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lunes, 4 de marzo de 2024

Aristóteles y Ábalos

(Este artículo se publicó originalmente en el periódico La Información el 2 de abril de 2024)

Lo sé. Parece un anatema el título de este artículo, pero con un poco de paciencia el lector encontrará la conexión entre las academias de la Antigua Grecia y las marisquerías de Valencia en nuestros días. Aristóteles además de a la filosofía, la física y la astronomía dedicó parte de su producción científica a la oratoria, en concreto a criticar a los sofistas y sus teorías de persuasión. Para el genio heleno los sofistas usaban la palabra para engañar, tejían una tela de araña con trucos retóricos en la que lo importante era cazar a la audiencia y no perseguir la verdad. A Aristóteles, pero también a Platón les indignaba el relativismo de los sofistas que solamente creían en la persuasión, es decir en una inteligencia práctica frente a la búsqueda de la sabiduría o una inteligencia ética.

Aristóteles se reveló, por tanto, contra las falacias y artimañas sofistas. Las más eficaces redes de araña o trampas mentales las resumió en tres: ethos (el comportamiento social), logos (los datos lógicos) y pathos (los sentimientos). Y es aquí donde aparece la actualidad y el caso Koldo para ayudarnos a entender a Aristóteles. José Luis Ábalos ha comparecido en el Congreso compungido y con cara de circunstancias (pathos), paseado por platós y estudios de radio para defender su honorabilidad aduciendo que no está ni imputado ni condenado (logos) y finalmente alardeando de ser un hombre normal y corriente, sin apenas recursos, aplastado por el poder (ethos).

El exministro Ábalos, convertido en un experto sofista manejando las herramientas de la persuasión que tanto le molestaban a Aristóteles. Dicho y hecho, ha salido vivo de los directos con reconocidos periodistas escabulléndose detrás de sentencias y de boletines oficiales (logos). Al mismo tiempo que interrumpía una entrevista en prime time para atender a un familiar que se le habían olvidado las llaves de casa (ethos) o ahogaba unas lágrimas de congoja por sentirse abandonado por sus amigos (pathos).

El diputado valenciano, defiende con aplomo y voz profunda que jamás tirará de la manta y traicionará a los suyos (ethos) aunque eso le suponga un gran sacrificio personal por no tener medios para vivir fuera de la política (pathos) porque no hay prueba, indicio o dictamen de la justicia que le implique en ningún delito (logos).

Aristóteles hubiese sentido lo mismo escuchando al ex vicesecretario de organización del PSOE que cuando asistía a las clases de retórica de los sofistas en Atenas. No se puede defender cualquier cosa con la palabra, es inadmisible usar trucos retóricos para engañar a la audiencia, pensaría el sabio. Hoy como ayer, un sofista es un embaucador y a la vista de las informaciones que estamos conociendo sobre los desmanes de los colaboradores cercanos del exministro, Ábalos está más cerca de la categoría de farsante que la de un ateniense que usaba la oratoria para llegar a la verdad.

Nuestro alumno aventajado de Gorgias, el más conocido de los sofistas, utiliza la calma en sosegadas respuestas como haría alguien que no miente (pathos), viste con la dignidad del traje y la corbata (logos) y conecta con una audiencia antisanchista por haberse atrevido a desafiar al todopoderoso presidente del Gobierno (ethos). Ábalos sigue a pies juntillas uno de los pronunciamientos del maestro clásico “el discurso es un amo poderoso”.

A diferencia de Aristóteles, a otro genio de la época como Sócrates lo acusaron de prácticas sofistas por lo que fue juzgado. Justo antes de ser sentenciado señaló que, de quedar libre tras el juicio, seguiría haciendo lo que había hecho hasta entonces, sabiendo que sería condenado de nuevo y por ello ejecutado. Sócrates finalmente se suicidó con cicuta precisamente por defender su verdad antes de aceptar los atajos que poderosos amigos le ofrecían. No hay quizás convicción más absoluta, más irreversible que ésta. Ábalos ha elegido las argucias cognitivas de la escuela de Sofos y así se ha despojado de su pasado y optado por vivir una nueva vida -en el grupo mixto y fuera del PSOE- que no le gusta demasiado. Veremos lo que le dura (con permiso de la justicia) pero esa propia opción y las formas con las que la ha tomado son ya todo un mensaje. En cualquier caso, la comunicación, una vez más, aparece como la palanca clave ante cualquier situación de crisis.


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

viernes, 31 de enero de 2020

¿Quién dijo que la economía era aburrida?


(Este artículo se publicó orginalmente el día 30 de enero de 2020 en el diario La Información en la sección #serendipia)


No es el guion de la penúltima serie de Netflix pero podría serlo. También serviría de argumento para una nueva película de Misión Imposible y hasta para una novela de espías de John Le Carré.


Un exitoso ejecutivo, presidente de la primera compañía de una potente industria, es detenido por corrupción en un país muy lejano, merced a una conspiración de su propio equipo con la connivencia de las autoridades locales. Nuestro protagonista, de fama mundial por su brillante gestión, cae a los infiernos en una trama en la que se juntan intereses políticos de dos grandes naciones, las miserias económicas de su sector y la ambición de colegas sin escrúpulos. En una celda durante cinco meses, sin rastro de la seguridad jurídica que se presume del país de su detención, le da tiempo a repasar los momentos más importantes de su vida. Su boda con Carole en los jardines de Versalles; su llegada a la cúpula de la multinacional europea tras criarse en un pequeño país del oriente próximo en conflicto bélico permanente; la consolidación como gestor en su patria, Brasil y en especial todos y cada uno de los detalles de la arriesgada operación de rescate de una icónica empresa asiática que a la postre le ha llevado a prisión. Acostumbrado a tomar decisiones bajo presión, nuestro hombre, decide luchar con todas las armas posibles para salir triunfante de este complot. Eso puede convertirle en un prófugo toda su vida o incluso morir en el intento. Pero el protagonista de esta historia no sabe el significado de la palabra miedo y cualquier cosa es mejor que el horizonte de una cadena perpetua en las antípodas de su hogar. Aprovechando el arresto domiciliario conseguido por su abogado, se vuelca en diseñar al milímetro una compleja fuga, con la misma minuciosidad que si estuviese preparando una gran operación en su empresa. Unas fundas de instrumentos musicales donde esconderse, un scanner que no funciona en el aeropuerto, tres pasaportes legales de sus tres nacionalidades para pasar sin dejar rastro por las aduanas de tres países y dos jets privados le permitieron situarse en apenas unas horas a salvo en casa y a cientos de miles de kilómetros de un juicio con sentencia ya dictada.  


No es ciencia ficción. Ha sucedido este fin de año. Carlos Ghosn, ya expresidente de Renault y de Nissan se fuga de Japón en vísperas de nochevieja a pesar de estar en libertad vigilada y cuenta todo esto en una multitudinaria rueda de prensa en Beirut, donde prepara sus siguientes pasos junto a su mujer. El gobierno de Japón ha lanzado una orden de busca y captura internacional, sin recuperarse aún de la humillación para su policía al permitir que el preso más famoso del mundo haya huido. Mientras tanto, empieza a conocerse no solo como funciona la justicia japonesa en íntima conexión con intereses empresariales, sino también las intrigas del sector de la automoción en el que se trufa la política (Renault es una empresa participada por el estado francés) con las venganzas personales. 


No es algo tan lejano a nosotros. En España está más cerca que tarde el día que veamos una serie de televisión en el que protagonista sea un viejo comisario de apellido Villarejo con amistades en la política y en la judicatura que acaba prestando servicios a las empresas más importantes del país. Servicios fuera de la ley para espiar, chantajear a competidores o amedrentar a cualquiera que impida lograr los objetivos de la empresa de turno. Y veremos cómo termina el "curioso" caso del ministro español que cambió su versión cinco veces al respecto de una cita en el aeropuerto con una mandataria sudamericana en busca y captura.


¿Quién dijo que la economía era aburrida? No lo es, pero ese tipo de diversión es para la ficción. Por eso ahora toca volver a aburrirse en el buen sentido de la palabra. Recuperar el sentido ético de los negocios y como enfatizó hace unos meses la Biblia de los negocios, el Financial Times, reinventar el capitalismo. Un capitalismo ético, inclusivo que pase página de la única obsesión por el dividendo a los accionistas y piense en otros dividendos; esta vez para agentes de interés como son sus trabajadores, los propios clientes, los proveedores y los territorios en los que actúan. Quizás no servirá para un guion de película, pero sí para que millones de personas se beneficien de empresas y directivos que piensen en el bien común y no solo en sus millonarias retribuciones.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR