(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 5 de septiembre de 2022)
Da igual lo que diga el calendario, hoy empieza el invierno. El sol seguirá calentando y las hojas seguirán en los árboles, pero en nuestra cabeza ya se ha instalado el frío y la oscuridad. Aunque el mar, el monte y las terrazas siguen abiertas, nuestro nuevo hábitat es el autobús, el atasco y la oficina o las aulas. Siempre ha sido así, la diferencia es que este año nos hemos saltado el otoño. La naturaleza es sabia, nos prepara poco a poco para los cambios de clima. Salvo este año.
Todo tiene una explicación. Hemos vivido el primer verano de verdad tras la pandemia y nos lo hemos tomado en serio. Así somos. Que había que confinarse y ponerse mascarilla, se obedecía; que había que tomarse el mes de agosto como si nos hubiera tocado la lotería, también se ha cumplido. Las playas a reventar, colas hasta en el Himalaya -literal-, carteles de “no hay mesas” en todos los chiringuitos. Los hoteles por las nubes e inopinadamente llenos, los hielos para las copas racionados y el marisco agotado por exceso de demanda. Pero no todo el mundo se ha puesto chanclas o alpargatas estos meses: la guerra no se ha cogido vacaciones, ni la inflación, tampoco la crisis de suministros tecnológicos y ni mucho menos las gestorías que despiden a cientos de miles de trabajadores. Verano del 2022.
Y ahora los economistas nos encargamos de recordar lo que viene. Rusia ha cortado el suministro de gas a Alemania, lo que hará que se paren demasiadas industrias por el auge de los precios de la energía. Nuevos parados no tardarán en llegar. Las recientes y las previstas subidas de los tipos de interés por el BCE provocarán que cientos de miles de familias no lleguen a fin de mes por el encarecimiento de la hipoteca o por las letras de estas vacaciones; las pymes no podrán financiar sus deudas y el Gobierno de España tendrá que tomar decisiones complicadas con las pensiones porque las cuentas ya no cuadran.
Nos saltaremos la tristeza y la nostalgia tranquila de todos los otoños, para entrar de golpe en una suerte de invierno de cabreo, movilizaciones e insultos. La crisis que viene ya ha empezado en nuestras cabezas y en la de los que toman las decisiones que afectan a nuestras vidas. Y aunque las tardes continúen siendo largas y la nómina siga llegando, la niebla y la preocupación por nuestras familias se ha instalado en nuestro estado de ánimo. Los empresarios tampoco están mucho mejor que nosotros con tantos frentes abiertos: los suministros que no les llegan, los pedidos que se han desplomado y los costes -los nuevos y los de siempre- que no dejan de subir. Y qué decir de los que nos gobiernan. Los “marrones” se acumulan en la mesa presidencial, las encuestas por los suelos, la calle enfadada, la factura de la luz incontrolable, los socios enfrentados y lo que es peor ya no hay presupuesto con el que darse alegrías al cuerpo cada consejo de ministros porque Bruselas ya ha llevado al tiente los trajes de los hombres de negro. Invierno del 2022.
Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet (UNIR) y LLYC
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