lunes, 27 de abril de 2020

La casa del terror.


(este artículo se publicó originalmente el domingo 26 de abril en el suplemento Actualidad Económica del periódico El Mundo)

Desde que comenzaron los contagios por coronavirus en China se puso de manifiesto que el grupo más vulnerable era el de las personas mayores. La pandemia del Covid-19 se ha cebado especialmente con los adultos nacidos con anterioridad a 1960, como por desgracia hemos comprobado en nuestro país. Los datos de letalidad en España, pero también en Italia, demuestran que el 95% de los fallecidos por el virus, durante el mes de marzo, tenían más de 60 años, aunque esa cohorte sea menos de la mitad de los casos confirmados.

Italia y España son dos de los países con la mayor esperanza de vida del mundo según la OMS, además de sociedades con un porcentaje superior al 20% de mayores de 65 años sobre el total de la población.  Ambos países gozan también de sólidos sistemas sanitarios y de previsión social lo que, unido a su clima y dieta, les ha situado en cualquier estadística como los mejores países para envejecer junto a Japón o Suiza.

Pero la pandemia ha deformado esta realidad como esos espejos de los parques de atracciones. Lo que antes era longevidad, hoy es letalidad. Lo que hace muy poco era el país con mayor calidad de vida del mundo para The Guardian, se ha convertido en el que más muertos por habitante tiene por coronavirus. El envidiado sistema de cuidados ha pasado a ser garantía de contagio. La atención sanitaria universal se ha trasformado en el triaje para los ancianos. El respeto por los mayores ha mutado en dramática discriminación por la edad. Lo que era seña de identidad de esta parte de Europa, la gran familia, se ha trasfigurado en mayores muriendo en la más absoluta soledad.

La primavera de 2020 será recordada como aquellos meses que convirtieron a España (pero también a Italia, Francia o Bélgica) en la Casa del Terror. Semanas y semanas con centenares de mayores de 60 años fallecidos cada día hasta sumar -a la fecha de este artículo- más de quince mil. En Madrid cinco mil ancianos muertos solamente en residencias de ancianos y en Cataluña el virus ha infectado a 600 centros del millar existentes. La pandemia ha trasformado el país que según Bloomberg era el más saludable del mundo, en el territorio de los horrores. Mientras millones de españoles e italianos sin dolencia alguna zanganeaban en Netflix, sus padres agonizaban solos en abarrotados hospitales. A la vez que los menores de 50 años consumíamos compulsivamente absurdos memes, nuestras madres o tías eran desahuciadas en oscuras habitaciones de residencias. El mundo al revés: los sanos en casa calentitos y los ancianos en la fría calle. Como esas atracciones en las que entras y los espejos te devuelven tu imagen deformada, nuestro idílico país trasmutado en un monstruo.

El coronavirus ha puesto en evidencia la fragilidad de las instituciones que nos hemos dotado para gestionar el imparable envejecimiento de la población. Mayores conviviendo con cadáveres en residencias de la tercera edad, la negativa a atender a adultos mayores en muchos hospitales, los cuidados paliativos como único tratamiento recibido por los enfermos de edades altas, la muerte de muchos de ellos en sus casas -solos- sin recibir atención alguna, el aislamiento forzado ante el duelo, o en general el edadismo imperante nos alertan de la necesidad de actuar.

No puede olvidarse que en países como España dos de cada diez personas ya tienen más de 65 años, pero en diez años estas cifras alcanzarán el 30% de la población. Entonces los que en esta crisis sanitaria hemos respirado tranquilos porque no somos viejos, ya perteneceremos a esa cohorte de edad. ¿Quién nos asegura que otra enfermedad global no volverá a surgir en muy poco tiempo? Si eso pasa y sólo nos dedicamos a pagar las facturas de esta crisis -que no serán pocas- los recursos serán mucho menores que ahora además de repartirse entre mucha más población envejecida. Entonces, nosotros, los que hoy nos consideramos a salvo del virus sólo por la fecha de nacimiento de nuestro DNI seremos los siguientes inquilinos de los tanatorios.

Esta lacerante situación ha de suponer un aldabonazo para promover cambios por ejemplo, renovados servicios que permitan una mejor atención a la dependencia en la vejez o normas que impidan la discriminación por edad. Qué duda cabe que aquellas instituciones que se adelanten a esta tendencia serán premiadas por la historia.

También habrá que analizar y aprender porqué italianos y españoles hemos sufrido más que los suizos o japoneses. Ahora no podemos responder si por las decisiones de nuestros gobiernos, nuestra indisciplina social, por un sistema de cuidados masificado o un modelo de macroresidencias inasumible, sin olvidar la ausencia de profesionales y servicios de calidad para la vejez. O quizás como afirman en la Universidad de Bonn simplemente porque las personas de entre 30 y 49 años que viven con sus padres superan el 20% en nuestros países mientras que en Alemania son poco más del 10%.

La casa del terror de cualquier feria de pueblo español da pánico a los niños que la visitan precisamente porque está abandonada. Fue una gran mansión con todos los lujos, pero por alguna razón empezó a echarse a perder y se convirtió en un lugar inhóspito en el que la vida y la alegría ha sido sustituida por la muerte y la zozobra. Ojalá que esta pesadilla del coronavirus nos permita arreglar nuestra casa para que el terror de estos días sea sustituido por el bien común.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y ha publicado recientemente el libro La Revolución de las Canas.


1 comentario:

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