(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 29 de noviembre de 2021)
Cuando se descubrió el virus causante de la pandemia, se le puso el nombre de covid19 por el año en cuestión-2019- acompañado de las iniciales de coronavirus y enfermedad en inglés (disease). Pero conforme este virus mutaba, el término Covid19 quedó obsoleto y los expertos decidieron añadir una letra griega. Alpha ante la variante inglesa o Delta por la cepa norteamericana y así hasta este viernes pasado en el que Ómicron ha entrado en escena. La OMS emitió un comunicado avisando de la peligrosidad de la nueva mutación con origen africano y como si fueran piezas de dominó fueron cayendo, una tras otra, las cotizaciones de todas las empresas del planeta, especialmente las vinculadas a los viajes y el turismo. La altísima trasmisibilidad de esta variación del virus es tal que en apenas unas horas ya se han detectado infectados en Estados Unidos, Bélgica, Alemania, Reino Unido o Italia lo que ha acelerado la vuelta en muchos países a las restricciones sanitarias más duras.
Esta desconocida letra griega no solo ha hecho perder en la Bolsa cientos de millones a las empresas, sino que puede frenar en seco la recuperación económica que ya venía languideciendo. Los precios no han parado de subir por la presión de la demanda insatisfecha y ayudados por la escalada de los costes energéticos. Las trabas al comercio internacional en China primero dejaron sin superconductores -chips- a las industrias occidentales y luego les tocó el turno a otras provisiones clave para sectores como la construcción y las manufacturas. La economía real se resintió con rapidez porque fábricas de coches, juguetes y móviles -entre otras- se pararon por la falta de componentes, al mismo tiempo que miles de proveedores y empleados. La electricidad decidió entrar en este cóctel elevando los costes a las compañías lo que hizo que algunas también decidieran dejar de producir al no compensarles esos gastos. Y en esas estábamos, esperando las ayudas europeas que nos salven, cuando Ómicron apareció.
Nadie puede asegurar si este nuevo virus será una falsa alarma o una catástrofe, pero sí podemos certificar lo absurdo de los debates de estas semanas en los que consumimos nuestras fuerzas. Una prebenda más para mi comunidad o una subvención para diferenciarme de mis vecinos. No acabaremos con la pandemia -ni con la crisis que la acompaña- mirándonos al ombligo sino cooperando. No enfrentando territorios sino trabajando codo con codo. Solo funcionando como una orquesta, no desafinaremos. De qué sirve sacar pecho por tener más del 80% de vacunados si nuestros vecinos africanos no lo están. O nos salvamos todos o ninguno se salvará.
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
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