(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 13 de diciembre de 2021)
No tengo muy claro si hay un
hábitat idóneo para las serpientes y menos en qué parte de nuestro país se
crían con más facilidad. La zoología no es lo mío, pero cuando la semana pasada
observé la manifestación en contra del niño de Canet no tuve duda alguna: ahí
había un huevo de serpiente. En 1977 el genial director de cine, Ingmar
Bergman, estrenó la película “El huevo de la serpiente” ambientada en los años
previos a la llegada del poder de Hitler. En una escena, uno de los personajes,
el Dr. Vergerus dice «cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de
serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado».
Solo es cuestión de tiempo, y de un inofensivo zigoto, surgirá un peligroso
reptil. La película anticipa lo que finalmente sucede en Alemania una década
después que no es otra cosa que el régimen nazi que tanto dolor trajo. Pero en
los años veinte ya podía preverse porque los huevos de la serpiente ya estaban
dispersos por toda Alemania. No se hizo nada.
La serpiente ha servido en el
cristianismo para representar el mal, precisamente porque en la cultura popular
un ofidio supone un gran peligro por su venenosa mordedura. Nadie, en su sano
juicio, en esta parte del mundo permite que una serpiente anide en su casa o
que deje sus huevos para que en poco tiempo nazcan nuevas culebras. No domino
la cría de las serpientes, pero sí he vivido en primera persona durante muchos
años las consecuencias de minusvalorar el terrorismo de ETA que tenía por
símbolo una serpiente. Los mismos que empezaban acosando con manifestaciones en
frente de casas como la mía, seguían poniendo pintadas con insultos para acabar
tirando piedras cuando no balas 9 mm parabellum.
No he visto nunca un huevo de una
serpiente, pero he visto muchas veces en el País Vasco el mismo odio que en las
caras de los manifestantes de Canet. ¿Cómo un inocente niño de cinco años puede
llevar a la ira a tantas personas? ¿Qué clase de fanatismo es capaz de
movilizar a ciudadanos y representantes del pueblo para acosar a un menor? ¿tan
poco conocemos la historia reciente de nuestro país o de Europa para no darnos
cuenta de que la semilla del odio ya ha germinado y es preciso actuar?
Nunca me ha mordido una
serpiente, pero sí he sentido en mis carnes el pánico al fanatismo terrorista y
me hago una idea de lo qué sentirán ahora mismo los padres del niño de Canet.
Ese miedo que miles de familias catalanas van a tener a partir de ahora cuando
tengan que tomar la valiente decisión de reclamar el derecho a que sus hijos
estudien en el idioma del país en el que viven. La inquina de unos, el terror
de otros y mientras tantos los huevos a punto de romperse porque la serpiente
ya ha crecido lo suficiente.
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la
Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
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