(Este artículo fue publicado originalmente en el periódico La Nueva España, La Opinión de Tenerife, La Provincia de Las Palmas el día 21 y 22 de diciembre de 2016)

Esa colaboración es lo que explica algunos
avances tecnológicos que
disfrutamos hoy. Emprendedores programando en un código suministrado por Apple o
Google porque la inteligencia colectiva llega más lejos que la corporativa. Grandes empresas recurriendo
a startups para encontrar soluciones
a sus problemas porque ya sus departamentos de I+D son incapaces de tener la
velocidad que exige el momento. E industrias beneficiándose de los investigaciones de
otras ha venido pasando con los
microprocesadores, las cámaras
digitales o el reconocimiento de voz.
Los empleos tampoco se entienden sin la colaboración. La mitad de los trabajadores
del prestigioso ranking Forbes 500 desarrollan sus tareas en equipos y como ha
vaticinado el World Economic Forum en 2020 una mayoría de nosotros estaremos
involucrados profesionalmente en sistemas de colaboración abierta. Los trabajos del
futuro estarán más cerca de la experiencia
cooperativa de wikipedia que de la soledad de un investigador encerrado en un
laboratorio.
La universidad también se ha beneficiado de la
corriente de colaboración. Los
cursos masivos y gratuitos (los llamados
MOOCs), los grupos multidisciplinares e internacionales de investigación, por no hablar del polémico pero pionero emprendedor
español del “rincón del vago”. De hecho la cooperación ha estado siempre en el ADN
de la educación
superior, precisamente este año la escuela de negocios de la Universidad de Deusto
celebró su
centenario con una clase magistral en Madrid del presidente del Banco Central
Europeo, Mario Draghi, flanqueado por el antiguo máximo dirigente del PSOE, Joaquín Almunia, y el actual
presidente del PP, Mariano Rajoy. Igual que sin la colaboración entre ambos dirigentes políticos no hubiera sido posible
tener al banquero italiano en el aniversario de Deusto Business School la
legislatura que acaba de empezar exigirá como estamos viendo ceder y dialogar en asuntos como
la educación, el
mercado de trabajo o la fiscalidad.
Vivimos una época en la que el acceso a la
tecnología se ha
democratizado. Pero a la vez, hoy los ciudadanos, se han convertido en palabras
de Moises Naim, en micropoderes que exigen trasparencia y ejemplaridad. Con
nuestro móvil todos
podemos cambiar el mundo y desde las redes sociales todos podemos llevar la contraria
al poder. Aunque suene idílico, en
muchos países ya
está pasando
y pronto no quedará ningún territorio libre de tiranos
gracias al empoderamiento ciudadano. España disfruta de una democracia bien engrasada como lo
demuestra la irrupción de dos
nuevas fuerzas políticas que
han mediatizado la formación de gobiernos en los dos últimos años. La fórmula mágica para afrontar con garantías el futuro de nuestro Estado
de Derecho será, como acabamos
de ver en la economía, hablar
mucho y cesiones entre diferentes, en definitiva pactos por el bien de España. Si no como ha vaticinado el
profesor Brandenbrurger, para las empresas que no colaboren con otras,
tendremos que cerrar la persiana.
Iñaki Ortega es doctor en economía y director
de Deusto Business School
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