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viernes, 26 de febrero de 2021

Visibilizar un nuevo empleo

 (este artículo se publicó originalmente el día 25 de febrero de 2021 en el blog VidaSilver de IFEMA)



La demografía demuestra, con el imparable crecimiento de la conocida como esperanza de vida sana (healthspan), que las personas entre los 55 y 75 años gozan de buena salud y que pueden permanecer activos con todas las garantías. Otra ciencia, la de la vida, nos confirma que las neuronas no dejan de regenerarse a lo largo de nuestra existencia. A su vez, un economista como Daron Acemoglu ha descubierto la positiva relación entre implantación de la inteligencia artificial y la presencia de trabajadores longevos. Existen incontables evidencias, por ejemplo, en la Historia del Arte, sobre la capacidad de los seres humanos para seguir aprendiendo y creando durante la mayor parte de la vida.

Con esto, la ciencia de la población lo tiene tan claro que ha acuñado el concepto de “dividendo de longevidad”. Se trata de una cohorte de personas entre los 50 y los 70 años que constituyen una fuerza de trabajo potencial y que, en un momento determinado, puede hacerse efectiva mejorando con ello la producción de bienes y servicios.

Un artículo de 2006 en la revista The Scientist, escrito por cuatro experimentados investigadores de universidades americanas, llamó urgentemente a ralentizar el envejecimiento, ya que terminaría creando riqueza. Este nuevo concepto resumía los beneficios que suponen para una sociedad los aumentos alcanzados en la esperanza de vida; en concreto, defiende que “la gente se mantendrá más tiempo en el mercado laboral, los ahorros personales aumentarán, bajará el absentismo y habrá menor presión para el sistema de salud”.

A pesar de lo anterior, en nuestra sociedad ha calado la percepción de que es una anomalía el empleo silver. Por eso conviene recordar que muchos cientos de miles de mayores de 55 años siguen trabajando por cuenta ajena, que otros ya son contratados puntualmente para trabajos esporádicos en la gig economy, también conocida como economía de los pequeños encargos. Cada vez más mayores se convierten en emprendedores sin que la edad sea un impedimento para iniciar una nueva actividad (de hecho, ya hay más emprendedores de más de 50 años que de menos de 30 años). Otro grupo importante desarrolla tareas de voluntariado, bien en el seno de sus propias familias o en instituciones de proyección social; y muchos desearían seguir realizando un trabajo formal, quizá a tiempo parcial, en el mismo o en otro sector de la actividad empresarial y con un salario redefinido.

Pero como explica el experto Valentín Bote, en nuestra mente sólo existen dos posibilidades, como si de computación se tratase, el 0 y el 1, donde 0 es no trabajar y 1 es tener trabajo a jornada completa con horario fijo. Tenemos que pasar página de ese anacronismo porque en una larga vida tendremos varias carreras y, por lo tanto, nuestra relación laboral será variada, con modalidades de trabajo semipresencial, teletrabajo o para varios clientes. No seremos asalariados, sino que venderemos nuestros servicios profesionales a varias compañías. En consecuencia, hay opciones más allá del contrato a tiempo completo.

Desgraciadamente, este deseo, tan loable como necesario, no encuentra en la sociedad, la empresa y los gobiernos la suficiente sensibilidad. El dividendo demográfico que suponen los trabajadores sénior no podrá serlo mientras no se eliminen algunos estereotipos respecto a los trabajadores mayores, que un estudio de la Fundación Laboral San Prudencio puede ayudar a echar por tierra.

Los sénior no son más absentistas, pero sí son más disciplinados, no tienen resistencia a aprender cosas nuevas, ni son menos productivos ni tienen más accidentes. En cambio, sí son más leales y tienen más experiencia y ética en el trabajo. Por ello se necesita luchar contra ese mantra que minusvalora el talento sénior, precisamente difundiendo lo contrario. Empresas de todo el mundo contratan y promocionan a personas mayores y han de conocerse esas buenas prácticas para que otros las sigan: Carrefour en Francia, Mercedes-Benz en Alemania, Ikea en Suecia, ISS en Dinamarca, Metlife en Estados Unidos, Hyundai en Corea o Toyota en Japón, pero también Cuatrecasas y MAPFRE en España.

Esta tarea nos ha de implicar a todos y, además, no tiene porqué ser aburrida. En nuestra mano está por ejemplo promocionar el talento sénior y divertirnos con películas como El Becario (2015), con Robert de Niro salvando una empresa con más de 70 años. Ojalá surjan más largometrajes como The company men (2010), en la que Tommy Lee Jones reinventa con éxito su carrera profesional tras ser despedido por su edad; o Sully (2016) con Tom Hanks aterrizando de emergencia un avión repleto de pasajeros en el río Hudson el mismo día que le jubilaban, a pesar de estar en plenas facultades. En España hace un par de años Carlos Iglesias puso a los emprendedores sénior en la agenda con @buelos (2019). Un paso más en la buena dirección de visibilizar el empleo silver

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

 


domingo, 16 de abril de 2017

El dilema de la Generación Z

(este artículo se publicó originalmente en el diario ABC el día 16 de abril de 2017)

Los siete millones de jóvenes que tienen en este momento entre 14 y 23 años se encuentran en un dilema. Por haber nacido en los últimos años del siglo pasado, internet les ha acompañado toda su vida para estudiar, para ser controlados, para tener amigos y por supuesto para su ocio.

Son la llamada Generación Z, también conocidos como centennials. Pero el mundo no es todavía digital 100%. Por eso, tienen que elegir entre renunciar a parte de su identidad para adaptarse a una realidad hecha por y para sus padres y abuelos o, por el contario, ser ellos mismos aun a riesgo de quedar en la periferia del sistema. Seguir buscando el trabajo que ansiaban sus hermanos mayores o trabajar por proyectos y abrazar la gig economy. Sucumbir al descrédito generalizado en  la política o comprometerse por cambiar lo que no les gusta. Ser fieles a las marcas de siempre o ser consecuentes con su mundo digital donde lo que importa es la experiencia del usuario y las recomendaciones. Estas son algunas de las conclusiones de una nueva edición de la investigación sobre la generación Z elaborada por Deusto Business School con el apoyo de ATREVIA.
Tal y como recoge el citado estudio, que es continuación del publicado en 2016 con el nombre deGeneración Z, el último salto generacional, la web ha sido y es omnipresente desde edades tempranas para los integrantes de esta generación, pero junto a internet hay otros cuatro términos que empiezan por la letra i que también les definen: Irreverencia, inmediatez, inclusión e incertidumbre. Irreverentes porque no dudan en llevar la contraria a sus padres, profesores o mayores, entre otras cosas porque han sido autodidactas. Inmediatez como las redes sociales que frecuentan donde todo es rápido y fugaz. La economía colaborativa y la diversidad que abrazan les convierte en inclusivos. El mundo líquido en el que han nacido, en palabras del filósofo Bauman, donde nada es estable y todo cambia, hace que la incertidumbre sea su compañera desde que nacieron en plena crisis global.
Esta generación se encuentra ante un dilema, ante una encrucijada en la que pueden elegir el mejor camino o perseverar en los fallos de las generaciones anteriores.
El del prisionero es para los economistas el dilema más recordado. Muestra que dos personas pueden no cooperar incluso aun cuando vaya en contra del interés de ambas. Fue desarrollado en los años cincuenta del siglo pasado por dos matemáticos, considerados los padres de la teoría de juegos. Para los que no lo recuerden, en el dilema la policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes para condenarlos y, tras incomunicarles, los visita y les ofrece el mismo acuerdo. Si uno confiesa y el cómplice no, este último será condenado a la pena total, diez años, y el primero será liberado. Si uno calla y el cómplice confiesa, el primero recibirá esa pena y será el otro quien salga libre. Si ambos confiesan, ambos serán condenados a seis años. Si ambos lo niegan, todo lo que podrá hacer la justicia es encerrarlos durante un año por un cargo menor.
El punto clave reside en que las mejores opciones individuales finalmente, puestas en relación con la decisión del otro,  son muy malas para cada uno de ellos. Ser egoísta tiene malas consecuencias. En cambio si se aplica la lógica, la única solución  es cooperar entre ellos. Este planteamiento nos lleva a la correcta resolución del dilema, que es decir la verdad y cooperar.
Volviendo al informe, los Z desconfían de la educación superior actual por su falta de pragmatismo y lejanía de las vanguardias tecnológicas; se muestran muy preocupados por la situación política y votaron masivamente en las últimas elecciones. Como empleados, lo más importante no es el sueldo sino el ambiente de trabajo y la capacidad de conciliar; apuestan por el emprendimiento como el empleo ideal y son la primera generación que aspira a equilibrar trabajo y vida privada.
Pero a la vez que todo lo anterior sucede, persisten demasiados jóvenes abocados a instalarse en la precariedad del empleo actual. Adolescentes que cuando dejen de serlo no podrán aspirar a formar una familia con los sueldos que percibirán. Nuevos votantes que ven que la nueva política ha envejecido demasiado rápido y volverán al desencanto. Jóvenes emprendedores que sufren los rigores de la misma administración que les anima a arriesgarse.
Una contradicción pura, dos realidades que conviven en una misma generación. En definitiva una situación comprometida para los jóvenes que no saben por qué optar, porque ni es bueno lo anterior ni lo que viene, porque el pasado no era tan malo ni lo es el presente. Casi la definición literal de dilema que nos ofrece el diccionario. Pero lo que no aparece en ningún manual es la solución mágica a esta disyuntiva que afecta a más de siete millones de españoles que están llamando a las puertas de nuestra sociedad. Esperemos que la respuesta sea la misma que en el dilema del prisionero. Cooperar.
Iñaki Ortega es doctor en economía y director de Deusto Business School
Nuria Vilanova es empresaria y presidenta de ATREVIA

domingo, 5 de marzo de 2017

¿Estudias o trabajas?” y tres preguntas más de educación

(este artículo fue publicado originalmente en el diario El Mundo el sábado 4 de marzo de 2017)

¿Estudias o trabajas? La manida pregunta para romper el hielo, cualquier noche, entre los veinteañeros ha quedado desfasada. No solo porque los millennials, nacidos a partir de los años 80, sufren el desempleo como ninguna otra generación, sino porque el mundo laboral se está reorganizando. El trabajo y el estudio serán en la era digital completamente diferentes a los de la era industrial. En el mundo anglosajón se ha bautizado a este modelo como la “gig economy”, la economía del trabajo precario –pero que podemos traducir como temporal, por proyectos o como freelance. En Estados Unidos esta amalgama de trabajadores representa el 35% de la fuerza laboral en 2016. La pregunta para ligar ha cambiado: ¿qué estudias y dónde trabajas ahora?, será mucho más frecuente.

La tecnología ha hecho posible que viajar y tener amigos en todo el mundo esté al alcance de todos. También estudiar: la enseñanza online y los cursos gratuitos (MOOCs) han dado sentido a la etimología de la palabra universidad. La educación superior está reinventándose y hoy en el pueblo más remoto del planeta un joven con inquietudes puede formarse en especialidades tan novedosas como el big data o la ciberseguridad, certificado por las universidades más prestigiosas del mundo. El mundo hacia el que vamos obliga a descartar la idea de que la educación sea un pasaporte que se adquiere en la juventud para entrar en el mercado laboral, y se abandona a continuación.

¿Está nuestra sociedad preparada para un cambio así? Las nuevas generaciones son conscientes de la velocidad de los cambios y al igual que sus smartphones precisan actualizaciones para funcionar. Los demás nos tenemos que ir quitando de la cabeza la idea de que la formación y el mundo del trabajo sean etapas de la vida o espejos de nuestra identidad. Hasta ahora uno no sólo estudiaba, sino que era un estudiante. Concluir la formación superior significaba acceder a la identidad adulta, marcada por la independencia económica. En los próximos lustros, será habitual volver con cuarenta años a la universidad, para estudiar un grado completamente diferente de la primera carrera. En general, el mundo laboral y el formativo estarán mucho más conectados: cruzar del uno al otro será bastante habitual y muchos bucearemos en  ambos océanos a la vez.

El hasta ahora mundo estático de la economía y la empresa está moviéndose cada vez más rápido. La reciente muerte del filósofo polaco Bauman nos evoca la sociedad líquida que nos ha tocado vivir, para bien y para mal. La mayoría de los empleos que tendrán nuestros hijos aún no existen, según el Foro de Davos. No obstante la mitad de nuestros trabajos será sustituido por máquinas antes de 2025. Pero que la transformación digital se haya convertido en el lugar común de las conversaciones en los consejos de administración y de los demandantes de empleo no impide que muchos sigan actuando como si nada hubiese cambiado y el mundo siguiera siendo rígido. Con sus actuaciones, aunque no con sus palabras, niegan el cambio del paradigma de la economía y eso les aboca al fracaso más rotundo, en sus empresas o en su búsqueda de trabajo. Asumir que la disrupción tecnológica ha llegado y tratarla como algo estético sin trasladarla al corazón de tu propia capacitación es como ir marcha atrás en quinta velocidad.

¿Estás en la centrifugadora? Uno de los rasgos característicos de nuestra época es la aceleración del tiempo histórico. Todo sucede tan deprisa que, a menudo, cuando aún se está desarrollando una tecnología, ya ha aparecido la siguiente, que convierte la anterior en obsoleta. En este contexto de corto plazo, ¿cómo encaja la educación que, por su propia naturaleza, requiere planificación y tiempo? Los grados dobles, las titulaciones mixtas, los programas executive, MOOCs o cursos de foco y experienciales, son algunas de las herramientas para obtener una formación de calidad, muy especializada y situar a los estudiantes ante problemas reales para que aprendan a tomar decisiones y solucionar problemas.

El tiempo dedicado a aprender nuevas habilidades se dejará de ver como un complemento a las horas de trabajo, y se integrará como parte esencial de nuestra dedicación a él. En este contexto, cada vez cobrará más relevancia una cualidad hasta ahora menor: la disposición a aprender. Puesto que uno no puede saber durante cuánto tiempo seguirán siendo válidos sus conocimientos, tener una mente abierta y el deseo de aprender a lo largo de toda la vida será una habilidad muy valorada, pues constituirá la garantía de una continua adaptación al cambio.

Esto nos obliga a repensar los estadios más elementales de la educación obligatoria, donde se deben cultivar actitudes que hagan apasionante el hecho mismo de aprender: estimular la curiosidad, la autonomía, el pensamiento crítico, la capacidad de formular las preguntas adecuadas, la creatividad… Todo esto requerirá un enorme esfuerzo en la formación básica. El estado volátil de la sociedad exige también que la educación luche para definir valores sólidos que impidan que la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios debilite aún más los vínculos humanos. Necesitamos que la educación plante cara al individualismo reinante y apueste por un humanismo cada día más necesario.

¿Y esto quién lo paga? Una formación a lo largo de la vida obliga también a replantearse la forma de financiarla. No solo cada uno de nosotros deberemos involucrarnos más en estar al día, sino que las propias empresas han de asumir esta tarea. Para ello, habrán de seguir la estela de las empresas más avanzadas con sus universidades corporativas y sus programas in-company.

Por otro lado, numerosos empleados por cuenta propia simultanearán dos o tres trabajos, repartidos a lo largo de sus semanas laborales, y realizados desde su puesto de coworking o en el hogar. ¿Quién va a pagar la formación de esos trabajadores no vinculados a una empresa? Un problema similar se encontrarán las pymes que carecen de músculo para proporcionar a sus empleados la formación constante, pero que sin ella están abocadas a morir. Por último debemos pensar en el reciclaje de los trabajadores cuyas tareas sean realizadas por los robots, otro desafío que unido a los anteriores ocupa ya a actuarios y fiscalistas de medio mundo.
  
Son muchos los retos por delante pero hay algo que no cambiará. Además de constituir la llave para el mercado laboral, la educación seguirá siendo la herramienta más eficaz para formar ciudadanos, disminuir la desigualdad y garantizar la movilidad y la cohesión social. Si los gobiernos y todos los agentes de la cadena de valor de la educación no entienden su responsabilidad en preparar a los ciudadanos para el mundo en el que van a vivir, y no para el que está en trance de desaparecer, el sistema educativo quedará obsoleto, con enormes consecuencias sociales y políticas. 

Irene Lozano es escritora e Iñaki Ortega es profesor