viernes, 21 de junio de 2019

La longevidad, el inesperado dividendo


(este artículo se publicó originalmente en el número de junio de 2019 de la revista Mundo Empresarial)


Un dividendo es siempre motivo de alegría para un accionista. Por eso en demografía un dividendo también es algo que hay que celebrar. La definición de la ciencia de la población para este dividendo es una cohorte de personas que constituyen una fuerza de trabajo potencial que en un momento determinado puede hacerse efectiva mejorando con ello la producción de bienes y servicios. A lo largo de la historia reciente han existido tres grandes dividendos demográficos. El de las mujeres, que se hizo realidad cuando se incorporaron masivamente al trabajo en los años setenta del siglo pasado. El de los jóvenes en las sociedades en desarrollo, que gracias a su educación y a las reformas institucionales en sus países fueron claves para impulsar sus economías. Y finalmente el de la población emigrante que se ha incorporado a las sociedades más ricas aportando mano de obra y rejuvenecimiento poblacional.

Ahora sin darnos cuenta ha llegado el dividiendo de los mayores en los países desarrollados, personas entre los 55 y 75 años, que gozan de buena salud y que quieren y pueden seguir trabajando, aun cuando no siempre encuentran las oportunidades para ello. Los «dividendos de longevidad» son tan recientes que datan de 2006. Un artículo en la revista The Scientist, escrito por cuatro experimentados investigadores de universidades americanas, llamó urgentemente a ralentizar el envejecimiento ya que crearía riqueza. Este nuevo concepto resumía los beneficios que suponen para una sociedad los aumentos alcanzados en la esperanza de vida. En concreto, defienden que «la gente se mantendrá más tiempo en el mercado laboral, los ahorros personales aumentarán, bajará el absentismo y habrá menor presión para el sistema de salud». De hecho en las sociedades cuya evolución demográfica se define por una escasez de jóvenes debido a la caída de la natalidad y la abundancia de mayores, estos «viejos que se mantienen jóvenes» podrían jugar un papel fundamental en unos mercados de trabajo que van a necesitar más trabajadores. Muchos ya son contratados puntualmente para trabajos esporádicos, la llamada gig economy, también conocida como economía de los pequeños encargos. Otros se convierten en emprendedores sin que la edad sea un impedimento para iniciar una nueva actividad. Un grupo importante desarrolla tareas de voluntariado, bien en el seno de sus propias familias o en instituciones de proyección social. Y muchos desearían seguir realizando un trabajo formal, quizá a tiempo parcial, en el mismo o en otro sector de la actividad empresarial y con un salario redefinido.

Otra perspectiva del dividendo de la longevidad es la que ofrece las Naciones Unidas. Para esta institución, ese período durante el cual un país disfruta de una población de adultos en edad de trabajar relativamente grande en comparación con la totalidad de su población, ofrece también una ventana atractiva para acelerar el crecimiento económico. De manera particular, este dividendo puede sentar las bases para incrementar el ahorro para el retiro, ya que existe un número mayor de trabajadores generando ingresos, ahorrando e invirtiendo en una economía más dinámica. En condiciones ideales, el efecto de onda expansiva de este ciclo virtuoso conduce a numerosos beneficios sociales en todo un país, incluidos mejores niveles de vida y una mejor preparación para el retiro. A su vez, este incremento en el ahorro y la inversión pueden generar mayores beneficios macroeconómicos, haciendo realidad la esperanzadora promesa del dividendo demográfico.

Pero, desgraciadamente, este deseo no encuentra en la sociedad, la empresa y los gobiernos la suficiente sensibilidad y mantenemos viejas estructuras y estereotipos que es imprescindible superar.

De modo y manera que este bono demográfico que suponen los trabajadores séniores no podrá serlo mientras no se eliminen algunos estereotipos respecto a los trabajadores mayores que una reciente encuesta ha conseguido echar por tierra. Los séniores no son más absentistas, pero sí son más disciplinados, no tienen resistencia a aprender cosas nuevas, ni son menos productivos ni tienen más accidentes. En cambio, sí son más leales y tienen más experiencia y ética en el trabajo. No será fácil conseguir estos cambios culturales, empresariales e institucionales pero sin duda merecerá la pena el esfuerzo.



Iñaki Ortega, director Deusto Business School

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