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sábado, 4 de junio de 2022

Procastinar es morir antes (y gastar más)

(este artículo se publicó originalmente en The Conversation y en el diario El Correo y El Diario de Navarra el día 1 de junio de 2022)



La longevidad es uno de los grandes logros de nuestra era. Vivimos más años y con más salud. En este artículo vamos a exponer diversos estudios que demuestran que aquellas personas que no toman a tiempo determinadas decisiones de autocuidado, tienen una mayor probabilidad de morir antes que los que sí lo hacen.

Procrastinación es una palabra que viene del latín procrastinare (pro, adelante, y crastinus, referente al futuro) y se utiliza para catalogar esas situaciones en las que se posterga una acción, algo que se puede convertir en un hábito. Retrasar actividades que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables, puede llevar al extremo de rozar la psicopatología. Cuando hablamos de cumplir años, procrastinar es empeñarse en no hacer ejercicio, fumar o no cuidar la dieta. Sin embargo, existen otros factores relevantes.

En 1978, los investigadores Russell, Peplau y Ferguson, desarrollaron, en la Universidad de California (UCLA), su famosa escala de soledad. Usada por servicios de salud y bienestar geriátrico de todo el planeta, esta herramienta evalúa la experiencia subjetiva de soledad en adultos en las facetas social, familiar y de pareja.

El vínculo de la soledad emocional con la aparición y agravamiento de enfermedades mentales, coronarias y neoplasias ha sido confirmado por la literatura científica. De forma resumida, investigaciones recientes apuntan a que las personas que se sienten más solas tienen entre un 20 y un 40 % más de posibilidades de fallecimiento prematuro. Pero no es igual para cualquier soledad: la soledad emocional es considerada la de mayor impacto. Algunos investigadores la definen como el número de personas a las que recurrir en una situación de emergencia. Si está por debajo de dos, se sufre una soledad que es mortífera.

Jubilarse pronto no es la solución. La actividad es positiva. Las investigaciones sobre las zonas azules del mundo (aquellos territorios en los que viven las personas más longevas) identificaron un patrón común en lugares tan dispares como Okinawa, Creta o Costa Rica. En todos ellos, los ancianos centenarios seguían muy activos en trabajos vinculados al campo, al mismo tiempo que su voz seguía siendo escuchada y respetada en la comunidad en la que vivían.

Luchar contra la procrastinación, la mejor política de salud pública

Un estudio reciente publicado en el British Medical Journal vincula el desarrollo de demencia senil con la aparición previa de cuadros de comorbilidad (cuando confluyen varias dolencias en el sujeto, como colesterol, triglicéridos o hipertensión). Basta retrasar un año la aparición de cuadros de comorbilidad en la franja de edad de entre 55 y 70 años para que disminuya un 4 % la probabilidad de desarrollar algún tipo de demencia senil.

Por tanto, actuaciones preventivas para mejorar la dieta, fomentar el ejercicio, reducir el tabaquismo y el alcoholismo, así como evitar la soledad no deseada y el estrés laboral, prolongarían la vida con salud y ahorrarían enormes gastos al sistema sanitario.

Los datos disponibles sobre la esperanza de vida predicen que cada vez habrá más personas centenarias. Mientras unos superarán el siglo, otros morirán prematuramente. Una llamativa dualidad en la que la varianza de la vida se irá agrandando.

Por eso no llama la atención el estudio Caminos de la personalidad hacia la mortalidad, realizado por un equipo de investigadores alemanes, irlandeses y americanos que llegan a la conclusión de que viven más años aquellos individuos con personalidades propensas al orden y a la organización.

Usando el modelo de los cinco factores de la personalidad, podríamos deducir que las personas perezosas y que retrasan sus decisiones mueren antes. Todo un reto para los poderes públicos, pero también para los involucrados en la educación de los, ojalá, futuros longevos.

 

Iñaki Ortega es profesor de Universidad Internacional de La Rioja

Miguel Usabel es profesor de Universidad Carlos III

jueves, 3 de junio de 2021

Nadie cuidó a los cuidadores

 

(este artículo se publicó originalmente en el blog de Supercuidadores en el mes de junio de 2021)


La cohorte de edad que más ha padecido el covid-19 en términos de mortalidad ha sido la de los adultos mayores. Además, una gran mayoría de los fallecidos de esa edad vivían en residencias de mayores. La pandemia ha puesto de manifiesto la fragilidad de las personas mayores, pero especialmente del sistema de cuidados de larga duración. Los centros residenciales han evidenciado múltiples carencias y al mismo tiempo, se observaron interrupciones en otros tipos de servicios como centros de días o los servicios domiciliarios que también sufrieron las consecuencias de la insuficiente resiliencia de los recursos humanos dedicados a los cuidados.

Un equipo de consultores e investigadores del BID, entre los que me incluyo, mediante un proceso cualitativo desarrollado en 2020 y un análisis de fuentes disponible para Europa, con especial foco en España, hemos identificado los principales elementos a mejorar en la gestión de los cuidados en los adultos mayores, así como una serie de buenas prácticas, A su vez se han sistematizado recomendaciones para avanzar hacia un sistema de cuidados centrado en la persona.

A modo de resumen hay que destacar que en plena alarma sanitaria se demostró un insuficiente apoyo prestado a los cuidadores. La pandemia supuso una incidencia muy alta de bajas laborales y dificultades de sustitución ante una oferta de contratos precarios y tareas poco atractivas, a los que se unió el alto riesgo personal. La falta endémica de estos profesionales también incrementó la carga del personal que permaneció activo, reduciendo su adherencia a medidas de protección. Fue preocupante especialmente la situación de los profesionales que realizaron tareas de refuerzo transitando por diferentes centros, con el objeto de lograr una jornada laboral completa.

La situación laboral de los cuidadores de personas adultas mayores frágiles, por tanto, debería ser revisada. En primer lugar, mejorando sus competencias a través de formación y acompañamiento (urge una revisión de las habilidades de los profesionales para ir más allá de las acciones de higiene, movilización o limpieza y migrar a competencias actitudinales y de identificación de lo que constituye un buen trato.  Garantizando condiciones dignas de trabajo y salario asociadas a la responsabilidad y complejidad de su perfil profesional y evitando la continua rotación en su actividad laboral no solo por el peligro que entraña en este momento, sino también para mejorar la calidad de la atención que ofrecen (cuidar a las personas cuidadoras y facilitar su bienestar, es la única vía para garantizar el desempeño de su trabajo desde la dignidad y autonomía que requiere). Por último, no puede olvidarse el apoyo a las cuidadoras familiares o informales dando respuesta a sus múltiples necesidades: apoyo psicológico, servicios de respiro suficientemente evaluados y flexibles, medidas de conciliación, así como la escucha y el acompañamiento en las situaciones difíciles que afrontan en el proceso de cuidado

En cuanto a las buenas prácticas ha de remarcarse que están alineadas con tendencias de largo plazo en el sector del cuidado, hacía la creación de un modelo de atención centrado en la persona, donde los servicios se brindan en la casa o con una personalización que apunta a replicar las condiciones de la casa. No puede obviarse a la hora de hablar de cuidadores que la responsabilidad de los cuidados en el entorno familiar evoluciona sin camino de retorno. Las mujeres, sostenedoras de la vida doméstica, van incorporándose progresivamente a la vida laboral. Es a partir de estas circunstancias cuando los cuidados empiezan a salir del ámbito de la intimidad para convertirse en un asunto social, de responsabilidad compartida, que debe ser asumido, al menos en parte, por los poderes públicos. A su vez el incremento de los hogares unipersonales está modificando de manera sustancial las relaciones de convivencia y también el modelo de transferencia de cuidados. Por otra parte, y relacionado directamente con la configuración de los hogares, la soledad aparece con fuerza en este grupo de población, generando nuevas necesidades de intervención.

Los cuidados son una fuente de generación de empleo y una oportunidad económica para los territorios que tomen las decisiones adecuadas desde el ámbito público y privado. Todas las previsiones indican que el número de adultos mayores aumentará considerablemente en los próximos años en todo el mundo y con ello su multiplicarán las situaciones de dependencia que han de obtener respuestas con nuevos bienes y servicios en el ámbito de la economía plateada.

Iñaki Ortega es profesor de la UNIR y publicó en 2021 para el BID el informe "Fragilidad de los sistemas sociosanitarios durante la covid19"

 

sábado, 1 de agosto de 2020

El tsunami de la segunda ola del virus

(este artículo se publicó originalmente el día 31 de julio de 2020 en el diario La Información)



Los sismólogos, tras estudiar el funcionamiento de los tsunamis, concluyeron que antes de la llegada de la gran ola que destruye todo lo que se le pone por delante, aparecen algunos indicios, como por ejemplo una bajada súbita e intensa de la marea. Aun conociendo este hecho, los expertos inciden que en ese momento es muy improbable tener tiempo para escapar de la destrucción de una ola gigante. Puedes saber lo que te espera, pero no puedes hacer nada para evitarlo. Ahora, con la covid19, no sabemos lo que nos espera, pero si podemos hacer algo para evitarlo.

Un equipo del Centro de Investigación y Políticas de Enfermedades Infecciosas (CIDRAP) de la Universidad de Minnesota en Estados Unidos ha previsto tres escenarios para una segunda ola de la pandemia en el caso de que la vacuna que nos inmunice no llegue a tiempo. El primero, muy mortífero, como pasó con la gripe española de principios del siglo pasado, será una nueva pandemia mucho peor que la actual que dejará millones de víctimas en todo el planeta. La segunda posibilidad es un fuerte rebrote, pero no al nivel del pico de la emergencia sanitaria pasada. El último, el más optimista, prevé la práctica desaparición del peligro vírico con apenas contagios y fallecidos en el futuro próximo. Pero, y aquí lo interesante, el informe concluye que, aunque no sepamos qué va a pasar “los mensajes de los gobiernos deberían incorporar que esta pandemia no terminará pronto y que la gente necesita estar preparada para posibles resurgimientos periódicos de la enfermedad en los próximos dos años con puntos calientes que irán apareciendo en diversas áreas geográficas”.

En nuestro país, la multitud de rebrotes este verano y el aumento exponencial de las tasas de contagios nos han convertido en esos puntos calientes que habla la Universidad de Minnesota y nos hacen también temer lo peor. Pero nadie puede saber a ciencia cierta si en octubre la pandemia regresará más fuerte que en marzo. Lo único que sí podemos conocer son las lecciones aprendidas de la crisis sanitaria de esta primavera e intentar aplicarlas para evitar caer en los mismos errores. Un equipo de investigadores, entre los que me incluyo, y por encargo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) hemos detectado varios aprendizajes a aplicar en los sistemas de atención a la longevidad, puesto que es la cohorte de edad con mayor letalidad por el coronavirus. Conviene recordar, en este momento, que son abrumadora mayoría, en este parte del mundo, las víctimas mortales del virus mayores de 80 años, con patologías previas y viviendo en instituciones residenciales.

Los puntos de fragilidad para la población adulta mayor conforme el análisis de lo ocurrido estos meses son los siguientes:

1. La descoordinación de los sistemas sanitarios y sociales. La sanidad española ha funcionado bien, pero en cambio los servicios sociales como residencias, centros de día o servicios de ayuda a domicilio han padecido la desconexión con el sistema sanitario lo que ha dejado desamparados a muchísimos mayores.

2. La falta de armonización de los protocolos y normativas de los sistemas de atención a la longevidad. No sólo en los diferentes niveles competenciales: estatal, autonómico, provincial o local sino también entre lo público, lo privado y lo concertado. El mando único no ha significado instrucciones y recomendaciones únicas e inmutables.

3. El no detectado impacto letal de la soledad. La distancia física ha sido aplicada para proteger a los más mayores, pero en ocasiones ha funcionado como una suerte de tortura de distancia social con dramáticas consecuencias que iremos viendo poco a poco. Muchos ancianos no han muerto por la alerta sanitaria, pero languidecen por la soledad impuesta y por el alarmismo de su entorno y los medios de comunicación.

4. La ausencia de una suficiente oferta de calidad de bienes y servicios para los adultos mayores. Un estado de emergencia o una pandemia no puede dejar sin atención a millones de mayores que precisan de ayuda domiciliaria o asistencia para la dependencia en el hogar. Nuevas empresas, pero también nuevos profesionales, centros públicos y más acciones de voluntariado han de ofrecer servicios básicos y robustos a los mayores en el marco de la conocida como economía plateada o ageingnomics.

5. La falta de concienciación y responsabilidad personal. Las crisis sanitarias serán recurrentes en el futuro, como alerta el CIDRAP, lo que exigirá estar preparados también en el plano personal. Ser precavidos significara en el futuro tener ahorros, sistemas de previsión social, hogares adaptados y seguir las recomendaciones del envejecimiento activo.

En unos meses conoceremos las conclusiones definitivas de nuestra investigación y será el momento de profundizar y matizar estos aprendizajes que ahora anticipo. Ojalá que a diferencia de lo que sucede con los tsunamis, nos dé tiempo a aplicar esas lecciones y protegernos ante una nueva destructiva ola vírica, llegue o no llegue, este otoño.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR