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martes, 1 de febrero de 2022

Yo tuve una Blackberry. Historia del futuro del trabajo

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 1 de febrero de 2022)


Reconozco que cuando en los primeros días de enero leí la noticia tuve sentimientos enfrentados. Nostalgia, porque nunca más podré volver a usar mi mítico teléfono con teclas que me ha acompañado las dos últimas décadas. Inopinadamente, también alivio. Hacía apenas unos meses que había abandonado mi Blackberry ante la incapacidad de encontrar una nueva en el mercado, el apagón de mi adorado teléfono por su fabricante no me pilló de puro milagro.

El primer dispositivo de la familia BlackBerry se puso a la venta por primera vez en 1999, tenía un teclado completo, lo que era inusual en ese momento, podía enviar mensajes, acceder al correo electrónico, navegar por internet y una práctica agenda.  Tanto gustó ese teléfono que una década después tenía 80 millones de suscriptores y una cuota de mercado global de uno de cuatro teléfonos inteligentes.

La Blackberry marcó la primera década del siglo XXI. Fue el Iphone antes del Iphone. Un símbolo de estatus, de modernidad laboral gracias a su movilidad, la herramienta perfecta para seguir trabajando, aunque no se estuviera en la oficina. Directivos y políticos de renombre como Obama o Merkel exhibían orgullosos sus terminales. Pero la falta de respuesta ante la aparición de innovaciones en los nuevos sistemas de mensajería como WhatsApp y las mejoras de los Samsung y Iphone con sus pantallas táctiles, cavaron la tumba de Blackberry. En 2012 entró en pérdidas y en tres años dejó de fabricarse.

Nada que no haya pasado con muchas otras empresas que no supieron adaptarse a su tiempo, siendo líderes de su mercado. Grandes compañías como Nokia, Kodak y hasta Microsoft lo sufrieron también, pero supieron superarlo gracias a que cambiaron de sector, de estrategia y hasta de dirigentes, pero siempre porque consiguieron seguir innovando.

Ahora te pido que pienses en estos otros datos que anuncian los analistas de McKinsey Global Institute. Cinco millones de empleos en España corren el peligro de ser desplazados a lo largo de la próxima década por distintos factores, entre los que destaca la automatización. Lo preocupante es que este informe ha revisado al alza anteriores estimaciones, ya que antes de la covid19 se estimaba que en España podrían desaparecer para 2030 alrededor de 4,1 millones de empleos. La pandemia ha apretado la soga.

Hoy de facto la tecnología permite automatizar el 50% de las actividades de la población laboral, son palabras de Alejandro Beltrán, responsable en España de McKinsey. La reducción de costes por la automatización está generando incrementos de productividad muy relevantes que para un país como España son claves para acercarnos al PIB per cápita de los países de referencia en Europa. Pero al mismo tiempo es una espada de Damocles para los trabajadores españoles.

Los autores del estudio “El futuro del trabajo después de la Covid-19” calculan que en España alrededor de 1,6 millones de trabajadores se verán empujados antes de 2030 a cambiar de ocupación, incluyendo 1,4 millones obligados a un cambio total de ocupación y categoría. El estudio proyecta que en los percentiles salariales más altos se crearán alrededor de medio millón de nuevos empleos para 2030, mientras que se destruirán unos 700.000 empleos en niveles salariales intermedios y otros 100.000 puestos de trabajo en los percentiles salariales más bajos. Las conclusiones son claras, los trabajadores más afectados por la obligación de cambiar de ocupación serán los empleados con salarios bajos y medios, que deberán tratar de acceder a empleos con salarios más altos, para lo que tendrán que adquirir nuevas competencias y especialidades.

Al mismo tiempo para esos 5 millones de españoles (100 millones en todo el mundo) que han de cambiar de trabajo, se abre la oportunidad de que por cada empleo digital que se genera, entre dos y cuatro nuevos puestos de trabajo surgen como consecuencia. Esto tampoco es noticia, la novedad es que la pandemia lo ha acelerado para bien y para mal. Porque está en nuestro mano cualificarnos para ello, pero al mismo tiempo si nos retrasamos o no lo hacemos, seremos las nuevas Blackberrys.  

Las capacidades que van a ser más demandadas serán las llamadas cognitivas superiores, resolución de problemas complejos y habilidades sociales y emocionales. Otra serie de habilidades serán menos demandadas como son las cognitivas básicas, relativas a todo lo manual y con componente físico. No se conoce que, al mismo tiempo, el 30 por ciento de la demanda laboral en España no se satisface porque no hay trabajadores cualificados en el mercado. Un contrasentido en un país como el nuestro en el que cerca de uno de cada dos jóvenes está en paro. Solo cabe una solución ante este panorama, la educación. Formarse para actualizarse y adquirir nuevas habilidades (reskilling) o mejorar sustancialmente las que dispones (upskilling). La pobreza en España estará vinculada más que nunca a la falta de formación para el empleo.

Por mi parte yo no pienso tirar a la basura mi última Blackberry. Quiero no perder de vista lo fácil que es desactualizarse. Quiero tener muy presente que mi trabajo puede desaparecer y he de estar preparándome -siempre- para ello.

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)


sábado, 9 de mayo de 2015

Atención a los millennials

(este artículo fue publicado originalmente en los periódico El Correo y Diario Vasco el día 7 de mayo de 2015)

La generación del milenio representa las actitudes y habilidades propias del contexto del tercer milenio. Los jóvenes que tienen entre veintitantos y treinta y tantos años - los millennials – se están desarrollando profesionalmente en un contexto muy complejo y novedoso. Por una parte, la larga crisis les ha inducido a desarrollar actitudes laborales proactivas e innovadoras; por otra, la rápida evolución tecnológica en la que han crecido les han convertido en los mejor preparados para afrontarla. Un joven segmento demográfico todavía minoritario, con un importante potencial de crecimiento e influencia en el conjunto de la sociedad.

El estudio sociológico de esos jóvenes pone de manifiesto que estos tienden a cumplir la regla de las 4 Cs: están dispuestos a cambiar de empleo o de ciudad, son más creativos, propensos a la cooperación y a una mayor preparación científico-técnica. Resulta sintomático que durante éste último año el grado universitario con mayor nota de corte en España haya sido la licenciatura de física con matemáticas, unos estudios orientados al análisis cuantitativo más sofisticado. La omnipresencia de la informática, los dispositivos de telefonía, los programas y aplicaciones de interrelación social promueven el dominio de conocimientos y habilidades para aprovecharse de éste entorno. Un nivel de capacitación científico – técnico que está alcanzando a grandes capas de población en el mundo entero, y que les va a permitir una capacidad de progreso personal y dinamización socio-económica como nunca ha habido en la historia.

Los millenials están creciendo con dos clases de “héroes” en sus cabezas. Por una parte los pioneros “mayores” como Bill Gates (Microsoft) o Steve Jobs (Apple); y por otra los más jóvenes, como Larry page y Serguéi Brin (Google), Mark Zuckerberk (Facebook) y Jan Koum (WhatsApp). Ambos grupos de pioneros tienen en común una característica con un enorme potencial de ilusión y de transformación social; partieron de unas escasísimas bases de recursos financieros y humanos, multiplicando exponencialmente la inversión realizada hasta extremos nunca vistos hasta ahora en la historia del hombre sobre la tierra. Tan irresistible atractivo, apoyado por un entorno inversor extraordinariamente favorable (por los bajos tipos y los innumerables clubs de inversores e incubadoras de internet, además del crowdfunding) está convirtiendo el emprendimiento en la primera opción de un creciente segmento de la población occidental.

Por ello los nuevos yacimientos de empleo de los altamente cualificados millenials son cada vez menos accesibles para las grandes empresas, que durante el siglo XX habían venido acaparando el empleo de los segmentos de población más capacitados. Desde que el economista David Birch publicara en 1979 que el empleo lo provocan los emprendedores, los sucesivos estudios han refrendado su tesis; muchas pequeñas y medianas organizaciones son las que crean los empleos; empresas que se coordinan entre sí en complejas cadenas de valor añadido que van copando crecientes parcelas de la economía. Éste entorno les ha empujado a las grandes empresas a buscar cómo integrar en su cultura las actitudes y las capacidades de éste colectivo incorporándolos a sus plantillas; para ello están promoviendo en sus grupos el intra-emprendimiento (el I+D+I que genera nuevos negocios para diversificar); de hecho, el profesor Christiansen – de la Universidad de Harvard – ha afirmado que las empresas del siglo XXI están abocadas a fracasar si no trabajan con emprendedores. No hace falta dedicar mucho espacio a argumentar que la forma de tratar a los millenials debe de ser sustancialmente distinta a la de los empleados habituales; son personas más asertivas, independientes, e incluso rebeldes; si el entorno no les gusta mucho, se marchan. También tienen el potencial de promover y mantener procesos colectivos de innovación y progreso que creen un extraordinario valor para los accionistas de esas corporaciones.

Éste grupo social ha hecho de la necesidad virtud; son fuertes y resueltos. Y nadie puede vislumbrar todavía cual puede ser llegar a ser su influencia en los gustos del conjunto de la sociedad y en las exigencias que van a plantear a las organizaciones sociales y los partidos políticos. Conforme vaya aumentando su número y el peso de sus decisiones en el conjunto de la sociedad, podremos evaluarlo con más precisión. Ahora, en este momento, lo que es seguro que se puede proclamar ¡atención a los millenials!

Ignacio Suárez-Zuloaga, Presidente de la Fundación Zuloaga e Iñaki Ortega Cachón profesor de Deusto Business School.

domingo, 26 de abril de 2015

La economía circular

(este artículo fue publicado originalmente en el periódico ABC el día 26 de abril de 2015)



En el siglo XVII en el seno de la Iglesia Católica surgió un movimiento místico-religioso que se extendió rápidamente por Europa. El quietismo propugnaba el abandono más absoluto de la participación en la vida pública. Fundado por el sacerdote español Miguel de Molinos, defendía la pasividad porque era más probable que Dios hablase al alma cuando ésta estuviera en un estado de absoluta quietud, sin razonar ni ejercitar facultad alguna, aceptando el mandato divino.

Han pasado cuatro siglos desde entonces pero hoy un quietismo actualizado está plenamente vigente. Es habitual leer o escuchar la apología de la no implicación social, el desprecio hacia los asuntos públicos o la desconfianza hacía la política. Las razones de esta defensa de la inacción tienen bases sólidas en el descrédito de la clase política o en la larga crisis económica que ha exigido el redimensionamiento de las administraciones públicas, lesionando el estado del bienestar y por supuesto en el ensimismamiento que ha venido de la mano de internet y las redes sociales. En ocasiones parece que esos nuevos ideólogos de la pasividad olvidan la crisis que sufrimos y pontifican en una suerte de “il dolce far niente”.


Pero si hacia el 1685 la propia Iglesia fue capaz de impedir que el quietismo echase raíces o el actual Papa ha hecho bandera de lo opuesto con un activismo rayano en lo políticamente incorrecto, por qué no vamos a poder cambiar ese determinismo imperante. La cultura del encuentro del Papa Francisco unido a su defensa de las causas pérdidas sin olvidar su valentía en asuntos como la limpieza de la finanzas vaticanas son la pauta de cómo actuar.

No estamos tan lejos de lograrlo y basta con cambiar el enfoque de la lente con la que nos aproximamos a la realidad cotidiana para darnos cuenta de ello. Hoy el activismo social es la forma con la que miles de ciudadanos del mundo intentan cambiar las cosas que no les gustan. Son innovadores sociales los que han hecho posible que SAP, la multinacional alemana del software, se haya comprometido a tener en su plantilla a un 1% de empleados autistas porque con su capacidad de concentración son los más eficaces detectando errores de programación.
Ashoka, nos recuerda que el 99% de las muertes en los partos se producen en zonas rurales del mundo no desarrollado que podrían evitarse si tuviesen atención médica. Andrés Martínez es un profesor español de ingeniería en telecomunicaciones que ha ideado una mochila con un kit que permite realizar ecografías y mandarlas vía wifi al médico más cercano. Los resultados de la mochila de este emprendedor social en Guatemala, Perú y Ecuador son espectaculares y lo que es más importante están salvando cientos de vidas de madres y bebés.

La profesora de la universidad de Sussex, Mariana Mazzucato se ha atrevido a defender y demostrar en su libro “El estado emprendedor” que la acción de lo público está detrás de las más arriesgadas innovaciones, como por ejemplo internet. Sin duda, la red es la herramienta conocida más democratizadora y generadora de oportunidades. Por ello no hay que dejar de actuar con políticas gubernamentales que fomenten la actividad económica como lo hacen Israel, Corea del Sur o Dinamarca.

La nueva amenaza del cibercrimen hizo posible, hace unos días, que se reuniesen en La Haya gobiernos, empresas, hackers y juristas, dejando a un lado sus diferencias para, en palabras del primer ministro holandés, “que internet siga siendo libre, abierto y seguro”.

Actuar en cooperación es, asimismo, la filosofía de la nueva economía colaborativa que ha hecho posible que la mayor cadena de hoteles del mundo no tenga ni una habitación, o que la más amplia red de trasporte público del mundo sea privada y no posea ni un vehículo en propiedad. AirBnb o Uber, permiten que la gente viaje barato y seguro y son ejemplos de un mundo que viene, que se ha definido con el acrónimo P2P (del inglés peer to peer o lo que es lo mismo: una red entre iguales).

El concepto de “economía circular” surgió hace unos años vinculado a la energía y la necesidad de tener un mundo sostenible donde el reciclaje o las renovables ayudasen a esa causa. Hoy podemos decir que su significado se ha desbordado capilarizándose a toda la economía esa actuación circular, inclusiva, concertada de los emprendedores, el sector público y las grandes corporaciones en un mundo que no es el que nos gustaría tener pero que nos ofrece, como nunca antes, herramientas para cambiarlo.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor universitario

NOTA: Este artículo fue inspirado por una visita a la sede de la empresa Ecoembes. También el presidente de Ashoka, Carlos Abad y el visionario emprendedor español Carlos Barrabés, en sendas conversaciones me dieron, sin saberlo, las claves para escribirlo.