(este artículo se publicó originalmente el día 9 de junio de 2025 en el diario 20 Minutos)
Así estamos. Resentidos. Lo ha dicho el ministro Óscar Puente para calificar a Eduardo Madina por atreverse a criticar la deriva del socialismo español. Y, aunque parezca mentira, una mayoría nos sentimos tan resentidos como Madina. Tengo el orgullo de conocer a Eduardo desde hace tres décadas. La primera vez que le vi ambos no superábamos los 20 años y Madina defendía con pasión las siglas del PSOE en el País Vasco. Era un joven estudiante en una época en la que militar en un partido no nacionalista en esa parte de España te costaba la vida. Sus compañeros socialistas vascos, Fernando Buesa en el año 2000 o Enrique Casas en 1984, fueron asesinados en Vitoria y San Sebastián por ello. Eduardo se salvó de milagro en 2002 de una bomba terrorista en los bajos de su coche en la margen izquierda de Bilbao, pero, aunque su cuerpo quedó mutilado, sus ideas salieron de ese atentado más fuertes.
Lo recuerdo perfectamente. Salió del hospital y no cambió un ápice sus palabras sabiendo la desgracia que le habían supuesto. Y siguió. Vaya que siguió. De las juventudes socialistas al Congreso de los Diputados y de ahí a disputar con coraje y por dos veces a Pedro Sánchez la secretaría general del PSOE. Valentía y coherencia. Tras su segunda derrota en 2017 emprendió una trayectoria profesional fuera de la política que no le ha impedido seguir participando activamente en el debate social del país con la misma convicción y honestidad.
Digo que nos sentimos resentidos -como ha dicho el ministro- porque para una mayoría de españoles que vivió con dolor los años de terrorismo las palabras de Puente son como volver a sentir esa misma desazón. Sí, estamos resentidos como reza la etimología de la palabra: sentimos de nuevo -con ese infame ataque a una víctima del terrorismo- algo parecido a cuando ETA mataba y los que les apoyaban encima vilipendiaban al asesinado una vez muerto. Por encima de las siglas políticas, los españoles, da igual de qué partido fueran, sintieron el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997 como el de un hermano o el de Fernando Múgica en 1996 como el de un padre. Unidos frente a la tragedia, miembros de un país por encima de las legítimas diferencias políticas.
¿Qué ha pasado en esta tierra para llegar al extremo en el que un miembro del Gobierno tache de resentido a una persona a la que se le debe tanto y cuya hoja de servicios a la democracia es excepcional? Es difícil encontrar a alguien que hable mal de Eduardo Madina, en su partido o en el de enfrente; en su empresa o en la de la competencia; de sus mismas ideas o de las contrarias. Y sé muy bien de lo que hablo porque en estos años he estado muchas veces en la otra orilla de Eduardo. Y jamás dudé ni conocí a una persona que dudara de su honradez intelectual.
Ahora que solo nos ocupa el penúltimo escándalo, toca recordar que Eduardo Madina representa lo mejor de este país, lo mejor de nuestra historia reciente y lo que tanto echamos de menos en este preciso cuarto de hora: concordia, decencia y altruismo.
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC
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