(este artículo se publicó originalmente en el periódico económico La Información el 31 de mayo de 2022)
Conviene tomar nota de este término porque va camino de ser una de las palabras del año, por lo menos en lo que se refiere a la economía. La desglobalización aparece en todos los informes de coyuntura y no hay analista que no la incluya en su conversación. En los pasillos de Davos era un secreto a voces: vivimos el final de tres décadas de globalización.El economista Klaus Schwab,
fundador hace más de treinta años del Word Economic Forum (WEF) ha tenido que
escuchar por boca del primer ejecutivo de Procter & Gamble que la
globalización está "temporalmente en pausa". La biblia que acompaña
al café de los desayunos de Davos, Financial Times, ha entrevistado a una
selección de directivos para titular con la muerte de la globalización. Hasta el presidente del Bundesbank ha situado
la desglobalización en la triada de palabras con la letra “d” causantes de la
inflación, junto a descarbonización y la demografía. Para colmo, el número de
mayo de la revista The Economist ha atragantado el Martini a los asistentes al
Foro Económico Mundial con su macabra portada sobre una hambruna por la
ausencia de trigo en el mundo.
Por supuesto que la evolución del
comercio mundial continúa lastrada por la invasión rusa y las restricciones de
movilidad en el puerto de Shanghái. La economista Alicia Coronil lo confirma
con los principales indicadores de la OMC sobre la evolución y perspectivas de
los intercambios comerciales de mercancías a nivel global que reflejan una
pérdida de dinamismo. Pero hay algo más que no dicen esos guarismos. Keynes lo
llamó los espíritus animales. O la existencia de un factor psicológico en el
ser humano que le lleva a tomar decisiones con alto componente emocional que a
la postre provocan variaciones en la economía.
Y los humanos ahora estamos en
modo pánico. El escenario de incertidumbre presenta demasiados nubarrones. La
economista jefe de Singular Bank nos los recuerda, a saber; las tensiones
inflacionistas en máximos en las últimas décadas; la guerra en Ucrania, más
allá de sus graves consecuencias socioeconómicas, por las implicaciones en el
suministro energético y de otras materias primas; la pandemia, ante la última
ola del coronavirus en China y el retraso de la normalización de las cadenas de
valor; los posibles shocks financieros fruto de las subidas de tipos de interés
y la reducción de balances de los bancos centrales de las principales
economías; la mencionada crisis alimentaria por las disrupciones en la cadena
de suministro y una menor producción a nivel global; un aterrizaje más abrupto
de lo esperado del crecimiento económico global, en parte agravado por la
desaceleración de la economía china; sin olvidar otros riesgos como los
geopolíticos, climáticos, sanitarios y de seguridad.
Todo esto ha calado en la mente
de los directivos, pero también de los gobiernos. Nadie quiere volver a la
casilla de marzo de 2020. De modo y manera que en medio mundo, desde hace
meses, se está repatriando la producción, nacionalizando industrias
estratégicas y prohibiendo exportaciones con la excusa de la salud nacional. El
resto ya lo conocemos: más aranceles, fletes más caros y más trabas a la
inversión extranjera en empresas estratégicas. En Francia están felices porque
llevaban años predicando en el desierto con este asunto que es consustancial a
su chauvinismo. Es una mala noticia para el profesor alemán afincado en Suiza que
ha hecho de la bandera de la globalización el sentido de su exitoso Foro
Económico Mundial. Pero antes de que alguno empiece a preparar el entierro del
octogenario presidente del WEF, el Dr. Schwab ha resucitado su vieja predicción
“no tendremos nada, pero seremos felices”. En el 2030 no nos importará la
ausencia de bienes porque nadie tendrá nada en propiedad, todo será gratis o
casi, ya que la eficiencia de la economía habrá conseguido ese mundo
ideal. En fin, mientras llega ese 2030,
los que no hemos ido a Davos ni iremos nunca, lo mejor que podemos hacer es
seguir rezando para no perder el trabajo y que la hipoteca no suba mucho el mes
que viene. Con o sin desglobalización.
Iñaki Ortega es doctor en
economía en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y en LLYC
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