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miércoles, 3 de enero de 2018

Uber, Macron y Trump frente a la desintermediación

(este artículo se publicó originalmente el 1 de enero de 2018 en el diario La Información dentro de la columna #serendipias)


No intente buscar la palabra desintermediación en el diccionario. No existe en castellano a pesar de que los economistas la usamos habitualmente para describir el proceso gracias al cual la relación entre productor y consumidor será cada vez más eficiente.  Como muchos otros términos empresariales es un calco del inglés, en este caso, del vocablo «disintermediation». 

Comenzó a usarse el siglo pasado en el argot bancario para expresar el fenómeno que eliminaba intermediarios en determinadas operaciones financieras de modo y manera que los inversores pudiesen operar directamente. La irrupción de internet convirtió la desintermediación en el santo grial a buscar ya que haría posible un mundo feliz sin intermediarios, con oferentes y demandantes plenamente satisfechos. Según los exégetas de la desintermediación la economía digital permitiría balancear el poder desde las grandes corporaciones hacia los pequeños proveedores y los indefensos clientes. Incluso se acuñó el acrónimo P2P (peer to peer) para definir esa arcadia feliz en la que  empresas y clientes se comportarían como una red de iguales. Así pasarían a la historia los viejos modelos B2C (business to consummer). Hasta el laureado profesor Jeremy Rifkin inventó la palabra “prosumidor” para reflejar que, con la nueva economía digital, los ciudadanos seríamos productores y consumidores a la vez. 

Pero este mes de diciembre, la aparición de tres noticias casi simultáneas, nos lleva a concluir que no vamos por el buen camino para desintermediar nuestra economía. Casualidad o causalidad es algo que dejo a la voluntad del lector de esta columna que por algo tiene el título de serendipia.

Este 14 de diciembre la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos revocó la llamada neutralidad de internet,  auspiciada por el anterior inquilino de la Casa Blanca, que garantizaba que ningún operador permitiese un acceso discriminatorio en la red de redes. Más allá de la nueva regulación de la era Trump, deberíamos preguntarnos si diez años después de superar los mil millones de usuarios de internet hemos avanzado en la desintermediación o, en cambio, se han propiciado, por mucha «neutralidad» vigente, nuevos intermediarios con más poder que nunca como, por ejemplo, Amazon, Facebook o Google.

La segunda noticia fue la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de 20 de diciembre en la que se daba la razón a los taxis frente a Uber, al considerar a esta última como un servicio de transporte y no una plataforma tecnológica.  A este respecto cabe preguntarse, más allá de la decisión del Tribunal y el ulterior desarrollo en los países miembros, si la llegada de Uber y otros operadores a Europa ha eliminado agentes en la cadena de prestación del servicio de transporte terrestre o bien ha creado uno nuevo más (y con menor control público), como son las plataformas Uber o Cabify.

Por último, esta Navidad un periódico español ha nombrado a Emmanuel Macron el personaje del año tras ser elegido en 2017 presidente de Francia. Entre los méritos que citaba el sesudo análisis periodístico, estaba haber llegado a la República gala sin un partido político detrás. «El triunfo de la desintermediación en la política». Pero si quitamos un poquito de la tradicional fascinación patria por nuestros vecinos encontraremos que, no tener detrás un partido convencional, no significa precisamente que hayamos ganado en transparencia. Más bien al contrario, puesto que los viejos partidos franceses han sido sustituidos por poderosos lobbies más opacos si cabe.

El diccionario de Oxford ha considerado la palabra del año las llamadas “fake news”. La Real Academia de la Lengua Española ha incorporado nuevas palabras también este año como hacker porque quiere acercar el diccionario a la realidad del uso popular. Hasta la Fundacion del Español Urgente, Fundeu,  se ha apuntado a esta moda y  ha considerado «aporofobia», el neologismo de la profesora Adela Cortina que expresa el odio o rechazo a la pobreza, como la palabra del año en castellano. Oxford, la RAE y Fundeu reconocen con esas palabras preocupaciones ciudadanas. 

Podríamos seguir citando listas de palabras de otras instituciones pero no merece la pena porque en ninguna de ellas encontraremos la desintermediación. Y me temo que detrás de esa ausencia encontramos una de las enseñanzas del año 2017 y es que eliminar ineficientes intermediarios en la economía cada vez interesa menos.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

La era de la colaboración

(Este artículo fue publicado originalmente en el periódico La Nueva España, La Opinión de Tenerife, La Provincia de Las Palmas el día 21 y 22 de diciembre de 2016)

Cuando la crisis nos obligó a renunciar a viajar o coger un taxi surgieron unos emprendedores que primando el uso frente a la propiedad y con el impulso de la tecnología nos daban una solución. Así nació la economía colaborativa con empresas como Uber o Blablacar para compartir coche en las grandes urbes o alojarte en apartamentos de particulares gracias a AirBnb. El movimiento de la economía P2P (entre iguales, peer to peer en inglés) es imparable porque gracias al consumo compartido se puede acceder a bienes y servicios que de otro modo sería imposible, de hecho se ha extendido ya a industrias como la música, con spotify, la textil, con la moda de segunda mano o  las finanzas con los préstamos colectivos también conocidos como crowfunding.

Esa colaboración es lo que explica algunos avances tecnológicos que disfrutamos hoy. Emprendedores programando en un código suministrado por Apple o Google porque la inteligencia colectiva llega más lejos que la corporativa. Grandes empresas recurriendo a startups para encontrar soluciones a sus problemas porque ya sus departamentos de I+D son incapaces de tener la velocidad que exige el momento. E industrias beneficiándose de los investigaciones de otras ha venido pasando con  los microprocesadores, las cámaras digitales o el reconocimiento de voz.

Los empleos  tampoco se entienden sin la colaboración. La mitad de los trabajadores del prestigioso ranking Forbes 500 desarrollan sus tareas en equipos y como ha vaticinado el World Economic Forum en 2020 una mayoría de nosotros estaremos involucrados profesionalmente en sistemas de colaboración abierta. Los trabajos del futuro estarán más cerca de la experiencia cooperativa de wikipedia que de la soledad de un investigador encerrado en un laboratorio.

La universidad también se ha beneficiado de la corriente de colaboración. Los cursos masivos y gratuitos (los  llamados MOOCs), los grupos multidisciplinares e internacionales de investigación, por no hablar del polémico pero pionero emprendedor español del rincón del vago. De hecho la cooperación ha estado siempre en el ADN de la educación superior, precisamente este año la escuela de negocios de la Universidad de Deusto celebró su centenario con una clase magistral en Madrid del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, flanqueado por el antiguo máximo dirigente del PSOE, Joaquín Almunia, y el actual presidente del PP, Mariano Rajoy. Igual que sin la colaboración entre ambos dirigentes políticos no hubiera sido posible tener al banquero italiano en el aniversario de Deusto Business School la legislatura que acaba de empezar exigirá como estamos viendo ceder y dialogar en asuntos como la educación, el mercado de trabajo o la fiscalidad.

Vivimos una época en la que el acceso a la tecnología se ha democratizado. Pero a la vez, hoy los ciudadanos, se han convertido en palabras de Moises Naim, en micropoderes que exigen trasparencia y ejemplaridad. Con nuestro móvil todos podemos cambiar el mundo y desde las redes sociales todos podemos llevar la contraria al poder. Aunque suene idílico, en muchos países ya está pasando y pronto no quedará ningún territorio libre de tiranos gracias al empoderamiento ciudadano. España disfruta de una democracia bien engrasada como lo demuestra la irrupción de dos nuevas fuerzas políticas que han mediatizado la formación de gobiernos en los dos últimos años. La fórmula mágica para afrontar con garantías el futuro de nuestro Estado de Derecho será, como acabamos de ver en la economía, hablar mucho y cesiones entre diferentes, en definitiva pactos por el bien de España. Si no como ha vaticinado el profesor Brandenbrurger, para las empresas que no colaboren con otras, tendremos que cerrar la persiana.


Iñaki Ortega es doctor en economía y director de Deusto Business School