De hecho son muchos los autores,
entre ellos Jeffrey Selingo, que defienden que estamos viviendo la tercera
revolución de la educación. La primera ola, a principios del siglo pasado, tuvo
que ver con la llegada de la enseñanza obligatoria que propició una educación
masiva y brindó una capacitación para la vida a millones de personas en todo el
mundo. Por ejemplo, en 1910, sólo el 9 por ciento de los jóvenes estadounidenses
obtuvieron un diploma de escuela secundaria, en 1935 eran ya el 40 por ciento.
La segunda revolución surgió en el último tercio del siglo XX en Estados
Unidos, pero también en otros países como España (en este caso a raíz de la
llegada de la democracia y la «universidad para todos»). En el año 1965 se
matricularon en primer curso 75.000 personas en España, que han pasado a ser
1,5 millones en la actualidad. En 1970, en Estados Unidos había sólo 8 millones
de universitarios matriculados y hoy día superan los 20 millones.
Ahora, debido al fenómeno de la
longevidad, pero también a las exigencias de la evolución tecnológica y su
impacto en el mundo del trabajo, estamos en la tercera gran revolución de la
educación. El nivel de preparación que funcionó en las dos primeras oleadas no
parece suficiente en la economía del siglo XXI. En cambio, esta tercera ola
estará marcada por la formación a lo largo de la vida para poder mantenerse al
día en una profesión y adquirir habilidades para los nuevos trabajos que
llegarán. Gartner pronostica, por ejemplo, que la inteligencia artificial
destruirá en los próximos cuatro años 1,8 millones de empleos a nivel global,
pero generará 2,3 millones de nuevos puestos de trabajo.
Es probable que los trabajadores
consuman este aprendizaje de por vida cuando lo necesiten y a corto plazo, en
lugar de durante largos períodos como lo hacen ahora, que cuesta meses o años
completar certificados y títulos. También, con esta tercera ola, vendrá un
cambio en cómo los trabajadores perciben la formación, que es como una
maldición por la que hay que pasar por exigencias de la empresa o, peor aún,
algo a lo que se recurre tras un despido. Estamos entrando en una etapa en la
que el reentrenamiento será parte de la vida cotidiana puesto que con vidas
laborales tan largas y variadas, reinventarse y volver a capacitarse será muy
normal. Por ello nos tenemos que ir quitando de la cabeza la idea de que la
formación y el mundo del trabajo son etapas de la vida o espejos de nuestra
identidad. Hasta ahora, uno no sólo estudiaba, sino que era un estudiante.
Concluir la formación superior significaba acceder a la identidad adulta,
marcada por la independencia económica. En los próximos lustros, será habitual volver
con cuarenta, cincuenta o sesenta años a la universidad para estudiar un grado,
programa o curso completamente diferente de la primera carrera. En general, el
mundo laboral y el formativo estarán
mucho más conectados: cruzar del
uno al otro será bastante habitual y muchos, los mejores, buscarán en ambos
océanos a la vez.
Efectivamente uno de los rasgos
característicos de nuestra época es la aceleración del tiempo histórico. Todo
sucede tan deprisa que, a menudo, cuando aún se está desarrollando una
tecnología, ya ha aparecido la siguiente, que convierte la anterior en
obsoleta. En este contexto de inmediatez, la educación, que por su propia
naturaleza requiere planificación y tiempo, asume un gran reto. Pero no se
trata solamente de ganar flexibilidad. Los grados dobles, las titulaciones mixtas,
los programas executive, blended, cursos de foco y experienciales, son otras
herramientas para obtener una formación de calidad, muy especializada y situar
a los participantes de todas las edades ante problemas reales para que aprendan
a tomar decisiones y solucionar problemas.
Al respecto de estas nuevas
habilidades que se requerirán, no todo será tecnología. La capacitación laboral
deberá centrarse en varias disciplinas técnicas, pero también en las
habilidades clave que la complementan, como la resolución de problemas, el
trabajo en equipo, la comunicación y por supuesto la empatía. De la
superespecialización pasaremos a la capacidad de entrecruzar conocimientos.
Pero de nada servirá todo lo anterior si olvidamos lo más importante: con
nuestro trabajo y el de nuestras empresas podemos y debemos hacer un mundo
mejor, donde nadie se quede atrás.
Iñaki Ortega es director de
Deusto Business School en Madrid
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