(este artículo se publicó originalmente el 16 de abril de 2018 en el diario La Información en la columna semanal ·serendipia)

Frente a esa chutzpah,
por estas latitudes estábamos más acostumbrados al principio de autoridad. Como
nos explica la epistemología el principio de autoridad es el procedimiento por
el que una proposición científica se acepta por el solo hecho de estar afirmada
en un texto considerado como cierto.
Este principio ha tenido no pocos cuestionamientos en nuestro país por
ejemplo en la Ilustración o con el darwinismo, pero un inane máster lo ha
acabado por enterrar definitivamente estos días.
El principio de autoridad era lo que argumentaba nuestro
padre al negarnos algo sin razonar y decía “cuando seas padre, comerás huevos”.
En el mundo de la innovación se ha rebautizado semejante principio como el
síndrome de NIH, acrónimo del inglés “not invented here” puesto que es lo que
aducen los veteranos directivos de una empresa para echar por tierra las mejoras
propuestas por los novatos. El aforismo que resume a la perfección el principio
de autoridad es “magister dixit”. Esta expresión tan vieja ha muerto estos días
con la actitud irreverente de los medios de comunicación al poner en cuestión
la versión de Cristina Cifuentes por mucha presidenta de una comunidad que
fuese o le apoyasen rectores y catedráticos. Detrás de “el maestro lo dijo”
desde la época de Pitágoras, pasando por los escolásticos en la Edad Media y
por los sucesivos Papas de la Iglesia, subyacía la idea de que el conocimiento
y la autoridad solo podían proceder de los llamados maestros y de la enseñanza
tradicional. El corpus intelectual, de hecho, debía considerarse inamovible y
por tanto contradecir al maestro, al Papa o al padre era casi como contradecir
a Dios. Era la garantía del mantenimiento de un orden que no podía ponerse en
cuestión por muchas dudas que cupiesen. Pero hoy la autoridad y el conocimiento
se han repartido conformando millones de micropoderes, como los ha bautizado el
genial escritor venezolano Moisés Naim. El orden ya no podrá basarse en el
miedo sino que conforme más micropoderes haya más residirá en la verdad.
Pero estas semanas también nos han servido para comprobar
cómo hay quienes entienden mal esa chutzpah
y creen que ser audaz, en estas latitudes, consiste en practicar el aforismo
“sostenella y no enmendalla” trufado de chulapismo de zarzuela. La irreverencia
hebrea no es chulería madrileña y no se puede llevar la contraria a todo el
mundo si no tienes la razón de tu parte. De hecho estos días con menos dosis de
costumbrismo de la Villa y Corte pero con más humildad las consecuencias
hubieran sido otras.
Por último y para esos que hoy usan esa valentía para escudriñar
expedientes académicos falseados, les pido que ellos también interpreten bien
el significado de la palabra chutzpah,
que no es otro que atreverse a poner en cuestión todo, no solo lo que se odia
sino también lo que ama. La tarea será ingente porque como nos recuerdan
recientes informes más del 70% de currículos de los candidatos a cualquier
puesto contiene falsedades.
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