(este artículo se publicó originalmente el 26 de junio de 2019 en el diario Expansión)
Talento
senior son dos palabras que siempre han ido unidas. A lo largo de la historia,
los mayores han sido respetados y escuchados por talentosos, ya que acumulaban
experiencias y conocimientos necesarios para la sociedad. Incluso
etimológicamente ambos vocablos son sinérgicos. La palabra talento tiene su
origen en las antiguas monedas romanas de oro del mismo nombre, de modo y
manera que su significado evolucionó hasta atesorar una aptitud. Por otro lado,
los seniors eran los mayores, los más sabios, los que más virtudes reunían y
por ello pertenecían al Senado de la Antigua Roma.
Pero en muy poco
tiempo y sin darnos cuenta, talento senior se ha convertido en un oxímoron. Dos
palabras que en su conjunto acumulan mucho valor, han pasado a tener un
significado contradictorio cuando no opuesto. Si eres senior, el mercado
laboral ya no valora tu talento. Y si tienes talento para que alguien pague por
él, es porque no has llegado a cumplir los 50. En España hay cerca de un millón
y medio de desempleados mayores de 50 años y un porcentaje muy elevado de los
curriculums en esta cohorte de edad acaban directamente en la papelera de los
empleadores, lo que en muchos casos representa un duro golpe para la dignidad
personal y el bienestar familiar. Por si fuera poco, siete de cada diez
empresas del IBEX reconocen que no saben qué hacer con sus empleados cuando
superan los 50 años, como se pone de manifiesto en el último informe de la
Fundación Compromiso y Transparencia que tuvimos el honor de presentar
recientemente en un acto organizado por Deusto Business School.
Si a lo largo
de la historia nunca se menospreció la valía de los mayores, menos sentido
tendría hacerlo ahora que se ha demostrado que los sexagenarios tienen la salud
física e intelectual de los trabajadores que tenían cuarenta años a mediados
del siglo pasado. En España, más de ocho millones de empleados con edades
comprendidas entre los 55 y 70 años, disfrutan de una alta calidad de vida y de
conocimientos acumulados que pocas empresas, a la luz de los datos existentes,
quieren seguir utilizando. Gracias a una legislación que promovió las prejubilaciones
pensando que ayudaba a luchar contra el desempleo juvenil, en apenas unas
décadas hemos construido este oxímoron que vulnera el principio de equidad
entre trabajadores y dilapida un valor enorme para nuestra economía. Las
empresas, por su parte, respaldadas por una legislación complaciente, optaron
por sanear sus cuentas cambiando salarios elevados por puestos para jóvenes con
menor nivel salarial. Como consecuencia, han emergido en nuestro imaginario
social falsos estereotipos que nos hacen aceptar con naturalidad que los
trabajadores mayores tienden a ser improductivos y a estar desactualizados.
A pesar de
que el envejecimiento de la población parece inexorable y por tanto sabemos que
no habrá más remedio que trabajar muchos más años para poder financiar nuestro
sistema de pensiones, la inercia de ese proceso de sustitución de empleo senior
por joven parece imparable. De hecho, España ya es un país de prejubilados pues
más del del 50% de los trabajadores se retira antes de los 65 años. En 2018 se
jubilaron más de 141.000 personas que no habían cumplido los 65 años y este
año, probablemente, terminaremos con más prejubilaciones que nunca. Tenemos
dudas de si muchos de los mismos expertos que claman contra el déficit de la
Seguridad Social se mostrarían dispuestos a renunciar a ser incluidos en algún
plan generoso de prejubilación.
Si la
longevidad es un dividendo al que ningún país debiera renunciar, en qué cabeza
cabe que al mismo tiempo se desperdicie el talento y el capital de millones de
trabajadores que atesoran valores como la capacidad de gestionar conflictos, la
superación personal y el compromiso con sus empleadores. Hagan el cálculo de lo
que supondría para cualquier economía si toda esa fuerza de trabajo dejase de
ser invisible y pasase a la función productiva. Todo un bono demográfico para
los países que se atrevan a hacerlo. Algunas empresas como las alemanas Thyssen
o Mercedes-Benz ya lo están ensayando. En Japón y Corea llevan años vinculando
las indemnizaciones de los mayores a su capitalización en proyectos de
emprendimiento. Canadá e Irlanda acaban de lanzar ambiciosos programas públicos
con ese objetivo.
En nuestra
mano está en hacer algo parecido en España. Con leyes que fomenten la
empleabilidad de todas las personas que deseen seguir ocupadas y limiten, por
tanto, la discriminación que sufren los mayores de 50 años en el mercado
laboral. Con gobiernos que garanticen el derecho a seguir trabajando más allá
de los 50 con nuevas actuaciones que incentiven fiscal pero también social y
culturalmente el trabajo senior. Con empresas que apliquen las mejores
prácticas internacionales para retener y reorientar a sus empleados de más
edad. Pero también con ciudadanos responsables que asuman que vivirán largas
carreras profesionales con altibajos y diferentes dedicaciones que les exigirá
formarse a lo largo de la vida. En cualquier caso, solo se podrá avanzar si
todos los agentes implicados, Administración, empresa, sindicatos y los propios
trabajadores aúnan esfuerzos y trabajan en la misma dirección.
España tenía
una esperanza de vida en 1950 de 60 años; hoy, superamos los 80. Si hemos
conseguido en tan poco tiempo ganarle a la vida dos décadas, cómo no vamos a
conseguir que el dúo talento senior vuelva a ser lo que ha sido durante las últimas
3.000 generaciones, una fórmula de éxito.
Iñaki Ortega – Director de Deusto Business School
Juan Carlos Delrieu – Director de Estrategia y Sostenibilidad en la AEB
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