lunes, 11 de julio de 2022

Aquellos días de julio

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 10 de julio de 2022)


Fueron seis jornadas de julio, pero yo las sentí como un único día interminable. No quiero ni pensar cómo serían para ti, Miguel Ángel. Han pasado 25 años y los recuerdos siguen muy vivos. Era un jueves nublado, como siempre en nuestra tierra, y fuiste abordado por tres terroristas en la estación de Éibar. Todos los días, a la misma hora, cogías ese tren desde Ermua para ir a trabajar. Maldita rutina. La policía nos lo había advertido mil veces, pero cómo narices dejas de ir a comer a casa o te mueves por la zona sino tienes coche. Tres etarras, el 10 de julio te metieron a punta de pistola en un maletero y te encerraron maniatado en un agujero perdido del monte, esos mismos pasajes que tanto nos gusta recorrer a los vascos. El martirio de un chico de 29 años de apellidos Blanco Garrido, había comenzado. Su delito ser concejal del Partido Popular en su pueblo. Su condena firmada por miserables chivatos, quizás una vecina o un tabernero, que le conocían bien e informaron a ETA de sus hábitos. La orden de ejecución dictada desde la comodidad de un jardín en Biarritz. Un poco antes de las 7 de la tarde, España se enteró de que los terroristas habían comunicado que o en 48 horas el Gobierno acercaba a todos los presos etarras a las cárceles del País Vasco o te matarían.

En la cabeza todos teníamos la imagen, unos pocos días antes, de Ortega Lara saliendo de su cautiverio como un reo de los campos de concentración nazis. Míguel, como te llamaban en casa, también la tenías en tu retina. La noticia de la amenaza terrorista corrió como la pólvora y yo me fui de Vitoria a Bilbao porque las juventudes de todos los partidos políticos pedimos tu inmediata liberación. Todos, menos los de siempre, entonces Herri Batasuna hoy Bildu, en eso no ha cambiado mucho el País Vasco. Llegó la noche y mientras me iba a Ermua, qué pasaría por tu cabeza. Seguro que no sabías lo del plazo de los dos días y la angustia se habría apoderado de tu cuerpo pensando en un cautiverio tan largo como el del funcionario de prisiones.

Nunca había estado en Ermua hasta esa noche de julio. Me impresionó un pueblo construido en una ladera del monte, literal. Casas de obreros con muchos pisos (como la tuya) y un ayuntamiento en un palacio que mira a una Iglesia parroquial. En el salón de plenos, todo de madera, un vigoroso alcalde, Carlos Totorica, nos enseñó tu escaño (y hasta la historia del Palacio de Valdespina), nos dio las llaves del edificio para dormir donde quisiéramos y se despidió. Nos quedamos unos pocos aprendices de políticos pasando la noche en vela, precisamente en el lugar donde tú sí ejerciste como tal y eso te costó la vida.

Quiero pensar que agotado por el pánico pudieses dormir algo esa noche. Pero tienes que saber que ninguno de tus vecinos durmió. De manera espontanea unos chavales pusieron una vela en la plaza de tu pueblo, tu familia llegó y todo el mundo salió de sus casas con cirios para turnarse y así no dejarles solos durante toda la noche. Miles de velas. Todos anónimos, todos solidarios, nadie por encima de nadie. Creo que jamás viviré algo así por muchos años que viva.  

El día 11 amaneció plomizo y Ermua teñida de sábanas blancas en todos los balcones. La manifestación por las calles que habías pateado tanto, te hubiera conmovido. Juanma Moreno vino desde Málaga con Sandra Moneo. Pero comenzó una tormenta que descargó tanta lluvia que seguro que la sentiste en tu encierro. Te dolería todo el cuerpo y recordarías las palabras que le dijiste a tu hermana Marimar unos días antes “antes me muero que estar 500 días encerrado en un zulo”. El reloj, sin tu saberlo seguía corriendo, y no se pararía -como quizás pensaste al cabo de 500 días- sino en menos de 24 horas. De todo el mundo llegaron mensajes para presionar a ETA, desde el Papa a todos los mandatarios que mereciesen tal nombre. Jaime Mayor y José María Aznar, puedes estar tranquilo que cuidaron a tu familia, así como Carlos Iturgaiz.

El fatídico día 12 de julio llegó y con él, un sol de justicia. Esos raros sábados del País Vasco en el que no se ve una nube y el verano parece que de verdad existe. Manifestaciones convocadas en toda España, pero la más importante en Bilbao. 40 grados y no cabía un alma en la calle, la mayoría con la esperanza de que llegasen las 4 de la tarde y ETA no cumpliese su amenaza. ¿Una mayoría? No. Algunos como Arnaldo Otegui, el líder de Bildu se jactó de estar a esa hora disfrutando de un día de playa. Tú en el patíbulo, el batasuno bañándose en el mar Cantábrico. Cualquier español recuerda dónde estaba el día 12 de julio, ojalá que nadie olvide jamás dónde estaba el actual socio del gobierno de España.

Mientras la manifestación se disolvía, nosotros nos fuimos a esperar noticias a la sede del partido de la Gran Vía -que tanto te gustaba visitar-. En ese momento, te metieron en un coche, desazonado de tanto llorar no te diste cuenta de los baches del camino hasta que Mujika te sacó a gritos y te tiró por un terraplén, Txapote sacó su pistola y sentiste un golpe, el suelo estaba húmedo, luego otro disparo te hizo perder el conocimiento. Amaia les esperaba con el coche en marcha mientras tú te desangrabas.

Las noticias llegaron a las 6 de la tarde. La policía vasca anunció que un joven con varias heridas de bala había sido hallado en Lasarte. Los alaridos llegaron al inmueble donde tus compañeros habíamos rezado por tu salvación. Pero alguien dijo “está vivo, camino de la clínica Nuestra Señora de Aránzazu”. Tus padres se fueron corriendo y llegaron a San Sebastián y pudieron abrazarte. Estoy seguro de que sentiste la mano de tu madre, entre tantos tubos y aparatos, antes de morir.

Al mismo tiempo, los llantos invadieron las calles de media España y en Ermua ese dolor se convirtió en rabia contra los que brindaron por tu muerte. Encerrados en sus bares, solo la policía les salvó de morir linchados. Era ya el día 13 de julio y pude volver a casa después de velar tu capilla ardiente junto a tus seres queridos. Cuando entré en casa, mi padre era Miguel y mi madre era Chelo, sentí como si tus padres fuesen los míos. En la cara de Begoña, mi madre, sentí que veinte años le habían caído encima. Todavía les quedaba, como a muchas familias de mis compañeros, años de sufrimiento. Las manifestaciones volvieron a tomar las calles el día 14 de julio y en Vitoria las carreras, por primera vez, no eran de los radicales sino de chicos normales persiguiendo a los que gritaban ¡Gora ETA! Un cordón de la Ertzaintza tuvo que proteger la Herriko Taberna y los policías vascos se quitaron el verduguillo, porque ellos ya no tenían por qué ocultarse. Nació El Espíritu de Ermua.

El día 15 fue tu funeral y a pesar de los miles de personas que asistieron, te gustará saberlo, una cabeza sobresalía en la Iglesia y subiendo al cementerio. Felipe VI, entonces Príncipe de Asturias, demostró como luego lo ha hecho en su reinado que en los momentos claves de la historia de España, nunca falla a su pueblo. Al sexto día sentimos los españoles que el final de ETA estaba ya muy cerca. Miguel Ángel no lo viviste, pero fue gracias a ti, por eso nunca te olvidaremos. Porque el día que nadie sepa quién eres y lo que víctimas del terrorismo, como tú, disteis por nuestro país, ese día España estará herida de muerte. Y algunos volverán a irse a la playa a celebrarlo.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC. En 1997 era presidente de las Nuevas Generaciones del PP en el País Vasco

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