Keynes dejó escrito que “la dificultad no estriba en las ideas nuevas, sino escapar de las viejas”. Es muy viejo despreciar la edad y adorar la juventud. Aunque no siempre fue así, de hecho en las llamadas zonas azules del mundo, aquellos territorios del globo donde se alcanzan los mejores registros de longevidad, el denominador común es el respeto a la edad. El Senado romano es otro ejemplo de que las civilizaciones más relevantes de la historia tuvieron en cuenta la sabiduría de los más mayores. Pero sin irnos tan lejos, en los pueblos donde vivieron los abuelos de los autores de este artículo ser mayor siempre fue algo importante que merecía gran respeto.
Ahora, siguiendo la sentencia de Keynes, la superación de una economía que envejece solo podrá hacerse jubilando esas ideas tan caducas que nos alarman sobre la nueva demografía. Nuestro modelo económico se ha hecho viejo, no porque haya aumentado la esperanza de vida, envejece porque no prescindimos de viejos dogmas que nos impiden ver las oportunidades de un nuevo mundo en el que viviremos muchos más años y, además, disfrutaremos de altos grados de bienestar gracias a los avances técnicos, si tomamos las decisiones correctas –como territorios y como personas-.
La salud y la economía se convertirán en la asociación que garantice el futuro de las sociedades más dinámicas. Por ello, habrá que ser capaces de conciliar las revoluciones que se están dando en ambas especialidades. Recordémoslas someramente.
El catedrático de Historia de la Medicina, Diego Gracia, habla de tres revoluciones por las cuales hoy disfrutamos de la longevidad. La primera la revolución terapéutica, con el descubrimiento de las sulfamidas y los antibióticos. La segunda, la biológica, gracias a la manipulación del código genético y por último, la revolución tecnológica, con la irrupción en las ciencias de la salud de la informática y las modernas tecnologías médicas. De hecho, en los últimos diez años sabemos más del cáncer que en los cien años precedentes y no nos equivocamos si afirmamos que los niños que hoy juegan en los parques vivirán por encima de los cien años.
Klaus Schwab es un economista alemán conocido por ser el fundador del Foro Económico Mundial de Davos. En su formidable libro sobre la cuarta revolución industrial, afirma que no es únicamente un conjunto de tecnologías emergentes como el big data, la inteligencia artificial o el internet de las cosas, sino una transición hacia un nuevo mundo. Eso sí, con una velocidad de cambio, alcance e impacto inédito en la historia de la civilización que modificará nuestra forma de vivir, trabajar y relacionarnos. Pero nada de esto sería posible si no hubiera habido una primera revolución industrial entre 1760 y 1830, con la introducción de las máquinas en la cadena de montaje. O una segunda, a mediados del siglo XIX que con la electricidad hizo posible la manufactura en masa. Finalmente la tercera, ya avanzado el siglo XX, permitió con las tecnologías de la información y comunicación, la llamada globalización.
Hace tiempo que las revoluciones no se dan solamente en las instituciones políticas. Hemos pasado de estudiar la Revolución Francesa o la rusa a las de carácter empresarial. Acabamos de ver esas involuciones en la economía y en la medicina, por ello defendemos que en la medida que ambos procesos se alineen estaremos ante otra revolución, la de las canas. El elemento común de ambos procesos disruptivos es el alargamiento de la vida de modo y manera que, en muy poco tiempo, el 40% de la población tendrá más de 55 años y dispondrá de todas las herramientas, además de la experiencia vital, para seguir aportando y generando valor. La revolución de las canas traerá un cambio radical porque permitirá que millones de personas sigan trabajando, sigan creando, sigan consumiendo. Permitirá que nazcan nuevas industrias para servirles y que nuevos emprendedores encuentren oportunidades donde nadie pensó que podía haberlas.
Pocas dudas caben de que nuestro sistema económico envejece y genera cada vez mayor desencanto en muchos estratos de la sociedad que sienten que se ha quedado fuera del mismo. El reto es rejuvenecer la economía con una población que peina canas. Aunque parezca una contradicción, la cohorte de edad situada entre los 55 y 70 años que hoy las empresas y la legislación han expulsado del mercado laboral, tiene en sus manos salvar la economía. Esta generación de las canas suponen la nada despreciable cifra de 897 millones en el mundo, de los cuales 140 millones en Europa, 59 millones de personas en Estados Unidos, más de 26 millones en Brasil frente a los 12,5 millones de México y los 9,2 millones de turcos o los casi 8 millones y medio de españoles. Todo un potencial de actividad, experiencia y creatividad desaprovechado. Por un momento piensen en los revolucionarios efectos que supondría incluir todos esos millones de almas en nuestra economía. Una auténtica revolución de las canas.
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