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sábado, 18 de abril de 2020

Otro día de perros

(este artículo se publicó originalmente el día 15 de abril de 2020 en el periódico La Información)

Al parecer la expresión «hace un día de perros» que usamos cuando el tiempo es malísimo, tiene su origen en una estrella de la constelación canis. En la época del año en la que se veía esa estrella comenzaba el calor o lo que entonces se llamaba canícula. Eso fue hace miles de años y con el paso de los siglos un tiempo de canícula pasó a ser un tiempo de canes o lo que es lo mismo de perros. A su vez de calor extremo se pasó a condiciones atmosféricas extremas: frío, tormentas o calor africano. Te cuento todo esto porque tras cinco semanas de confinamiento la expresión va a tener que volver ampliar a su significado. Me explico. Un día de perros no será sólo un día de mal tiempo, sino un día malo para todos los que no tienen perro

Después de más de un mes de encierro por el coronavirus, hoy volverá a ser un día de perros. Si eres perro no existen restricciones a tu movilidad, si eres dueño de un perro puedes salir a la calle, si tienes can en casa no hay problema alguno en abandonar tu hogar varias veces al día. Pero si tienes un hijo menor de edad nada de salir. Si hoy eres un niño en España no puedes correr al aire libre ni estirar las piernas fuera de tu domicilio. Eso es sólo para perros.

Igual no extraña que alguno tomará esta decisión a la luz de estos datos. En España según el INE hay algo menos de siete millones de niños menores de 14 años frente a más de trece millones de mascotas. De hecho, hasta que llegó la pandemia en Madrid, Valencia o Bilbao había el doble de posibilidades de cruzarse por la calle con un perro que con unos padres con un bebé. Exactamente en Madrid 270.000 perros frente a 140.000 niños menores de cuatro años. Hoy las probabilidades en cualquier ciudad española son del cien por cien de salir a la calle y encontrarte con un can y de cero por cien de tropezar con un niño. 

Seguro que tampoco le extrañó al que tomó la decisión que los padres aceptarán abnegados en el primer decreto del Estado de alarma la excepción de los perros. Pero llegará el día en el que ese responsable tendrá que explicar por qué es mejor que las mascotas pisen la calle que los niños. Los perros no van al baño como los niños podría ser un argumento. O que los niños contagian el virus y los animales no. Pero acaso tener un niño cinco semanas en casa sin que le de el sol o pueda corretear no es tan peligroso como dejar a esas mascotas sin salir. ¿Es peor un perro ensuciando una casa o un niño enriqueciéndose? ¿Tienen más derecho los dueños de mascotas que los sufridores padres que tras 30 días en casa ya no saben qué hacer con sus hijos? ¿Nadie pensó que los padres podían garantizar en las salidas de sus hijos las medidas de protección? ¿o es que los que pasean perros no contagian a nadie y sí los que pasean a sus hijos?

El BOE vuelve a anunciarnos más días de perros. Otras dos semanas en las que millones de niños españoles no podrán salir de casa. De nuevo las familias cumplirán la ley a pesar de la discriminación que supone. La pandemia pasará y los mismos que no han pensado en la salud de estos niños dejándolos encerrados en sus casas, no tengo duda que se atreverán a defender en sus discursos a la infancia. Pero muchos padres ya no se quedarán impávidos como con el primer estado de alarma y entonces actuarán.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR    

lunes, 6 de abril de 2020

No hay harina



(este artículo se publicó originalmente el día 6 de abril de 2020 en el periódico 20 minutos)

Moler el trigo hasta convertirlo en harina lleva haciéndose miles de años. Al principio con una piedra, luego con un molino de viento y ahora en impecables fábricas. El trigo es el cereal que domina los campos de esta parte del mundo, por eso se pierde en la historia el momento en el que sus semillas comenzaron a ser usadas en la alimentación. Pero es cuando se trituró por primera vez y apareció una masa que se llamó harina, dicen que en Mesopotamia, cuando pasa a convertir en un elemento esencial de nuestra dieta. El pan sin harina no puede hacerse y el pan es todo como dice su etimología griega. Pero ya no nos damos cuenta porque compramos el pan fresco, congelado o precocinado y además en cualquier sitio, hasta en las gasolineras. Lo adquirimos así, ya hecho; nadie ve cómo se mezclan sus ingredientes, se amasa y luego se mete en un horno, por eso el recuerdo del blanco elemento se ha ido borrando de nuestras cabezas.

Ahora encerrados por el coronavirus, sin prisas y como todo el tiempo por delante, hemos redescubierto muchas cosas y una de ellas es la harina. Tal es así que estos días en las estanterías de los supermercados las baldas donde solía colocarse, están vacías. “No hay harina” se escucha comentar a los dependientes. Y esto ha sucedido en muchas tiendas de nuestro país, da igual en el norte que en el sur, en el mediterráneo que el atlántico. Los encerrados nos hemos abastecido de ella compulsivamente. ¿Por qué oculta (y maravillosa) razón queremos aprovisionarnos de harina en un situación tan dramática? ¿Por qué se acaba la harina y no la carne o el pescado?

Con harina hacemos bizcochos, con la harina se consigue esa receta que te han recomendado para hacer las mejores tartas, sin harina no puedo cocinar esos dulces que tanto gustan a los niños. Pero sobre todo porque sin harina no podríamos compartir con nuestros hijos o con nuestros seres más cercanos unas horas juntos en la cocina para conseguir el milagro de convertir unos ingredientes insulsos en un sabroso pastel. La harina ha conseguido unir, por primera vez en mucho tiempo, a muchas familias unos minutos para hacer algo juntos. Nos ha sacado de la pantalla de nuestros móviles para arrimar el hombro aunque sea por un objetivo tan vano como hacer unos deliciosos brownies.

La harina se agota y es una buena noticia, una de las mejores de estos días tan horribles que nunca olvidaremos. En medio de la tragedia, de cientos de muertos diarios, de amigos que han perdido a sus padres o de viudas que no pueden ser consoladas, el hecho de remangarte con tu hija o tu hermano y esparcir un poco de harina con unos  huevos y algo de levadura, nos reconcilia con lo más importante, que como este Domingo de Ramos ha recordado el Papa Francisco, la vida no sirve si no se sirve.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR