(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 minutos el día 28 de diciembre de 2020)
A pesar del intento de Pablo Iglesias de convertir la Nochebuena en un debate de altura intelectual sobre la forma ideal de nuestro Estado, los españoles hemos optado por cenar hablando de otras cosas. Nuestro carácter patrio tan vehemente no necesita motivos añadidos para encendernos.
En una suerte de pacto tácito para
no entrar en honduras filosóficas o en discusiones de trinchera, las
celebraciones navideñas se amenizan siempre con naderías o perogrulladas. Todo con
tal de no discutir. Que si hace más frio que un año antes, que los langostinos
ya no saben como antaño, que cómo es posible que siga fabricándose el turrón
duro, que no estés con el móvil en la mesa, que si la Pedroche habrá elegido ya
su vestido o que la Liga este año la ganara el Atlético. Alguno pensará que la
novedad este año son las conversaciones sobre las series. La irrupción en el
confinamiento de plataformas con infinitas posibilidades ha popularizado los
seriales. La casa de papel, Vis a vis y The Crown se han unido
a las de culto como Juego de Tronos en las charlas de sobremesa de estos
días de fiesta. Porque mientras hablamos de estas bagatelas nos olvidamos de las
desgracias de hemos vivido estos meses marcados por la pandemia.
Pero, aunque a los más jóvenes de
la casa les parezca que sin Netflix no había esparcimiento, ni capítulos que seguir,
siempre una serie nos ha acompañado en Navidad. Quién no se acuerda de Médico
de Familia y Los Serrano o de Falcon Crest y Friends -si
eras de producciones anglosajonas- y hasta de Cristal o Pasión de Gavilanes
cuando lo que te priva es el acento latino. Para todos los gustos y para todas
las edades, los seriales nos han acompañado con sus tramas interminables y sus
personajes entrañables. Nos han hecho la vida más entretenida y ahorrado mil
discusiones. Qué fácil criticar a esos protagonistas y qué inocuo para la
familia. Las series se pierden en el tiempo y no nacieron con el tubo catódico.
Pregunta a tu abuela por la Mula Francis o por Matilde, Perico y Periquín,
te explicará que la radio del siglo pasado estaba trufada de seriales seguidos
masivamente. Qué buenas historias que te hacen aprender tanto en carne ajena.
Ahora que muchas cosas importantes
se han olvidado y parece que siempre tuvimos el bienestar o la libertad que hoy
disfrutamos, quizás conviene recordar otra serie, esta vez no de ficción, que
da sentido a estos días. La de un niño que vino al mundo en la pobreza más
absoluta, en una familia sin hogar que huía de un destino trágico. Y que a
pesar de todo eso se convertiría en el más poderoso, un Dios hecho hombre. Una
historia que todos los años nos permite reunirnos en familia y aunque no esté
de moda, hay que recordar.
Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y
profesor de la UNIR
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