domingo, 30 de junio de 2019

La ciudad de las canas

(este artículo se publicó originalmente en el periódico ABC el 28 de junio de 2019)



La mitad de las niñas que han nacido este año en nuestro país vivirán hasta los 100 años. No es ciencia ficción, simplemente hay que escuchar las previsiones de los demógrafos. En muy poco tiempo hemos pasado de tener una esperanza de vida a partir de cumplir 65 años de apenas un lustro a superar los 20 años. La cohorte de edad más numerosa en España en 2050 serán los mayores de 65, en concreto un 30% de la población. Si prefieren les traduzco estas cifras: prácticamente la mitad de nuestra vida la pasaremos con más de 45 años. Además, si el mercado laboral no cambia radicalmente, una gran mayoría de españoles estará cerca de 60 años de su vida sin trabajar (y por tanto sin ingresar).

Como han podido deducir este panorama de la longevidad nos abre múltiples retos. En nuestro país los gastos pensionarios se han convertido en un tema de máximo interés para la opinión pública, al mismo tiempo que las plazas españolas se convertían en la “zona cero” mundial de las reivindicaciones de los jubilados. En cambio, hay otras derivadas del fenómeno del envejecimiento que no han despertado tanta atención y no por ello son menos importantes.

Algunos datos nos ayudarán a verlo más nítido. El mundo es urbanita. Por primera vez en la historia viven más personas en la ciudad que en el campo y España no es una excepción. Pero sí tenemos una particularidad, somos un país de propietarios; 9 de cada 10 jubilados son dueños de la vivienda en la que residen. Y, además, una mayoría aplastante de esas personas aspira a residir en ella hasta el último día de su vida. Por otro lado, todos los estudios sobre calidad de vida en la vejez confirman que la socialización es garantía de salud. Pasar tiempo con tus amigos, vecinos o comerciantes de siempre, así como con tu familia asegura más y mejores años de vida. Por ello hibridar envejecimiento y urbanismo o conectar longevidad y arquitectura urbana, se antoja imprescindible.

En muy poco tiempo las ciudades tendrán a los mayores como principal grupo de población y deberán adaptarse con más espacios verdes y plazas acogedoras para el asueto y el encuentro, más baños públicos, menos barreras arquitectónicas, más facilidades para las nuevas modalidades de trasporte o más comercio de proximidad. Los mayores de 55 años ya disponen de más del 70% de la renta y protagonizan el 50% de todo el consumo. Por tanto, ¿qué ciudad por no ser amistosa con ellos puede permitirse el lujo de prescindir de ese caudal de riqueza?

Las casas de los mayores, dos de cada tres, no están adaptadas para la dependencia, Y con vidas tan largas como se pronostica todos acabaremos con cierto grado de dependencia. Habrá que preparar las viviendas para la vejez con baños adaptados, anchos pasillos o espacio para robots en los dormitorios y en los aseos. La tecnología, con las smart homes, entrará en los hogares de los seniors con sensores y leds que ayudarán a prevenir caídas, y la sanidad digital evitará desplazamientos y hasta ingresos hospitalarios. Las casas inteligentes no sólo dispondrán de tecnología, sino que serán hogares preparados para vivir muchos años: pisos manejables, fáciles de limpiar, también de calentar o refrigerar, pero con servicios comunes de limpieza, lavandería y enfermería. Estas experiencias de cohousing que son habituales en Suecia o en Alemania además harán factibles nuevas fórmulas financieras que garanticen ingresos en la vejez con cargo a los ahorros en ladrillo de toda una vida.

El concepto smart city ha calado como sinónimo de ciudad inteligente en la última década, aunque la demografía nos indica que queda mucho para alcanzar esa inteligencia al servicio de los ciudadanos que les permitan una «buena vida», como dejó escrito Aristóteles refiriéndose a la polis hace más de 2.000 años.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School. En 2018 publicó junto a Antonio Huertas el libro La Revolución de las Canas

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