
Sin embargo, no somos todavía plenamente conscientes de que
buena parte de las transformaciones que deben producirse en la universidad tienen una raíz endógena,
que se corresponde con el salto generacional que está aconteciendo en las
sucesivas promociones de jóvenes que ingresan en los programas de grado.
La teoría generacional nos dice
que las coordenadas culturales, económicas, sociales y políticas en que los
niños y jóvenes se hallan inmersos acaban condicionando la forma que tienen de
percibir y entender el mundo. Se trata de unos rasgos compartidos en mayor o
menor medida por quienes crecieron en un contexto particular que les une entre
sí y les diferencia de quienes conocieron otras circunstancias en sus primeras
etapas de la vida.
Los cambios en las sociedades
modernas se producen cada vez más rápido y el tiempo que tarda en aparecer una
nueva generación se acorta. Los jóvenes del Milenio ya mostraron una
personalidad colectiva diferente respecto a la Generación X debido a
circunstancias hasta el fin del siglo pasado inéditas; la quiebra del comunismo
como alternativa a la economía de mercado, la inversión de los flujos
migratorios tradicionales, la aparición de nuevos modelos de familia o la
saturación del mercado de trabajo con diplomados y licenciados.
A diferencia de lo que se viene
pensando, la irrupción de Internet y las nuevas tecnologías solo ha conformado
de manera un tanto superficial la personalidad generacional de los llamados millennials, ya que su contacto con los
dispositivos digitales ha sido más bien tardío.
Quizá por esto, y por las oportunidades que todavía brindaba la economía
cuando aún estaban en su adolescencia, la absorción de estos jóvenes no supuso
un gran desafío para la universidad, más allá de la sempiterna cuestión del
bajo nivel de conocimientos con el que salen de los institutos.
Pero a los millennials les ha sucedido la Generación Z, que son quienes poco a
poco van a obligar a revisar profundamente la enseñanza superior. Los jóvenes
Z, los nacidos entre 1994 y 2010, constituye la primera generación que ha
incorporado Internet en las fases más tempranas de su aprendizaje y
socialización, y también aquella a la que la crisis ha marcado más directamente
su personalidad.
Las nuevas tecnologías han
condicionado su forma de aprender: gracias a Internet se han acostumbrado desde
pequeños a no depender tanto de padres y docentes para adquirir el
conocimiento; a utilizar de manera inmediata fuentes tan dispares en su
naturaleza como indiferenciadas en la forma de acceder a ellas; a recibir
cantidades ingentes de datos y a discriminarlos con arreglo a su propio criterio.
Lo anterior se traduce en que la
capacidad para organizar y transmitir la información de estos jóvenes es
extremadamente flexible, fusionable y compartida. Algo que les hace estar muy
preparados para ser no solo ciudadanos en la era digital, sino también para
ocupar las nuevas profesiones e integrarse en entornos de trabajo
multiculturales y globales.
La Generación Z ha llegado a los
referentes culturales no solo a través de libros, sino también de soportes
interactivos y multimedia conectados a Internet. En consecuencia, el
conocimiento para ellos pierde su carácter lineal para convertirse en una
realidad nebulosa donde la información no está jerarquizada y, de estarlo, es
el criterio comercial y no el académico el que prima en la ordenación de los
contenidos. Una nube en la que todas las opiniones valen lo mismo, y en la que
cada pieza de información puede ser alterada, adaptada o modificada por el
usuario, que, a su vez puede producir información nueva y globalmente accesible.
La otra cara de la moneda es que,
desaparecido el principio de autoridad e instalados en la creencia de que toda
voz merece ser escuchada y tenida en cuenta, es posible que estemos ante una
generación peor informada que la anterior, pese a su gran facilidad de acceso a
fuentes del saber de todo tipo.
Los alumnos Z parecen tener menor
capacidad para la educación teórica y demandan una enseñanza más práctica y
flexible, menos formal, orientada a experiencias y habilidades que les ayuden a
afrontar un futuro laboral caracterizado por la incertidumbre y el cambio, con
profesiones novedosas y vinculadas a proyectos colectivos de trabajo en red con
la creatividad como componente principal.
Han vivido en un contexto
caleidoscópico en cuanto a culturas,
ideas y estilos de vida y con un dispositivo siempre a su alcance para
estar en contacto con amigos y conocidos. Lo que les hace tener buena
disposición para el trabajo en equipo y para respetar e interesarse por la
opinión del otro. Serán sin duda la generación menos sexista y racista de la
historia, uniéndoles además un marcado sentimiento de insatisfacción hacia la
educación formal, poco preparada para formar a los profesionales del futuro.
Los jóvenes Z saben que buena
parte de las profesiones a las que dedicarán su tiempo no existen todavía y
que, por tanto, prepararse para ellas con un itinerario preestablecido no tiene
tanto sentido como lo tuvo para las generaciones anteriores. El corolario que
extraen es que es mejor tomar la educación como un camino y no como un
objetivo, supliendo las limitaciones del currículo académico con aquellos
aspectos vocacionales que les gustan o para los que tienen mayor talento. Su
desarrollo personal no se basa tanto en la búsqueda de su lugar en la sociedad
como en una vía de autoafirmación. En un mundo con certezas cada vez menos
consistentes, el éxito individual no es sino ser sincero con uno mismo y
aportar soluciones encaminadas a mejorar el planeta o la sociedad desde lo
genuino.
Hasta la fecha, los argumentos
más visibles a favor de los cambios en la universidad provienen de agentes
ajenos a ella, quienes, además de manejar planteamientos sólidos, gozan de la visibilidad
y la fortaleza institucional para dominar los debates que la cuestión suscita.
Sin embargo, conviene que en la agenda que debe conducir a la reinvención de
las instituciones de enseñanza superior no nos olvidemos de los propios
alumnos, cuyas motivaciones, aspiraciones y hábitos están cada vez más alejados
de los de las promociones anteriores.
La Generación Z es ya una
realidad en las aulas que debe ser tenida en cuenta a la hora de repensar todo
el edificio organizativo sobre el que estas se sustentan. No hacerlo, además de
dar la espalda quienes deberían ser los
principales stakeholders de la
universidad, puede hacer que cualquier reforma destinada a modernizar la
institución se quede solo a medio camino.
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad de Deusto
Iván Soto es investigador asociado de Deusto Business School
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad de Deusto
Iván Soto es investigador asociado de Deusto Business School
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