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miércoles, 10 de febrero de 2021

No en mi nombre

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 8 de febrero de 2021)


Esta semana recibí una llamada de una redactora de un programa de televisión que me dejó pensativo. Al parece su director había leído en este periódico mi artículo sobre las pocas ganas de pagar impuestos de los youtubers y quería que les ratificase -como profesor- el leitmotiv de su siguiente tertulia. A saber, internet está echando a perder a nuestros jóvenes. La periodista me explicó que ahora hay más obesidad infantil, un preocupante déficit de atención y los influencers son unos peligrosos referentes para las nuevas generaciones. Mi mujer diría que es por mi manía de ir contra corriente, pero le dije a mi interlocutora que no estaba de acuerdo e intenté explicárselo, igual que voy a hacer ahora.

A lo largo de la civilización siempre se ha hablado de generaciones desde la Ilíada pasando por San Agustín, Hegel o Marx. Generaciones entendidas como la distancia de edad entre padre e hijo o bien como la concurrencia de una serie de circunstancias que hacen que se forje un determinado carácter. Ortega y Gasset llego a afirmar que no tenía sentido la propia historia sin las generaciones y formuló en 1914 su frase más conocida “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, que resume a la perfección el elemento clave para definir una generación, sus circunstancias. Circunstancias que nunca se entienden por los que no están en tu misma cohorte de edad; ahora, cuando nosotros éramos jóvenes o cuando lo eran nuestros padres. Seguro que les parecía absurdo en mi casa que pasásemos la tarde jugando a una maquinita en un salón de videojuegos; mis abuelos considerarían un despropósito que sus vástagos se divirtiesen en locales con humo y música de locos; exactamente igual que a mí ahora me saca de mis casillas ver a mis hijos delante de Tik Tok todo el fin de semana. Si nos indignamos porque los más jóvenes sean seguidores del Rubius cuando abandona el país para pagar menos impuestos, qué pensarían nuestros hijos si supiesen que nosotros no nos perdíamos ni una serie de Imanol Arias y Ana Duato que tampoco pagaban sus impuestos; o que nuestros abuelos bebían los vientos por las canciones de Lola Flores que acabó en el banquillo por evasión fiscal. Si el youtuber The Grefg no ha terminado sus estudios y alardea de ello, qué estudios había terminado el cantante de Hombres G en mi juventud o los componentes de Los Brincos que tanto gustaban a mis padres. La realidad es que disfruté a rabiar con esas canciones al igual que mis padres y ahora nuestros hijos se ríen y lo pasan de miedo con sus amigos jugando en línea a Fortnite.

Por eso, borremos los prejuicios sobre la generación a la que no pertenecemos. Es normal no entender a quien no se educó en tu época. Detrás de tu crítica hacia ellos puede que solo haya desinformación o, peor aún, frustración.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

martes, 26 de enero de 2021

Lola Flores y los youtubers

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 25 de enero de 2021)


Existe la posibilidad, remota, de que no te hayas enterado de lo que ha pasado con un tipo de apodo El Rubius cuya profesión es jugar y comentar videojuegos. Este chico forma parte de una nueva élite social y económica que son los youtubers. Jóvenes simpáticos que a través de internet graban videos o comentan en directo, generalmente juegos, pero también futbol, moda o música. Gracias a la democratización de la tecnología - todo el mundo puede tener un asequible dispositivo con una barata conexión- millones de personas les siguen en las diferentes plataformas como YouTube, aunque también Instagram, Twitter y ahora Twitch. Una espectacular audiencia, muy por encima de cualquier medio de comunicación convencional y además más fiel que ha provocado la migración de los anunciantes a estos canales. De modo y manera que chavales como TheGrefg o Lolito han pasado de tener una afición gamberra que les permitía abandonar estudios a ser literalmente multimillonarios. Pero con la fortuna también han llegado las obligaciones fiscales. España dispone de un sistema tributario progresivo, cuanto más ganas, más pagas. Al parecer cuando se explicaba esto en clase los youtubers no lo escucharon o se quedaron dormidos. Ahora han decidido que los impuestos para ricos -como ellos- son confiscatorios y que mejor pagar menos en Andorra, total está muy cerca, qué bonitas las montañitas, varios colegas ya tomaron la decisión y no han bajado en seguidores (ni en ingresos).

Hasta aquí lo que ya se sabía. Por eso propongo poner el foco no en ellos, su ética ya ha quedado retratada, sino en su público. En el caso de El Rubius son 39 millones solo en YouTube. Una gran mayoría jóvenes que quizás pendientes de la nueva actualización de Fortnite les ha impedido leer esta semana que tenemos el mayor paro juvenil o que sufrimos los peores datos económicos del continente. Entre esos millones de seguidores es seguro que muchos cientos de miles estén cobrando el desempleo, o estén en un ERTE o hasta que sean beneficiarios del Ingreso Mínimo Vital. La cifra exacta, conforme a los últimos datos disponibles en España, es algo más de 6 millones de personas que viven de lo público, sin contar los trabajadores de la administración o los jubilados porque entonces las cifras de los que viven del erario alcanzarían los 20 millones. Hagamos unos cálculos sencillos, si un 40% de españoles depende del presupuesto público una gran parte de esa audiencia youtuber (o sus familias) también dependerá de los ingresos públicos que proceden de los impuestos. ¿Nadie, entre esos millones, lo habrá pensado? ¿nadie ha caído en la cuenta de que cuando sus ídolos se van, hacen más pobre y precaria a España y a sus seguidores? No hubiera sido más sencillo pedir como Lola Flores a todos sus fans una peseta para pagar a Hacienda. No. Mejor que siga la fiesta, aunque sea desde Andorra. Alguien pagará las facturas de sus seguidores.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR