(este artículo se publicó originalmente en el número de junio de 2019 de la revista Mundo Empresarial)
Un dividendo es siempre motivo de alegría para un
accionista. Por eso en demografía un dividendo también es algo que hay que
celebrar. La definición de la ciencia de la población para este dividendo es
una cohorte de personas que constituyen una fuerza de trabajo potencial que en
un momento determinado puede hacerse efectiva mejorando con ello la producción
de bienes y servicios. A lo largo de la historia reciente han existido tres
grandes dividendos demográficos. El de las mujeres, que se hizo realidad cuando
se incorporaron masivamente al trabajo en los años setenta del siglo pasado. El
de los jóvenes en las sociedades en desarrollo, que gracias a su educación y a
las reformas institucionales en sus países fueron claves para impulsar sus
economías. Y finalmente el de la población emigrante que se ha incorporado a
las sociedades más ricas aportando mano de obra y rejuvenecimiento poblacional.
Ahora sin
darnos cuenta ha llegado el dividiendo de los mayores en los países
desarrollados, personas entre los 55 y 75 años, que gozan de buena salud y que
quieren y pueden seguir trabajando, aun cuando no siempre encuentran las
oportunidades para ello. Los «dividendos de longevidad» son tan recientes que
datan de 2006. Un artículo en la revista The Scientist, escrito por cuatro
experimentados investigadores de universidades americanas, llamó urgentemente a
ralentizar el envejecimiento ya que crearía riqueza. Este nuevo concepto
resumía los beneficios que suponen para una sociedad los aumentos alcanzados en
la esperanza de vida. En concreto, defienden que «la gente se mantendrá más
tiempo en el mercado laboral, los ahorros personales aumentarán, bajará el
absentismo y habrá menor presión para el sistema de salud». De hecho en las
sociedades cuya evolución demográfica se define por una escasez de jóvenes
debido a la caída de la natalidad y la abundancia de mayores, estos «viejos que
se mantienen jóvenes» podrían jugar un papel fundamental en unos mercados de
trabajo que van a necesitar más trabajadores. Muchos ya son contratados
puntualmente para trabajos esporádicos, la llamada gig economy, también
conocida como economía de los pequeños encargos. Otros se convierten en
emprendedores sin que la edad sea un impedimento para iniciar una nueva
actividad. Un grupo importante desarrolla tareas de voluntariado, bien en el
seno de sus propias familias o en instituciones de proyección social. Y muchos
desearían seguir realizando un trabajo formal, quizá a tiempo parcial, en el
mismo o en otro sector de la actividad empresarial y con un salario redefinido.
Otra
perspectiva del dividendo de la longevidad es la que ofrece las Naciones
Unidas. Para esta institución, ese período durante el cual un país disfruta de
una población de adultos en edad de trabajar relativamente grande en
comparación con la totalidad de su población, ofrece también una ventana
atractiva para acelerar el crecimiento económico. De manera particular, este
dividendo puede sentar las bases para incrementar el ahorro para el retiro, ya
que existe un número mayor de trabajadores generando ingresos, ahorrando e
invirtiendo en una economía más dinámica. En condiciones ideales, el efecto de
onda expansiva de este ciclo virtuoso conduce a numerosos beneficios sociales
en todo un país, incluidos mejores niveles de vida y una mejor preparación para
el retiro. A su vez, este incremento en el ahorro y la inversión pueden generar
mayores beneficios macroeconómicos, haciendo realidad la esperanzadora promesa
del dividendo demográfico.
Pero, desgraciadamente, este deseo no encuentra en la sociedad, la empresa
y los gobiernos la suficiente sensibilidad y mantenemos viejas estructuras y
estereotipos que es imprescindible superar.
De modo y
manera que este bono demográfico que suponen los trabajadores séniores no podrá
serlo mientras no se eliminen algunos estereotipos respecto a los trabajadores
mayores que una reciente encuesta ha conseguido echar por tierra. Los séniores no
son más absentistas, pero sí son más disciplinados, no tienen resistencia a
aprender cosas nuevas, ni son menos productivos ni tienen más accidentes. En
cambio, sí son más leales y tienen más experiencia y ética en el trabajo. No
será fácil conseguir estos cambios culturales, empresariales e institucionales
pero sin duda merecerá la pena el esfuerzo.
Iñaki Ortega, director Deusto Business School
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