La mitad de las niñas que han nacido
este año en nuestro país vivirán hasta los 100 años. No es ciencia ficción,
simplemente hay que escuchar las previsiones de los demógrafos. En muy poco
tiempo hemos pasado de tener una esperanza de vida a partir de cumplir 65 años
de apenas un lustro a superar los 20 años. La cohorte de edad más numerosa en
España en 2050 serán los mayores de 65, en concreto un 30% de la población. Si
prefieren les traduzco estas cifras: prácticamente la mitad de nuestra vida la
pasaremos con más de 45 años. Además, si el mercado laboral no cambia
radicalmente, una gran mayoría de españoles estará cerca de 60 años de su vida
sin trabajar (y por tanto sin ingresar).
Como han podido deducir este panorama de
la longevidad nos abre múltiples retos. En nuestro país los gastos
pensionarios se han convertido en un tema de máximo interés para la
opinión pública, al mismo tiempo que las plazas españolas se convertían en la
“zona cero” mundial de las reivindicaciones de los jubilados. En
cambio, hay otras derivadas del fenómeno del envejecimiento que no han
despertado tanta atención y no por ello son menos importantes.
Algunos datos nos ayudarán a verlo más
nítido. El mundo es urbanita. Por primera vez en la historia viven más personas
en la ciudad que en el campo y España no es una excepción. Pero sí tenemos una
particularidad, somos un país de propietarios; 9 de cada 10 jubilados son
dueños de la vivienda en la que residen. Y, además, una mayoría aplastante de
esas personas aspira a residir en ella hasta el último día de su vida. Por otro
lado, todos los estudios sobre calidad de vida en la vejez confirman que la
socialización es garantía de salud. Pasar tiempo con tus amigos, vecinos o
comerciantes de siempre, así como con tu familia asegura más y mejores años de
vida. Por ello hibridar envejecimiento y urbanismo o conectar longevidad y
arquitectura urbana, se antoja imprescindible.
En muy poco tiempo las ciudades tendrán a los mayores como principal grupo
de población y deberán adaptarse con más espacios verdes y plazas acogedoras
para el asueto y el encuentro, más baños públicos, menos barreras
arquitectónicas, más facilidades para las nuevas modalidades de trasporte o más
comercio de proximidad. Los mayores de 55 años ya disponen de más del 70% de la
renta y protagonizan el 50% de todo el consumo. Por tanto, ¿qué ciudad por no
ser amistosa con ellos puede permitirse el lujo de prescindir de ese caudal de
riqueza?
Las casas de los mayores, dos de cada tres,
no están adaptadas para la dependencia, Y con vidas tan largas como se
pronostica todos acabaremos con cierto grado de dependencia. Habrá que preparar
las viviendas para la vejez con baños adaptados, anchos pasillos o espacio para
robots en los dormitorios y en los aseos. La tecnología, con las smart homes,
entrará en los hogares de los seniors con sensores y leds que ayudarán a
prevenir caídas, y la sanidad digital evitará desplazamientos y hasta ingresos
hospitalarios. Las casas inteligentes no sólo dispondrán de tecnología, sino
que serán hogares preparados para vivir muchos años: pisos manejables, fáciles
de limpiar, también de calentar o refrigerar, pero con servicios comunes de
limpieza, lavandería y enfermería. Estas experiencias de cohousing que
son habituales en Suecia o en Alemania además harán factibles nuevas fórmulas
financieras que garanticen ingresos en la vejez con cargo a los ahorros en
ladrillo de toda una vida.
El concepto smart city ha calado
como sinónimo de ciudad inteligente en la última década, aunque la demografía
nos indica que queda mucho para alcanzar esa inteligencia al servicio de los
ciudadanos que les permitan una «buena vida», como dejó escrito Aristóteles
refiriéndose a la polis hace más de 2.000 años.
Iñaki Ortega es director de Deusto
Business School. En 2018 publicó junto a Antonio Huertas el libro La Revolución
de las Canas
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