lunes, 5 de octubre de 2020

Nada nuevo, por desgracia

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 5 de octubre de 2020)



El mazazo de volver a liderar la clasificación del paro juvenil en Europa ha llevado a este periódico ha etiquetar de generación perdida a los menores de 25 años españoles. No es algo nuevo, por desgracia. Ni nuevo es que España tenga ese desempleo entre los jóvenes ni que en nuestro país se hable de generación perdida. Empecemos por lo primero.

Las rigideces de nuestro mercado laboral junto a un alto grado de abandono escolar -provocado por la abundancia de empleo coyuntural en sectores como la construcción o el turismo- han funcionado como una tormenta perfecta los últimos cuarenta años. De hecho, lo normal ha sido tener cifras del 40 por ciento de desempleo juvenil según la EPA con picos del 47% en 1985 o del 55% en 2012; si repasamos la serie histórica desde 1980 solamente en el trienio 2005-2007 nos hemos situado cerca de la media europea, es decir por debajo del 20%. Tenemos un problema serio que no puede achacarse ni a las recesiones -porque en periodos de expansión la tasa no mejora sustancialmente - ni a la gestión coyuntural de un gobierno -puesto que partidos de una u otra orientación han sufrido ratios por encima del 40%-. Es verdad que en el mandato de Aznar (1996-2004) se consiguió reducir a la mitad los jóvenes sin empleo, pero es la excepción que confirma la regla de cuarenta años de políticas económicas. Europa insiste en las reformas pendientes del mercado laboral y de nuestro sistema educativo, pero, por estos lares, nos entretiene más desenterrar viejos odios que afrontar con valentía nuestras ineficiencias.

Tampoco es novedad considerar pérdida a una cohorte de edad. La teoría generacional que en España ha tenido grandes teóricos como José Ortega y Gasset, nos recuerda que en función de las circunstancias históricas en las que vivas te comportas de un modo determinado. «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.» dejó escrito el filósofo madrileño en 1914. Casi al mismo tiempo, después de viajar por Francia y España, Ernest Hemingway empezó a usar lo de generación perdida para referirse como tal a los jóvenes americanos que habían luchado en la primera guerra mundial y se habían quedado sin oficio por ello. Desde entonces se ha hablado en demasiadas ocasiones de generaciones perdidas en España: después de la guerra civil con cientos de miles de jóvenes huérfanos y sin futuro por la contienda; tras la crisis de los 80 que truncó el desarrollo profesional de la cohorte más joven que además tuvo que convivir con el momento más cruel del terrorismo etarra; la recesión global del 2008 que dejó a los millennials españoles colgados de la brocha y ahora la pandemia que nadie esperaba vuelve a poner de actualidad el maldito término.

Así es, nada nuevo. Ha pasado un siglo, pero seguimos sin aplicar el consejo de Einstein “No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo”.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

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