(este artículo se publicó originalmente el día 14 de julio de 2022 en los periódicos del grupo Prensa Ibérica como El Levante, La Opinión, El Faro de Vigo y El Periódico entre otros)
Piensa en tu compañero de pupitre en el colegio, en el vecino del tercero o en esos primos que nunca ves. Quizás en la chica que va contigo en el metro a la universidad, en el nuevo colega que ha entrado en la oficina o por qué no en ti mismo. Alguien así era Miguel Ángel, un chico de veintitantos que vivió en España hace 25 años.
Miguel Ángel Blanco era hijo de
un albañil y una ama de casa gallegos que se fueron al País Vaso en busca de un
futuro mejor. Se instalaron en una ciudad industrial, como tantas que hay en el
entorno metropolitano de Madrid o Barcelona. Nuestro protagonista se crio en plena
democracia en Ermua, cerca de Bilbao dónde estudió su carrera. Al mismo tiempo
su pasión por la batería, le llevó a enrolarse en un grupo de música que
amenizaba las bodas de sus vecinos y las verbenas de los pueblos cercanos. Al
terminar la carrera y para ganar unas perrillas su padre le llevó a trabajar
con él en la construcción, hasta que consiguió un trabajo como economista en Éibar,
a una parada de tren de su casa. Tenía una novia con la que hacía planes y un préstamo
para un coche que le permitiese ir a la playa en verano. Al mismo tiempo Miguel
Ángel estaba preocupado por las carencias de su ciudad, le sacaba de sus
casillas que no hubiese un polideportivo.
Hasta aquí todo normal y nada
diferente a lo que le sucede hoy a un joven español de menos de 30 años. Pero
Miguel Ángel vivió en la España de hace tres décadas en la que una banda
terrorista que había nacido en la dictadura se había resistido a dejar las
armas, a pesar de disfrutar de una amnistía con la llegada de la democracia.
Los terroristas de ETA mataban policías y militares, de vez en cuando a algún
político y empresarios. Contaban con acólitos que jaleaban sus crímenes y hasta
se presentaban a las elecciones sin pudor alguno. Miguel Ángel lo sabía y no le
gustaba, pero le pudo más defender sus ideas y cuando le ofrecieron ser
concejal de Ermua, aceptó encantado. Aunque estaba muy reciente el asesinato de
un político muy conocido, al que él mismo había seguido por su claridad de
ideas, pensó que quién iba a hacerle daño a él que era un chaval que solo
quería unas instalaciones deportivas dignas.
Esos mismo días uno de esos que
celebraban los atentados se dio cuenta que Miguel Ángel iba en tren a la misma
hora y sabiendo que era concejal pasó esa información a los terroristas, que
decidieron secuestrarle. Le metieron en el maletero de un coche a punta de
pistola, le maniataron, le encerraron en un sótano sin agua y luz para después
de dos días llevarle a un descampado y pegarle dos tiros mortales a quemarropa.
Sin él saberlo España entera salió a la calle a pedir su liberación y durante
esos días los amigos de los terroristas fueron acorralados por lo que se llamó
el Espíritu de Ermua que consiguió, una década después, que los terroristas
dejasen las armas.
Ahora que los que le mataron y
ayudaron a matarle, quieren que nadie se acuerde de estas cosas o incluso que
parezca que su lucha fue justa, cuéntale a todo el mundo quién fue Miguel Ángel
Blanco. Así, no volverá a pasar
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de universidad en UNIR y
LLYC. En 1997 era presidente de Nuevas Generaciones del PP en el País Vasco
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