Nunca desde el mundo de la
empresa habíamos hablado tanto de la felicidad. Las grandes compañías crean
institutos con su nombre; científicos y economistas se han unido a la lista de profesionales
que la cultivan hasta hace poco compuesta en exclusiva por poetas y
psicoanalistas; el curso más demandado de la Universidad de Yale es para
alcanzarla y hasta la ONU ha dedicado un día en el calendario para honrarla;
finalmente la lista de los llamados libros de empresa dedicados a ella crecen
exponencialmente.
Pero quizás sin darnos cuenta, en
España, tenemos muy cerca el secreto de la felicidad. Nuestro país podría pasar
a la historia como los inventores del elixir de la felicidad y no estamos
siendo capaces de contarlo a todo el mundo.
Sino cómo se explican alguna de
las cosas que han sucedido esta semana de resaca electoral. El PSOE no puede
estar contento porque su objetivo de alcanzar el poder en Madrid se ha
frustrado, el PP ha visto como el mapa municipal se ha teñido de rojo,
Ciudadanos no consigue superar a los populares en ningún feudo y Podemos se
desploma en todos los territorios. Pero la magia de las urnas ha hecho que
estos negativos hechos objetivos se conviertan en la mayor de la felicidad para
los votantes de esos partidos. Los socialistas se despertaron el lunes 25 de
mayo felices por haber ganado las elecciones europeas pero también las
municipales. Los populares durmieron con una sonrisa en la boca por la
recuperación de las instituciones madrileñas. Los ciudadanos que apoyaron a
ídem están emocionados por seguir creciendo en votos cada vez que hay unas
elecciones y ya van cinco o seis. Hasta los podemitas han encontrado la
felicidad en el descalabro del “traidor” Iñigo Errejón.
Votar es el secreto de la
felicidad. Sea cual sea el partido que votes, el mero hecho de introducir una
papeleta en la urna provoca inmediatamente un estado de alegría como hemos
visto esta semana poselectoral. Les animo a que pongan a prueba este descubrimiento
con otros españoles que han votado a fuerzas distintas de las anteriores, por
ejemplo ERC que a pesar de tener a sus líderes en prisión saltan de alegría por
haber ganado a Colau en Barcelona o hasta los que apoyaron con su voto al
independentismo catalán -que no ha conseguido ser mayoritario estas elecciones-
se felicitan ostentosamente porque el fugado Puigdemont es el eurodiputado con
mas apoyos en esa parte de España. Y los nostálgicos votantes de VOX que ha
pinchado a la primera de cambio, se arrogan con alharacas la derrota de la
izquierda en la capital de España. Votar es milagroso y cual bálsamo de
fierabrás lo cura todo. Después de ejercer el derecho al voto se arreglan, como
con esa poción mágica, todas las dolencias del alma y se alcanza la felicidad.
Mientras tanto otros países como
Bután han creado índices de contabilidad nacional para medir la felicidad.
Frente al Producto Interior Bruto (PIB) en esa parte del mundo han diseñado el
ratio de Felicidad Interior Bruta (FIB)
que mide la calidad de vida en términos menos economicistas
y más comprehensivos. El término fue propuesto por el rey de Bután
hace unos años como respuesta a las críticas de la pobreza económica
de su país.
Mientras que los modelos económicos convencionales miden el crecimiento
económico, el concepto de FIB se basa en que el verdadero desarrollo de la
sociedad se encuentra en la complementación y refuerzo mutuo del desarrollo
material y espiritual. Los cuatro pilares de este nuevo índice de la
contabilidad nacional de la felicidad son: la promoción del desarrollo
socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores
culturales, la conservación del medio
ambiente y el establecimiento de un buen gobierno.
Incluso Harvard ha creado una
cátedra para su estudio y como nos recuerda este mes la revista Ethic, los más
conocidos y respetados profesores de esa universidad como Steven Pinker
especulan sobre ella. Para Pinker la felicidad tiene dos caras: una
experiencial y cognitiva. El primer componente consiste en equilibrar emociones
positivas como la alegría y las negativas como la preocupación. El segundo
consiste en vencer los sesgos cognitivos que nos conducen al pesimismo lo cual
podría lograrse, según Pinker, gracias a la ciencia con un localizador que
suene en momentos aleatorios para indicarnos cómo nos sentimos. La medida última de la felicidad consistiría
en una suma integral o ponderada a lo largo de la vida de cómo se
sienten las personas y durante cuánto tiempo se sienten así.
Quién tendrá la razón Bután,
Harvard o las urnas españolas no es fácil de saber, pero Miguel de Cervantes
nos dejó una pista sobre la felicidad en El Quijote que conviene repasar de vez
en cuando (cambiando la palabra libro por vida) «No hay libro tan malo que no
tenga algo bueno».
Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la
UNIR
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