busca de un futuro mejor. Se instalaron en una ciudad industrial, como tantas que hay en el entorno metropolitano de Madrid o Barcelona. Nuestro protagonista se crio en plena democracia en Ermua, cerca de Bilbao dónde estudió su carrera. Al mismo tiempo su pasión por la batería, le llevó a enrolarse en un grupo de música que amenizaba las bodas de sus vecinos y las verbenas de los pueblos cercanos. Al terminar la carrera y para ganar unas perrillas su padre le llevó a trabajar con él en la construcción, hasta que consiguió un trabajo como economista en Éibar, a una parada de tren de su casa. Tenía una novia con la que hacía planes y un préstamo para un coche que le permitiese ir a la playa en verano. Al mismo tiempo Miguel Ángel estaba preocupado por las carencias de su ciudad, le sacaba de sus casillas que no hubiese un polideportivo.

Hasta aquí todo normal y nada diferente a lo que le sucede hoy a un joven español de menos de 30 años. Pero Miguel Ángel vivió en la España de hace tres décadas en la que una banda terrorista que había nacido en la dictadura se había resistido a dejar las armas, a pesar de disfrutar de una amnistía con la llegada de la democracia. Los terroristas de ETA mataban policías y militares, de vez en cuando a algún político y empresarios. Contaban con acólitos que jaleaban sus crímenes y hasta se presentaban a las elecciones sin pudor alguno. Miguel Ángel lo sabía y no le gustaba, pero le pudo más defender sus ideas y cuando le ofrecieron ser concejal de Ermua, aceptó encantado. Aunque estaba muy reciente el asesinato de un político muy conocido, al que él mismo había seguido por su claridad de ideas, pensó que quién iba a hacerle daño a él que era un chaval que solo quería unas instalaciones deportivas dignas.

Esos mismo días uno de esos que celebraban los atentados se dio cuenta que Miguel Ángel iba en tren a la misma hora y sabiendo que era concejal pasó esa información a los terroristas, que decidieron secuestrarle. Le metieron en el maletero de un coche a punta de pistola, le maniataron, le encerraron en un sótano sin agua y luz para después de dos días llevarle a un descampado y pegarle dos tiros mortales a quemarropa. Sin él saberlo España entera salió a la calle a pedir su liberación y durante esos días los amigos de los terroristas fueron acorralados por lo que se llamó el Espíritu de Ermua que consiguió, una década después, que los terroristas dejasen las armas.

Ahora que los que le mataron y ayudaron a matarle, quieren que nadie se acuerde de estas cosas o incluso que parezca que su lucha fue justa, cuéntale a todo el mundo quién fue Miguel Ángel Blanco. Así, no volverá a pasar

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de universidad en UNIR y LLYC. En 1997 era presidente de Nuevas Generaciones del PP en el País Vasco

martes, 12 de julio de 2022

Carta desde el cielo

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico ABC el día 12 de julio de 2022)

Aquí los días pasan rápido. Más desde que mis padres están conmigo. Tenía tantas ganas de que dejarán de sufrir y por fin hace dos años que estamos juntos. Miguel, mi padre, era fuerte como un toro, curtido en andamios y zanjas, pero en Ermua los meses siguientes a mi muerte se le atragantaron, no podía soportar las risotadas de los batasunos. Cuando encontró trabajo en Vitoria las cosas cambiaron y no volvió a sentir ese odio irrefrenable. Mi madre, Chelo, nunca dejó de estar rota por dentro, pero cuidar de mi padre y hacer más fácil la vida de mi hermana, la confortaron. Desde aquellos días de julio, no volví a sentir a mis padres, a Marimar y Roberto como habían sido siempre: alegres, vigorosos y optimistas. Solamente cuando jugaban con mis sobrinas, recordaba cómo eran antes de que hace 25 años cogiese un tren que, en lugar de llevarme a Éibar, me trajo donde estoy.

Ahora soy feliz, pero tengo muy presentes esos días que pasaron desde el subidón de la liberación de Ortega-Lara hasta que ya no pude luchar más en la Clínica de San Sebastián. Recuerdo la ilusión de comprarme, por fin, un coche nuevo; la gozada de ver jugar a Bakero con el Barca; lo contento que estaba con mi trabajo tras los años de carrera en Sarriko que se me hicieron muy largos. La música, los amigos y los planes de futuro con Marimar (cómo me alegra que haya rehecho su vida con Joan) ocupaban mis horas esos días, pero, tengo que reconocer, un temor que no se me quitaba de mi cabeza “Qué harán ahora estos locos de ETA para vengarse”. La imagen de José Antonio saliendo del zulo, como si fuese un judío de un campo de concentración, rondaba mis pensamientos. La inhumanidad de los etarras que en la nave industrial no fueron capaces de colaborar con el juez Garzón, sabiendo que con ello estaban matando a un ser humano, martilleaba mi cabeza esos días. El colmo fue ver en el kiosko de la estación de Ermua la portada del periódico Egin “Ortega vuelve a la cárcel”. Pero, yo ya había decidido dejar de ser concejal y dedicarme a mi trabajo que para eso era el primero de mi familia con carrera. En mi partido había una buena cantera que estaban dando la batalla, con Iñaki, Borja, Gonzalo o Esther y tampoco se notaría mi falta. Guardo buen recuerdo de los plenos del ayuntamiento y del alegrón de ver a Aznar en la Moncloa, aunque el asesinato de Goyo, con lo valiente que era y lo que había significado para Nuevas Generaciones, seguía suponiendo un gran vacío.

Y en esas estaba cuando comenzó mi calvario. No me apetece mucho recordarlo. La oscuridad, el pánico, esos ojos inyectados de odio, las dos deflagraciones, rodar por el terraplén, las máquinas y cables del hospital y por fin, sentir la mano de mi madre…He perdonado, pero no he olvidado. Me duele pensar en la impunidad de los que colaboraron en mi secuestro o en los que celebraron mi asesinato, hoy, interlocutores de las instituciones. Termino, que no quiero aburriros, no me olvidéis por favor, porque si eso pasa me temo que otros chicos como yo, antes que tarde, volverán a ser descerrajados por un terrorista

Iñaki Ortega es profesor de universidad y en 1997 era presidente de NNGG del País Vasco.

 


lunes, 11 de julio de 2022

Aquellos días de julio

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 10 de julio de 2022)


Fueron seis jornadas de julio, pero yo las sentí como un único día interminable. No quiero ni pensar cómo serían para ti, Miguel Ángel. Han pasado 25 años y los recuerdos siguen muy vivos. Era un jueves nublado, como siempre en nuestra tierra, y fuiste abordado por tres terroristas en la estación de Éibar. Todos los días, a la misma hora, cogías ese tren desde Ermua para ir a trabajar. Maldita rutina. La policía nos lo había advertido mil veces, pero cómo narices dejas de ir a comer a casa o te mueves por la zona sino tienes coche. Tres etarras, el 10 de julio te metieron a punta de pistola en un maletero y te encerraron maniatado en un agujero perdido del monte, esos mismos pasajes que tanto nos gusta recorrer a los vascos. El martirio de un chico de 29 años de apellidos Blanco Garrido, había comenzado. Su delito ser concejal del Partido Popular en su pueblo. Su condena firmada por miserables chivatos, quizás una vecina o un tabernero, que le conocían bien e informaron a ETA de sus hábitos. La orden de ejecución dictada desde la comodidad de un jardín en Biarritz. Un poco antes de las 7 de la tarde, España se enteró de que los terroristas habían comunicado que o en 48 horas el Gobierno acercaba a todos los presos etarras a las cárceles del País Vasco o te matarían.

En la cabeza todos teníamos la imagen, unos pocos días antes, de Ortega Lara saliendo de su cautiverio como un reo de los campos de concentración nazis. Míguel, como te llamaban en casa, también la tenías en tu retina. La noticia de la amenaza terrorista corrió como la pólvora y yo me fui de Vitoria a Bilbao porque las juventudes de todos los partidos políticos pedimos tu inmediata liberación. Todos, menos los de siempre, entonces Herri Batasuna hoy Bildu, en eso no ha cambiado mucho el País Vasco. Llegó la noche y mientras me iba a Ermua, qué pasaría por tu cabeza. Seguro que no sabías lo del plazo de los dos días y la angustia se habría apoderado de tu cuerpo pensando en un cautiverio tan largo como el del funcionario de prisiones.

Nunca había estado en Ermua hasta esa noche de julio. Me impresionó un pueblo construido en una ladera del monte, literal. Casas de obreros con muchos pisos (como la tuya) y un ayuntamiento en un palacio que mira a una Iglesia parroquial. En el salón de plenos, todo de madera, un vigoroso alcalde, Carlos Totorica, nos enseñó tu escaño (y hasta la historia del Palacio de Valdespina), nos dio las llaves del edificio para dormir donde quisiéramos y se despidió. Nos quedamos unos pocos aprendices de políticos pasando la noche en vela, precisamente en el lugar donde tú sí ejerciste como tal y eso te costó la vida.

Quiero pensar que agotado por el pánico pudieses dormir algo esa noche. Pero tienes que saber que ninguno de tus vecinos durmió. De manera espontanea unos chavales pusieron una vela en la plaza de tu pueblo, tu familia llegó y todo el mundo salió de sus casas con cirios para turnarse y así no dejarles solos durante toda la noche. Miles de velas. Todos anónimos, todos solidarios, nadie por encima de nadie. Creo que jamás viviré algo así por muchos años que viva.  

El día 11 amaneció plomizo y Ermua teñida de sábanas blancas en todos los balcones. La manifestación por las calles que habías pateado tanto, te hubiera conmovido. Juanma Moreno vino desde Málaga con Sandra Moneo. Pero comenzó una tormenta que descargó tanta lluvia que seguro que la sentiste en tu encierro. Te dolería todo el cuerpo y recordarías las palabras que le dijiste a tu hermana Marimar unos días antes “antes me muero que estar 500 días encerrado en un zulo”. El reloj, sin tu saberlo seguía corriendo, y no se pararía -como quizás pensaste al cabo de 500 días- sino en menos de 24 horas. De todo el mundo llegaron mensajes para presionar a ETA, desde el Papa a todos los mandatarios que mereciesen tal nombre. Jaime Mayor y José María Aznar, puedes estar tranquilo que cuidaron a tu familia, así como Carlos Iturgaiz.

El fatídico día 12 de julio llegó y con él, un sol de justicia. Esos raros sábados del País Vasco en el que no se ve una nube y el verano parece que de verdad existe. Manifestaciones convocadas en toda España, pero la más importante en Bilbao. 40 grados y no cabía un alma en la calle, la mayoría con la esperanza de que llegasen las 4 de la tarde y ETA no cumpliese su amenaza. ¿Una mayoría? No. Algunos como Arnaldo Otegui, el líder de Bildu se jactó de estar a esa hora disfrutando de un día de playa. Tú en el patíbulo, el batasuno bañándose en el mar Cantábrico. Cualquier español recuerda dónde estaba el día 12 de julio, ojalá que nadie olvide jamás dónde estaba el actual socio del gobierno de España.

Mientras la manifestación se disolvía, nosotros nos fuimos a esperar noticias a la sede del partido de la Gran Vía -que tanto te gustaba visitar-. En ese momento, te metieron en un coche, desazonado de tanto llorar no te diste cuenta de los baches del camino hasta que Mujika te sacó a gritos y te tiró por un terraplén, Txapote sacó su pistola y sentiste un golpe, el suelo estaba húmedo, luego otro disparo te hizo perder el conocimiento. Amaia les esperaba con el coche en marcha mientras tú te desangrabas.

Las noticias llegaron a las 6 de la tarde. La policía vasca anunció que un joven con varias heridas de bala había sido hallado en Lasarte. Los alaridos llegaron al inmueble donde tus compañeros habíamos rezado por tu salvación. Pero alguien dijo “está vivo, camino de la clínica Nuestra Señora de Aránzazu”. Tus padres se fueron corriendo y llegaron a San Sebastián y pudieron abrazarte. Estoy seguro de que sentiste la mano de tu madre, entre tantos tubos y aparatos, antes de morir.

Al mismo tiempo, los llantos invadieron las calles de media España y en Ermua ese dolor se convirtió en rabia contra los que brindaron por tu muerte. Encerrados en sus bares, solo la policía les salvó de morir linchados. Era ya el día 13 de julio y pude volver a casa después de velar tu capilla ardiente junto a tus seres queridos. Cuando entré en casa, mi padre era Miguel y mi madre era Chelo, sentí como si tus padres fuesen los míos. En la cara de Begoña, mi madre, sentí que veinte años le habían caído encima. Todavía les quedaba, como a muchas familias de mis compañeros, años de sufrimiento. Las manifestaciones volvieron a tomar las calles el día 14 de julio y en Vitoria las carreras, por primera vez, no eran de los radicales sino de chicos normales persiguiendo a los que gritaban ¡Gora ETA! Un cordón de la Ertzaintza tuvo que proteger la Herriko Taberna y los policías vascos se quitaron el verduguillo, porque ellos ya no tenían por qué ocultarse. Nació El Espíritu de Ermua.

El día 15 fue tu funeral y a pesar de los miles de personas que asistieron, te gustará saberlo, una cabeza sobresalía en la Iglesia y subiendo al cementerio. Felipe VI, entonces Príncipe de Asturias, demostró como luego lo ha hecho en su reinado que en los momentos claves de la historia de España, nunca falla a su pueblo. Al sexto día sentimos los españoles que el final de ETA estaba ya muy cerca. Miguel Ángel no lo viviste, pero fue gracias a ti, por eso nunca te olvidaremos. Porque el día que nadie sepa quién eres y lo que víctimas del terrorismo, como tú, disteis por nuestro país, ese día España estará herida de muerte. Y algunos volverán a irse a la playa a celebrarlo.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC. En 1997 era presidente de las Nuevas Generaciones del PP en el País Vasco

lunes, 15 de julio de 2019

Que 22 años no es nada

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 minutos el día 15 de julio de 2019)


Seguro que recuerdas algún tango de Carlos Gardel. Hoy quiero hablarte de uno en concreto. Te lo cantaría, pero por suerte para tu oído, 20Minutos en papel no tiene esa funcionalidad. Si eres más de Rosalía que de tangos no te preocupes basta con que sepas que esta mítica canción de Gardel habla del paso del tiempo. Escuchando el estribillo entenderás este artículo y porqué millones de españoles cada mes de julio nos ponemos nostálgicos. “Volver…con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien. Sentir…que es un soplo la vida, que veinte años no es nada (…) Vivir… con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez”

La locución “veinte años no es nada” del tango Gardel se ha incorporado a nuestro lenguaje para expresar que, en ocasiones, aunque pase mucho tiempo, no lo parece porque algunos sentimientos vuelven a vivirse como el primer día. La semana pasada se han cumplido 22 años del secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco por parte de la banda terrorista ETA. Todos los españoles que superamos la treintena tenemos un nítido recuerdo de aquellos horribles días de julio del año 1997, todos recordamos dónde estábamos aquel 12 de julio en el que el joven concejal del PP de Ermua apareció descerrajado, de rodillas y maniatado en un descampado de Lasarte. Han pasado 22 años y no son nada. Los mismos sentimientos vuelven a aparecer como si el crimen hubiese sido ayer. La frustración, la rabia, la impotencia ante una banda de asesinos que acabaron con la vida de un joven simplemente porque pensaba diferente y se atrevió a representar sus vecinos siendo concejal del PP en un pueblo como Ermua.

Pero 22 años después otros nuevos sentimientos, igualmente tristes, han aparecido. Casi al tiempo que recordamos a Miguel Ángel Blanco o el infernal secuestro de Ortega-Lara, la televisión pública ha entrevistado al líder del partido que apoyó a los terroristas esos días. Arnaldo Otegi con sus infames declaraciones nos recordó que la semilla del odio sigue muy viva, que la reconciliación está muy lejos si no hay sincero arrepentimiento y resarcimiento moral a las víctimas. Más allá de la ausencia de ética o si prefieres amnesia de la televisión pública todos tenemos una deuda con las víctimas del terrorismo en nuestro país y por mucho que pasen los años no podemos olvidar el sufrimiento de esas personas y sus familias. Hace dos años la Universidad de Deusto a través de una encuesta puso de manifiesto que la mitad de los jóvenes vascos no sabían quién fue Miguel Ángel Blanco. Qué rápido se olvida todo cuando algunas instituciones se empeñan en que se borre el recuerdo.

22 años no son nada para los que vivimos aquella angustia de 48 horas, pendientes de si una banda de criminales asesinaba a un joven con toda la vida por delante. Pero para 14 millones de españoles que o no habían nacido en el 1997 o que entonces no tenían uso de razón, las víctimas del terrorismo empiezan a ser un recuerdo muy difuso. Ninguno de ellos vivió que hubo un partido, hoy llamado Bildu, que aplaudía los asesinatos; que unos políticos -Otegi- justificaban en público la violencia sin sonrojarse; que cada concentración en repulsa de los atentados en el País vasco había de ser escoltada por la policía porque los amigos del líder entrevistado en TVE querían reventarla por la fuerza. Mala idea blanquear nuestro pasado porque como dijo el filósofo “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR